Capítulo 8
Antes
—¿Qué piensas? ¿Quieres seguir con esto? —La voz de Nathan al otro lado de la línea denotaba indecisión y Emma se dio cuenta, observando a Theo colocar los tractores y los coches en una caja verde brillante, de que tenían que decirse algo más.
—Oye, sobre el viernes, Emma…
—No pasa nada. Nathan. Ya me conoces. No estoy desesperada, así que, por favor, no sientas que…
—No. Es a la policía, Emma. Tengo que decirle a la policía lo que pasó el viernes por la noche. Lo siento mucho, sé que es algo privado. Es obvio que no es asunto suyo, pero me están presionando y ya no sé qué hacer.
—Ya veo. No, no pasa nada. Nathan. En serio. —Entonces, sonó el timbre—. Mira, lo siento, pero están llamando a la puerta. Será Sophie seguramente. Mejor te llamo luego.
—De acuerdo. Pero ¿me dirás algo a la hora de comer? Sobre el petirrojo de Theo, digo. Y espero que, bueno…, que lo que le cuente a la policía no lo empeore.
—Sí, sí, claro. Y, por favor, no te preocupes sobre lo de hablar con la policía. No es culpa tuya.
Emma necesitaba urgentemente hablar de todo eso con Sophie para descubrir lo que se decía, por lo que no estaba nada preparada para encontrarse con la mujer vestida de paisano que sacó su placa antes incluso de hablar y que pronto comenzó a merodear por la cocina, leyendo con descaro lo que había escrito en el tablón de anuncios, como si una placa le diera derecho a comportarse así sin ninguna explicación. Maleducada. Indiscreta. Ofensiva. Esta mujer, la inspectora de policía Melanie Sanders, curioseaba sin ninguna justificación. Pregunta tras pregunta, no solo sobre el viernes, sino también sobre el hecho de que Nathan se quedara a dormir después de cenar, como si tuviera algo que ver, le hizo repasar de nuevo cada escena de la estúpida feria. Una y otra vez. Todas las personas a las que vio y con las que habló durante el día. Y en la carpa.
«Madre mía, ¿por qué dejé que Sophie me inmiscuyera en esto?».
—Mire, no recuerdo exactamente lo que le dije a todo el mundo en aquella carpa. Como les conté ayer, lo hicimos solo por diversión. La gente estaba relajada y me seguía el rollo. Muchos habían tomado un par de copas, por lo que nos echamos unas risas. Sabían que no era cierto. Me inventé cosas. Ya sabe: números y colores de la suerte, desconocidos altos y morenos… Se lo expliqué todo al policía que pasó por aquí. Fue solo un favor que le hice a una amiga para conseguir algo de dinero.
—Entonces, ¿no recuerda lo que le dijo a Gill Hartley?
—No exactamente.
—¿Le pareció que estaba bien?
—Se había tomado un par de copas en uno de los puestos, como todos los demás. Aparte de eso, estaba bien, divirtiéndose.
—Parece que fue la última persona que la vio.
—¿Perdone? —El aire se calmó.
—Bueno, uniendo todas las declaraciones, parece que fue directa a su casa después de hablar con usted.
Por un momento, Emma no dijo nada y miró hacia el suelo y, después, a la agente de policía.
«Maldita sea».
—Pero Gill estaba bien cuando la vi. Muy bien.
—Eso ya me lo ha dicho.
—¿Tienen alguna idea de lo que pasó? ¿Hubo un asalto?
—No. Por eso estamos intentando comprender qué ocurrió exactamente.
—¿Sigue Gill en coma?
—Oiga, me temo que no puedo hablar sobre el estado de la señora Hartley. —La policía estaba ya de pie, dejando su tarjeta sobre la mesa—. Bueno, no la molesto más. Aunque si recuerda algo, cualquier cosa…
—Claro.
Dos horas después, mientras se ajustaba el abrigo a su alrededor para protegerse del viento, Emma rememoraba la conversación en su cabeza.
—Nathan, la policía cree que soy la última persona que vio a Gill antes de que se fuera a casa. —Emma bajó la voz, aunque, al mirar hacia arriba, se dio cuenta de que no hacía falta, porque Theo estaba bastante alejado de ellos, deseoso e impaciente, con las luces de los talones de sus zapatillas relampagueando mientras saltaba y le daba patadas a una piedra grande que había delante de él.
Nathan siguió andando, con el brazo extendido de manera extraña para que la jaula con el petirrojo no se balanceara demasiado.
—Vale, bueno. Madre mía. —Hizo una pausa, frunciendo el ceño mientras se mordía el labio—. Eso explicaría por qué la policía ha indagado tanto en relación a ti, pero no debes sentirte mal. Quiero decir, no tiene nada que ver contigo. Has dicho que estaba bien cuando la viste.
—Lo estaba, igual que los demás. Un poco contenta por el alcohol, eso era todo.
—Entonces, ahí lo tienes. No hay nada más que les puedas decir. Ha sido algo horrible, terrible, pero si dicen que no fue un asalto, está claro que se trata de violencia doméstica. Supongo que si Gill se recupera, tendrán que decidir si acusarla o no. Eso es todo.
—¿Qué diablos crees que pasó?
Él levantó una ceja.
—¿Qué?
Y miró al suelo.
—Si sabes algo, Nathan, necesito que me lo digas, en serio. No me lo quito de la cabeza.
—Bueno, lo típico, ¿no crees?
—¿Lo típico? El caos y los asesinatos son comunes en Tedbury, ¿no?
—Oh, vamos, Em. Ya sabes a qué me refiero. Ni en un millón de años hubiera pensado que Gill sería capaz de hacer algo así, pero no es tan complicado. Es obvio que él era un ligón. Supongo que se enteró y enloqueció.
—¿Estás de broma? ¿Crees de verdad que…?
—¡Vamos, lentos! —Theo frunció el ceño, impaciente, girándose para caminar de espaldas por la colina delante de ellos.
—Es mejor que nos concentremos en el petirrojo. —Nathan bajó la voz y sorprendió a Emma entrelazando su brazo con el de ella.
Los tres habían acordado dejar al petirrojo en el punto exacto en que lo habían encontrado. Por un tiempo, no parecía que el pobre pájaro fuera a sobrevivir. A pesar de alimentarle y darle una importante dosis de amor en la pajarera de Tom, al principio no estaba nada bien. Pero, luego, de pronto, había pasado por lo que Tom llamaba un momento de resurrección. Una mañana se había encontrado al petirrojo brincando por la base de la jaula, comiendo y bebiendo de manera independiente, mirándole como si dijera: «¿Qué narices estoy haciendo aquí?». A partir de entonces, se recuperó a toda velocidad, entrenando sus alas al volar entre los posaderos. Tom pensó que debían actuar rápido: lo mejor para que sobreviviera era devolverle a su hábitat natural antes de que se hiciera demasiado dependiente de los cuidados que le estaban dando y se deprimiera por ellos.
Lo curioso había sido que Theo no propusiera ni una sola vez que se lo quedaran, lo que había sorprendido a Nathan, pero no a Emma, ya que, como la yaya Manzana, ella había predicado la doctrina de la libertad, la gloria de los espacios abiertos, del aire libre. Quizás Theo la había escuchado de verdad.
—Aquí, creo que fue aquí. —Theo plantó el pie cerca del arbusto y Emma miró a su alrededor. Sí, la escalinata por la que la perra y Nathan habían aparecido estaba a pocos pasos por la carretera.
—De acuerdo, hombrecito. Creo que deberías hacer los honores. ¿Estás preparado? —Nathan dejó la jaula en el suelo.
—Puede que el pájaro esté un poco nervioso, Theo. —Emma se acuclilló para ponerse al nivel de su hijo, consciente de que Nathan les estaba observando.
Theo abrió la puerta y los tres esperaron. Al principio, se sorprendieron de que el petirrojo no hiciera nada en absoluto. Se miraron entre ellos. Esperaron un poco más. Emma estaba a punto de moverse con impaciencia cuando, de repente, el pájaro brincó sobre el metal del umbral de la puerta. Desde ahí, bajó al suelo. De nuevo, se produjo una pausa preocupante, como si el petirrojo se negara a irse.
—Quedaos quietos —murmuró Theo—. Creo que se está despidiendo.
Luego, como un rayo, el pájaro desapareció: se posó unos segundos en lo alto del seto más cercano antes de continuar hacia un poste de telégrafo.
—¿Creéis que nos visitará? —Theo dirigió la cara hacia el cielo, tapándose los ojos con la mano para protegerse de la luz del sol.
Pero Emma no le estaba escuchando. En lugar de eso, sentía la mirada de Nathan, que tenía expresión de preocupación.
—Se van a Cornualles —dijo ella de pronto.
—¿Perdona?
—Sophie y Mark. Se van a Cornualles. Después de todo por lo que ella ha pasado, del susto de encontrárselos así, es una buena idea, ¿no crees? —La expresión de Nathan era ahora de desconcierto—. Lo que significa que podemos continuar con los planes de la charcutería, sorprenderla, ofrecerle algo en lo que centrarse. —El tono de Emma era firme, pero Nathan tenía el ceño fruncido.
—¿Lo dices en serio, Emma? Me había imaginado que lo aplazarías. No creo que nadie en Tedbury, y menos Sophie, tenga ganas de…
—No, no. Necesitamos seguir con ello. Nathan. Confía en mí. Es lo mejor para Sophie. Exactamente lo que necesita.