Capítulo 33
Antes
Theo sacó su linterna del bolsillo y la enfocó hacia los libros. Le hubiera gustado ser lo suficientemente mayor como para leer bien. Cuando vivían en Manchester, la abuelita Lucy decía que no hacía falta entender todas las palabras cuando los dibujos eran muy buenos, pero algunos dibujos en ese libro eran raros y no los entendía.
Pasó la página y vio una araña en la entrada de su cueva. A Theo no le daban miedo las arañas. No entendía por qué a Ben no le gustaban. A él le encantaba el modo en que se escabullían para, luego, quedarse muy muy quietas. Si las palabras no estuvieran atravesadas en su interior, le diría a la arañita que podía quedarse en la cueva, debajo de la cama. Podía ser su mascota. La iluminó con la linterna y el animalito trepó por la pared, como Spiderman.
Theo llevaba toda su vida queriendo una mascota. Había pedido una cobaya, pero su mamá decía que eran criaturas asquerosas, como las ratas pero con más pelo. Ben tenía dos cobayas y tres gatos, uno blanco y negro, otro color mermelada y otro gris resplandeciente que no dejaba de bufar. A Theo le gustaban mucho, incluso Slinky, el que bufaba. Mamá decía que se trataba de un gato malicioso y que era mejor andarse con cuidado con él, pero Theo no tenía miedo de Slinky. De ninguna manera.
No era Slinky quien le asustaba…
Se hizo un ovillo en su cueva y esperó a Ben. Desde hacía un tiempo, le aterrorizaba el timbre mientras esperaba en su cueva, por si era la policía. Había visto uno de sus coches en la plaza y había estado a punto de hacerse pis en los pantalones. No le gustaba la oscuridad y no creía que le fueran a dar de comer en una prisión. En la televisión, la gente de las cárceles parecía estar siempre hambrienta y algunos robaban cuchillos del comedor y se los escondían en la manga.
Theo cerró los ojos y pensó en Krypton. Estaba seguro de que un día, si esperaba lo suficiente, Superman llamaría a su ventana. Habría escuchado todas las palabras que Theo guardaba en su interior, a salvo. Las habría captado con su visión de rayos X y su superoído y le sacaría en brazos de su cueva.
Entonces, Theo y Superman sabrían exactamente lo que debían hacer. Tenían que llevar a mamá a Krypton para que le dieran unos ojos brillantes. Eso haría que siguiera teniendo el mismo aspecto por fuera (el pelo, la cara, todo; si no, la gente sabría lo que había pasado y la policía quizá fuera a por él), pero sería totalmente distinta por dentro. Sería de Krypton. Sería una mamá como la de Ben.
Theo se movió con mucho cuidado, arrastrándose por el suelo de su cueva para encontrar la galleta con forma de dinosaurio que se había guardado esa mañana. Ben estaba abajo con mamá, muy preocupado por algo, y Theo intentaba idear un plan para los dos. Un plan de escape.
El problema era que Ben seguía llorando y mamá se enfadaba mucho cuando llorabas un montón. Necesitaba decírselo a Ben. Era mejor guardar todas las preocupaciones, las palabras y los llantos en el estómago y esperar a que viniera Superman.
Cuando la madre de Ben volviera de Londres, quizás Theo podría ir a tomar té y tarta. La madre de Ben les dejaba mojar las galletas de chocolate en el té. Le gustaba ponerse la galleta en la boca y chupar hasta que todo el chocolate había salido y la parte de fuera se volvía pastosa en la lengua. Un día, Theo, Ben y la madre de Ben habían hecho una competición para ver cuánto tiempo podían dejar la galleta metida en el té sin que se cayera y se hundiera hasta el fondo. Calcularon el tiempo y rieron a carcajadas. Él ganó.
La mamá de Ben le dejaba darles de comer a las cobayas y les dejaba hacer una cueva nueva bajo la cama de Ben. Ponían una colcha en el suelo para que estuviera más blandito y la mamá de Ben colgaba otra por un lado de la cama para que el interior estuviera oscuro. Ben tenía una de esas camas elevadas, por lo que había mucho espacio debajo. No podían ponerse de pie, pero no era tan estrecha como la cueva bajo su cama, ya que esta era bastante pequeña y nada cómoda.
La mamá de Ben los había llevado al zoo una vez. Era la primera vez que Theo iba a un zoo y le había fascinado, aunque también le había dado un poco de miedo. Ben decía que el hipopótamo era el mejor, pero Theo pensaba que eso era una tontería. Casi no sabía hacer nada. Solo caca, una enorme y olorosa caca.
No, a Theo le gustaba el desierto. Estaba bajo una cúpula y hacía mucho calor. Era muy brillante, como en la televisión, y había pájaros volando por todos sitios. Había observado los pájaros y pensado en su petirrojo volando libre en algún lugar. Había visto el cielo azul y las nubes y sentido una especie de presión detrás de los ojos. No lo había entendido, porque le hacía sentirse muy raro, alegre y triste a la vez, como si quisiera sonreír, pero también llorar cuando pensaba en lo lejos que estaba su petirrojo.
También había pequeños lagartos en la cúpula, escondidos entre las rocas, y algunas cobayas blanditas muy bonitas. Una de ellas, la que era blanca y marrón, estaba en el centro del oasis y Theo había deseado llevársela como mascota por encima de todo. Cuando vivían en Manchester con la abuelita Lucy, había pedido una blanca y marrón por su cumpleaños, pero mamá había dicho una y otra vez que las cobayas eran totalmente asquerosas.
Al regresar a casa del zoo, había un mensaje de mamá diciendo que su dolor de cabeza había desaparecido y que podía volver a casa a las cinco. Y Theo había empezado a llorar y la mamá de Ben le había dicho que todo iba bien. Que no faltaba mucho tiempo para que llegaran las cinco. «Pasará tan rápido como un rayo». Había sacado papeles y ceras para que Ben y él hicieran dibujos del zoo.
Y Theo no había sabido cómo explicar que no quería que pasara como un rayo, que la verdad era que no quería irse a casa.