4. ¿ADIÓS A TODO ESTO?
Encontrar un hogar no es lo mismo que habitar en el lugar
en el que vivieron nuestros antepasados.
KRZYSZTOF CZYZEWSKI
Cuando el comunismo cayó en 1989, la tentación de regocijarse resultó irresistible para los comentaristas occidentales. Con ello se llegaba al final de la historia, señalaron algunos. A partir de entonces el mundo pertenecería al capitalismo liberal —no había alternativa— y todos avanzaríamos al unísono hacia un futuro en el que reinarían la paz, la democracia y los mercados libres. Veinte años después, esta afirmación parece un tanto gastada.
No cabe duda de que la caída del Muro de Berlín y tras él, como fichas de dominó, de los Estados comunistas, desde los suburbios de Viena hasta las playas del Pacífico, marcó una transición muy importante en la que millones de hombres y mujeres quedaron libres de una ideología funesta y periclitada, y de sus instituciones autoritarias. Pero nadie podría afirmar que el comunismo fue seguido de una era de tranquilidad idílica. No hubo paz en la Yugoslavia poscomunista y fue muy poca la democracia en los Estados que sucedieron a la Unión Soviética.
En cuanto a los mercados libres, desde luego que florecieron, pero no está claro para quién. Occidente —Europa y Estados Unidos sobre todo— perdieron una oportunidad única de reconfigurar el mundo en torno a instituciones y prácticas internacionales consensuadas y perfeccionadas. Por el contrario, nos relajamos y nos congratulamos por haber ganado la Guerra Fría: una forma segura de perder la paz. Los años que van de 1989 a 2009 fueron devorados por las langostas.