2. EL MUNDO QUE HEMOS PERDIDO
Todos nosotros ya sabemos que desde esta guerra no hay
vuelta atrás a un orden social Laissez-faire, que la guerra
como tal ha llevado a cabo una silenciosa revolución
preparando el camino a un nuevo tipo de orden planificado.
KARL MANNHEIM, 1943
El pasado no fue ni tan bueno ni tan malo como imaginamos: sólo diferente. Si nos contamos historias nostálgicas, nunca abordaremos los problemas que afrontamos en el presente, y lo mismo es cierto si preferimos creer que nuestro mundo es mejoren todos los sentidos. Es cierto que el pasado es otro país: no podemos volver a él. Sin embargo, hay algo peor que idealizar el pasado —o presentárnoslo a nosotros mismos y a nuestros hijos como una cámara de los horrores—: olvidarlo.
Entre las dos guerras mundiales, los estadounidenses, los europeos y gran parte del resto del mundo afrontaron una serie de desastres si precedentes que eran obra del hombre. La I Guerra Mundial, la peor y más intensamente destructiva registrada en la historia, fue seguida de epidemias, revoluciones, el fracaso y la quiebra de Estados, el desplome de monedas y el desempleo a una escala nunca vista por los economistas tradicionales, cuyas políticas seguían de moda.
A su vez, estos acontecimientos precipitaron la caída de la mayoría de las democracias del mundo en dictaduras autocráticas o en Estados de partidos totalitarios de distinta índole que llevaron al globo a una II Guerra Mundial incluso más destructiva que la primera. En Europa, Oriente Medio y el este y sureste de Asia, hubo entre 1931 y 1945 ocupaciones, destrucción, limpieza étnica, tortura, guerras de exterminio y genocidios de liberados de una magnitud que habría sido inimaginable incluso treinta años antes.
Todavía en 1942 parecía razonable temer por la libertad. Fuera de los países angloparlantes del Atlántico Norte y de Australasia, la democracia no pisaba terreno firme. Las únicas democracias que quedaban en el continente europeo eran los pequeños Estados neutrales de Suecia y Suiza, cuya existencia dependía de la buena voluntad alemana. Estados Unidos acababa de entrar en la guerra. Todo lo que hoy damos por sentado no sólo estaba en peligro, sino seriamente cuestionado incluso por sus defensores.
¿Acaso no parecía que el futuro era de las dictaduras? Incluso después de que los aliados triunfaran en 1945, estas preocupaciones no se olvidaron: la Depresión y el fascismo permanecieron en las mentes de todos. El urgente problema no era cómo celebrar una magnífica victoria y volver cada uno a sus asuntos, sino cómo asegurarse de que la experiencia del periodo 1914-1945 no se repitiera nunca más. Maynard Keynes fue quien más esfuerzos dedicó a afrontar este desafío.