Capítulo 12
Antes
Matthew Hill estaba cortando un plátano grande en pequeños trozos mientras miraba a su hija en la trona. Llevaba cuatro años fuera del cuerpo policial y uno como padre. No podía creerse el cambio drástico que había dado su vida.
—¿Quieres que le ponga plátano a la tostada, cariño? —Ya sabía cuál iba a ser la respuesta porque su hija, de momento, solo tenía una palabra en su vocabulario.
—No. —Ella sonreía.
Matthew intentó sonreír también, pero lo hizo con los dientes apretados. Tras meses preguntándose si la primera palabra de Amelie sería «mamá» o «papá», la realidad les había golpeado a él y a su mujer.
—Quieres decir «sí», ¿verdad? Te gusta el plátano. Di: «Sí, papá».
—No.
Puso el plátano en el plato de princesas rosa brillante de su hija, junto con las tiras de tostada. Amelie, aún radiante, se lo comió inmediatamente.
—¿Ves? Querías decir «sí». A Amelie le encantan los plátanos. «Sí».
Seguía sonriendo mientras masticaba el desayuno, mostrándole a su padre un trozo de plátano aplastado entre sus dedos para que él lo viera. Matthew se inclinó hacia delante y comenzó a hacer exagerados sonidos de mordiscos, fingiendo que se comía el desastre aplastado antes de servirse otra taza de café. Cinco minutos más tarde, cuando Sally volvió de echarle gasolina al coche, le dio la bienvenida con su nueva teoría sobre el vocabulario contradictorio de su hija mientras encendía la tetera.
—¿Crees que le decimos a Amelie demasiadas veces que no? ¿Será ese el problema?
—No, Matt. El problema es que tiene la mitad de tus genes.
Golpeó su hombro contra el de su mujer, juguetón, y le sacó la lengua antes de acercarse al fregadero para lavar la cafetera y rellenarla con granos de café frescos.
Matthew vio como su mujer se inclinaba para darle con delicadeza un beso en la frente a su hija. Le volvió a atrapar esa leve sensación de incredulidad.
Sus dos chicas preciosas.
Buscó en su teléfono las notas de aquel día al tiempo que preparaba las bebidas. Su vida como detective privado no era lo que esperaba, pero tenía algunas ventajas significativas. Al menos podía organizar sus horas de trabajo alrededor de los planes de Sal. Llevaba con la agencia el tiempo justo para poder elegir de vez en cuando los trabajos. Comenzaban a aumentar las consultas sobre temas de seguridad, lo que significaba —«¡aleluya!»— que podría desconectar de los temidos divorcios. ¿Ese día? Tenía dos casos de personas desaparecidas. Bien, eso le gustaba.
—¿Algún paseo esta mañana? —Sal estaba colgando el abrigo del respaldo de la silla. Caminar era el otro escalón que su hija tampoco había superado, dispuesta a seguir con las ventajas que ello conllevaba.
—No, solo ha arrastrado el culo. Mi teoría es que va a pasar directamente a correr, ¿a que sí, Amelie?
—No.
Ambos soltaron un pequeño resoplido: una media carcajada de amor, exasperación y preocupación, todo incluido en el mismo nudo parental.
Matthew dejó a un lado el móvil y cogió el mando a distancia para ver las noticias. Zapeó a través de los canales de la pequeña televisión de la cocina antes de toparse con una imagen familiar del pueblo. Un periodista hablaba de los últimos datos conocidos sobre el caso Tedbury. Matthew sintió una incómoda tensión interior que le hizo elevar el volumen.
—¿Ese no es el sitio en el que tuviste un caso? —Sal le añadió leche a los cafés recién hechos.
—Shhh. —Matthew escuchó con atención mientras el reportero confirmaba la identidad del hombre al que habían matado—. Jolín, eso no es bueno.
—¿Por qué… «jolín»? ¿Qué pasa? —Los dos se habían tenido que acostumbrar a no decir palabrotas delante de su hija por miedo a que aprendiera a soltar taco antes de que se dignase a decir «mamá» o «papá». Matthew estaba intentando procesar esa nueva información. ¿Antony Hartley? Sintió cómo se le arrugaba el ceño profundamente y cogió aire con lentitud. Debía de ser una coincidencia. Tenía que serlo…—. Creía que estabas trabajando en un asunto relacionado con la planificación. Investigando. —Su mujer se había sentado al lado de su hija, la cual le ofreció compartir el puré de plátano.
—Lo era.
—Así que no está relacionado con este caso. Quiero decir, no estás metido en ningún lío, ¿no Matt?
—Espero que no. Seguramente sea una coincidencia poco afortunada, pero tendré que investigar un poco más para asegurarme de que no tengo que revelar ciertas cosas. A los de homicidios, me refiero.
Matthew torció la boca hacia un lado y empequeñeció los ojos. Tenía un amigo que trabajaba en la científica; tendría que comprobar si era un claro caso de violencia doméstica, sin ninguna tercera persona implicada…
—¿Seguro que no hay nada que me estés ocultando? —Su mujer parecía ahora más preocupada, por lo que Matthew compuso un gesto más alegre y serenó su expresión.
Desde que Amelie había nacido, había intentado quitarle importancia a sus preocupaciones del trabajo. Cuando estaba en el cuerpo, había visto muchos matrimonios disolverse. Pero no fue por eso por lo que abandonó la policía; Matthew Hill había dejado el cuerpo por razones en las que prefería no pensar.
En esos momentos, daba las gracias por lo que tenía y mantenía el trabajo separado de su vida familiar. Miró de nuevo a su adorable hija, que sujetaba un trozo de plátano aplastado en cada mano. Luego, se giró hacia su esposa, quien parecía seguir intranquila.
—Te prometo que si al final hay algo de lo que preocuparse, te lo contaré. —Sal giró la cabeza y le miró, poco convencida, por lo que Matthew se giró hacia su hija para pedirle—: Dile a mamá que deje de preocuparse, Amelie.
—¡No!