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Base de apoyo naval de los Estados Unidos

Bahía de Suda

Creta

Conrad contempló el despegue de otro F-16 y luego volvió por la rampa trasera del C-17 hasta el despacho de Packard en la «bala de plata». Packard no había parado de hablar por teléfono ni un segundo desde que habían aterrizado en Creta. La base aérea griega de Creta era como su casa para el Ala de Combate 115 de las fuerzas aéreas griegas, pero la base naval de apoyo americana de la bahía de Suda ocupaba más de cuarenta hectáreas al norte de la isla y servía para apoyar las operaciones de la Sexta Flota en el este del Mediterráneo y en Oriente Medio. Y Conrad estaba esperando para saber si conseguiría ese apoyo que había solicitado.

Nada más verlo entrar Packard, que seguía al teléfono, frunció el ceño y deslizó sobre la mesa el informe que Conrad había preparado deprisa y corriendo, aunque con abundante documentación, sobre la «Sociedad de los tres globos y su relación con los francmasones de la América colonial, los nazis y la Alineación contemporánea». El informe estaba encuadernado en piel. Conrad recogió la carpeta y echó un vistazo a las anotaciones que había hecho Packard al margen. Las palabras que había escrito con más frecuencia eran «locura», «disparate», «especulación» y «ajá». No había ningún comentario sobre la teoría de Conrad del posible origen de los globos o sobre si en un principio estaban o no en el templo del rey Salomón o en otro lugar más antiguo aún.

Packard colgó el teléfono y lo miró.

—Esto va a llevarnos unas cuantas horas, pero creo que podremos dejarte vía libre con la Interpol para que la policía, que estará por todas partes, no dispare nada más verte.

—No puedes hacer eso —negó Conrad—. Midas se dará cuenta de que Serena ha mentido sobre mi desaparición. Y eso bastará para poner en duda su lealtad hacia la Alineación. Necesito una identidad falsa y una chapa identificativa que me permita atravesar todas las zonas de seguridad.

Packard suspiró.

—¿Y crees que con eso te será más fácil robar los globos?

—No necesito robar nada. Eso es lo bueno. Me basta con ver los tres globos con mis propios ojos. Entro y salgo.

—Porque crees que te revelarán dónde y cuándo piensa detonar la Alineación el Flammenschwert, ¿no es eso? —preguntó Packard con escepticismo—. No estoy muy seguro de que eso sea cierto.

—Es cierto. El líder de la Alineación utilizará el mensaje de los tres globos como una especie de directiva espiritual de su arma mística, aunque tenga que manipular su sentido para que concuerde con sus intereses. Así que el mensaje, sea cual sea, nos será de una ayuda inapreciable.

—Serena es lista como ella sola, hijo. ¿Por qué piensas que no sabrá descifrarlo ella sólita?

—Estando allí no, es imposible. Ella no ha tenido los dos globos en sus manos tanto tiempo como yo. Y además es lingüista, no astroarqueóloga. No conseguirá adivinar cómo alinear los dos globos juntos, el terrestre y el celeste, y menos aún trasladar eso a coordenadas del mundo real. Y aunque lo consiguiera, tú sabes que en cuanto haya entregado los globos, que son la única influencia que ejerce sobre la Alineación, no la dejarán salir viva de Rodas.

Packard se humedeció un dedo y volvió a pasar las páginas del informe. Seguía claramente molesto consigo mismo por el hecho de que se le hubiera pasado la posibilidad de que pudiera haber un tercer globo.

—Vamos a ver, deja que me aclare. Dices que los tres globos estaban en el Templo de Salomón y que después, cuando los babilonios destruyeron el primer templo, los enterraron debajo del Monte del Templo. Es más: crees que esos globos pueden ser el Santo Grial que buscaban los caballeros templarios cuando comenzaron a cavar bajo el Monte del Templo en busca del tesoro del rey Salomón en la época de las cruzadas.

—Creo que los tres juntos señalan la localización de un gran tesoro, pero puede que no sea un tesoro de oro exactamente.

—Pero entonces, ¿de qué diablos va a ser? ¡Y no me digas que es el Arca de la Alianza!

—Evidentemente se trata de algo de gran valor. Para el Egipto antiguo, para Tiahuanaco y para la Atlántida el secreto de los tiempos primigenios o del final de los tiempos podría considerarse un tesoro así.

—La Alineación ya tiene el secreto de final de los tiempos, hijo, se llama Flammenschwert. Así es como acabará el mundo para todos nosotros. Y por eso es por lo que tenemos que encontrar esa arma —dijo Packard, que tenía toda la cara colorada. Packard arrojó el informe sobre la mesa—. ¡Me has costado un globo y total para nada!

Algo en la voz de Packard sonó ligeramente forzado. De pronto Conrad comprendió.

—¡Bastardo! No estabas desesperado por atraparme. Estabas deseando darle el globo a Serena, pero querías que ella creyera que iba a costarle trabajo. ¿Por qué lo has hecho?

Packard suspiró.

—Lleva un localizador.

Conrad dio un golpe con la mano sobre la mesa. Estaba furioso.

—¿Y crees que la Alineación no va a encontrarlo y a matarla? ¡Conseguirán los dos globos y el Flammenschwert y tú te quedarás sin nada!

—Ya te lo he dicho, hijo: ella es nuestra chica en la cumbre europea. Tanto Midas como ella están invitados. Pero el tío Sam y tú no. Habrá importantes mecanismos de seguridad y se supone que la Alineación tiene que creer que tú estás muerto. Ella moriría en cuanto alguien te reconociera.

—Ya está muerta.

Packard pareció repasar los argumentos en su cabeza, sopesando los riesgos y los beneficios.

—Bueno, no puedo mandar a las tropas americanas a ese teatro. Ni siquiera a Randolph —dijo por fin como si estuviera pensando en voz alta—. Y créeme: cuando se trata de cumbres europeas siempre es teatro.

—Entonces iré yo.

—¡Eh!, es tu cabeza y la de Serena lo que te juegas —le advirtió Packard—. Esta misión no tiene nada que ver con el tío Sam. Mantente oculto mientras puedas, si es que eso es posible, e infórmame en cuanto te enteres de algo.

—Ya te lo he dicho: puedo hacerlo sin que nadie me vea. Ni siquiera Serena. Soy yo el que estará vigilándola a ella.

—Como todo el mundo. Ten cuidado.

Diez minutos más tarde los dos motores gemelos y las cuatro aspas del helicóptero Super Puma Eurocopter se ponían en funcionamiento para despegar. Wanda Randolph acompañó a Conrad al otro lado de la pista y le dio las chapas identificativas.

—Tu nombre es Firat Kayda, eres un aliado militar de los Estados Unidos en Turquía y trabajas en la cumbre europea para la delegación de Ankara. Tardarás una hora en llegar allí.

Conrad observó a los cuatro aviadores griegos del helicóptero que a su vez lo miraban a él, el turco, con cierta hostilidad.

—Packard está verdaderamente decidido a conseguir que todo el mundo me odie, ¿no es eso?

—Bueno, lo intenta —contestó Wanda—. Al menos así los griegos no te harán demasiadas preguntas.