Capítulo 16
Antes
Melanie se despertó sobresaltada. Su mano derecha estaba tocando un trozo de carne muerta en la cama. Con los ojos muy abiertos, le llevó unos segundos darse cuenta de que la carne muerta era en realidad su brazo izquierdo. Totalmente insensible.
Esperó un tiempo. A veces tenía sueños de varios niveles en los que pensaba que estaba despierta para descubrir, con bastante horror, que seguía en medio de una pesadilla. Usó su mano derecha para levantar el brazo «muerto», sintiendo una sensación horrible y distante. La extremidad izquierda cayó en la almohada en el momento en que ella la soltó.
Melanie respiró con lentitud y sintió el conocido miedo a que la sensibilidad en el brazo nunca volviera. Se le aceleró el corazón, pero, luego, aunque despacio, aparecieron los cosquilleos y los pinchazos prometedores, los alfileres y las agujas que le indicaban que había estado tumbada de manera extraña sobre ese brazo durante demasiado tiempo.
Se sentó. Aunque el pánico inmediato empezaba a disminuir, su corazón seguía palpitando rápido. Una a una siguió con las otras pruebas: estirar la mano derecha antes de hacer círculos con los pies bajo el edredón. En el sentido de las agujas del reloj y al contrario.
—¿Estás bien, Melanie? —La voz, desde fuera de la puerta, le provocó otro sobresalto. Melanie miró a su alrededor con los ojos como platos hasta que la habitación y sus sombras revelaron poco a poco su forma habitual. Su escritorio lleno de libros. Su camisón tirado sobre la silla.
—Estoy bien, Cynthia. Ha sido solo un sueño.
—Ah, de acuerdo.
—Perdona, ¿te he despertado, Cynth?
—No, no. He estado despierta toda la noche de nuevo, por eso te he oído gritar en mitad del sueño. He terminado el último tapiz. ¿Seguro que estás bien? ¿Quieres café o algo?
Melanie se desplomó de nuevo sobre la almohada, examinándose todavía el brazo izquierdo, que estaba caliente y le molestaba. Miró durante un segundo el reloj que tenía sobre la mesilla: las 6.30. Por un momento fue incapaz de recordar el día.
—Un café estaría genial.
Lunes. Maldita sea. Le había prometido su jefe algún dato nuevo sobre el caso Tedbury. El resultado del forense había sido tan concluyente que se sentía presionada para paralizar investigaciones más profundas y, así, ahorrar medios y presentar un informe. Si Gill Hartley se despertaba, tenía ya suficiente para inculparla, aunque si era un asesinato o un homicidio involuntario no era decisión de Melanie.
Sin embargo, varias revisiones financieras rutinarias estaban mostrando una especie de puzle, sobre todo alrededor de Emma Carter. La solicitud de Melanie para que se investigara a Emma más de cerca, en especial su historia reciente en Francia, había provocado risas en la oficina. Al parecer, se había producido una filtración, seguramente por parte de alguien que quería perjudicarla, que había llegado a Tedbury y había provocado grandes rumores. Esto, a la vez, le había llegado a su jefe, que no había medido sus palabras.
«¿Crees que tenemos dinero para pagarte unas vacaciones en Francia para resolver un caso de violencia doméstica? Te veo el lunes, Melanie. El resultado del forense está bastante claro, así que soluciónalo, ¿me oyes? Sin viajes para fisgonear ni charlas sobre excursiones internacionales. El lunes, como muy tarde».
En el piso de abajo, el último tapiz estaba colocado sobre la mesa del comedor, junto con una tela de algodón rosa que Cynthia había puesto para mantener cada tapiz en perfectas condiciones durante su transporte. El tapiz y la funda parecían estar colocados en un ángulo cualquiera, pero Melanie se dio cuenta de que, en realidad, estaban expuestos para que ella lo evaluara. Sonrió. No iba a hacer falta mentir. La última creación era toda una sorpresa: una escena tropical con una vegetación dinámica compuesta por varios tonos de verde, con un punto central increíble en el que se mostraba un loro de color turquesa, amarillo y azul celeste. Debía de haberse pasado horas tiñendo para conseguir esos colores tan nítidos.
—¿No podemos quedarnos este? Es precioso.
—¿Eso crees?
—Totalmente. El mejor hasta ahora. Me encanta.
Cynthia apareció en la cocina con una enorme sonrisa que contrastaba con los profundos círculos oscuros que tenía bajo los ojos.
—Pero tú estás horrible.
Cynthia sacó una taza mientras le mostraba la lengua.
—Es distinto a los demás. —Melanie acarició el algodón entrelazado.
—Sí, no daba con el diseño. Me vino de repente a la mente a la una de la mañana. Estoy harta de este maldito…
—Loro.
—Exacto. Lo he terminado cuando has empezado a gemir en tus sueños. ¿Qué pasaba? ¿Una pesadilla?
—No, debo de haber dormido en una postura rara. Me he despertado con el brazo completamente muerto. Me dio miedo.
—¿Qué tipo de miedo? —Melanie le dio un sorbo al café—. Lo de tu madre no es hereditario. Ya lo hemos hablado.
—Lo sé. —Melanie siguió mirando el líquido caliente, soplando sobre su superficie. Pensó en todas las nuevas investigaciones. La causa de la enfermedad de su madre seguía siendo un puzle científico, aunque, técnicamente, su grado de riesgo era leve.
Técnicamente…
—¿Qué tal está tu madre?
—Bien, creo. Hablé con ella la semana pasada. Se ha gastado todo el dinero de mi padre probando una nueva terapia en el extranjero. En Portugal, creo.
Cynthia sonrió dándole ánimos.
—¿Cómo va su movilidad?
—¿Sabes qué? Voy a encargar uno para mi habitación.
—¿Perdón?
—Un tapiz. Exacto a este.
—No digas tonterías.
—No las digo. Me gusta mucho, Cynthia. Es muy bonito.
Por teléfono, el padre de Melanie había alabado la nueva silla de ruedas plegable porque era compacta y ligera, lo que significaba que la movilidad de su madre no estaba nada bien.
La cara de Cynthia se relajó.
—¿Te gusta el tapiz en serio?
—Sí, aunque quiero un precio amigo, no esas tarifas que les pides a los hoteles de lujo.
—No vas a tener esclerosis múltiple, Melanie.
Una pausa.
—Lo sé.
Después, ambas sorbieron sus bebidas en silencio.
—Bueno, ¿qué pasa con tu primer caso de asesinato?
—No preguntes. —Melanie dejó la taza y se desperezó—. Todo resuelto por el informe forense. Hay pruebas decisivas en la manera en que la sangre salpicó, etc. El marido intentó defenderse. Al parecer, era zurdo. Puso las dos manos en alto y caminó hacia atrás para intentar deshacerse de ella. Todos los golpes del cuchillo los dio ella con la mano derecha, incluyendo el de su propio estómago. —Melanie comenzó a pasear por la escena, moviendo las manos para mostrar cómo había sido la pelea.
—¡Puaj! ¿Se acuchilló su propio estómago?
—Sí, lo mató en una habitación. Luego, fue hacia la cocina para apuñalarse. Bastante espantoso, aunque las heridas más graves se las hizo al darse en la cabeza mientras caía al suelo. Por cierto, no debería contarte nada de esto.
—¿Y el motivo? ¿Tenía yo razón?
—Sí. Rumores desde la universidad: un chico muy malo. La misma historia de siempre: todos lo sabían menos la mujer, aunque no he sido capaz de confirmar quién fue su última conquista. Personalmente, apostaría a que es alguien del pueblo. Una mujer extraña, pero muy atractiva. El registro de llamadas demuestra que la llamó el día que ocurrió, pero ella no cogió el teléfono. Por desgracia, en el trabajo no quieren que siga investigando por ahí.
—¿Por qué no?
—No se conseguiría nada de valor. Tenemos bastantes pruebas para resolverlo. En los informes forenses se dice que no hubo terceras personas y no sabemos si nuestra atacante se despertará para poder llevar el caso a juicio. Estamos muy cortos de personal ahora mismo, por lo que me están presionando para que pase al siguiente caso.
—Pero hay algo que te preocupa.
—Sí, esta mujer de Tedbury. Hay algo que no sé qué es, pero que no está bien. Las cuentas bancarias tampoco tienen sentido, aunque estoy esperando a que pase algo más.
—Continúa.
—Ah, no lo sé exactamente. Es un presentimiento. No es algo concluyente, pero estuvo en Francia un tiempo y nadie parece saber nada más. Se rumorea en el pueblo que compró la casa con una herencia, pero eso no es lo que sus cuentas bancarias dicen. Es todo un poco extraño y me encantaría poder continuar.
—Sigue indagando.
—No tengo tiempo libre, al menos no oficialmente. Según mi jefe, tenemos crímenes sin resolver en los registros y no necesitamos irnos al extranjero a buscar nuevos.
—¿Así que investigarás a escondidas?
—Un loro muy bonito, Cynth.
Cynthia sonrió.
Dos horas después, de camino al trabajo, Melanie llamó al hospital Durndale. Para su alivio, la señora Baines seguía en una instalación cercana que se les ofrecía a los familiares de los pacientes y Melanie pudo, por primera vez, sentarse al lado de Gill Hartley sin que nadie la molestara. Había un conjunto de tres habitaciones separadas y una enfermera las revisaba una a una a intervalos regulares desde la estación central, a través de una serie de monitores conectados para que sonara una alarma si algo cambiaba de una revisión a otra. La mayor parte del tiempo, los familiares y amigos hacían compañía a sus seres queridos, por lo que Gill estaba rara vez sola.
Cuando Melanie apartó dos revistas para tomar un asiento al lado de la cama, su móvil vibró indicando que tenía un mensaje. Lo miró rápidamente. Para su sorpresa, era de Matthew Hill, un buen amigo. Se habían preparado juntos y, en sus inicios en la policía, habían sido mejores amigos, bastante inseparables. Pero Matthew había sufrido una crisis unos años después y se había retirado, desilusionado. Luego, había comenzado a trabajar en el «lado oscuro» como detective privado.
«¿Nos tomamos un café? Tengo algo que contarte».
Melanie negó con la cabeza ante el mensaje y sonrió, consciente de que eso solía significar que Matthew necesitaba un favor. Cogió aire. Seguía entristeciéndole pensar que se hubiera retirado a la vida civil. Era bueno, uno de los mejores con los que había trabajado. Tenía ese don de ver cosas que otros no veían; debería haberse quedado en el cuerpo. De manera egoísta, le hubiera gustado tenerle en su nuevo equipo; su apoyo podría haberle servido de ayuda en esos momentos.
Melanie decidió contestar a Matthew más tarde y dejó el móvil a un lado para observar las subidas y bajadas del pecho de Gill Hartley, controladas por un ventilador. Intentó imaginarse cómo podía ser que una mujer que parecía tan inofensiva, que, en esa cama y en todas las declaraciones tomadas, parecía tan normal y que no tenía ningún antecedente violento se hubiera enfadado tan de repente y de manera tan abrumadora con alguien como para cambiar su personalidad temporalmente y buscar un cuchillo.
Estaba claro; la propia Melanie se había visto así de furiosa. Después del diagnóstico de su madre, había lanzado la vajilla contra la pared. Plato tras plato, imaginándose a su madre y a su padre bailando por la habitación para mostrarle sus trajes cuando era una niña, el contoneo del vestido de seda color limón de su madre rozando su pierna mientras ellos bailaban y bailaban y se reían.
Sí, había rugido, despotricado y gritado que no era justo. Pero ¿esa violencia contra una persona, contra alguien a quien quieres? ¿Cómo podía algo enfadarte tanto como para cruzar esa línea?
—¿Qué ocurrió? —Melanie se inclinó más sobre la cama, susurrando la pregunta al recordar que la señora Baines había dicho que quizás Gill oía.
La enfermera apareció para mirar el monitor central con expresión de incomodidad, pero a Melanie no le importó y volvió a susurrar:
—¿Qué ocurrió realmente, Gill? Tienes que despertarte y contármelo.