Capítulo 15
Antes
Después, en la cama, tuve el sueño recurrente sobre la charcutería. Estaba sirviendo a los clientes vestida con mi impoluto delantal a rayas, feliz, tarareando, cuando me retiré a la trastienda para coger algo de pan. En el suelo —madre mía— estaba sentada Gill Hartley, mirando a la nada y sangrando, con el cuchillo para cortar pan colgando de su mano y con la cabeza abierta llena de un horrible material blanco que palpitaba…
El jadeo que solté me despertó. Sentí el sudor en mi frente y bajo mis brazos. Al girarme, me topé con que, para mi sorpresa, Mark seguía dormido. Me pregunté si habría soltado el suspiro en voz alta o si solo lo habría hecho en mi cabeza y, con mucho cuidado, volví a tumbarme para dejar que mi mente y mi cuerpo se encontraran el uno al otro.
Intenté calmarme, pero las imágenes comenzaron a arremolinarse en mi cerebro. El día que Ben se cayó a la piscina y Mark tuvo que bucear para arrastrarlo hasta la superficie, jadeando y tosiendo. Yo desmayándome en Cornualles. La mujer del acantilado de Cornualles con el mismo abrigo que Emma. El ladrillo a través de la ventana de Emma. Cerré los ojos y sentí como otro dolor de cabeza empezaba a formarse. Ya basta…
Con cuidado, salí de la cama, cogí el camisón de encima de la silla y deambulé por la oscuridad, no queriendo despertar a Mark y a Ben.
En la planta baja, por costumbre, no porque tuviera sed de verdad, puse la tetera al fuego y me senté a la mesa. El sueño de la charcutería me había destrozado por completo. Tan vívido. Miré hacia el asiento que estaba bajo la ventana. Hacía solo unos meses, Emma había estado arrodillada allí, mirando su camión de mudanzas, con los nabos desparramados en la bolsa rota tirada en el suelo. No me podía creer todo lo que había ocurrido.
Pensé de nuevo en el sueño y en los planes de Emma. Había perdido unas diez mil o incluso once mil libras en el desastre de la charcutería con Caroline y, aunque odiaba decepcionar a Emma, no podía perder más dinero. Además, quería ayudar a equilibrar nuestra economía para que fuera más viable para Mark trasladar su empresa. Reducir la presión que había sobre él para que pudiera permitirse perder algunos clientes.
Luego, me sobrevino esa sensación punzante que se siente cuando te observan y, al girarme, vi a Mark de pie en el umbral de la puerta. Es raro, ¿verdad?, que sepas cuándo alguien te está mirando. Su pelo se arremolinaba formando pequeños cuernos y los pantalones del pijama le caían sobre sus caderas. Me encontré a mí misma mirándole el cuerpo y me di cuenta de que había perdido algo de peso. Su estómago parecía más tonificado… Todo ese golf.
—¿Me comporté como una idiota total en lo del negocio con Caroline?
La expresión de Mark se relajó.
—Sophie, son las tres de la mañana.
—Lo sé, pero no puedo dormir. Crees que no tengo ojo con la gente, ¿verdad?
—Te casaste conmigo. —Bostezó con ojos cansados. Sus pequeños remolinos eran adorables—. Vuelve a la cama. Por favor, Sophie. Ya lo hablaremos mañana.
—Te equivocas con Emma. Ella es buena. Además, no me quiero volver una persona cínica, de las que ven el vaso medio vacío. No quiero dejar de intentar cosas nuevas por lo que sucedió con Caroline. ¿No crees que sería una manera horrible de vivir la vida? Pensar solo cosas malas de la gente porque…
—Estamos en plena noche, ¿puedes volver a la cama, por favor?
Le miré el cuerpo de nuevo, pensando en que había rechazado comer helado y tarta un par de veces cuando estuvimos en Cornualles. ¿Estaba intentando perder peso porque me había metido con él hacía un tiempo? Me sentí culpable al principio y, luego, conmovida, hasta que por último, me noté agitada. Le sonreí y él me sonrío. Volví a la cama. Para sorprenderle. Para sorprenderme.
Después, cuando él ya se había dormido, desnudo, seguí comiéndome la cabeza un poco más. Cuatro de la mañana. Cinco. Hasta que Ben apareció de pronto al lado de la cama con el uniforme del colegio puesto.
—¿Qué haces, Ben? Es domingo. No empiezas el colegio hasta mañana.
—Estoy practicando.
Abrí los ojos con lentitud. Estaba muy mono, pero la sudadera verde oliva era demasiado grande. Tenía que haberle cogido una talla más pequeña. El polo blanco se le retorcía en el cuello y no se había cerrado la cremallera de los pantalones grises, que eran demasiado largos.
—Estás genial, cariño. —Tendría que sacar el costurero. Maldita sea. El dobladillo de los pantalones no era mi fuerte—. Ahora ponlo todo en la percha y vuelve a la cama.
—No puedo. Estoy muy nervioso. —Fue hacia el espejo doble del armario con el pecho levantado lleno de orgullo—. ¿Puedo comer en el cole?
—Creía que habíamos dicho que te llevarías sándwiches.
—Theo dice que te dan pudin en el comedor.
—Pero él no empieza el colegio hasta el año que viene.
—Me gusta el pudin.
En ese momento, el bolso vibró en el suelo. Bien enseñado, Ben atravesó la habitación, cogió el móvil y me lo dio en la cama mientras Mark abría los ojos.
Por fin: Emma.
«Perdona por estar ausente. Tengo mucho que contarte. Nos vemos a las once en Hobbs Lane».
Dejé el móvil en la mesita de noche mientras Mark se removía a mi lado. Saqué las piernas de la cama y balanceé los pies sobre la moqueta. Caminé para apartar las cortinas ligeramente, tratando de ver el tiempo que hacía, pero, en lugar de eso, vi algo extraño. Un hombre alto con el pelo rizado, medio canoso, medio rubio, estaba junto a la iglesia, haciendo fotos. Al principio, parecía cautivado por la propia iglesia. No era extraño, ya que se trataba de una construcción espléndida: la parte original era del siglo XIII, con una vidriera majestuosa. Pero el hombre, que llevaba una chaqueta negra, se giró con la cámara y comenzó a hacer fotos a las casas. Y a los coches…, incluido el nuestro.
Tuve una sensación extraña, como si una pluma me rozara la piel. Cuánto más le miraba, más me acariciaba la pluma, porque había algo conocido en esa imagen. En la cámara y en el hombre.
—¿Puedo comer en el comedor, mamá?
Solté las cortinas, segura de que ya había visto a ese hombre.