Capítulo 31

Antes


—Estoy bien, en serio.

Una y otra vez repetí eso en voz alta y en voz baja en mi cabeza. Los días siguientes trajeron consigo una procesión de empanadas de pescado y de alboroto. Todos parecían desear alimentarme.

«Quiero decir, no es como si hubiera tenido un aborto. En realidad, no». Les seguía diciendo eso a Mark y a Helen por separado. De acuerdo, tendría que llevar a cabo el horrible proceso para limpiar el útero, pero era demasiado pronto, no había podido ser nada. «¿No lo creéis? En realidad, no. Supongo que se lo hacen a todo el mundo, incluso a personas que se hayan confundido con las fechas. Probablemente eso sea lo que me ha pasado a mí».

Tenía la sensación de que si todos dejaran de montar escándalo y se dieran cuenta de que no era para tanto, estaría bien. Pero no dejaba de descubrir a Helen y a Mark susurrando al entrar en una habitación o intercambiándose miradas. Me estaban enfadando tanto que, al final, hice una tontería.

—No es que no esté agradecida, Helen. Has estado genial, pero necesito arreglármelas yo sola. —Incluso según salían las palabras de mi boca, no sabía por qué le estaba diciendo eso, por qué la estaba echando—. No le digas ni una palabra a Mark, pero voy a seguir adelante con la búsqueda de trabajo. Voy a parar lo de la charcutería y ver qué opciones tengo. Además, quiero ayudar a Emma con Theo porque sigue sin hablar, el pobre, y estoy muy preocupada.

Durante un tiempo, Helen se resistió a marcharse, pero comencé a ordenar la casa, impidiendo que me ayudara. «Estoy bien, en serio, necesito hacer algo». Al final, puso las cosas en su maleta de cuero y en su bolsa de tela de la que tanto me había reído; no sé quién de las dos parecía más a punto de echarse a llorar, si ella o yo.

—¿Seguro que no quieres que me quede un poco más?

—No, estoy bien.

—De acuerdo. Te llamaré todos los días y me cogerás el teléfono, ¿sí?

—Sí.


Me metí de lleno a ayudar a Emma con Theo y me di cuenta, mientras lo hacía, de por qué necesitaba que Helen se fuera.

—¿Ya se ha ido Helen?

—Sí, Emma.

—Ah, bien. Supongo que tendría que ponerse al día en Cornualles. Una mujer encantadora. Pero bastante mayor que nosotras. No me había imaginado, al decirme que os llevabais tan bien, que sería tan mayor…

Las noticias sobre Theo no eran buenas. Emma había intentado obligarle a volver a la guardería, pero había fracasado estrepitosamente. Al parecer, había convencido al personal de que lo desprendieran de ella aunque estuviese llorando. Esperaba que «volviera en sí» cuando ella desapareciese de su vista, pero una hora más tarde la llamaron diciendo que seguía desconsolado. Escuché por otra madre que uno de los críos se había puesto el uniforme de policía de la caja de disfraces y que Theo se había vuelto loco.

Emma seguía intentando restarle importancia: su estrategia era aguantarlo. ¿Respecto a mí? No sabía qué pensar ni qué aconsejarle.

—Debe de haber algo que no sabemos. —Había cometido un error al decir eso en voz alta mientras Helen seguía en casa y me había arrepentido enseguida porque, aunque yo me refería a algo externo, como que quizás algún crío había acosado a Theo de verdad, la respuesta de Helen me alarmó.

—Mira, no quiero meter la pata con esto, Sophie, pero ¿estás segura de que no ocurre algo en su casa que no sepamos?

No me había gustado su tono. Y menos aún la siguiente sugerencia de Helen: la negativa de Theo a hablar con cualquiera que no fuera Ben y, con él en raras ocasiones parecía un caso de mutismo selectivo. No había querido intervenir antes, dijo, pero conocía casos como esos por un amigo de su marido que trabajaba en psicología psiquiátrica. Si estaba en lo cierto, definitivamente necesitaría la ayuda de un experto, porque se desencadenaba casi siempre a causa de una ansiedad extrema.

No había escuchado nunca lo del mutismo selectivo y rechacé el diagnóstico de aficionada. Era la primera vez que Helen me había enfadado. Estaba tan claro que no le gustaba Emma que me pregunté si, como todos los demás, también ella le tenía un poco de envidia.

—Estoy segura de que lo dices con buenas intenciones, pero Emma es una buena madre. Lo que sea que le ocurre a Theo no tiene nada que ver con ella, con nada de casa. Estoy segura de eso. Le protege muchísimo de la ansiedad. Está destrozada con lo que está pasando.

—Claro. No estoy diciendo que sea culpa suya deliberadamente. Mira, lo siento si he dicho algo que te haya molestado. Solo creo que, si Theo sigue sin hablar, necesitaría ver a un médico. Con todo por lo que has pasado, no creo que sea algo a lo que te debas enfrentar ahora mismo. Podría ser mucho más complicado de lo que crees.

—Oye, estoy bien, Helen, en serio.

Supongo que por eso necesitaba que se marchara, por si le decía lo mismo a Emma y la preocupaba. Seguía sorprendida de que no se hubieran llevado bien, aterrorizada por la idea de que discutieran abiertamente.

Entonces, dos cosas inesperadas ocurrieron que me animaron, que me hicieron abandonar todos esos pensamientos internos tan poco saludables.


La primera fue una furgoneta de mudanzas que ocasionó un altercado temporal por el acceso a Balfour Street. La furgoneta estaba medio aparcada sobre la acera, delante de la casa de color rosa claro de los Hartley, bloqueándoles el camino a un tractor y a un remolque que intentaban llevar heno a una granja al otro lado del valle. Los dos conductores tuvieron una discusión bastante acalorada hasta que una mujer de pelo blanco intervino desde un Volkswagen Polo que estaba estacionado al final de la calle.

Yo me encontraba en la oficina de correos comprando unos sellos, observando todo eso a través de la ventana, cuando alguien en la cola identificó a la mujer como la madre de Gill Hartley.

No es que hubiera dejado de pensar en ella o que no siguiera viendo la escena cada noche mientras intentaba dormir —la sangre en las paredes, en mis manos, por todos mis sueños—, sino que no me permitía pensar en los familiares, en los otros que cargaban la tragedia con más cercanía y peso en sus corazones.

La madre de Gill. Por Dios…

Según los nuevos rumores en Tedbury, las dificultades financieras para cubrir la hipoteca mientras Gill seguía en coma habían forzado a la familia a alquilar la casa. Los bancos y las facturas no esperan, sea cual sea la desgracia.

«¿Quién diablos querrá vivir en esa casa después de lo que ha ocurrido ahí?», le había dicho una y otra vez a Mark y a Helen por teléfono. Vi mi pregunta contestada antes de lo que había esperado. Tres días más tarde, una joven pareja con dos hijos pequeños comenzó a descargar sus muebles y las cajas de una enorme caravana de alquiler.

—No me lo puedo creer. ¿Cómo van a dormir por las noches? Y con dos niños pequeños. —Mis llamadas nocturnas a Mark se hacían cada vez más largas. Balbuceos y trivialidades. Los planos para el aparcamiento del pueblo, el tiempo, la tasa de interés de nuestros ahorros, que volvía a ser negativa. Llenaba todos los silencios tan rápido como podía con rumores y tonterías porque ninguno de los dos era capaz de hablar de la única cosa que deberíamos tratar: el bebé que se había ido, ¿que nunca había existido?

El segundo hijo que no me dejaban tener…

—¿Crees que los nuevos inquilinos no lo saben? Supongo que vendrán de fuera de la región, no hay manera de que lo sepan. Aunque me sorprende la madre de Gill. Me parece un poco sospechoso moralmente que no les haya dicho nada a los nuevos arrendatarios si son de fuera de la región, ¿no crees?

Este misterio también se resolvió más rápido de lo esperado, cuando me encontré a mí misma de pie junto a la nueva residente el lunes siguiente en el patio de la escuela. Para mi sorpresa, los dos niños estaban vestidos con el uniforme verde y gris y, aunque claramente nerviosos, dejaron que sus nuevos profesores les presentaran a sus clases. La niña más pequeña iría con Ben y el hijo mayor, a primero de Primaria.

—Espero que les vaya bien. —La voz de la madre era casi un susurro, por lo que al principio no sabía si me lo decía a mi o a sí misma.

—Oh, seguro que estarán bien. Es un buen colegio. Soy Sophie, por cierto. Mi hijo Ben está en preescolar. La profesora es muy agradable.

—Bien, gracias. Soy Charlotte. Charlie para la mayoría de la gente. Nos acabamos de mudar.

—Sí, lo sé.

La mujer echó a andar conmigo mientras nos movíamos hacia la puerta.

—Supongo que la gente estará un poco sorprendida.

—¿Perdón?

—Por mudarnos a la casa tan pronto.

—Entonces ¿sabéis lo que ocurrió?

—Ah, sí. Espero que no pienses que somos unos insensibles, crueles o algo así. No voy a ocultarte que nos lo pensamos dos veces. Y, claro, nos preocupaba la reacción de los críos, pero, para serte franca, llevamos años intentando llevarlos a un colegio decente. No nos podemos permitir comprar una casa en cualquier sitio y a nuestro hijo lo acosaban en el último colegio. Nos enteramos a través de un amigo de que el sitio se alquilaba. Lo sopesamos todo y… —Me giré para examinar la cara de la mujer. Su piel estaba seca y tenía arrugas por la edad. No llevaba maquillaje. El pelo largo y liso, sin ningún estilo y decolorado. Llevaba unos vaqueros y una sudadera gris sin forma y parecía agotada—. Supongo que piensas que somos unos aprovechados. —No tenía ni idea de qué decir. Me pregunté si alguien les habría dicho que fui yo la que los encontró—. Nosotros no los conocíamos, por lo que no lo sentimos como algo personal. Lo han limpiado a fondo, han cambiado las alfombras y el resto de cosas. Quiero decir, todas las casas deben de tener algo de karma negativo, ¿no crees? Sobre todo las antiguas. —Sonaba como un discurso que se había preparado.

—¿Y los niños? —No me podía imaginar la conversación.

—No se lo hemos contado.


Mis peores miedos se confirmaron cuando Ben llegó a casa.

—¿Crees en fantasmas, mamá?

—No, ¿por?

—Bueno, todo el mundo dice que el hombre muerto va a perseguir a esos niños nuevos por haberse mudado a su casa.

—No seas tonto. Ben. Espero que nadie los haya molestado. No es agradable, ¿verdad? Son nuevos y es probable que estén nerviosos.

—Yo no he dicho nada. Pero Emily Price dice que el hombre muerto es ahora un fantasma. Dice que había mucha sangre y que tú lo viste. ¿Lo viste, mamá? Porque si es mentira, la voy a pegar por ti.

—Ya basta, Ben. Nadie tiene que pegar a nadie. Sobre todo a las chicas. Nunca. —Comencé a rallar parmesano con fuerza y con las manos temblorosas sobre su bol de pasta—. Oye, Ben, pasan muchas cosas tristes en las casas, pero no existen los fantasmas. Y las casas, los lugares y las personas pueden volver a ser felices, incluso después de que algo malo o triste haya sucedido. No importa lo que ocurriera en el pasado.

—¿No? —Ben me miró intensamente y poco convencido—. Bueno, sigo pensando que da miedo. Espero que no me invite a jugar, porque no voy a ir. —Abrió mucho los ojos—. Sobre todo, en Halloween.


La segunda distracción inesperada surgió a la mañana siguiente, de la mano de una llamada misteriosa de la secretaria de Mark, Polly. Tenía un mensaje de ella para que contactara con mucha urgencia a una mujer de la que nunca había oído hablar. Anoté el nombre, Emily Gallagher, pero no supe situarla, ni tampoco reconocí el número.

—¿Está el señor Edwards con usted en este momento? —Emily comenzó a hablar entre susurros, añadiendo intriga a la situación.

—No, ¿por qué?

—Bien. —Emily Gallagher me hizo jurar que guardaría el secreto antes de explicarme que formaba parte del equipo organizativo de la próxima gala de los Premios Nacionales de Publicidad Puffa-Flakes en Londres y que estaban decepcionados porque el señor Edwards no pretendía ir ese año.

Mi respuesta inmediata ante eso fue la irritación. Supuse que el número de participantes para los premios era bajo y que el equipo de eventos estaba molesto porque Mark no quisiera gastarse la herencia de nuestro hijo en un champán de consolación.

—Necesito su total discreción, señora Edwards, porque es de extrema confidencialidad. El asunto es que necesito que entienda que sería… ¿Cómo decirlo…? Sería una pena que este año su marido no viniera.

Me senté en el asiento de la ventana, mirando hacia la plaza.

—¿Una pena?

—Provocaría un… eh… hueco.

Sentí que me cambiaba la expresión a una más curiosa.

—¿Me está diciendo que ha ganado el premio? —Me giré hacia la habitación.

—Bueno, no se me permite decir nada con más precisión, claro.

—¿Cómo de grande es el hueco?

Se produjo una pausa larga.

—Mire, solo le puedo decir que habría un hueco muy grande en la gala y que se arrepentiría mucho mucho de no haber venido.

Agencia del Año. Madre mía. Tenía que ser Mark el que había ganado el premio a la Agencia del Año. No me lo podía creer.

—Haré que vaya.

Telefoneé a la secretaria de Mark enseguida y le dije que había habido cierta confusión con la agenda familiar y que tenía que reservar de inmediato dos mesas en la ceremonia de los premios. Debía ser una sorpresa, remarqué, por lo que él no tenía que enterarse de mi llamada. Sus trabajadores se merecían una recompensa y él también.

—Organiza a los invitados y reserva un sitio para mí también, pero no se lo digas a Mark. Usa mi tarjeta de la compañía. Tiene demasiado encima y pensaba que le coincidía con algo que debía hacer en casa.

La gala era el miércoles siguiente, al cabo de una semana. Durante años había rechazado ir con Mark a esos eventos, en parte por Ben, pero sobre todo porque ambos odiábamos todo el drama de sonreír con los dientes apretados cuando la preselección no daba sus frutos. El síndrome del finalista había perdido su valor desde esa primera cena de premios en la que nos habíamos conocido.

Puse las piernas sobre el asiento de la ventana y sentí una oleada de algo poco conocido. Me llevó un tiempo darme cuenta de lo que era. Felicidad. Estaba tan contenta por él, orgullosa. Mark se lo merecía después de todas las horas de coche por la carretera y era justo lo que necesitábamos en ese momento.

¿Qué iba a hacer con Ben? Ese día era fiesta. Estaba arrepintiéndome de haber hecho que Helen empaquetara sus cosas tan rápido cuando sonó el timbre. Era Emma, con Theo al lado, que sostenía un arco muy grande y una flecha.

—¿Qué pasa, Sophie? Parece que estás a miles de kilómetros.

—No te lo puedo decir.

—No digas tonterías. Claro que me lo vas a contar.