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Serena se encontró de pronto tirada en la calle. El todoterreno se había partido por la mitad. Trató de levantarse, pero no pudo. Mientras estaba agachada en la calle, entumecida por el susto, vio que Benito yacía al otro lado de los restos ardiendo y que apenas se movía.
—¡Oh, Dios mío, Benito!
Gateó hacia él. Benito tenía media cara quemada y arrancada, pero movía el brazo. Entonces vio que se le salían las entrañas.
—¡Oh, Dios!
Serena trató de llegar hasta él, pero aún le faltaban unos cuantos metros.
Benito sabía que se estaba muriendo, luchaba por respirar.
—No tenga miedo, signorina, ahora él cuidará de usted.
Justo entonces una sombra oscureció parte del rostro de Benito. Serena alzó la vista y descubrió a un hombre de pie con el rostro retorcido y un parche en un ojo. Sostenía una pistola y le apuntaba directamente a ella. Serena gritó.
—La extremaunción —dijo el hombre con acento ruso.
Acto seguido apretó el gatillo.
Serena oyó el disparo, pero no sintió nada. El asesino cayó de bruces al suelo delante de ella. Serena se quedó mirándolo, atónita. Entonces escuchó su propio nombre.
—¡Serena!
Era Conrad, que llegaba en moto atravesando el humo como si fuera el mismo demonio del infierno. Y detrás, la policía, persiguiéndolo como las mismas Furias.
Conrad detuvo la moto y la hizo ponerse en pie.
—Ven, vamos.
Pero Serena no podía dejar allí a Benito.
—No puedo.
—Date prisa —insistió él.
Conrad tiró de ella. La llevó medio en vilo y la hizo sentarse en la parte de atrás de la moto. El se sentó delante y tiró de sus brazos para que se sujetara a él.
—Por favor, Serena, agárrate.
—Te dije que no vinieras, Conrad —dijo ella amargamente, casi sin aliento, comenzando a llorar—. ¡Te lo dije!
—Todo esto estaba planeado mucho antes de que viniera yo, Serena. Incluso mucho antes de que vinieras tú.
Conrad arrancó la moto y Serena sintió que la máquina rugía y volvía a la vida. Conrad iba a llevarla lejos de allí, pero ella no había terminado todavía su trabajo.
—La reunión del Consejo es esta noche. Tengo que quedarme aquí.
—Lo siento, Serena —lo oyó ella decir mientras la rueda de atrás chirriaba y la moto salía disparada a toda velocidad.