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—¡1740! —gritó Conrad.

Conrad se dio la vuelta en la cama bruscamente. Abrió los ojos. Estaba en una caravana Airstream y oía un zumbido que le resultaba familiar. El aire estaba frío y había una mujer sentada junto a él, pero no era Serena. Era Wanda Randolph, la oficial de policía que le había disparado en los túneles de debajo del Capitolio.

—¿Dónde estoy? —preguntó Conrad.

—Ahora estás en suelo americano, por decirlo de algún modo —contestó Wanda con una sonrisa—. Todo va bien.

Conrad miró los cables y los electrodos que tenía pegados al cuerpo.

—¡Y una mierda!

Golpeó a Wanda en la cabeza con la mano derecha y la lanzó contra la pared de la Airstream. Tiró de los cables, abrió la puerta de la caravana y salió a un hangar de aspecto cavernoso. Buscó la salida.

—¡Para! —gritó Wanda que salió corriendo detrás él, apuntándolo con un arma.

Conrad pasó corriendo por delante de un helicóptero y de un tanque hasta llegar a una puerta. Enseguida encontró el interruptor para abrirla. Entonces se encendieron luces intermitentes y comenzaron a sonar alarmas. La puerta empezó a abrirse muy despacio desde arriba hacia abajo y en ese momento Conrad se dio cuenta de dónde estaban, antes incluso de distinguir la curva del mar Mediterráneo a más de nueve mil metros por debajo de ella.

Hubo más gritos y un estruendo de botas sobre el suelo de metal. Conrad se giró y vio a un grupo de aviadores americanos que lo rodeaban y lo apuntaban con sus armas.

—¡Apártese del panel, señor! —le ordenó uno de ellos.

Conrad sabía que no podía ir a ninguna parte, así que obedeció.

El aviador guardó el arma en la cartuchera y cerró la puerta. Wanda acompañó de nuevo a Conrad a la caravana Airstream, donde los esperaba Marshall Packard con unos archivos.

—Bien, ya te has despertado —dijo Packard.

—¿Dónde está Serena? —exigió saber Conrad.

—De camino a Rodas —contestó Packard—. Ha hecho un trato con nosotros. Te ha cambiado por el globo celeste. La verdad es que iba a tratar de pegarle el timo a la Alineación con un globo falso, cosa que jamás habría funcionado. Pero ahora ya puede entregarles los dos auténticos en la cumbre europea y ser nuestros ojos y nuestros oídos dentro de la Alineación.

Conrad sacudió la cabeza en una negativa y contestó:

—Tú no me necesitas para nada, Packard. ¿Por qué has accedido al trato?

—Tu chica dijo que tenías que quedarte fuera de juego para poder convencer a la Alineación de que estás muerto, tal y como ella les prometió. Y creo que tenía la extraña idea de que tú no ibas a estar dispuesto a colaborar —dijo Packard—. Por eso hemos decidido vigilarte.

—¡Imposible! —afirmó Conrad—. Tú sabes que en cuanto Serena les entregue los globos será un fiambre.

—Ese es un riesgo que ella estaba dispuesta a asumir con tal de identificar al resto de los miembros de la Alineación. Mientras tanto nosotros ya hemos visto esos dos globos y sabemos qué es lo que ellos pretenden llevarse. Así que para nosotros no hay lado negativo.

—Sois idiotas. Los globos funcionan juntos. No tenéis ni idea de lo que tiene la Alineación.

—Pues ilústrame tú.

—El número de la caja de seguridad del barón Von Berg se refería a la fecha 1740.

—¡Sí, sí!, vamos un paso por delante de ti, hijo —lo calmó Packard—. Pero lo único que se puede resaltar históricamente de esa fecha es la muerte del papa Clemente XII, que prohibió a los católicos romanos hacerse miembros de las logias masónicas bajo pena de excomunión. Una broma de Von Berg. ¡Ja, ja!

—¡Eso te crees tú, Packard! También fue el año en el que los masones de Berlín establecieron la Madre Logia Real de los Tres Globos. No sé cómo no he caído antes. Supongo que necesitaba al barón Von Berg y su número de la caja del banco para relacionarlo.

El rostro de Packard perdió todo el color.

—¿Tres globos?

—Exacto —confirmó Conrad—. Siempre hubo tres globos. Los masones debieron de guardar uno en Europa y mandar los otros dos al Nuevo Mundo. ¿Cuánto te apuestas a que la Alineación ha tenido en su poder el tercer globo desde el principio? Y ahora Serena está a punto de darles los otros dos.

—Pero ¿por qué razón? —exigió saber Packard—. ¿Qué demonios se consigue con tres globos que no se pueda conseguir con dos?

—Descubrir el objetivo y el momento exacto en el que detonar el Flammenschwert, eso es lo que se consigue —afirmó Conrad.