CAPÍTULO 11

El olor era más dulce que fétido, al menos para Tsavong Lah, cuyo miembro era el que se estaba pudriendo. La pata de radank con la que los cuidadores habían reemplazado su brazo ya le sobrepasaba el codo, con las agresivas células del injerto atacando y eliminando su propio tejido desde el punto de la amputación. Las escamas y espinas surgían ya de sus bíceps hinchados y, por encima de esa zona, en su brazo, pululaban dípteros sembrados por los cuidadores para que devorasen su carne moribunda.

Si la alteración se detenía en el hombro, se le otorgaría el respeto debido al que había sacrificado mucho y arriesgado todavía más por su devoción a los dioses. Si se extendía hacia su propio torso, o perdía el brazo, sería apartado de sus deberes y expulsado de su casta como un Avergonzado, desfigurado por los dioses en señal de su disgusto. Tsavong Lah sospechaba que el lugar donde se detuviera la alteración dependería de cuánto tiempo permitiría que la pérdida de la flota de Reecee retrasase la captura de Coruscant… lo cual dependía a su vez de lo que tardasen Nom Anor y Vergere en capturar a los gemelos Solo. Con la mitad de sus fuerzas de ataque desaparecida y la posibilidad —no, la probabilidad— que los Jeedai hubieran capturado un yammosk vivo no se atrevía a atacar hasta asegurarse de la bendición de los dioses.

Con la mente alerta, el Maestro Bélico asió un villip que descansaba junto a él y empezó a hacerle cosquillas para despertarlo. Tsavong Lah no se molestó en taparse, aunque estaba sentado desnudo en los vapores purificadores de su célula limpiadora privada. El villip en posesión de su siervo sólo mostraría su cabeza.

Tras una irritante espera de casi un minuto, el villip adoptó la forma de un Nom Anor irritado.

Tsavong Lah frunció el ceño sin dar oportunidad al Ejecutor para disculparse por hacerle esperar.

—Confío en que estarás dando caza a los Jeedai, Nom Anor, y no huyendo de ellos.

—Nunca —aseguró el Ejecutor—. Mientras hablamos, los persigo liderando la compañía Azote Dos del Ksstarr.

—¿Los atraparás?

—Sí —aseguró Nom Anor—. Estamos teniendo bajas, pero Azote Tres les ha tendido una emboscada al final de su ruta. Esta vez no escaparán.

Las bajas no interesaban a Tsavong Lah. Sabía lo de las naves que los Jeedai habían destruido sobre Myrkr y cómo habían matado a la primera compañía del Ksstarr, el Azote Uno. Aunque el número de pérdidas hubiera sido el doble, él las habría considerado insignificantes.

—Que los gemelos Solo no sufran daño —era la cuarta o quinta vez que Tsavong Lah daba la misma orden, pero, ahora más que nunca, quería que Nom Anor la comprendiera bien—. ¿Tus guerreros conocen el destino que le espera a quien mate a cualquiera de ellos?

—Tanto como yo, Maestro Bélico —respondió Nom Anor—. Los gemelos son objetivos prohibidos. También he ordenado a Yal Phaath que tenga listas sus tropas… aunque discuta mi autoridad. Sería sabio por vuestra parte subrayar la orden.

—Acepto la sugerencia —accedió Tsavong Lah, ignorando el atrevimiento de su siervo al decirle lo que debía hacer—. Necesito esos sacrificios, Nom Anor. Cuanto más esperemos, más se deteriorará nuestra situación.

—No necesitará esperar mucho más, Maestro Bélico —prometió Nom Anor—. Mi plan es excelente.

—Eso sería lo mejor para ti —advirtió Tsavong Lah—. Espero tus noticias pronto.

Presionó la mejilla del villip con el dedo pulgar, lo que causó la interrupción del contacto y que el animal se invirtiera. El Maestro Bélico lo dejó a un lado y cogió el de Viqi Shesh, considerando el tiempo que había dedicado al particular recurso que constituía la exsenadora. Desde que la habían apartado del Comité de Supervisión Militar de la Nueva República había trabajado el doble para demostrar su utilidad a los yuuzhan vong. Movida menos por la codicia o el ansia de poder, pensó Tsavong Lah, que por la simple sed de venganza. Tales armas tendían a ser muy volátiles… lo cual podía ser bueno o malo, dependiendo de cuándo estallasen.

La puerta espiral de su célula se abrió tras él y dejó entrar una bocanada de aire fresco que recorrió agradablemente su espalda desnuda. Sin darse la vuelta, dijo:

—¿No he dicho que estaba purificándome? ¿Cómo te atreves a importunarme?

—Ofrezco mi vida en pago, Maestro Bélico —la voz pertenecía a Seef, una hembra, su ayudante de comunicaciones—. Pero no tenía elección. El villip del Señor Shimrra se ha activado.

Sin molestarse en taparse, Tsavong Lah se puso en pie y se volvió, buscando el coufee que Seef tenía preparado para él. Un subordinado tenía prohibido mirar su desnudez y vivir salvo en circunstancias que involucrasen la cría…, pero cuando vio sus ojos parpadear y apartarse de la supurante carne del injerto, dejó el arma en la mano de la mujer. Si la mataba ahora, los dioses podrían creer que quería mantener en secreto el estado de su brazo.

Tsavong Lah estudió un momento a su oficial de comunicaciones, lanzó el coufee lejos y entrecerró los ojos de una forma que dejaba claras sus intenciones.

—Prepárate tú misma.

—Sí, Maestro Bélico —Seef devolvió el coufee a su vaina e inclinó la cabeza sin que su rostro diera alguna pista sobre si consideraba aquél un destino mejor que la muerte—. Os esperaré en vuestra cámara.

Ella se hizo a un lado y Tsavong Lah abandonó su célula de vapor echándose una capa sobre los hombros y con cuidado de mantener la manga por encima de su codo para que el estado de su injerto fuera visible para todos. Encontró el villip del señor Shimrra sobre la mesa, con sus rasgos tapados por la oscuridad que proyectaba la protuberancia de una melena epidérmica semejante a una capucha. El Maestro Bélico se tocó el pecho a modo de saludo y apoyó la palma de su nueva garra sobre la mesa, delante del villip. Luego presionó la frente contra el dorso de las manos.

—Perdona el retraso, Supremo —se disculpó—. Estaba purificándome.

—Los dioses valoran la pureza —la voz de Shimrra retumbaba tenue—, pero también el triunfo. ¿Qué hay de la flota perdida?

—Los dioses tienen razones para sentirse disgustados. La pérdida fue total… Seis racimos.

—Una finta muy cara, siervo mío.

Tsavong notó la garganta seca.

—Supremo, no era…

—Estoy seguro de que tu plan requería ese sacrificio —cortó Shimrra—. Pero no estamos hablando por eso.

—¿Seguro? Tsavong no intentó corregir a Shimrra; si el Sumo Señor declaraba la pérdida de la flota una finta, que fuera una finta. La mente del Maestro Bélico saltó de inmediato al problema de doblegar las formidables defensas de Coruscant con un solo ataque… quizá una variante de la luna sembrada de minas que quiso utilizar en Borleias, o algo que involucrase a las naves de refugiados. Eso estaría bien —el escándalo de los rehenes en Talfaglio demostró lo vulnerable que era la Nueva República a tácticas como ésa. Mientras un esbozo de idea tomaba forma en la mente del Maestro Bélico, dijo—: Puedo asegurarle que mi plan es excelente, Supremo, pero me sentiré honrado de hablar con usted sobre cualquier tema.

Antes de continuar, Shimrra dudó lo bastante como para expresar su disgusto sin tener que hablar. Entonces dijo:

—¿Es dudoso el éxito de tu nuevo injerto?

—Así es —contestó Tsavong Lah. No se preguntó, ni siquiera a sí mismo, cómo era posible que el señor Shimrra conociera sus problemas con la pata de radank—. Temo que mi brazo pueda haber ofendido a los dioses.

—No es tu brazo, siervo mío. No he visto nada de eso.

Tsavong Lah permaneció callado, intentando desesperadamente deducir si la razón de que estuvieran hablando era la visión de Shimrra o sólo la excusa.

—Los gemelos, siervo mío —dijo por fin Shimrra—. Los dioses nos darán Coruscant, y tú les darás esos gemelos.

—Así será, Supremo —aceptó Tsavong Lah—. En este momento mis siervos están a punto de capturarlos.

—¿Estás seguro? —preguntó Shimrra—. Los dioses no aceptarán una nueva decepción.

—Mis siervos me aseguran que su plan es excelente —no se le escapó a Tsavong Lah que las palabras de Nom Anor habían sido muy parecidas a las del señor Shimrra—. No pueden escapar.

—Que así sea —Shimrra calló un instante, antes de añadir—: Ver y ser visto, siervo mío.

Tsavong alzó la cabeza, pero no dijo nada. Había sido invitado a mirar, no a hablar.

—Has de saber algo, Tsavong Lah —continuó Shimrra—. Al permitir que su villip viva, te has guardado para ti a alguien que debería pertenecer a los dioses.

Tsavong Lah sintió frío por dentro.

—Así es, Supremo, pero no era mi intención…

—A los dioses les place que la conserves. No los insultes explicándoles lo que ya saben —el villip de Shimrra comenzó a invertirse—. Úsala bien, siervo mío. Todo se perdona en la victoria.