Prólogo

Prólogo

La mayoría de los hombres llamaba sombra a esa mancha oscura visible tan sólo como una ausencia: la fría penumbra que se proyectaba sobre el suelo cuando sus cuerpos impedían el paso a la luz del sol rojo. Mentes más preclaras se referían a ella como las tinieblas, y sabían que separaba todo aquello que existe de lo que no existe. Acechaba justo debajo de la superficie de todas las cosas, como el correoso cascarón de un huevo gigantesco, enterrado a poca profundidad y a punto de eclosionar. En el exterior se encontraban las montañas yermas, los interminables desiertos de arena, y las desoladas llanuras barridas por el viento que conforman el mundo de Athas. En el interior estaba el Vacío, repleto de la albúmina de la nada.

Dentro de este éter incoloro flotaban los huesos de un antiquísimo esqueleto. Estaba doblado sobre sí mismo en un apretado ovillo, los omóplatos soldados en una enorme joroba y los brazos larguiruchos rodeando las rodillas. El cráneo parecía remotamente humano, aunque las mandíbulas delgadas, la barbilla alargada y los pómulos planos daban a entender que esto no era del todo cierto.

La osamenta llenaba el Vacío por completo pero habría sido erróneo llamar enorme a aquella cosa. En este lugar, el tamaño no tenía significado; únicamente importaba la existencia. Y, por el simple hecho de que existía, el esqueleto ocupaba todo el inmenso vacío del interior del huevo.

El esqueleto arañó el lóbrego cascarón con largas zarpas afiladas, soñando con el día en que renacería. Por primera vez en una eternidad, se sentía seguro de conseguir escapar a su interminable reclusión. Una aureola de relámpagos rodeó su deforme cráneo y un brillante chisporroteo apareció en las cuencas vacías de lo que en una ocasión habían sido sus ojos.

Debajo de las crispadas zarpas aparecieron un par de ascuas azules y una boca alargada que parecía una rendija. Las facciones eran todo lo que el esqueleto podía ver de sus sirvientes. El pueblo de las sombras formaba parte de las tinieblas, y se encontraba tan atrapado en el interior del negro cascarón como su señor lo estaba en el interior del vacío del huevo.

Percibimos vuestra llamada, todopoderoso señor.

El sirviente utilizaba la comunicación mental para ponerse en contacto, ya que el sonido no existía en el interior de la eterna prisión del esqueleto.

He estado pensando, Kbidar, respondió el esqueleto, mientras torcía muy despacio el oblongo cráneo para mirar más directamente a los ojos de la sombra. Los reyes-hechiceros deben estar cerca cuando el Usurpador me libere.

¡Eso es demasiado peligroso! Los ojos del sirviente se tornaron más grandes y brillantes. Los seis se han vuelto más poderosos de lo que crees, Rajaat. ¡Nos destruirán!

Una bola relampagueante se formó sobre la cabeza de Rajaat.

¡Ellos no me destruirán!, rugió él. Si vaciláis en sacrificar unas pocas vidas para que pueda devolver Athas a su momento más glorioso, tal vez deberíais permanecer en las tinieblas.

Khidar retrocedió atemorizado, y sus ojos y boca resbalaron por el interior del negro cascarón.

Nuestros destinos están unidos, dijo, con más pesar que entusiasmo. Todo lo que nos preocupa es el futuro de Athas.

Nunca lo olvidéis, siseó Rajaat, y los rayos azules de sus vacías cuencas centellearon airados. Pensad en todo lo que he sacrificado para devolver el mundo a los vuestros, y seguid mi ejemplo.

Te estamos muy agradecidos, le aseguró Khidar. Cumpliremos todos tus deseos.

Estupendo. Lo mejor será vengar la traición de los reyes-hechiceros antes de proceder a la Restauración, repuso Rajaat. Los relámpagos empezaron a chisporrotear de forma más constante y calmada sobre su cabeza. Después de eso, limpiaremos Athas de los estratos más sacrilegos de las razas degeneradas. Los mestizos serán los primeros en morir.

¿Cuáles?, inquirió el sirviente.

Todos ellos: semielfos, muls, semigigantes, todas las repugnantes abominaciones originadas por uniones antinaturales. Hemos de eliminarlos lo antes posible.

Como desees.

Las Razas Nuevas serán Las siguientes, continuó Rajaat, cerrando con fuerza las afiladas zarpas. ¡Hay tantos! Podemos tardar un siglo.

Debemos esperar oposición, advirtió Khidar. Sadira y Rikus…

Son mestizos. ¡Morirán con los otros!, declaró el esqueleto. Los destruiré en cuanto termine con los reyes-hechiceros.

¿Qué hay del Usurpador?, preguntó Khidar. ¿Lo convertirás en rey-hechicero?

Sí, mantendré mi promesa, siempre y cuando haga honor a la causa de la Torre Primigenia, respondió Rajaat.

¿Y si nos traiciona como Borys y los otros?

Mi nuevo campeón jamás hará tal cosa, repuso el esqueleto. Después de presenciar el final de los otros traidores, no se atreverá.