CAPÍTULO 10
El cuerpo estresado de Anakin clamaba por un descanso, un trance, cualquier tipo de huida. Pero no era posible, no con Nom Anor y compañía pisándoles los talones. Los yuuzhan vong habían quedado atrás, lo bastante lejos para que incluso los barabeles no pudieran oírlos, pero Anakin sentía al enemigo a través del cristal lambent, una fría aura de rabia y malicia que obligaba al grupo de asalto a seguir adelante, siempre acosado, siempre amenazado.
Los yuuzhan vong habían regresado desde la ciudad de los esclavos, acosando a los Jedi siempre que frenaban la marcha, asediándolos con insectos bélicos y provocándolos para que disparasen sus armas. Aunque los ataques aumentaban, Nom Anor no cambiaba de táctica. Seguía sitiando el grupo de asalto, desgastándolo, intentando coger vivas a sus presas.
Y Anakin no daba ninguna razón al espía tuerto para que cambiara de táctica. Había evitado la trampa del AT-AT, sólo para caer en una emboscada en la ciudad de los esclavos, como un paleto pateapolvo salido de una granja de humedad. Angustiado por la difícil situación de sus habitantes, había permitido que los impostores de Nom Anor se acercaran al grupo de asalto. Ahora, Eryl y Jovan estaban muertos. Anakin debió recordar la afición de Nom Anor al subterfugio y haber previsto el ataque o, al menos, haber mantenido a la multitud lejos de sus Jedi. Debió ser más cuidadoso, debió…
Jaina le dio un golpe detrás de la oreja.
—Basta.
—¿Qué? —Anakin se frotó la oreja. Su concentración se disipó y el dolor rugió a través de él en oleadas—. Gracias por preocuparte.
—Puedes sentir lástima por ti mismo —dijo Jaina. Una delgada línea cruzaba su frente en diagonal, allí donde Tekli había sellado con sintocarne la cuchillada sobre su ojo—. Has sido temerario, Anakin, y estás pagando el precio… pero ésa no es la cuestión. Tienes que dejar de culparte.
El distante rumor de pasos de los yuuzhan vong llegó hasta ellos. Anakin intentó que no debilitaran su concentración y preguntó:
—¿Y a quién voy a echarle la culpa?
—A la guerra —respondió Jaina—. ¿Crees que el tío Luke nos envió aquí para entrenarnos? Esto es importante. Si la gente muere, muere de verdad.
—Eso es un poco frío.
—Ya lloraré en casa —Jaina arriesgó una mirada por encima de su hombro—. Puede que cometieras un error o puede que no. Pero empieza a concentrarte en la misión o morirá más gente.
Jaina sostuvo su mirada un momento. Entonces, el rumor de pasos se hizo más fuerte y se concentraron en huir. El grupo de asalto pasó junto a un túnel alto hasta la cintura, que descendía hasta las madrigueras de los voxyn salvajes. Según Lomi y Welk, los salvajes eran criaturas que los entrenadores habían perdido. Llegaba un momento en que las bestias encontraban el camino hasta la ciudad de los esclavos —la única fuente constante de presas en el laberinto de entrenamiento— y convertían esas cuevas en su madriguera. Con un trazado irregular, paredes excavadas con ácido y un abrumador hedor a descomposición, los túneles parecían algo que bien podían haber excavado las criaturas. Todos, salvo los barabeles, llevaban máscaras para poder respirar.
Anakin llevó puesta la suya unos mil pasos, antes de quitársela y descubrir que no respiraba con más facilidad aunque el aire fuese más fresco. Se sentía febril, y comprendió que su dolor iba en aumento y se abría paso a través de sus defensas en la Fuerza. Algo iba mal.
Despejó su mente mientras corría, abriéndose completamente a la Fuerza. Aunque no era un sanador de talento, conocía su propio cuerpo lo suficiente como para seguir las ondulaciones hasta su herida y sentir que algo se había soltado dentro de él. Rebuscó bajo el arnés de su equipo y palpó una venda empapada. Cuando retiró la mano, la palma estaba teñida de escarlata.
—¡Anakin! —el grito era de Tahiri que, como siempre, corría junto a él—. ¿Qué es eso?
—Nada.
Anakin se concentró en su herida interna, intentando usar la Fuerza para unir los bordes… pero estaba demasiado débil para concentrarse. Tropezó, y habría caído si Tahiri no hubiera llegado hasta él con la Fuerza, ayudándole a levitar.
—¡Necesito ayuda! —gritó la chica.
El grupo de asalto frenó en seco. Jaina y varios de los demás se apiñaron alrededor de Anakin, a pesar de sus protestas de que se encontraba bien.
—¡Cállate! —ordenó Tahiri—. No estás bien… ni mucho menos.
El sonido de pisadas de los yuuzhan vong creció hasta resonar con fuerza. Tekli emergió de alguna parte entre Ganner y Raynar, que compartían la carga de llevar el cuerpo de Eryl.
—¡Mantenedlo levitando! —pidió Jaina. Levantó a Tekli y la puso a horcajadas sobre las piernas de Anakin; entonces, le cogió de la muñeca y se puso en marcha—. ¡Moveos, todos!
Anakin intentó insistir en que no necesitaba ayuda, pero sólo logró emitir un gorgoteo. Uno de los barabeles dejó caer una mina de dardos para retardar a los yuuzhan vong, y el grupo de asalto reemprendió la carrera. Tekli empezó a deshacer el vendaje, mientras las piernas de Anakin, sostenidas por la Fuerza, apenas notaban su peso. La chadra-fan tiró a un lado la venda de bacta empapada en sangre y puso la mano sobre la herida. La Fuerza fluyó en Anakin, pero sus fuerzas siguieron disminuyendo.
—Hay que parar —sugirió Tekli.
—No —la voz de Anakin apenas era un siseo—. No permitiré que…
Tekli lo ignoró.
—Tiene una hemorragia interna. Necesito ver lo que le pasa.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Jaina.
—Depende de lo que encuentre —dijo Tekli—. Quince minutos, quizá el doble.
El ruido de las pisadas yuuzhan vong aumentó aún más, y la Fuerza se agitó con el ansia familiar de los voxyn a la caza. Éstas no eran las bestias que habían atormentado hasta ahora a los Jedi, sino criaturas bien entrenadas guiadas por adiestradores experimentados. El grupo de asalto ya había matado tres; si era una jauría típica, sólo quedaría una.
Todos desearon que fuera una jauría típica.
Alema miró fijamente hacia atrás, hacia la posible amenaza, y luego se volvió hacia Jaina.
—Puedo conseguiros quince minutos —su voz sonaba extrañamente distante—. Sólo necesito media docena de granadas de impacto.
Anakin apenas oyó a Ganner responder:
—Hazlo.
Y vio como le lanzaba algo a la twi’leko. Ésta bailó hasta los barabeles, y los cuatro se alejaron a toda velocidad por el pasaje, adelantándose al grupo de asalto.
Anakin se sumió en el delirio y empezó a dejar de sentir a los demás por medio de la Fuerza, aunque sí a Tahiri que, a su lado, le repetía que se iba a curar. Él la creyó, pero no podía reunir fuerzas suficientes para decírselo, así que a cambio le apretó la mano.
Pasó el tiempo —no pudo ser mucho— y el zumbido de un sable láser resonó en el pasaje. Pasaron cerca de Tesar, y Anakin vislumbró a Alema sentada sobre sus hombros abriendo en el techo un agujero con su hoja color plata. Tras ella, Bela estaba subida a los hombros de su hermana, utilizando el láser de Jovan Drark para encajar un pedazo de tela en un agujero similar.
Alema tomó una granada de Tesar y la metió en el agujero que había hecho, pero Tahiri dobló una esquina con Anakin y éste perdió de vista lo que estaba ocurriendo. Oyó claramente a una de las barabeles sisear seis segundos, y Tekli supo que estaba estabilizándolo, quizá incluso trayéndolo de vuelta.
Anakin levantó la cabeza, y vio a Alema y las barabeles doblar la esquina y llegar corriendo tras el resto del equipo; entonces, escuchó un zumbido demasiado familiar surgiendo del pasaje. Un par de insectos aturdidores impactaron en la espalda de Alema; no le perforaron el mono, pero el golpe bastó para derribarla. Tesar la cogió a la carrera, tiró de ella y siguió corriendo sin disminuir la velocidad.
Un momento después, una onda de choque sacudió a Anakin y sus oídos se sellaron contra el rugido del coral yorik desprendiéndose. Una nube de polvo onduló por las paredes del pasaje y cuando alcanzó al equipo, Tekli volvió a colocarle la máscara respiratoria.
Los Jedi siguieron treinta pasos más y se detuvieron. Tekli bajó al suelo a Anakin y le dio a Jaina un tubo de sales para despertar a Alema; entonces, metió sus pequeñas manos en la herida de Anakin, bajo la caja torácica. Él intentó no gritar, pero fracasó. Ella siguió trabajando, medio susurrando instrucciones a Tahiri. Anakin miró hacia abajo para descubrir los pequeños brazos de Tekli metidos en su cuerpo hasta el codo. La oscuridad se cerró alrededor de los bordes de su campo de visión, y no volvió a mirar.
Oyeron sonido de disparos láser en el punto donde se había hundido el techo del pasadizo. Anakin intentó levantar la cabeza, pero su hermano le obligó a bajarla.
—No te preocupes —le tranquilizó Jacen—. Todo el mundo está a cubierto.
—Alema… ¿herida…? —jadeó Anakin.
—Furiosa —Jacen señaló en dirección al campo de batalla—. Machacando yuuzhan vong… y disfrutando.
—¡Buena razón! —replicó Anakin—. Después…
—¡Calma! —Jacen levantó las manos en ademán de rendición—. No estoy juzgando.
Anakin hizo una mueca de dolor, como si una aguja afilada le agujereara las entrañas. Enarcó una ceja en una expresión de duda.
—De verdad, no lo hago —confesó Jacen.
La intensidad del fuego cruzado se incrementó. Lowbacca rugió anunciando la muerte de un voxyn.
Inquieto, Jacen levantó la vista hacia el jubiloso rugido antes de decir:
—¿Si estoy preocupado por lo que nos está pasando? Claro. Esta guerra está sacando todo lo malo y egoísta de la Nueva República, corrompiendo la galaxia estrella a estrella. Veo como un Jedi tras otro es empujado al Lado Oscuro, obligado a luchar para ganar y no para proteger. Pero no puedo obligar a nadie a seguir mi camino, cada uno debe elegirlo por sí mismo. Centralia me enseñó eso.
—Me engañó.
—También a mí —reconoció Jacen—. Creí que era el único en conocer la diferencia entre el bien y el mal, hasta que comprendí que no era así. En realidad, fue Tenel Ka quien me hizo verlo después de lo que dije en el Muerte Exquisita. He estado intentando disculparme contigo desde entonces.
—¿De verdad? —Anakin hizo una mueca, cuando una de las diminutas manos de Tekli frotó un órgano al que no le gustaba ser frotado—. No lo sabía.
A Jacen se le escapó la retorcida sonrisa de los Solo.
—Lo suponía.
El entrecortado sonido de las pistolas láser dio paso al siseo de los sables láser, y Anakin levantó la cabeza. Por encima del montón de escombros, una sólida línea de hojas coloreadas bailaba contra la oscuridad.
—¡Tenemos que salir de aquí! —se apoyó en los codos—. Nadie más morirá.
—¡Excepto tú, si no me dejas terminar! —cortó Tekli. Le hizo una seña con la cabeza a Tahiri, que empujó rápidamente a Anakin hacia atrás—. Nosotros podemos escapar en unos segundos.
Anakin se atrevió a mirar y descubrió que la chadra-fan cubría el interior de su herida con ungüento. Se alarmó al descubrir que ya no la sentía trabajar.
—¿Me has anestesiado? —preguntó.
—Te aliviará el dolor —Tekli tomó un paquete de vendas bacta de Tahiri y las metió en la herida—. Pero no puedo hacer más. Necesitas un trance curativo.
Anakin asintió con la cabeza.
—Cuando terminemos.
Tekli lo miró, moviendo su chata nariz.
—Antes. Mucho antes.
—¿Antes? —repitió Tahiri. Miró atrás, hacia la pelea entre los escombros—. Pero los trances curativos requieren horas… ¡incluso días!
Tekli la ignoró y siguió hablando con Anakin.
—Tienes el bazo perforado —anunció, volviendo a su trabajo y cosiendo los bordes de la herida con hilo y no con sintocarne por si necesitaba volverla a abrir—. He cerrado el agujero, pero seguirá supurando hasta que entres en trance y te cures.
—¿Cómo va a hacerlo? —protestó Tahiri—. ¡No podemos quedarnos aquí, no con los yuuzhan vong tan cerca!
Se produjo un tenso silencio al resumir la situación. Jacen apretó los labios para que no le temblasen y buscó a Anakin a través de la Fuerza, intentando tranquilizarlo. Tahiri aferró a Tekli por el brazo y la puso en pie.
—¡Haz algo! ¡Usa la Fuerza!
La chadra-fan puso una mano consoladora sobre la que sostenía su brazo.
—Ya lo he hecho.
—Empecemos con lo posible —dijo Jacen, apartando a Tahiri—. Quizá encontremos una forma de ganar tiempo.
—No podemos quedarnos —negó Anakin.
Se sentía más culpable que asustado. Su herida ponía en peligro la misión… y las vidas de sus compañeros. Rodó sobre los codos y se irguió haciendo una mueca cuando la anestesia bacta de Tekli demostró ser más suave de lo que esperaba. Activó su comunicador:
—Preparaos para huir. Conseguidnos espacio.
Defendiéndose con un brazo, Tenel Ka usó la Fuerza para sacar una granada de fragmentación de su arnés, activó el interruptor y la lanzó más allá de su antagonista. Dos segundos después, explotó con una intensa llamarada, y el fragor de la batalla disminuyó hasta ser un simple murmullo.
—Lowbacca, Alema, Ganner, Lomi, Raynar… vosotros primero —ordenó Anakin.
Los cinco Jedi saltaron por encima de los escombros, volando por los aires y aterrizando lejos del alcance de sus enemigos. Anakin asignó a Alema, Lomi y Ganner que cubrieran a los demás; e hizo una seña a Lowbacca y Raynar para que fueran a recoger a sus muertos, Eryl y Jovan.
—¿Adónde? —preguntó Raynar—. ¡El cuerpo de Eryl no está aquí! ¡Y tampoco el de Jovan!
—¿Qué? —Anakin miró hacia atrás para descubrir a Raynar y Lowbacca de pie, sobre un par de manchas de sangre—. ¿Han desaparecido?
Lowbacca rugió, antes de ponerse en cuclillas y estudiar unas marcas en el suelo. Rugió algo más.
—El amo Lowbacca desea preguntar a dónde pueden habérselos llevado los voxyn salvajes —a esta traducción bastante exacta, Eme Tedé agregó su propia opinión—. Debo añadir que apenas parece posible… no en nuestras mismas narices.
Anakin se volvió hacia Jacen, que ya había cerrado los ojos y buscaba a los salvajes a través de la Fuerza.
—Son cuatro… no, cinco. Se mueven por el pasaje que tenemos delante. Parecen, bueno, excitados.
—¿Excitados? —repitió Alema, centrando su atención en el pasaje que tenían ante ellos—. ¿Cómo?
La cacofonía al otro lado del montón de cascotes creció repentinamente, y Anakin miró hacia allí para ver siluetas de yuuzhan vong trepando por él.
—Después, Alema. Ahora, poneos a cubierto —activó su comunicador—. ¡Retroceded todos!
Mientras el resto de la línea del frente Jedi escalaba los escombros, Anakin aferró el brazo de su hermano para apoyarse en él y ponerse en pie… y al instante se derrumbó. Era como si una lanza le hubiera atravesado el corazón, y gritó tan alto que su voz levantó eco en la caverna. Jacen y Tahiri lo llevaban en brazos, arrastrándolo media docena de pasos por el pasaje antes de hacerlo levitar de nuevo.
Un enjambre de insectos yuuzhan vong voló desde la cima de los escombros, arrancando furiosas maldiciones cuando se aplastaban contra los monos blindados del grupo de asalto. Alguien activó un control remoto, detonando las minas colocadas a ambos lados de los cascotes, y la tormenta de insectos cesó abruptamente. Anakin miró hacia allí y vio toda la zona sembrada por la metralla de las granadas, con sus fragmentos enterrándose unos milímetros en carne, armadura de cangrejo vonduun o coral yorik antes de volver a detonar. Los yuuzhan vong desaparecieron literalmente entre el humo de la detonación y las salpicaduras de sangre.
La angustia en el pecho de Anakin disminuyó, y se vio rápidamente reemplazada por algo diferente que le llegaba a través de la batalla. Un dolor más pesado, más triste, que sólo podría describirse como pesar. Dio media vuelta, rompiendo el sostén de Tahiri en la Fuerza, y corrió junto a los otros. Un enorme cuerpo de barabel flotaba entre sus compañeros de nido, sostenido por ellos. El anfibastón que la había derribado todavía sobresalía entre sus hombros.
—¡Bela! —Anakin se volvió hacia Jacen—. ¿Está…?
No necesitó terminar la pregunta. Podía sentir que estaba muerta, sabía que el anfibastón enterrado en su espalda era la fuente del dolor que sintió momentos antes. Había permitido que otra Jedi muriera… Peor aún, ni siquiera se había dado cuenta de su muerte. Había vuelto a fallar a su grupo de asalto.
La voz apagada de Nom Anor gritó una orden al otro lado de los cascotes, y un sordo traqueteo inundó el pasaje mientras los guerreros trepaban por encima de los cadáveres de sus compañeros caídos.
Jacen sujetó el brazo de Anakin.
—Deja que Tahiri te…
—No —Anakin dio un tirón para liberarse—. Otra vez, no. Ha sido por mi herida. Tuvimos que detenernos por mi culpa.
Lowbacca activó un segundo juego de minas, y de nuevo reinó el silencio en el montón de escombros. El grupo de asalto dio la vuelta a una esquina y quedó fuera de la vista de sus perseguidores, abriendo una brecha sustancial. Anakin utilizó la Fuerza para mantener el paso. Estaba debilitándose, y, por las ansiosas miradas de sus amigos, supo que eso era obvio para todos, pero no permitiría que Tahiri se cansara por él. Ni ella ni nadie. Ningún Jedi más moriría por su culpa. Ni siquiera un Jedi Oscuro.
No pasó ni un minuto antes de que Anakin captara que los yuuzhan vong ganaban terreno. No había emboscada, ni trampa que los retrasara. Nom Anor seguía persiguiéndolos, forzando a los Jedi a seguir avanzando, quitándoles municiones con los cuerpos de sus guerreros y reduciendo su capacidad de fuego con sus vidas. Y los Jedi no podían hacer nada por retrasarlo, sólo seguir huyendo.
Un hedor agrio inundó el pasaje. Todos, excepto Tesar y Krasov, se pusieron las máscaras respiratorias. Rodearon una esquina y vieron el pelo rojo de Eryl desapareciendo por un bajo túnel dentado a la derecha. Raynar corrió hacia allí y se dejó caer de rodillas, gritando al voxyn que lo soltara e intentando penetrar en la madriguera excavada con ácido.
Anakin llegó hasta él con la Fuerza y tiró hasta devolverlo al pasaje principal.
—¡Eh! —gritó Raynar, manoteando.
Un sonido similar a un eructo surgió de la madriguera y un chorro de pegajoso ácido cayó en el pasaje. Raynar dejó de luchar.
—Uh, gracias —miró por encima de su hombro—. Ya puedes soltarme, Anakin. No pienso entrar ahí.
—¿Seguro? —Alema fue hasta el túnel y, con muchas precauciones, se inclinó hacia él para asomarse—. Porque es, precisamente, donde necesitamos ir.
—Tienes locura espacial —arguyó Welk.
—Los twi’lekos no tienen locura espacial —respondió Alema con ligereza.
El distante sonido de las pisadas yuuzhan vong empezó a resonar en el pasaje.
Alema sostuvo la palma de su mano sobre la entrada del túnel, la retiró y miró el túnel principal.
—¿Nadie más ha notado que hemos estado dando vueltas en torno a algo?
Anakin negó con la cabeza.
—Tendremos que confiar en tus instintos —como twi’leko, su sentido de la orientación era indudablemente mejor que el de los demás; su especie vivía en una vasta conejera de ciudades subterráneas, en el inhóspito planeta Ryloth—. ¿Qué opinas?
—Este agujero respira —parpadeando repetidamente tomó la mano de Anakin y la mantuvo ante la brisa que transportaba el sucio hedor del voxyn—. Desemboca en algo grande, y se cruza con lo que sea que estamos circunvalando. Podría ser un atajo.
—Uno que no podemos usar —apuntó Jacen—. Los voxyn están protegiendo algo ahí abajo. Intento hacerles pensar que deben seguir con ello.
El sonido de pasos inundó el pasaje. Todos miraron atrás, hacia sus invisibles perseguidores.
—Será mejor que en vez de eso hagas que los voxyn se vayan —dijo Ganner. Se volvió hacia Anakin—. Tenemos que hacer algo.
Antes de que Anakin pudiera preguntar si lo que Ganner sugería era posible Jacen movió casi imperceptiblemente la cabeza. Anakin miró a Lomi.
—¿Qué hay ahí abajo?
La Jedi Oscura se encogió de hombros.
—Voxyn, estoy segura… Pero esa cabeza de serpiente puede tener razón, podría ser un atajo. Hay más túneles como éste cerca de la puerta.
—¿La puerta? —Anakin se imaginaba la dificultad de abrirse paso a través de una compañía de guardias, mientras Nom Anor los presionaba por la retaguardia—. ¿Una puerta protegida?
Lomi asintió.
—Puedes estar seguro.
Anakin empezó a sentirse enfermo. No había salida. No había huida.
Los pasos se acercaban más y más.
—¿Anakin? —preguntó Ganner.
—No tenemos elección —aseguró Jaina, interponiéndose entre los dos—. Necesitamos tiempo para tu trance curativo.
—No creo que lo encontremos en una caverna llena de voxyn —observó Tenel Ka—. Más bien al contrario, estoy seguro.
Anakin miró con culpabilidad en dirección a Bela. Sabía lo que quería hacer, pero se había equivocado tantas veces en esta misión… y cada vez que se equivocaba, alguien moría. Ahora, tenía que volver a escoger. Decidiera lo que decidiera, morirían más Jedi. Quizá morirían todos.
—¿Joven Solo? —preguntó Lomi—. Estamos esperando.
Anakin se volvió a Jacen.
—¿Qué hace…?
—Gracias por preguntar —le interrumpió Jacen, sin ocultar su sorpresa. Tomó un detonador térmico del equipo de su arnés y se dejó caer de rodillas ante el hediondo túnel—. Pero sabes lo que necesitamos hacer. Lo sabemos todos.