Capítulo 20
Antes
Mark no tenía hambre, pero sabía que Malcolm sí la iba a tener.
Malcolm tenía siempre hambre, era una de esas personas odiosas con el gen de la delgadez. Mark decía que había sido afortunado con su metabolismo, aunque la teoría de Sophie era que tomaba cocaína, como muchas de las personas del mundo creativo con las que solían salir en la ciudad.
Mark miró el menú. Madre mía. A veces deseaba tomar algún tipo de droga. No, no quería decir eso. Una punzada de culpabilidad le invadió mientras se imaginaba a Ben con las cuerdas de la cometa enredadas en la playa el fin de semana anterior. No. Para nada.
Perfecto. Un filete y ensalada. Resistiría ante la insistencia de Malcolm de que comiera unas patatas fritas y saliera a correr por la tarde. Pasó la mano por la camisa para alisar el tejido mientras, en secreto, se tocaba el estómago. Hubo un tiempo en el que podía comer todo lo que quisiera, pero ya no.
«Por Dios, Mark, te está saliendo barriga» le había dicho Sophie en Cornualles el año anterior. Había fingido que le había hecho gracia, pero, por dentro, se había muerto de vergüenza, sobre todo al confirmar en el espejo del baño que tenía toda la razón. Al parecer, el golf ya no era suficiente.
Mark miró hacia los cubiertos hasta que el destello del metal comenzó a desvanecerse. Cornualles. Pensó en lo mucho que significaba para Sophie ese pequeño paraíso en el que hacía millones de años ambos parecían distintos. Madre mía, daba miedo cuánto la seguía queriendo. Cómo, algunos días…
Se dio cuenta de que estaba moviendo el estúpido pie y abrió las piernas mientras colocaba de otra forma los cubiertos en la mesa.
—Alegra esa cara, tío. ¡A lo mejor nunca ocurre! —Malcolm, con una sonrisa que mostraba las fundas de los dientes, destacaba a su lado con su traje de Hugo Boss y su camisa de seda rosa salmón. Tan odiosamente delgado.
—Dios, me has asustado, Malc. Lo siento, estaba en mi mundo. Me alegro de verte, tío.
Se dieron la mano durante un segundo antes de que Malcolm, todavía de pie, retrocediera para coger un menú.
—Madre mía, estoy muerto de hambre. ¿Ya has pedido?
Mark sonrió.
—No, todavía no. Estaba pensando en tomar solo un filete y ensalada porque tengo una cena después con un cliente.
—¿Alguien a quien conozco?
—No.
Entonces, Mark se sintió avergonzado por la mentira, por lo que parpadeó y, a modo de distracción, se centró en las minucias de la caótica semana de Malcolm y de su vida amorosa, que había tomado un giro inesperado cuando «la elegida» había puesto fin a la relación para aceptar otro puesto en Nueva York.
—¿Por qué las mujeres son tan poco predecibles? Tuviste suerte con Sophie.
—¿Crees que no lo sé?
Pidieron vino tinto, cosa de la que Mark sabía que, luego, se iba a arrepentir, aunque por el momento tenía un propósito: calmarle los nervios.
—Bueno, Malcolm, ¿en qué situación estamos en cuanto al dinero?
—¿Quieres la respuesta como amigo o como contable? —Malcolm estaba untando dos raciones de mantequilla en una rebanada de pan pequeña.
—¿Ponerte las dos etiquetas sería demasiado complicado?
—Es lo que te dije por teléfono. Ahora es el peor momento para hablar sobre retirar dinero de la empresa. Acabas de expandirte. Cuando comprobamos todas las cifras para las nuevas oficinas el año pasado, creía que lo habías entendido. Es un proyecto quinquenal sólido. Vas bastante bien encaminado a nuestro objetivo, por lo que no hay nada de lo que preocuparse, pero no tenemos mucho margen en este momento.
—Ya lo sé. Y aprecio todo lo que has hecho. Pero no vi venir los problemas en Devon que están alterando a Sophie. Le han afectado mucho.
—Llévatela de vacaciones una larga temporada. A las islas Mauricio… —dijo con la voz distorsionada mientras masticaba el pan—. Bastante más barato que volver a reformular todo el maldito flujo de fondos.
—De acuerdo, Malc. Las cartas sobre la mesa. Estoy cansado de tanto conducir. Lo de vivir separados entre semana no funciona. Sophie necesita que esté allí más tiempo. Ni siquiera se plantea lo de vender la casa de Devon. Entre tú y yo, tiene una nueva amiga que no es una buena influencia, pero Sophie no quiere oír hablar de eso. Quiere demorarlo; sigue pensando en que traslade la compañía, cosa que no puedo hacer. Estaba planteándome dejar la casa de Devon como nuestro segundo hogar: para vacaciones, para alquilarla y para mudarnos de nuevo allí en el futuro. Mientras, necesito ganar dinero y conseguir una casa decente más cerca de Londres.
Malcolm cogió aire con fuerza.
—Alquila.
—No, Malcolm, quiero que hagas cálculos. Cifras grandes. Descubre cuánto puedo ganar con la empresa como aval. Rédito, préstamo, me da igual cómo lo hagas.
—¿Sophie piensa que es una buena idea?
—Te lo he dicho, no ve las cosas claras, Malc. Necesito dejarla fuera del juego durante un tiempo. Si no, se preocupará y dirá que no. Ya sabes por lo que pasó después de que naciera Ben. No quiero hacer nada que nos devuelva a ese punto. Por eso necesito esto.
Malcolm puso una mueca y se detuvo. Los ojos de los dos amigos se encontraron y Mark se preguntó si su colega recordaba lo peor de todo. Hubo dos semanas en las que la depresión de Sophie había sido tan fuerte que Mark había tenido que llevar a Ben a casa de su madre mientras intentaba compaginarlo todo: los negocios en Londres, Sophie, el bebé… Malcolm había sido su pilar, se había pasado todas las noches al otro lado del teléfono, apoyándolo.
—Muy bien, tío. Lo entiendo. Pero no estaría haciendo bien mi trabajo si no te avisara de que este movimiento no es muy inteligente. Para la empresa, no. Lo digo con la etiqueta de contable puesta.
—Lo capto, Malcolm, pero soy lo suficientemente mayorcito como para preocuparme yo solo. Necesito que veas qué se te ocurre, ¿sí?
—De acuerdo, pero las tasas de interés caerán. Dame unos días. —Malcolm comenzó a extender la mantequilla sobre una segunda rebanada de pan, empequeñeciendo los ojos—. Está claro que una mejor inversión sería que te compraras un piso en Londres, en lugar de esa caja de zapatos que tienes alquilada. Ya lo sabes.
—No va a trasladar a Ben a Londres.
—¿Me pongo la etiqueta de amigo? —Mark se encogió de hombros, jugueteando con su servilleta—. Todos tenemos envidia de ti y de Sophie, como ya sabes. Del grupo, eras el que lo tenía todo resuelto. No me parece un plan brillante jugar a reinventarte dejando a Sophie de lado.
—Lo entiendo y espero que me escuche, pero créeme, lo hago por ella. Ahora mismo no se encuentra bien, no piensa con claridad. Se ha hecho muy amiga de esa mujer sobre la que hay un rumor por el pueblo que Sophie no cree. No escucha. Me necesita, Malcolm. Es la única manera de conseguirlo y, a la vez, mantener los negocios a flote.
La expresión de Malcolm cambió. Inclinó la cabeza hacia un lado antes de mostrar las palmas de las manos, rendido.
—Está bien. Se acabó la clase. Tus negocios, tu decisión. Pero ahora me toca a mí. Comida. Sin peleas, tío. Vamos a pedir filete con patatas. Y postre.
—Ay, no creo que pueda, Malcolm. En serio, como te he dicho antes, tengo una cena después.
—Tonterías, mi buen amigo. Tienen pudin de caramelo.