Capítulo 13
Antes
Miré los dos puzles que había sobre la enorme mesa de café. La Patrulla Canina para Ben y una escena costera para Mark y para mí. No habíamos avanzado mucho con el nuestro. El cielo, como siempre, era exasperante. Me puse de rodillas en el suelo, luego, me senté sobre mis talones, mirando las decenas de piezas azules idénticas que Mark había dejado a un lado.
«¿Por qué no pondrán más nubes, Sophie? Esto es ridículo…».
Lizard nos aficionó a los puzles: típico pasatiempo de unas vacaciones en una cabaña, pero bienvenido. Se había convertido en una costumbre, antes incluso de que naciera Ben. Durante nuestras primeras visitas, Helen se unía a nosotros algunas tardes, traía un buen vino y su ojo de halcón. Para sorpresa de Mark, colocaba rápido una pieza difícil que nos llevaba horas confundiendo. «¿Cómo lo haces? En serio, ¿cómo lo haces, Helen?».
Intenté colocar alguna de las restantes en la esquina superior derecha del puzle.
—Sois un desastre, mamá. —Ben estaba, de repente, de pie a mi lado.
—Muchas gracias, cariño.
—Yo casi he terminado el mío.
Miré el segundo puzle. Tenía el setenta y cinco por ciento completado, por lo que lo apreté contra mí y le di un beso en la frente como felicitación.
—Theo también es un desastre con los puzles. Siempre le gano.
—Bueno, Theo es un poco más pequeño, ¿recuerdas?
—Da igual, no importa. Los puzles son un rollo. Nos gusta más cuando nos dejas jugar en el móvil…
—Shhh. —Me puse el dedo en los labios, haciendo una mueca por nuestro secreto de «mala madre» justo cuando Mark apareció en el umbral de la puerta con dos mochilas y el equipo de críquet de playa.
—¿He oído algo de juegos en el teléfono?
—No. —Ben hizo una mueca.
—Entonces, ¿sigues estando demasiado cansada para unirte a nosotros? —Mark sonrió mirándome, antes de coger sus gafas de sol de la encimera de la cocina.
Solté un suspiro. Había intentado no molestarle la noche anterior, pero había sufrido insomnio y había acabado levantándome para preparar un té y leer un par de horas. Él suponía que se debía a los flashbacks de Gill y Antony, y así era. En parte. Pero no le podía contar lo nuevo que se me pasaba por la cabeza. No me atrevía…
—Sí, ¿te importa si no voy? Lo siento, Ben, pero mamá va a hacer el vago esta mañana. Prepararé un pícnic y, luego, me juntaré con vosotros. Os mandaré un mensaje cuando esté de camino y podemos jugar al críquet esta tarde.
—Está bien, cari. Relájate y nos vemos luego. —Mark cruzó la habitación para inclinarse a darme un beso, y me susurró que me había «pillado en lo de los juegos del móvil». Sonreí.
Sentía de verdad decepcionarlos, pero estaba mareada debido al cansancio. Además, lo veía todo un poco borroso a los lados, aunque no le iba a contar eso tampoco; no quería preocupar a Mark. Pensaba esperar hasta que se me pasara. Descansar.
Cuando oí que la puerta se cerraba, volví al sofá, puse las piernas sobre el respaldo y tiré de un trozo de algodón deshilachado del puño de mi camisón.
No me sorprendía que la escena de Gill y Antony me siguiera impidiendo dormir, había aceptado que me llevaría un tiempo asumirlo. Pero ¿cuál era el problema entonces? Me sentía confundida, porque ahora no eran solo los flashbacks de la casa de Gill los que me inquietaban. Observé la zona del acantilado en el puzle (más o menos un tercio completado) y fruncí el ceño.
La cuestión era que no podía ser ella a quien había visto el día anterior. O era su doble con la extraña coincidencia de que llevaba su abrigo o me lo había imaginado. De lo contrario, no tenía sentido. Pensé en mi cansancio y en el estrés. Sí. Lo más probable era que mi mente me hubiera jugado una mala pasada.
Sin embargo, curiosamente, no podía dejarlo ir, quería contárselo a alguien para aclararme las ideas. Intenté llamar a Emma de nuevo, pero me saltó el buzón de voz. Ya le había mandado dos mensajes y no quería parecer paranoica ni molestar.
Torcí la boca y me mordí los labios varias veces. Finalmente, busqué a Heather entre mis contactos, me puse el teléfono en la oreja mientras, a través de la ventana, el sol surgía de detrás de una nube para iluminar toda la habitación.
—Hola, Sophie. ¿Todo bien? —Parecía estar sin aliento, como si fuera andando—. Creía que ibas a descansar de todos nosotros.
—Perdona. Quería saber si había alguna noticia de Gill. El hospital no me dice nada porque no soy familiar suyo.
—Me sentí culpable por esa verdad a medias. Sí que me preocupaba el estado de Gill, pero no era por eso por lo que llamaba.
—Su madre dice que no se ha producido ningún cambio. Sigue en el coma inducido. Pero, en serio, cariño, necesitas dejar de pensar en eso, tomarte un respiro y descansar.
—Lo sé y lo estoy intentando. Me preguntaba si sabías algo de Emma. No consigo contactar con ella.
Se produjo una pausa.
—No es nada urgente. No me contesta al teléfono y quería comentarle una cosa.
Entonces lo recordé con más fuerza. El abrigo rojo y el pelo oscuro recogido, en lo alto del acantilado, mientras miraba hacia arriba comiéndome el sándwich de cangrejo junto a Helen. Sabía que no podía ser ella. Sabía que mi mente era un caos horrible. Cansada, engañosa. Pero la cuestión era que sí se parecía a ella, incluso de lejos… Incluso creía haber visto la luz del sol reflejada en la característica hebilla enorme de su cinturón.
—Ni idea, cariño. Ayer estuvo fuera persiguiendo a algún contacto de negocios. Me quedé con Theo todo el día, pero no sé dónde está ahora. ¿Quieres que la llame, que la busque?
Sentí un extraño escalofrío, confundida.
—No, no, esperaré. Se enfadará si se entera de que estoy preocupada. Le prometí que descansaría, que desconectaría. Por favor, no se lo cuentes.
—De acuerdo. Oye, estoy en el jardín y tengo prisa. ¿Seguro que estás bien?
—Sí, el descanso me está ayudando, lo necesitaba. A la vuelta te veo.
Dejé el teléfono a un lado y me quedé mirando un nudo en la madera del suelo desnudo hasta que me escocieron los ojos. La llamada había empeorado las cosas, en vez de mejorarlas. No sabía qué pensar…
Entonces sonó el timbre. Me alegré de ver que Helen se había dado cuenta de que los chicos se habían ido, y pronto apareció en la cocina con una bolsa de mejillones y dos cangrejos que metió en la parte superior de la nevera.
—Perdona por estar todavía en camisón. No he dormido muy bien.
—¿Flashbacks? —Se giró con una expresión que denotaba una preocupación real.
Asentí. Le preparé un café y yo me calenté agua con limón mientras jugueteaba con la idea de si debía o no decirle lo que se me pasaba por la cabeza. No podía compartirlo con Mark porque ya pensaba que mi amistad con Emma nos estaba separando demasiado, como para añadirle alucinaciones a la mezcla.
—En realidad, tengo que confesarte una cosa, Sophie, He venido porque estoy preocupada por ti. Ayer, en la playa… Nunca te he visto tan desorientada.
La miré a los ojos. No quería parecer delirante, paranoica. Ay, demonios, ¿qué tenía que perder? Helen no me iba a juzgar.
—Creo que me estoy volviendo loca. Ayer pensé de verdad que había visto a mi amiga Emma. En el acantilado, mirándonos. Es totalmente ridículo. Una equivocación, claro. No podía ser ella, pero me desconcertó porque mi cerebro en ese momento me decía que sí era ella… Casi como una alucinación.
Helen parecía muy preocupada.
—¿Por qué estabas tan convencida de que era ella? De lejos, mucha gente se parece. No lo entiendo…
Me quedé callada. Sabía que iba a sonar raro y esperaba ser sensata y asumirlo como lo que era, un error inofensivo e intrascendente.
—Tiene un abrigo rojo llamativo. Es muy creativa, siempre viste muy bien, y cambió la hebilla del cinturón del abrigo por una grande y bonita y pensé… —Torcí la mirada, avergonzada. Me sentía indecisa e incluso más confusa de repente, porque decirlo en voz alta hacía parecer que hablar sobre eso era, de alguna manera, desleal hacia Emma—. Oh, no importa. No me hagas caso; me preocupa que me esté volviendo loca, que haya empezado a ver cosas.
Me incorporé rápido con la intención de ir a mi dormitorio a ponerme algo de ropa antes de continuar, pero entonces, para mi desgracia, todo se volvió borroso.
Lo siguiente que sentí fue un dolor extraño en la mejilla y en la pierna. Por alguna razón, estaba en el suelo, con la voz de Helen a mi lado.
—Vale, tranquila, Sophie. Estás bien, solo te has desmayado. He conseguido cogerte mientras te caías, por lo que no creo que te hayas hecho daño, pero quédate quieta, querida. ¿Me escuchas? Respira profundamente…