CAPÍTULO 21

Incluso antes de que Jaina mirase dentro del complejo hundido, temió que hubieran llegado demasiado tarde. Una columna de aceitoso humo se elevaba desde la fosa, acumulándose bajo una válvula ennegrecida que se abría periódicamente para expulsar los vapores al vacío. El aire apestaba a carne carbonizada, hueso quemado y a olores procedentes de descomposiciones más lentas, lo que explicaba por qué aquel lugar estaba tan apartado de todo lo demás. Fuera lo que fuera lo que hicieran los yuuzhan el vong con sus muertos, no implicaba conservarlos.

Pese a guiarse por el señalizador de su comunicador, Jaina no vio a Lowbacca hasta que un brazo polvoriento se elevó de entre las cenizas y les hizo señas desde el balcón de observación situado junto a la boca del túnel. Se tumbó en el suelo e intentó no pensar que se estaba arrastrando sobre los restos incinerados de miles de yuuzhan vong. Avanzó hasta el borde de la fosa.

Lo que había abajo le pareció más un centro de procesamiento que un depósito de cadáveres. Era una instalación de cinco lados de la décima parte del espaciopuerto, situada en el centro de una docena de amplias rutas de desplazamiento, la mayoría de las cuales llegaba del oscuro interior de la mundonave. Muchos de esos pasos subterráneos se habían sellado de forma permanente con coral yorik. Los demás estaban llenos por apesadumbrados allegados de los muertos yuuzhan vong, cuyo número debía de haber aumentado mucho gracias a la eficacia del grupo de asalto —un pensamiento en el que Jaina encontró algún consuelo—. Los yuuzhan vong por fin habían resquebrajado la coraza emocional que se había estado formando a su alrededor desde la muerte en Ithor de Anni Capstan, su primera compañera de vuelo en el Escuadrón Pícaro. Habían conseguido que la guerra volviera a dolerle, y quería devolverles ese dolor.

Al igual que en el espaciopuerto, las grandes columnatas dispuestas en la parte inferior de cada una de las cinco paredes daban a una red de madrigueras de servicios cuya utilidad Jaina sólo podía adivinar y que le importaba bien poco. Las cinco grutas que se encontraban en cada esquina de la instalación eran más interesantes. La efigie de un dios yuuzhan vong se sentaba en cada rincón, mirando a una profunda fosa situada justo ante él o ella. Junto a cada fosa había un sacerdote y varios ayudantes entonando oraciones a los dioses e invitando a los allegados, un grupo cada vez, a dar un paso adelante y arrojar a la fosa un trozo de su ser querido. Las partes que arrojaban parecían depender de cada efigie en particular. En una fosa arrojaban la piel, en otra los huesos grandes del cuerpo, en la de Yun-Yammka, único dios que reconoció Jaina, vertían la sangre.

La preparación de los cadáveres se hacía en una de las estaciones de variada opulencia dispersas por el interior del complejo. La elección de un preparador parecía involucrar una buena cantidad de regateo, ya que podía ver a algunos allegados discutir, a veces violentamente, con los amortajadores vestidos con mandiles que hacían el trabajo. Una vez hecha esta labor, la primera parada siempre era una pira ardiente en el centro del lugar a la que se arrojaban cráneo y manos.

Jaina sintió frío.

—Si le hacen eso a Anakin…

Lowbacca gimió suavemente y señaló más allá del borde. Teniendo cuidado de no tirar ceniza por el hueco, Jaina se inclinó hacia delante y vio, veinte metros más abajo, un puñado de guerreros yuuzhan vong que jugaban a algo que consistía en dar patadas a una criatura con espinas que gruñía y lanzarla contra el pecho desnudo de un oponente con fuerza suficiente como para que se le clavase. A un lado estaba Vergere, usando el sable de Anakin en un ejercicio de esgrima sorprendentemente fluido.

—Entonces, ¿dónde está Anakin? —susurró Tahiri.

Lowbacca señaló con gestos a la madriguera situada junto a los guerreros y luego a una esclusa de aire cercana, explicando con un ligero estruendo que el cierre daba a una pequeña fosa de aterrizaje donde Vergere y los demás tenían una lanzadera esperando. Jaina y los demás se pusieron los trajes de vacío, se camuflaron con una capa de ceniza y dedicaron la siguiente hora a contemplar los espantosos ritos que tenían lugar abajo. La espera habría sido interminable de no ser porque vieron a dos yuuzhan vong salir de la madriguera con el cuerpo de un camarada y partir en uno de los pequeños transportes de coral yorik que se veían a veces en la mundonave. Eso proporcionó a Jaina la oportunidad de contemplar ese horroroso espectáculo con la esperanza de que los guerreros que habían matado a Anakin estuvieran entre aquellos que se ofrendaban a los dioses.

Por fin, un subalterno yuuzhan vong salió de la madriguera y llamó a dos del equipo para que entrasen. Los demás se vistieron rápidamente, poniéndose delgadas túnicas sobre la cabeza y obligando a sus armaduras vivientes a abrirse para poder volver a colocárselas. Cautelosamente, Jaina levantó su pistola láser de la ceniza. Le echó el aliento en el cañón emisor y los sensores de objetivos para poder limpiarlos y se quitó la túnica.

—Disparad cuando Anakin esté fuera, donde podamos verlo —dijo Jaina por el comunicador. Echaba de menos la intimidad con los demás que proporcionaba la fusión de combate pero quizá fuese bueno que Jacen no estuviera allí para unirlos. Estaba tan furiosa que no quería abrir sus emociones a los demás—. Saltaremos abajo y nos haremos con él, luego secuestramos la lanzadera, buscamos a Jacen y acabamos con esto.

—Entendido —dijo Zekk reconociendo la orden.

Para cuando los demás estuvieron listos, el subalterno apareció donde podían verlo. Tras él venían dos tripulantes cargando entre los dos con una vaina de piel del tamaño de Anakin.

—¿Puedo ocuparme del oficial? —preguntó Alema, apuntando con la mira de su carabina al subalterno.

—Abátelo —dijo Jaina.

Los demás también eligieron su objetivo. Tahiri se encargaría del primer porteador y Zekk del segundo. Lowbacca centró su mira en el piloto y Jaina apuntó a Vergere con su pistola láser.

—Tengo a tiro a Saco de Plumas —dijo Jaina—. Fuego a…

Cuatro disparos láser cayeron sobre la fosa de cadáveres, pero la mano de Zekk golpeó el cañón de Jaina y el tiro se desvió, quemando el suelo que pisaba Vergere. La criatura ya se estaba poniendo a cubierto, moviendo el sable de Anakin como si realmente supiera manejarlo, cosa que se desmintió cuando se le cayó de las manos y cayó estrepitosamente al suelo.

Jaina se giró hacia Zekk.

—¿Por qué has hecho eso? ¡Ya la tenía!

—No sé por qué debes dispararle —replicó Zekk casi con pasión—. No nos ha hecho daño y tuvo oportunidad de hacérnoslo.

—¡Basta con que esté con ellos! —Jaina miró la fosa con detenimiento, pero su objetivo había recuperado el sable de Anakin y se había puesto a cubierto, al igual que el otro porteador de la vaina, llevándose el cuerpo de su hermano—. No vuelvas a hacerlo Zekk, no te atrevas a interponerte en mi camino.

Un murmullo de asombro recorrió el complejo cuando la muchedumbre comprendió que estaban siendo atacados. Jaina se echó al hombro su pistola láser, cogió el sable láser del cinturón y saltó precipitadamente a la fosa.

Utilizó la Fuerza para reducir la velocidad del descenso, y aterrizó en el suelo de la fosa con una pirueta, a medio camino entre Lowbacca y Tahiri. Alema estaba más allá de Tahiri, llevándose la carabina al hombro. El guerrero cuya vida había perdonado Zekk estaba contra la pared, utilizando el cuerpo de Anakin para protegerse del arma de la twi’leko y esgrimiendo el coufee.

—¡Vosotros dos asegurad la lanzadera! —ordenó Jaina a Lowie y Tahiri—. Alema y yo iremos a por Anakin.

Cuando se pusieron en acción, el yuuzhan vong hundió el coufee en la vaina y la abrió a la altura de la cabeza.

—¿Queréis a vuestro Jeedai? —pasó la hoja por una capa de claro lodo gelatinoso y puso la punta en la mejilla de Anakin.

—¡No os acerquéis u os lo devuelvo en pedazos!

La carabina rugió sin llegar a acertar al yuuzhan vong pero destrozando la piedra angular del arco que tenía detrás. El yuuzhan vong se sobresaltó y vio por encima de su hombro todas las toneladas de escombros que iban a caer sobre él, por lo que se volvió hacia Jaina y acercó el cuchillo al ojo de Anakin.

La ira bullía como el magma en el interior de Jaina cuando recurrió a la Fuerza y apartó el cuerpo de Anakin. El yuuzhan vong gritó sorprendido y retrocedió hacia la arcada que se estaba derrumbando, apartando el coufee del ojo. Jaina arrancó a su hermano de manos del guerrero con una sacudida y lo envió levitando hacia Alema.

—¡Coge a Anakin!

Mientras hablaba se iba abriendo a la cólera, utilizando el poder de sus emociones para hacer que la Fuerza entrase en ella como habían intentado obligarla a hacer los Maestros Oscuros Brakiss y Tamith Kai tanto tiempo atrás, cuando fue encarcelada junto con Jacen y Lowbacca en la Academia Oscura. El poder acudió a ella en frías oleadas, alimentándose de su odio a los yuuzhan vong y duplicándose en ella.

Con un movimiento tan rápido que Jaina apenas pudo verlo, el guerrero se levantó y le lanzó el coufee a la garganta con un golpe de muñeca. Podría haberlo esquivado o detenido con su sable, pero no lo hizo. En cambio, utilizó la mano libre para apartarlo de un golpe, mientras la feroz energía se agitaba dentro de ella. Entonces levantó la mano hacia su atacante y liberó todo el poder oscuro de su interior. Un relámpago brotó a pocos centímetros de la punta de sus enguantados dedos para abrir luego un boquete en el pecho del yuuzhan vong y arrojarlo contra los escombros, inerte y humeante.

Jaina notó que alguien la miraba y se dio la vuelta para sorprender a Vergere mirándola fijamente desde el refugio de una arcada cercana. El sable de Anakin colgaba de sus manos y sus pequeños ojos se entornaron en lo que parecía una extraña muestra de pena. Jaina se rió de la criatura, alzó la mano y lanzó otro relámpago de Fuerza.

El sable de Anakin cobró vida en manos de Vergere, que lo levantó para interceptar el ataque. Después abrió mucho los ojos, dio media vuelta y huyó por la madriguera agitando la hoja encendida tras ella como si fuera una cola.

Alema llegó al lado de Jaina y le agarró por el brazo con poca decisión.

—Será mejor que nos vayamos.

Jaina se percató del rugido procedente del otro lado de la fosa y se dio cuenta de que los sacerdotes encolerizados exhortaban a los allegados a atacarles.

—¿La lanzadera?

—Es nuestra —informó Alema—. Todo el mundo está a bordo menos nosotros.

—Bien —Jaina le arrebató el cuerpo de Anakin y entró en la esclusa. Cuando la válvula externa se abrió, preparó el último detonador térmico que le quedaba para que explotase en diez; segundos y lo arrojó al centro de la esclusa.

—La brecha que abrirá al vacío le reventará los pulmones unos cuantos caracortada.