Epílogo

EN todos esos siglos, Velkan no se había preocupado nunca por la Orden. Les había dejado cometer estragos sin interferir. Pero eso estaba a punto de acabar.

Ellos habían amenazado a Esperetta y estuvieron a punto de matarla. Ahora que él había recuperado a su mujer, no estaba dispuesto a dejar que nadie la alejara de él otra vez.

Sin preámbulo, utilizó sus poderes para abrir la puerta de la casa de Dieter. Velkan atravesó la puerta como si fuera el propietario de la casa. Dieter y Stephen levantaron la vista, sobresaltados, al igual que los otros cinco hombres que se encontraban allí.

Antes de que Velkan tuviera tiempo de moverse, le dispararon una flecha en dirección al pecho, pero él la atrapó con la mano y la tiró al suelo.

—No lo volváis a intentar —gruñó.

—¿Qué… qué estás haciendo aquí? —dijo Dieter. Una fina capa de sudor le cubría la frente.

Velkan atravesó con una mirada hostil a cada uno de los presentes.

—He venido a enterrar el hacha de guerra. En qué punto exacto la enterremos es cosa vuestra. O bien podemos enterrarla en el suelo y damos el pasado por pasado, o puedo enterrarla en el corazón de cada uno de los que estáis aquí. De cualquier forma, la persecución a mi esposa y a su amiga se detiene ahora.

Dieter se puso rígido.

—Tú no eres nadie para venir aquí y darnos órdenes.

Velkan lanzó una llamarada que les hizo saltar del suelo.

—Sed listos. Aceptad la salida que os estoy ofreciendo. Le prometí a Esperetta que ya no sería un bárbaro nunca más. Así que estoy intentando mostrarme civilizado con todo esto y permitiros vivir, a pesar de que el señor de la guerra que tengo dentro preferiría hacer un festín con vuestras entrañas.

—Hemos jurado…

—Ahórratelo —le interrumpió Velkan con brusquedad—. Yo era uno de los miembros de esta orden hace quinientos años y conozco el juramento que habéis realizado. Y yo he realizado uno nuevo. El próximo hombre o animal que amenace a mi esposa o a mis sirvientes no va a vivir lo suficiente para lamentarlo. ¿Comprendido?

Esperó a que todos los hombres hubieran asentido con la cabeza.

Velkan inhaló con profundidad.

—Bien. Ahora que hemos llegado a un acuerdo, os dejo en paz.

Se dirigió hacia la puerta y, en ese instante, le pareció captar alguna cosa por el rabillo del ojo. Antes de que pudiera reaccionar, se oyó el disparo de un arma.

Volvió la cabeza hacia una esquina de la habitación y vio que Esperetta se encontraba allí junto con Raluca, Francesca, Viktor y Andrei.

Esperetta tenía el arma entre las manos y miraba a los hombres de la habitación con expresión amenazadora.

—¿Alguien más quiere intentar atacar por la espalda a mi esposo?

Velkan vio a Dieter en el suelo, con un único agujero de bala en el pecho. Asombrado, miró a Esperetta.

Ella no dijo nada. Se acercó a él y le tomó la mano mientras los demás vigilaban.

—Caballeros —dijo en voz baja—. Creo que casi todos ustedes conocen a la familia de Illie y creo que a él le gustaría tener unas palabras con ustedes. A solas.

Stephen se puso de pie.

—Retta…

—Ahórratelo, Stephen. Ya me has contado lo que necesitaba saber.

Velkan no estaba seguro de qué era lo que debía hacer, pero Esperetta le sacó de la casa y él la siguió. En cuanto la puerta se cerró detrás de ellos, oyó los gritos de los hombres.

Miró a su mujer con un asombro reverencial.

—Creí que querías que no les pasara nada.

—No soy la niña con quien te casaste, Velkan. Soy una mujer que ahora sabe de qué forma funciona el mundo. Nunca nos habrían dejado de perseguir. Nunca. Frankie y su familia tenían una deuda de sangre por lo que la Orden le hizo a su padre. Yo diría bon appétit. Ella se acurrucó entre sus brazos y le dio un casto beso en la mejilla.

—Gracias.

—¿Porqué?

—Por intentar ser un caballero a pesar de que eso iba en contra de tu naturaleza.

Él le quitó la pistola de la mano y la tiró al bosque. Luego le tomó el rostro con las manos.

—Por ti, Esperetta, cualquier cosa.

Ella le dirigió una mirada especulativa.

—¿Cualquier cosa?

—Sí.

—Entonces ven y desnúdate conmigo. Ahora mismo.

Velkan se rió y la besó con suavidad en los labios. Y por primera vez en su vida, se sometió contento a las órdenes de otra persona.

—Como desees, princesa.

Fin