15: La llanura quebraba
15
La llanura quebraba
Tithian reptó por la ladera con la velocidad justa, hasta ir a reunirse con Rikus en la cima de la colina Desde aquel punto de observación, el rey pudo ver que el abismo que se extendía más allá del arco estaba ocupado por un mar de lava que, en algunos lugares, burbujeaba y arrojaba a lo alto viscosos géiseres y en otros formaba perezosos remolinos que se hundían muy despacio en invisibles sumideros. Desperdigadas espiras de piedra calcinada se alzaban de la fundida superficie, mientras que la negra cinta de un farallón se insinuaba apenas en el extremo opuesto del inmenso estanque.
El rey no vio ni rastro de Ür Draxa, la escondida ciudad-prisión en la que estaba encerrado Rajaat. No obstante, se sentía seguro de que no se encontraban muy lejos de ella, ya que el gran arco y sus runas amarillas habían sido creados para proteger algo, y el monarca no creía que fuera un mar de roca fundida Muy pronto, liberaría al antiguo señor de la hechicería y recibiría su recompensa: los poderes de un rey-hechicero inmortal.
Pero, primero, Tithian tenía que matar al dragón… y a unos cuantos antiguos esclavos. El soberano atisbo por encima de la escarpadura y descubrió que el barranco situado a sus pies estaba vacío. De los diferentes pedazos de lo que el rey suponía que eran los restos de Caelum seguía rezumando sangre, pero eso era todo lo que había allí abajo.
—¿Dónde están todos? —inquirió Tithian.
Mientras hablaba, escudriñaba el accidentado terreno del valle en busca de alguna señal del cadáver de Neeva. No encontró nada excepto unos cuantos palpitantes montículos de piedra y el arco, cuya superficie seguía cubierta de contorsionantes runas amarillas.
—¡Han desaparecido! —Rikus señaló el arco con la punta de la espada—. El dragón lo atravesó con Sadira justo cuando yo llegaba a lo alto de la colina.
—¿Y Neeva? —inquirió el rey.
—Iba colgada a la pata de Borys —informó el mul—. Tenía el hacha bien enterrada en su carne.
Tithian maldijo en silencio. Habría sido mejor si Caelum y su esposa hubieran estado ya muertos. Ahora, Neeva sería una más de las personas que intentarían matarlo después de que Borys muriera. De todos modos, el monarca no se sintió en exceso preocupado; durante las semanas transcurridas desde que había robado la lente oscura, había observado que, cuanto más alto estaba el sol en el cielo, más abrasadora resultaba la superficie de la lente. A juzgar por la temperatura relativamente soportable de la esfera en aquel momento, el rey sabía que el sol estaba a punto de ponerse, llevándose con él los poderes de Sadira. Si conseguía disponer las cosas de modo que acabaran con el dragón justo después del anochecer, la hechicera no sería un peligro. Eso dejaría a Rikus y su espada como único motivo de preocupación.
Rikus lanzó la mano al frente y agarró los largos cabellos de Tithian.
—Hazlos volver —ordenó.
—No puedo hacerlo…
—En ese caso no tengo motivos para mantenerte con vida. —El mul apretó la punta del Azote contra el cuello quitinoso que conectaba la cabeza del rey con su cuerpo de escorpión.
—Deja que termine —siseó Tithian, teniendo mucho cuidado de mantener la cola inmóvil—. A lo mejor todavía podemos salvarlos.
—¿Cómo?
—Podemos seguirlos —respondió Tithian, señalando el arco—. Y podemos hacerlo rápidamente, si dejas que nos transporte a los dos volando hasta el arco.
Rikus soltó los cabellos de Tithian.
—No tenemos gran cosa que perder —dijo—. Hazlo.
* * *
El pie del dragón regresó al suelo, y Neeva sintió el insoportable calor del abismo a su espalda. Aferrada todavía al hacha, parpadeó varias veces. Un erial de escoria negra descendía con suavidad ante ella; estaba entretejido de zigzagueantes fisuras y retorcidas aristas de roca, y parecía más barrido por el viento y desolado que cualquier otro terreno que hubiera visto jamás. La planicie terminaba a lo lejos, donde un acantilado vertical se alzaba en línea recta hacia las hirvientes nubes rojas del cielo.
En una zancada, Borys había cruzado el mar de roca fundida.
El dragón salió cojeando de debajo de un arco idéntico a aquel que habían abandonado momentos antes y lanzó un gruñido de dolor. Sabiendo lo que iba a suceder ahora, Neeva apoyó con fuerza los pies en la paca y tiró del hacha para soltarla; luego se dejó caer al suelo justo cuando la zarpa de Borys golpeaba el lugar en el que había estado colgada.
La luchadora alzó el hacha. El centelleante filo se hundió profundamente y al punto empezó a lanzar rayos de energía mágica en el interior de la muñeca de Borys. La mano del dragón se hinchó hasta alcanzar el doble de su tamaño y estalló; gotas de ardiente sangre amarilla y pedazos de hueso rociaron a Neeva.
El alarido de Borys hizo temblar la tierra.
Neeva se arrojó a un lado. Dio una voltereta al frente y se incorporó de cara al costado del dragón, con el hacha todavía en sus manos. Sin hacer caso del terrible dolor que le producían sus innumerables quemaduras, la luchadora cargó, dirigiendo la hoja a la pata que ya había lesionado antes.
Borys giró sobre sí mismo, y Neeva se encontró cruzando terreno abierto sin protección. El dragón clavó un ojo en ella, y una insoportable llamarada de dolor inundó la cabeza de la mujer.
—¡No! —gritó y utilizó los restos de voluntad que le quedaban para arrojar el hacha contra él.
El ojo de Borys se abrió de par en par, y el dragón desvió la mirada hacia el arma, que dio una voltereta en el aire y se dirigió directamente a su abdomen. El dragón bajó la mano que le quedaba —la mano que sostenía a Rkard y Sadira— para desviar el golpe. La afilada hoja abrió una profunda herida en el antebrazo y rebotó en dirección al arco, dejando tras de sí un arremolinado chorro de sangre amarilla.
La zarpa de la bestia se abrió automáticamente, permitiendo que las piernas de Sadira colgaran al exterior; pero, antes de que la hechicera pudiera caer, Borys dio un manotazo y giró la palma hacia arriba. Neeva vio a su hijo que atisbaba desde debajo de la figura protectora de Sadira.
Los dedos de Borys se crisparon pero no se cerraron. La criatura los examinó, torciendo los extremos del largo hocico en un gruñido. Las zarpas se estremecieron un poco más, y Neeva comprendió que había cortado un tendón.
—¡Sadira, saca a Rkard de aquí! —aulló la mujer. Al ver que la hechicera introducía la mano en un bolsillo, Neeva corrió en dirección a su hacha.
Borys la interceptó con un solo paso.
—Prometí a ese cachorro tuyo que te vería morir.
El dragón clavó los ojos en Neeva y, una vez más, un dolor insoportable inundó su cabeza mientras la criatura se abría paso al interior de su cerebro. Ella siguió corriendo; en ese momento un fulgor rojo iluminó el terreno. Era lo bastante potente para proyectar sombras en el suelo, y comprendió que Rkard había lanzado su hechizo solar. El dolor de su cabeza desapareció. Levantó los ojos y vio que la cabeza de Borys estaba envuelta en un globo de luz roja.
Sadira apuntó al rostro del dragón. Un rayo de energía azul chisporroteó de su dedo y arrancó un gran pedazo de piel de la bestia. Entonces la hechicera cogió en sus brazos a Rkard y saltó al vacío, pero Borys se recuperó rápidamente e intentó golpear a los huidos con las mutiladas manos.
Aprovechando la distracción, Neeva corrió a colocarse entre las patas del dragón, quien alzó la pata herida para aplastarla. La mujer se lanzó hacia el hacha, y vio la sombra de un pie inmenso que se abatía sobre ella. Su rostro y pecho arañaron la rugosa piedra y, acto seguido, las manos de la luchadora se cerraron sobre el mango del arma. El pesado talón de Borys se posó sobre su espalda. Un crujido espantoso resonó cerca de su cintura, y una oleada de dolor le recorrió la cadera.
Neeva chilló e intentó arrastrarse de debajo del pie de la criatura, pero no consiguió liberar las piernas. Los dedos de sus pies se quedaron fríos; luego un helado entumecimiento empezó a alzarse desde ellos, subió hasta sus rodillas, y se extendió a las caderas. Para la luchadora fue como si sus piernas hubieran dejado de existir. La propia carne y huesos parecían tan remotos como la roca sobre la que yacía.
Con un gruñido de rabia, Neeva utilizó una mano para balancear el hacha por encima de la espalda. No consiguió otra cosa que dislocarse el hombro y asestar un débil golpe superficial. El arma resbaló de su mano y cayó al suelo junto a ella.
Borys se apartó sin reaccionar.
Neeva rodó sobre sí misma y trató de sentarse. Los músculos de sus piernas y caderas no la ayudaron ni siquiera a conseguir eso. Recogió el hacha y apoyó el mango contra el suelo y, mientras la luchadora se incorporaba penosamente, el color ébano desapareció de repente de la hoja. La empuñadura de hueso pasó del negro a su natural tono marfil, y la luz que caía sobre la llanura se oscureció abandonando el violento color rojo por un escarlata apagado.
Neeva oyó cómo su hijo lanzaba un grito de sorpresa, seguido de un furioso juramento de Sadira. La luchadora miró al otro lado de la explanada y vio cómo la pareja se estrellaba contra el suelo desde poca altura. Sus inertes figuras rodaron por el accidentado terreno. Con la cabeza encerrada aún en el llameante globo del hechizo solar de Rkard, el dragón giró hacia ellos y contempló cómo se detenían.
—¡Levantaos! —gritó Neeva.
Rkard se incorporó de un salto y corrió junto a la hechicera. Tiró de ella para ayudarla a incorporarse, pero Sadira se puso en pie sola y lo empujó detrás de ella. Cuando se volvió para enfrentarse al dragón, Neeva advirtió que la piel de la hechicera estaba blanca como el alabastro.
* * *
Rikus y Tithian se colocaron entre las columnas del enorme arco con Sacha flotando unos pocos pasos atrás. El edificio daba la impresión de haber sido tallado de un solo bloque de piedra, ya que, si existían junturas en la construcción, no resultaban visibles en la brillante superficie del negro granito. Descendieron un poco más por el pasillo. Rikus contó doce nichos vacíos alineados en las paredes interiores, el mismo número que los gólems que había destruido. Llegaron por fin a la parte posterior del arco y contemplaron el llameante mar.
—¿Cuándo desapareció Borys? —preguntó Tithian—. ¿Mientras pasaba bajo la parte delantera del arco, o cuando salía por detrás?
—En la parte delantera —respondió Rikus—. Una cortina de fuego naranja cubrió la abertura, y él pasó a través.
Tithian lanzó un juramento.
—Debe de haber tocado algo, o pronunciado una palabra.
—Gruñó durante un segundo o dos —repuso Rikus—. Eso es todo.
—¡Eso es! —exclamó el rey, muy excitado—. El arco debe de estar controlado por una palabra. Repítela exactamente.
—Si pudiera cantar como un lirr —replicó el mul, enojándose con el monarca—. Mi garganta no está hecha para sonidos como ése.
—Debes hacerlo… o tus amigos están condenados —declaró Tithian. Señaló en dirección al mar de roca líquida, y alzó las correosas alas que había hecho brotar para que ambos pudieran descender desde lo alto de la colina—. Se tardarían horas, puede que días, para cruzar eso.
—Utiliza el Sendero para transportarnos. —Rikus alzó el Azote amenazador.
El otro negó con la cabeza.
—Tendría que saber qué aspecto tiene nuestro punto de destino —dijo—. Ni siquiera estamos seguros de que queramos salir directamente en el lado opuesto a éste.
—¿Estáis ciegos? —inquirió Sacha, despectivo—. Debe de existir alguna clase de señal ahí.
Rikus miró con más atención y descubrió un punto rojo que brillaba sobre el extremo del acantilado. Era tan diminuto y tenue que apenas podía diferenciarlo del resplandor naranja que se alzaba de la roca fundida del abismo, y por un momento temió que lo estuviera imaginando. Entonces se dio cuenta de que, no obstante la tendencia del punto a cambiar de posición en medio de las ondulantes oleadas de calor del mar de lava, su brillo permanecía inalterable.
—La veo. —Rikus apuntó el Azote en dirección a la señal—. Eso es el hechizo solar de Rkard.
Tithian sacudió la cabeza.
—No sirve de nada que sepa dónde están. A menos que pueda visualizar el lugar, no puedo trasladarnos allí.
—¡Incompetente! —masculló Sacha—. ¿Debo hacerlo todo yo?
—No podrías transportarnos al otro lado del umbral de una puerta, y mucho menos al otro lado de eso. —El monarca indicó el hirviente mar con uno de sus brazos de semigigante.
Sacha hizo como si no lo oyera y fue a colocarse frente a Rikus.
—Doy por sentado que el hechizo del muchacho es lo bastante brillante para proyectar una sombra, ¿no? —Cuando el mul asintió, la cabeza giró para mirar a Tithian—. Si puedes hacer lo mismo que un chico de seis años, entonces puedo hacer que crucemos al otro lado.
Enarcando las cejas, Tithian cerró los ojos para concentrarse, pero de improviso una tremenda explosión lo hizo patinar hacia el borde del precipicio. Araño el suelo con las seis garras, evitando por poco hundirse en el mar de roca fundida.
El rey consiguió retroceder dos pasos del borde, pero en ese momento una luz dorada centelleó a su espalda. La cola y las alas se desintegraron en un centenar de diminutos pedazos, y la lente oscura rodó fuera de su espalda y cayó al suelo. Nada más perder contacto con la lente, Tithian aulló de dolor y empezó a recuperar su forma humana; el caparazón encogió para convertirse en un par de omóplatos, mientras que los restos de la sangrante cola se retraían para transformarse en una vértebra caudal y las destrozadas alas se doblaban para formar los costados de su torso.
Rikus agarró a Tithian y lo lanzó en dirección a la lente. Sin prestar atención a dónde iba a caer el monarca, giró sobre sí mismo para mirar la parte delantera del arco. En la entrada se encontraban dos figuras: una mujer de cabellos sedosos, piel oscura y boca llena de afilados colmillos, y una impresionante figura andrógina que parecía una versión en miniatura del dragón. Las miradas de ambos estaban clavadas en Tithian, y el mul supuso que eran los responsables de los conjuros que habían estado a punto de destruir al rey.
Rikus decidió que la mujer debía de ser Lalali-Puy, la Oba de Gulg, puesto que Sadira había matado a la única otra reina-hechicera de Athas. No sabía la identidad de la figura draconiana.
Se dirigió a su encuentro. Tres runas amarillas descendieron a gran velocidad de la superficie del arco, estallaron contra el suelo y arrojaron una lluvia de roca y polvo por los aires. Cuando la neblina se disipó, otras tres figuras se encontraban fuera del edificio: un hombre de aspecto remotamente rapaz con un hocico en forma de pico cubierto de escamas y unos conductos auditivos situados en la parte posterior de la cabeza; otro hombre de cuerpo musculoso y un reborde de cabellos blanquecinos en la cabeza; y una figura alta de ojos rasgados, nariz gruesa y la espesa melena de un león.
Reconociendo a esta última figura de la guerra contra Urik, Rikus exclamó:
—¡Hamanu!
Los reyes-hechiceros hicieron caso omiso de la presencia del mul.
—Quizá no debiera haber puesto en duda este plan de Borys —comentó el hombre-pájaro situado junto a Hamanu—. Parece estar saliendo muy bien.
—Divide y vencerás —respondió el rey-hechicero de los cabellos de color tiza—. ¿Cuándo aprenderás, Tec?
—Andropinis, te servirás dirigirte a mí por mi nombre completo —siseó el otro—. Soy el rey Tectuk…
—Tu nombre es demasiado largo —lo interrumpió Hamanu—. Tenemos cosas más importantes que hacer.
Dicho esto, Hamanu se introdujo bajo el arco.
Tithian empujó a Rikus al frente para que fuera a su encuentro.
—Vamos —lo instó el rey—. Con el Azote, no pueden tocarte.
Aunque Sadira le había dicho lo mismo antes, Rikus frunció el entrecejo mientras avanzaba.
—Algo no va bien en esta teoría —dijo—. Luché contra Hamanu en la guerra con Urik. Me golpeó en esa ocasión… Lo cierto es que estuvo a punto de matarme.
—Esta vez, no fallaré —aseguró Hamanu con una risita.
El rey-hechicero saltó sobre el mul, pero Rikus, consciente de que no debía enfrentarse a su ataque directamente, se arrojó al suelo y rodó. Pasó por debajo de su adversario y lanzó la espada contra el vientre. Una aureola azul centelleó alrededor del cuerpo de Hamanu mientras el Azote atravesaba la mágica defensa, pero fue todo lo que se hundió. Al igual que hacía casi una década en Urik, la hoja sencillamente dejó de cortar al tocar la carne del rey-hechicero.
Rikus volvió a rodar; luego dobló las piernas bajo el cuerpo y, a la vez que se incorporaba, acuchilló la cintura del rey-hechicero. De nuevo, la aureola de Hamanu centelleó y la hoja rebotó con un sonido metálico contra la carne sin herirla. El mul ni siquiera se percató del contraataque de su enemigo. Simplemente sintió cómo el talón del otro se hundía en su pecho, y se encontró volando en dirección a la parte delantera del arco.
Rikus aterrizó de espaldas, jadeando. Lanzando las piernas sobre la cabeza, rodó sobre los hombros en una voltereta hacia atrás y distinguió a los otros cuatro hechiceros no muy lejos. Se puso en pie de un salto y, girando en redondo, hundió la espada en la figura andrógina que se parecía al dragón.
Una aureola dorada llameó alrededor del cuerpo del rey-hechicero, y chispas verdes saltaron por los aires. El Azote se hundió hasta la empuñadura en el reseco hombro de la figura y el enjuto brazo cayó al suelo escupiendo repugnante sangre amarronada por la herida.
La figura lanzó un alarido de dolor y golpeó a Rikus. El mul experimentó un instante de total oscuridad para luego encontrarse de nuevo junto a Tithian. El monarca había adoptado la forma de una víbora con cabeza humana, con la gigantesca cola arrollada alrededor de la lente oscura. A lo largo del lomo se veían varias feas quemaduras que indicaban los lugares donde había utilizado el calor de la lente para cauterizar las heridas sufridas en el primer ataque. Tithian y Hamanu se sostenían mutuamente la mirada, y parecían estar enzarzados en una batalla utilizando el Sendero.
Rikus se sintió más aliviado que desorientado por su repentino cambio de lugar. No era la primera vez que la espada lo había trasladado. Ya en una ocasión anterior, cuando había ayudado a Sadira a expulsar al dragón del pueblo de Kled, el arma simplemente lo había puesto a salvo cada vez que Borys lo atacaba.
—¡Hamanu! —chilló el rey-hechicero herido, alzando el brazo mutilado—. ¡Esto es culpa tuya!
La distracción no pareció afectar la batalla entre Hamanu y Tithian. Ambos hombres permanecieron inmóviles, con los ojos clavados en el adversario.
Sacha apareció junto a Rikus, sujetando la fina daga de Tithian entre los dientes. La cabeza dejó caer el arma en la mano del mul.
—Hamanu no era uno de los campeones originales —susurró Sacha—. Rajaat lo creó para matar al estúpido Calcinador de Trolls, Myron de Yoram, de modo que la magia del Azote funciona al revés contra él. La hoja no lo herirá, y mientras la empuñes no te podrás defender de sus ataques. Utiliza acero corriente en su lugar.
Rikus dirigió una rápida mirada a Hamanu. El rey-hechicero permanecía inmerso en combate mental con Tithian. Su rostro contorsionado mostraba la tensión producida por la larga lucha, con las fosas nasales distendidas y gotas de turbio sudor rojo resbalando por la leonina frente.
El mul introdujo la daga en su cinturón y se adelantó. Mientras avanzaba, vigilaba atentamente a sus enemigos y mantenía la espada justo frente a él.
El herido rey-hechicero retrocedió. Rikus se dijo que debía de ser Nibenay, ya que era el único nombre de un rey-hechicero al que no podía poner un rostro.
Los otros tres hechiceros sisearon conjuros. Rikus se encogió asustado, no muy seguro de si la espada podría protegerlo de su magia. Un escudo negro apareció en el brazo de Andropinis, en tanto que un cilindro de luz dorada se alzaba alrededor de la Oba de Gulg. La carne del rey Tec se tornó de bronce.
—¿Qué te sucede? —chirrió Sacha, alcanzando al mul—. Ataca a Hamanu.
—No; tiene más sentido para mí atacar a los otros —respondió el mul—. No pueden hacerme daño, y Tithian tiene a Hamanu bajo control.
—¡Idiota! ¡Eso es lo que quieren! —Sacha flotó junto a la cabeza del mul y siseó en su oído—: ¿Por qué crees que esperan en lugar de ayudar a Hamanu? Intentan haceros perder el tiempo mientras Borys se ocupa de Sadira. Luego, cuando estéis agotados de luchar contra los reyes-hechiceros, el dragón regresará para terminar lo que ellos empezaron.
Rikus se detuvo y giró de lado para poder ver a la vez el barranco y el abismo que se abría a su espalda. Se encontraba cerca de la parte delantera del arco, a menos de doce pasos de los reyes-hechiceros.
—Esto no funciona —refunfuñó la Oba—. ¡Tendremos que matar al Usurpador!
Clavó los ojos en los de Tithian, al igual que el rey Tec y Nibenay. Andropinis se colocó frente al arco e interpuso el negro escudo entre Rikus y los otros reyes-hechiceros.
Tithian gimió, y su cola se aflojó y empezó a desenrollarse de la lente oscura. Hilillos de sangre le brotaban de la nariz y orejas, y sus ojos parecían a punto de salirse de las órbitas; su mandíbula empezó a temblar, y Rikus comprendió que, incluso con la lente oscura, el rey de Tyr no podía con todos los reyes-hechiceros.
Tras pasar el Azote a la otra mano, Rikus sacó la daga que Sacha le había dado y la arrojó contra Hamanu. El cuchillo fue a clavarse directamente en la espalda del rey-hechicero, y pareció como si allí terminara todo. Detrás del mul, Andropinis pronunció un conjuro.
Rikus giró sobre sí mismo, blandiendo la espada contra la alzada mano de su adversario, quien, reaccionando a una velocidad increíble, alzó el escudo para interceptar el golpe. El Azote golpeó sin producir el menor ruido y se detuvo en seco.
El conjuro de Andropinis falló, y un silencioso estallido de luz plateada brilló entre el rey-hechicero y Rikus. Este último sintió que una tremenda fuerza chocaba contra su pecho, no tanto un impacto como una presión arrolladora, y salió despedido por los aires. Recorrió una docena de metros antes de estrellarse contra el suelo, rodar sobre sí mismo e ir a detenerse junto a Hamanu.
Ante la perplejidad de Rikus, el rey-hechicero seguía en pie, incluso con la daga hundida en la espalda. Apretaba los dientes para soportar el dolor, y tenía todo el cuerpo empapado de sudor, pero la herida no lo había obligado a interrumpir el combate con el rey ryriano. Tithian, por el contrario, parecía a punto de derrumbarse; lágrimas de sangre brotaban de los desorbitados ojos y la sinuosa cola apenas se mantenía en contacto con la lente oscura.
Rikus echó una ojeada en dirección a la fachada del arco y vio que el fallido hechizo de Andropinis había arrojado al rey-hechicero contra la Oba y ambos se levantaban del suelo en aquel momento. Los otros dos reyes-hechiceros seguían ayudando a Hamanu, los ojos fijos en el rostro de Tithian.
Abandonando el Azote en el suelo, Rikus dio un salto y extendió la mano hacia la daga clavada en la espalda de Hamanu. Sin apartar la mirada de Tithian, el rey-hechicero lanzó el puño contra el mul. El ataque fue tan veloz como la mordedura de una víbora, pero al menos esta vez Rikus lo vio venir; se retorció a un lado en un intento de esquivar el golpe, y sintió cómo un potente puño le rozaba la mandíbula. Por lo general, el mul ni habría notado el leve puñetazo, pero el golpe de Hamanu le volvió la cabeza a un lado.
El impacto hizo girar a Rikus, que describió un círculo completo. Se detuvo directamente detrás de su oponente y, agarrando la daga, la hundió hasta la empuñadura. Al ver que el rey-hechicero no caía, retorció la hoja y la inclinó en dirección al corazón. Hamanu gritó y se tambaleó hacia atrás, como si Tithian lo empujara.
Un kes’trekel salió disparado del interior de la lente oscura con las curvadas garras y el ganchudo pico listos para atacar. La gigantesca rapaz parecía tan real como cualquiera de las que había visto Rikus, lo que lo sorprendió. El mul estaba algo familiarizado con el Sendero, y sabía que los combates entre doblegadores de mentes se libraban en el interior de sus mentes.
Cuando el ave atacó, se esfumó cualquier duda sobre su autenticidad. Las garras del kes’trekel se hundieron profundamente en los hombros de Hamanu, y éste se desplomó. El mul soltó la empuñadura de la daga, y se quedó mirando cómo el enorme pájaro se llevaba la aullante figura del rey-hechicero hacia la parte delantera del arco.
Al darse cuenta de lo que presenciaba, Rikus no supo si alegrarse o vomitar. Con la ayuda de la lente oscura, Tithian podía crear versiones físicas de sus creaciones mentales y, si bien esta habilidad resultaba útil ahora, el mul sabía que, cuando llegara el momento de matar al monarca, resultaría tan peligrosa para él y sus amigos como lo era ahora para los reyes-hechiceros.
Rikus rodó por el suelo y recuperó el Azote volvió a incorporarse a tiempo de ver cómo el kes’trekel se lanzaba en medio de los reyes-hechiceros. El mul empezó a avanzar, consciente de que no tenía demasiado tiempo para atacar antes de que sus enemigos se recuperaran.
—¡No, Rikus, espera! —ordenó Sacha. Entonces, dirigiéndose a Tithian, la cabeza dijo—: ¡Dame una luz!
Mientras el rey pronunciaba un conjuro, Rikus contempló cómo los reyes-hechiceros se defendían del kes’trekel, al que despacharon rápidamente, reduciéndolo a una nube de plumas en cuestión de segundos.
Una luz brillante se encendió detrás del mul, lo que provocó que éste proyectara una sombra. Un par de ojos azules y una boca en forma de cuchillada aparecieron en la cabeza de la silueta; las extremidades empezaron a tomar cuerpo, y la figura se despegó del suelo.
Sacha había llamado a un miembro del pueblo de las sombras.
En el otro extremo del arco, Andropinis lanzó una maldición. Él y los otros reyes-hechiceros se lanzaron hacia adelante, aullando conjuros y gesticulando enloquecidos. La sombra gigante se dio la vuelta y vomitó una negra neblina en dirección a ellos; todo el corredor se llenó de una niebla espesa e impenetrable. El vapor retrocedió rápidamente para sepultar al mul y a sus compañeros en su gélida oscuridad.
—¿Cómo se supone que debo lu… luchar en medio de esto? —inquirió Rikus; los dientes le castañeteaban y el cuerpo empezaba a entumecérsele por efecto del frío.
—No tendrás que hacerlo —respondió Sacha—. Los reyes-hechiceros saben muy bien que no deben penetrar en el mundo de las tinieblas.
Rikus vio que los dos ojos azules se acercaban a él y, acto seguido, sintió una mano helada sobre su muñeca.
* * *
El dragón volvió la mano que le quedaba en dirección al suelo, y Sadira vio el revelador resplandor de la magia alzándose hacia la palma. Con las dos manos heridas, la hechicera no imaginaba cómo pensaba lanzar un hechizo, como tampoco podía imaginar de dónde salía la energía.
Las esferas de obsidiana de su estómago habían sido destruidas, de modo que sabía que no podía estar extrayendo el poder de cualquier animal que pudiera acechar por aquel erial. Eso significaba que Borys extraía la energía del follaje.
Sadira no consiguió descubrir ni una sola brizna de hierba en toda la desértica llanura, pero supuso que debía de haber plantas en alguna parte. Volvió la propia palma hacia el suelo y empezó a absorber, también ella, energía. Incluso cuando se ponía el sol seguía siendo una hechicera poderosa y podía contar con sus fuentes normales de energía para lanzar sus conjuros.
Tardó unos instantes, pero al fin sintió el familiar hormigueo de la magia subiendo por su brazo. La energía parecía provenir de los riscos situados al final de la planicie, y se dijo que tendría que tener cuidado de no extraer excesivo poder demasiado deprisa, no fuera a robar toda la energía vital a las invisibles plantas y destruirlas.
Ante la mirada de la hechicera, la herida del antebrazo de Borys empezó a cerrarse sola.
—¡Jamás conseguiremos matar a Borys si puede curarse a sí mismo! —exclamó Rkard, que se encontraba a su lado, contemplando horrorizado cómo las heridas del dragón se cerraban.
—Hallaremos un modo —respondió Sadira, dando a su voz más seguridad de la que sentía.
La hechicera cerró la mano al flujo de energía y sacó un pequeño trozo de tubérculo del bolsillo. Con un ojo fijo en el dragón, lanzó un conjuro sobre la raíz que, acto seguido, entregó a Rkard.
—Come esto. Hará que seas tan veloz que Borys no podrá atraparte. —Mientras hablaba, Sadira vio cómo los dedos de la mano inútil de Borys empezaban a moverse.
El muchacho se negó a comer la raíz.
—Tú debes comerla —dijo—. Intenté decírtelo antes… No soy yo quien matará al dragón.
—¿Qué dices? —inquirió Sadira frunciendo el entrecejo—. Claro que sí.
Rkard negó con la cabeza.
—Jo’orsh dijo a Borys que era yo quien había decidido matar al dragón —explicó el niño—. Pero eso no es cierto. Cuando él y Sa’ram vinieron a casa de Agis, les pregunté por qué me entregaban el Cinturón de Mando y la corona del rey Rkard. Ellos dijeron que era porque yo iba a matar al dragón… de modo que creí…
—Te estaban diciendo que era tu destino —lo interrumpió Sadira.
Rkard no respondió enseguida, y la hechicera observó cómo los dedos de la mano de Borys se cerraban para formar un puño. Pensó que iba a lanzarse sobre ellos, pero el dragón siguió acumulando más energía y no se movió. Al parecer, tenía intención de no dejarles ningún punto débil que utilizar cuando atacara.
Al cabo de un momento, Rkard respondió en voz baja.
—Borys dijo a Jo’orsh que no existe algo llamado destino. No le creí al principio, pero entonces Jo’orsh dijo que la gente escoge su destino. —Calló unos instantes para luego añadir—: Sólo que yo no escogí el mío.
—¿Entonces cómo fue que él y Sa’ram te entregaron el cinturón y la corona?
—No lo sé —repuso el muchacho, sacudiendo la cabeza—. Y tampoco estoy seguro de cómo los obtuvieron. El cinturón y la corona fueron robados de nuestro tesoro cuando los traficantes de esclavos atacaron Kled.
—¡Tithian! —siseó la hechicera. Por algún motivo, el rey había inventado toda la historia de que Rkard estaba destinado a matar al dragón… y había utilizado el cinturón y la corona para convencer a los espíritus de que era cierto—. ¡Lo mataré!
—Sólo si primero matas a Borys —replicó Rkard—. De modo que cómete la raíz.
—No, te quiero a salvo.
—No puedes ponerme a salvo —dijo él—. Además, a Borys no le preocupo tanto. Te atacará a ti primero.
El dragón seguía extrayendo energía del suelo. La herida de la pata estaba ya curada, y un muñón de mano había hecho aparición en la mutilada muñeca.
—Ve a ver qué puedes hacer por tu madre —indicó Sadira.
La hechicera se introdujo la raíz en la boca y fijó la mirada en la esfera roja que envolvía la cabeza de Borys. Puesto que el hechizo de Rkard había impedido que el dragón utilizara el Sendero, sospechó que lo desharía en cuanto recuperara el completo uso de las manos. Sadira volvió la palma en dirección al suelo, preguntándose si a la bestia le resultaría más fácil utilizar sus poderes mentales desde el interior de una esfera de oscuridad.
* * *
A Rikus le pareció que habían estado flotando en el mundo de las tinieblas durante una eternidad, con los helados dedos de la sombra gigante arrollados a sus muñecas y gélidos hilillos de tenues filamentos rozándoles el rostro. Al mul le dolían hasta los huesos por culpa del frío, y únicamente las vibraciones de su perpetuo tiritar impedían que las láminas de hielo rodearan por completo su cuerpo. A excepción del rojo fulgor de la lente oscura, que brillaba no muy lejos de él, Rikus no veía nada.
—Eeesta… mos tatatar… dando demasiado —se quejó, apenas capaz de hablar por culpa del violento castañeteo de sus dientes.
—En el mundo de las tinieblas, el tiempo no significa gran cosa —respondió la sombra que, poco antes, se había presentado a sí misma como Khidar—. Pero os dejaré en el otro lado en unos instantes de vuestro tiempo… siempre y cuando Sacha no se haya equivocado con respecto a la luz. Por lo general, no podemos acercarnos a Ür Draxa porque no existen sombras en esta tierra.
—Unos instantes sigue siendo demasiado tiempo —se inquietó el mul—. Si los reyes-hechiceros saben la contraseña del arco…
—Esa información no les servirá de nada —respondió Khidar—. Mi gente mantendrá el arco lleno con el mundo de las tinieblas hasta que hayas matado a Borys. Si los reyes-hechiceros se introducen en él, no saldrán jamás.
Rikus seguía sin estar convencido.
—Poseen una magia muy poderosa.
—Que finalmente utilizarán para disipar la niebla del pasillo del arco —repuso Khidar—, pero, incluso para ellos, el pueblo de las sombras no es enemigo fácil, y no estaban preparados para enfrentarse a nosotros. Puedes creerme cuando digo que, para cuando nos sigan, tu combate con el dragón habrá sido ganado… o perdido.
Una esfera roja apareció en la oscuridad delante de ellos, oscurecida en parte por una espesa voluta de oscuridad que recordó a Rikus una tromba de arena que pasara ante el rostro de una luna.
—Ahora debes estar callado —lo instó Khidar—. Ese es nuestro punto de destino.
A medida que se acercaban, la voluta de oscuridad se fue haciendo más espesa y más sólida, hasta parecer un par de sarmentosos troncos de árbol que se alzaran para unirse muy por encima del suelo. Únicamente tras estudiar la imagen durante unos instantes pudo identificar Rikus la negra faja como un par de inmensas patas. Khidar los conducía justo debajo de Borys.
Al cabo de un momento, Rikus emergió de la sombra del dragón y se encontró con la cabeza sobresaliendo por encima de una enorme llanura de deshecha escoria. Mientras sus ojos se adaptaban a la roja luz del hechizo de Rkard, se estiró hacia arriba espada en mano y, apoyando los brazos en el suelo, se impulsó hacia arriba.
El mul no llegó más allá de la cintura antes de que la voz de Borys gritara un conjuro. La roja luz del hechizo solar de Rkard desapareció de repente, y un dolor terrible y triturador se apoderó de las caderas del antiguo gladiador, que se encontró atascado entre roca sólida.
Reprimiendo el impulso de chillar, Rikus miró a su alrededor y no vio sombras por ninguna parte. Bajo tierra, sintió cómo Tithian tiraba de sus medio congeladas piernas.
El mul alzó la espada y se estiró en dirección al pie de Borys, pero contuvo el ataque al oír la voz de Sadira a su espalda. Miró por encima del hombro, y vio cómo una negra esfera abandonaba la mano de la mujer y se elevaba rápidamente hacia la cabeza de Borys.
Maldiciendo en silencio, el mul estiró el brazo para acuchillar la parte posterior del tobillo del dragón. La hoja golpeó con un potente sonido metálico, y saltaron chispas azules en todas direcciones; acto seguido una humareda roja y un chorro de sangre amarillenta brotaron de la herida.
Borys lanzó un alarido y retrocedió tambaleante, la cabeza sumergida en una esfera de oscuridad. La bestia giró una palma hacia el suelo, y Rikus sintió un extraño hormigueo al chisporrotear la energía mágica a través del suelo a su alrededor.
Sadira realizó su segundo ataque, arrojando un vendaval de llameante hielo azul contra el dragón. Los proyectiles abrieron largas cicatrices humeantes en su grueso pellejo, pero no penetraron. Borys gruñó contrariado y se echó a un lado, al parecer esperando otro ataque y temiendo que éste tuviera más efecto.
—¡Aquí, Sadira! —llamó Rikus, agitando la espada en el aire.
—¡Rikus!
La hechicera corrió hacia él. Se movió con increíble rapidez y estuvo a su lado en un santiamén al tiempo que introducía la mano en la túnica para sacar un componente mágico.
—¿Dónde has estado? —Las palabras salieron tan veloces que Rikus apenas las comprendió.
A cincuenta pasos de ellos, Boto pronunció un conjuro y se llevó la mano a la cabeza. La esfera de oscuridad se evaporó al momento.
—¡Luz, Sadira! —instó Rikus—. ¡Ahora!
Sadira pronunció una sílaba mágica y tocó el Azote. Un brillante resplandor llameó sobre la hoja, proyectando una larga sombra detrás de Rikus, quien notó que su cintura quedaba libre. Antes de que el mul pudiera alzarse del suelo, un par de brazos surgieron del mundo de las tinieblas y se agarraron a la pedregosa planicie. Rikus sintió cómo los hombros de Tithian lo empujaban hacia arriba desde abajo, y el mul quedó libre de la helada oscuridad.
Se puso en pie y empuñó la espada listo para atacar. La cabeza y el torso de Tithian surgieron de la sombra del antiguo gladiador; Sacha salió con él, sujetando con los dientes un mechón de sus largos cabellos grises. El monarca dejó de trepar cuando descubrió a Sadira que lo contemplaba con un brillo homicida en los ojos.
—¿Qué es lo que te pasa? —inquirió.
—Pregunta luego —dijo Rikus—. Ya tenemos suficientes problemas…
La cabeza de Sadira giró violentamente en dirección al dragón, y, lanzándose al frente, la hechicera propinó a Rikus un tremendo empujón.
El mul escuchó el chisporroteo de un rayo mágico que chasqueaba desde donde se encontraba Borys, y entonces todo se oscureció. Al cabo de unos segundos, Rikus se encontró de pie junto al borde del abismo, con la mirada vuelta a la parte central de la llanura. Allí donde había estado momentos antes, había ahora un cráter humeante del tamaño del Palacio Dorado. No podía ver su profundidad, pues estaba rodeado por un reborde de piedras destrozadas tan alto como las murallas de Tyr.
—¡Por Ral! —El mul estaba tan sobresaltado que no podía hacer más que contemplar el inmenso agujero boquiabierto—. ¡Sadira!
—¿Qué es lo que haces, darte por vencido? —preguntó una voz familiar.
Por primera vez, el mul se dio cuenta de que se hallaba cerca de un arco similar al situado al otro lado del mar de lava. Tendida cerca de la base, la cabeza apoyada en el regazo de Rkard, estaba Neeva. Aunque Rikus no vio ninguna herida, las piernas inertes le dijeron todo lo que necesitaba saber.
—¡Neeva! —jadeó.
—Ve. —La mujer señaló el cráter, en el que Borys se introducía ya cojeando—. Yo estaré bien al cuidado de Rkard. Ve a ver qué sucedió.
El mul hizo intención de avanzar, pero escuchó una extraña voz a sus pies.
—¡Ce… porro… i… diota!
Dándose cuenta de que sólo oía la voz cuando sus pies tocaban el suelo, Rikus se detuvo y miró al suelo. De la sombra proyectada por su espada salió Tithian, seguido inmediatamente por la pálida figura de Sadira.
—¿Cómo habéis…?
—Era el único lugar al que ir —respondió Sadira, interrumpiéndolo antes de que pudiera terminar la pregunta—. ¿Dónde está el dragón?
Rikus señaló el cráter.
—Será mejor que nos demos prisa —dijo Tithian; todavía bajo la forma de una serpiente, el monarca empezó a deslizarse hacia el agujero.
—Espera —interpuso Sadira—. Tengo una idea.
—Será mejor que sea una buena idea —replicó Tithian—. No tenemos mucho tiempo antes de que Borys se dé cuenta de que no estamos en ese cráter.
La hechicera cogió el Azote y acercó la hoja a la lente oscura. Un fogonazo rojo surgió de debajo del mágico acero. La espada empezó a brillar con un fulgor rojo, y Sadira lanzó un ahogado gemido de dolor.
—¿Qué haces? —exclamó Rikus, horrorizado ante lo que el calor podía hacer al temple de la hoja.
—¿Recuerdas lo que sucedió la primera vez que rompiste el Azote? —preguntó ella—. ¿Y lo espantada que se mostró Abalach-Re en las Llanuras de Marfil?
El mul sonrió y miró a Tithian.
—Debilita la hoja —ordenó.
—¿Estás loco? —bufó el rey.
—¡Si quieres matar a Borys, hazlo! —lo conminó Rikus.
Tithian hizo una mueca pero dirigió la mirada al arma y arrugó la frente con expresión concentrada. Allí donde la hoja del Azote tocaba la lente, una llama blanca apareció sobre el acero. Sadira lanzó un grito y soltó la espada.
Rikus desgarró un pedazo del borde de la túnica de la hechicera, envolvió con él la empuñadura del Azote y levantó la espada. Más o menos en la mitad de la hoja, una negra quemadura manchaba la hoja.
—Eso servirá —anunció.
Rikus encabezó entonces la marcha hacia el agujero, con Sadira corriendo a su lado. Tithian se arrastró detrás de ellos, sujetando la lente oscura con la cola. Al llegar al cráter, el mul indicó a sus compañeros que se ocultaran, tras lo cual trepó hasta lo alto y bajó la mirada hacia Borys. El dragón estaba a cuatro patas, excavando aún entre los escombros del fondo del pozo. El mul cogió una roca con la intención de dejarla caer sobre Borys para llamar su atención.
No hubo necesidad de ello. El dragón se alzó en toda su estatura, y Rikus se encontró cara a cara con la bestia.
—¿Dónde está mi lente? —exigió Borys.
El dragón alzó las manos, pero resistió la tentación de golpearlo, consciente sin duda de que el otro desaparecería si lo hacía.
Permitiendo que una parte de su auténtico miedo a la bestia se dejara entrever, Rikus respondió:
—N… no la tengo.
Rikus alzó el Awte como si fuera a atacar; entonces fingió resbalar sobre el traicionero suelo y, agitando violentamente los brazos en el aire, arrojó el Azote ladera abajo. En cuanto la espada abandonó la mano del mul, Borys abrió de par en par las fauces, y lanzó la cabeza al frente. El mul se lanzó colina abajo corriendo de espaldas, sin perder de vista las amenazadoras mandíbulas del dragón que zigzagueaban tras él.
Tithian fue el primero en atacar, saliendo de detrás de una roca para establecer contacto con uno de los ojillos de Borys. Rikus vio la imagen paranormal de una serpiente alada que salía de la lente oscura en dirección a su enemigo. El dragón giró la enorme cabeza, y la refulgente figura de un gólem de lava saltó de los ojos de la criatura para ir a interceptar a la víbora. La serpiente mordió al ardiente gigante, y al instante se incendió.
Aun así, el reptil continuó su ataque, arrollándose a la figura y apretando. Las dos creaciones mentales empezaron a luchar, alterando sus formas para convertirse ahora en aves, luego en lirrs, más tarde en leones, y en una docena de otras criaturas feroces. La batalla era tan enconada que lenguas de auténtico fuego saltaron de las dos imágenes, calcinaron rocas y abrasaron la carne de Rikus.
Dejando a su creación que siguiera por sí sola su enfrentamiento con Tithian, Borys volvió la mirada hacia el mul; éste seguía resbalando por la colina mientras su mano intentaba desesperadamente asir el Azote. Volutas de humo empezaron a rezumar del hocico del dragón, y su boca se abrió para exhalar.
Sadira saltó de su escondite, y arrojó al ojo de la bestia una daga de siseante humo azul. Borys cerró la boca y desvió la mirada. El puñal de la hechicera no dio en el blanco escogido, pero de todos modos hirió el morro del dragón. El ataque no provocó más que un hilillo de sangre, pero dio a Rikus el tiempo necesario para encontrar el Azote e incorporarse de un salto.
La mano de Borys salió disparada de detrás del borde del cráter y se cerró alrededor de Sadira. Ahora que la hechicera no estaba protegida por el poder del sol, las zarpas de la bestia se hundieron profundamente en su vientre. Sadira lanzó un grito de dolor, y la sangre empezó a rezumar entre los dedos de la criatura.
Sin soltar a la hechicera, Borys volvió la cabeza de nuevo hacia Rikus. El mul cargó colina arriba y hundió la espada hacia abajo en el hocico del dragón.
La hoja se clavó entre ambas mandíbulas, y brotó un chorro de hirviente sangre amarilla. Borys arrojó a Sadira al suelo y echó violentamente la cabeza hacia el cielo en un intento de deshacerse de Rikus. El mul se sujetó con fuerza, cerrando las piernas alrededor del hocico del dragón, y trató desesperadamente de partir la hoja.
Oyó entonces cómo Sadira gritaba desde el borde del cráter:
—¡Sigue luchando, maldito seas!
Rikus miró al suelo y vio que Tithian había suspendido su ataque mental. En lugar de combatir a Borys con el Sendero, el monarca se arrastraba lejos de allí con la lente oscura sujeta a la cola.
Una de las sarmentosas zarpas del dragón apareció ante el mul, impidiendo que siguiera contemplando la escena que se desarrollaba a sus pies. Rikus lanzó un juramento, sabiendo que, si permitía que su enemigo lo golpeara, acabaría encontrándose cerca del arco y lejos de la batalla. Sujetando con fuerza la empuñadura del Azote, se balanceó lejos de la zarpa, apoyó las piernas contra el otro lado del morro, y tiró con todas sus fuerzas. La hoja se dobló con un elástico tintineo, pero no se rompió.
Abajo, en el suelo, Sadira pronunció el nombre de Tithian. Rikus bajó los ojos y vio cómo la hechicera arrojaba algo. El rey se ocultó tras la lente oscura; al punto, una telaraña de pegajosos filamentos blancos se formó en el aire sobre él y empezó a caer sobre su cabeza.
Tithian lanzó una carcajada.
Borys revolvió la cabeza con fuerza en un enfurecido intento de sacudirse a Rikus de encima. El Azote se partió con un agrio chasquido, y el mul salió despedido. Mientras caía, vio un chorro de espeso líquido negro que brotaba de la hoja aún medio enterrada en el hocico del dragón.
Rikus chocó contra el borde del cráter. Un dolor insoportable le atenazó todo el cuerpo, y la empuñadura del Azote escapó de su mano. Rodó por la ladera con los rugidos del dragón resonando en los oídos. No tardó en conseguir detenerse, pero todo le dolía de tal manera que no sabía si se había roto todos los huesos o ninguno.
El mul rodó sobre sí mismo y, agarrándose a una roca, se incorporó penosamente. Para satisfacción de Rikus, atacarlo a él sin duda era lo último que Borys debía de pensar en aquellos momentos; un enorme chorro de líquido negro brotaba de la rota hoja del Azote y ya había cubierto la cabeza del dragón bajo una espesa capa de fango de color ébano. Mientras furiosas humaredas rojas surgían de su hocico, la bestia intentó en vano arrancarse el pedazo de acero incrustado en el morro. No consiguió demasiado, excepto cubrir sus zarpas con el mismo lodo oscuro que le cubría la cara.
El dragón lanzó un rugido de insoportable dolor. Arrojó una llameante nube roja al aire, y sus manos cayeron inertes a sus costados, en tanto que los brillantes ojillos se vidriaban por el dolor. Una serie de convulsiones recorrió todo el enjuto rostro. Con cada espasmo el morro se encogía y tornaba más grueso, hasta parecerse más a una nariz y a una barbilla alargada que al hocico de una bestia. La cresta de púas de lo alto de la cabeza se ensanchó hasta convertirse en una frente ancha. Tras lanzar un último rugido, Borys se desplomó detrás de la elevación.
Seguro de que el dragón no regresaría a atacarlo, Rikus miró al otro lado de la ladera y divisó al rey bien sujeto a la lente oscura por una resistente malla de filamentos plateados. Mientras el mul lo contemplaba, una gigantesca araña roja surgió de las profundidades de la lente. La criatura bajó la cabeza hacia la telaraña e introdujo los brillantes hilos en su boca. En cuanto Tithian quedó libre, el insecto saltó sobre Sadira. Tras recorrer la distancia que los separaba en un santiamén, aterrizó sobre la cara de la hechicera y la atacó salvajemente con sus mandíbulas.
Rikus se lanzó en su ayuda y, mientras cruzaba tambaleante la ladera, observó impotente cómo cuatro finas alas brotaban de la espalda de Tithian. Con la lente oscura bien sujeta en la cola, el monarca se alzó por los aires y voló hacia un farallón situado al otro extremo de la llanura. Su tamaño fue decreciendo rápidamente, y el mul comprendió que no tardaría en perderlo de vista.
Tithian se alejó por los aires, y Sadira rodó ladera abajo e inmovilizó a la araña debajo de ella. Cuando apartó la cabeza de sus fauces, tenía el rostro cubierto de verdugones rojos que parecían quemaduras, pero no se veían pinchazos que indicaran que la criatura había estado inyectando veneno en su cuerpo. La hechicera sujetó a su atacante con ambas manos y lo alzó bien alto sobre su cabeza para luego aplastarlo contra una afilada roca. La criatura se desvaneció en medio de un brillante fogonazo.
Sadira lanzó un grito de sorpresa y se cubrió el rostro.
—Déjame ver —dijo Rikus, llegando junto a ella.
—No estoy gravemente herida… lo que es más de lo que Tithian podrá decir cuando lo atrape —respondió Sadira.
Bajó los brazos mostrando un rostro con las pestañas chamuscadas y la piel enrojecida. Rikus se sintió aliviado al ver que no había quemaduras serias.
—¿Qué ha sido del dragón? —preguntó Sadira.
El mul indicó en dirección a la parte superior del borde del cráter.
—Partí la espada —explicó—. Lo que queda de Borys cayó ahí dentro.
—Será mejor que echemos una mirada —dijo Sadira.
Treparon por la ladera y atisbaron cautelosamente por encima del borde. En el fondo del cráter, un enorme esqueleto de huesos manchados de negro yacía doblado sobre sí mismo en posición fetal. Los omóplatos estaban fundidos en una única joroba inmensa, y los larguísimos brazos estaban abrazados a las rodillas. La cara de aquella cosa era el rostro remotamente humano que Rikus había visto reemplazar al de Borys; el fragmento del Azote aún seguía alojado en la nariz, vomitando lodo negro por los aires.
Mientras observaban, chispas de energía azul empezaron a danzar en las vacías cuencas, y de la descamada boca surgió una voz sibilante.
—Borys de Ebe, Carnicero de Enanos, jefe de la revuelta —siseó la voz—. Tu señor ha reivindicado su castigo.
Un fluido negro empezó a borbotear entre los dientes del esqueleto. Las costillas se partieron, y un espeso líquido negro se derramó por sus rotos extremos. Brazos y piernas se separaron de sus articulaciones; luego la pelvis se partió por el centro, y por fin la columna vertebral se desmoronó en una hilera de vértebras desconectadas. Con cada separación, más lodo negro se vertía al interior de la depresión, hasta que el esqueleto desapareció bajo un estanque de espumeante fango negro.