Hoy

17.15


¿Qué diablos?

Al principio, el tren reduce la marcha y, luego, chirrían los frenos.

Miro a mi alrededor en el vagón cuando finalmente nos detenemos.

Los pasajeros se inclinan a un lado y a otro para conseguir ver desde distintos ángulos a través de las ventanas.

—¿Por qué nos hemos parado? —Me doy cuenta de que es una pregunta estúpida, pero no me importa mucho. Estamos entre dos estaciones, a solo diez minutos de llegar a la siguiente. Esto no tiene sentido…

Varias personas se encogen de hombros, cohibidas. Los pasajeros de los asientos junto a las ventanas siguen forzando los cuellos, pero nadie ve lo que pasa delante del tren.

—No podemos pararnos. En serio, no podemos pararnos aquí… —Aprieto con tanta fuerza los puños que me clavo las uñas en las palmas de las manos. Varios pasajeros se miran entre sí con una expresión que muestra que están tan preocupados por mí como por la parada imprevista.

No me importa; la rabia y la confusión se pelean en mi estómago. Todas las noticias desde el hospital continúan siendo confusas, el equipo médico aún no sabe qué niño es quién. En la última llamada, se me ocurrió que podía mandarles una fotografía, tomando prestado de nuevo el teléfono de esa mujer. Pero ya era demasiado tarde: estaban operando a ambos, lo que significa que no se sabe cuál de ellos va a perder el bazo, quién es el que está en mayor peligro…

Finalmente, se produce un crujido en el interfono. Una débil voz de hombre aparece a continuación. ¿El conductor? ¿Un vigilante? Quién sabe…

—Señoras y caballeros, sentimos mucho este retraso. Al parecer, tenemos algunos problemas de señalización. Estamos a la espera de novedades y se lo haremos saber en cuanto tengamos más información.

Miro el reloj. Quedan todavía unas dos horas de camino.

Miro por la ventada de nuevo. Primero, hacia la izquierda, luego, hacia la derecha, tratando de adivinar dónde diablos estamos.

En mitad de la nada, ahí es donde estamos. En el campo, una vaca se gira para atraer mi atención, como para confirmarlo.

¿Surrey? ¿Somerset? Solo Dios lo sabe.

Cojo mi ridículo teléfono y camino hacia el pequeño pasillo que conecta los dos vagones.

Marco el número que el sargento de policía me ha dado antes. Exasperadas, las puertas automáticas no dejan de abrirse y cerrarse, y tengo que moverme para hacerlas parar. Por fin contestan, pero es un agente diferente. ¡Por Dios! Gasto un tiempo valioso en intentar explicarle quién soy y todo lo ocurrido.

El nuevo policía consigue entenderme finalmente y me dice que tendré más información cuando llegue al hospital. Quizás ellos puedan enviarme un coche a la estación, si me sirve de ayuda para cuando llegue, pero siempre suele haber muchos taxis…

—No, no, ese es el problema. Por eso llamo. Mi tren se ha detenido y estamos en medio de la nada. No sé por qué…

—Lo siento. —Se produce una pausa—. Madre mía, ¡qué frustración! Debe de estar de los nervios…

—Pero ¿no puede hacer nada?

Otra pausa.

—No le entiendo. ¿Qué querría que hiciéramos? ¿Cómo piensa que podríamos ayudarle?

—Bueno, no lo sé. —Me muevo y las estúpidas puertas automáticas vuelven a activarse. Por alguna razón, la palabra «helicóptero» me viene a la cabeza—. Un helicóptero. ¿Pueden enviar un helicóptero? Que me recoja en el tren y me lleve al hospital. La policía tiene helicópteros, ¿no? —Miro hacia el campo, al lado del tren, a las vacas, y me imagino a mí misma moviéndolas para que haya espacio para el aterrizaje…

—¿Un helicóptero? —El tono con el que lo dice hace que quiera echarme a llorar de nuevo. Sé que suena ridículo, pero no me importa. Me da igual lo que piense todo el mundo—. Lo siento, no es un medio que podamos usar en este caso. Pero si el tren se ha retrasado, quizás podamos enviar un coche patrulla. ¿Dónde se encuentra?

—No lo sé. No nos han informado de lo que ha pasado.

Me dice que le vuelva a llamar en cuanto sepa algo más para contarle las novedades y que así puedan tomar una decisión. Le pregunto de nuevo qué saben del accidente. ¿Qué ha ocurrido exactamente con Ben, con los dos chicos?

Hay una pausa mucho más larga. Estoy harta. Desesperada, le digo que quiero hablar con la inspectora de policía Melanie Sanders porque ella querría que se le informara de esto.

«Madre mía, ¿no se da cuenta de lo que ocurrió en Tedbury? El verano pasado… ¿De mi implicación en eso?». Me miro las manos y lucho contra el pánico mientras recuerdo la escena. Sangre. Un cuchillo…

Mi tono es casi histérico, pero estoy bloqueada. Dice que llevar a los niños al hospital ha sido lo prioritario. El tratamiento. Están intentando reconstruir los hechos, pero la inspectora Sanders está ocupada. Dice que obtendré más información cuando llegue al hospital.

—Pero estoy encerrada en este maldito tren. Necesito saberlo ya…

Más trivialidades.

—Mire, tienen que mantenerla alejada de los niños.

—¿Perdone?

Bajo la voz:

—Emma Carter. Está involucrada en el accidente. Creo que también la están operando, pero no lo sé seguro por la confidencialidad de datos. No me lo quieren decir. Pero tienen que mantenerla alejada de los chicos. De ambos. De mi hijo, sobre todo. Insisto en que la mantengan alejada de mi hijo. Ben. ¿Me escucha? Quiero que lo apunte. Hay un cambio en su tono de voz. Me hace una serie de preguntas que no puedo contestar. Percibo que piensa que estoy histérica, incluso desequilibrada. Me recuerda que el hijo de Emma Carter también ha resultado herido. Esperan que pueda identificar a los niños cuando vuelva a estar consciente…

—No, no, esa es la cuestión. No tienen que hacer eso, que no se acerque a ellos…

Dice que entiende que esté tan preocupada y frustrada y que le dirá al agente que lo está investigando que me llame cuando haya más noticias, que está apuntando lo que le estoy diciendo, que me informarán de todo en el hospital.

—¿Usted no es el agente investigador?

—No.

—Entonces váyase a la mierda, ¿me entiende…? ¡Váyase a la mierda!

Cuelgo y vuelvo a intentar hablar con la clínica. Vamos. Vamos. Está ocupado.

Después, lo intento con Heather. Directo al buzón de voz.

No puedo contenerme. Abro la ventana y extiendo la mano hacia el manillar de la puerta. Cerrada. Me miro la mano y lo veo otra vez. El color rojo, la sensación de la sangre densa y caliente entre mis dedos. Esa expresión en los ojos. El cuchillo…

Luego, siento la brisa. La lluvia. Traslado la maleta hacia la puerta para subirme a ella. Va a ser difícil…

«Ay, por Dios. Miren a esa mujer. Está saliendo por la ventana».

Me doy cuenta de que la caída hasta la zona de hierba no es tan temible como pensaba. Al tercer intento, lo consigo.

Salgo del tren.