CAPÍTULO 15
Buenas noticias, el Maestro Lowbacca desea informar de que el Taquión Volador estará listo para el despegue antes del ataque a la reina.
Horrorizado por si la áspera voz de Eme Tedé descendía por las polvorientas pistas hasta llegar al seto de espinas defensivo del grashal, Anakin y otros dejaron caer sus auriculares. Estaban examinando el laboratorio de clonaje a más de cien metros de distancia, pero el aire en esta parte de la mundonave era tan estable que incluso se transmitían los sonidos suaves.
—Ahora está reinsertando los núcleos del reactor —dijo Eme Tedé—. Volvemos a casa, Maestro Anakin. ¡Al final saldrá con bien de ésta!
—Afirmativo —la voz de Anakin era un susurro desnudo. Antes, Jacen había sentido la presencia de un único voxyn dentro del enorme grashal, por lo que parecía que por fin habían encontrado a la reina. Sólo les quedaba matarla antes de que los yuuzhan vong se dieran cuenta de que estaban allí—. Mantén el sistema de comunicación en silencio.
—¿El sistema de comunicación en silencio? —la voz de Eme Tedé se volvió más silenciosa—. ¿Significa eso que estás en…?
La pregunta terminó bruscamente cuando algo apagó al droide. Después, Lowbacca se dio por enterado con un clic del sistema de comunicación. Anakin respondió con un doble clic y continuó su reconocimiento. El grashal, de forma cónica, estaba en el corazón de lo que una vez había sido una cámara abovedada que se había convertido en una inmensa oquedad donde los cuidadores reorientaban la gravedad de la mundonave. Como el grupo de asalto había visto desde el otro lado del espaciopuerto, la cumbre de la enorme estructura sobresalía a través de la capa exterior de la mundonave y, a juzgar por el número de membranas parcheadas, proporcionaba una parte importante del apoyo necesario para el techo provisional.
Era imposible saber si Nom Anor habría deducido que su presa estaría allí, pero Anakin sentía una urgencia en la Fuerza. El grupo de asalto había escapado de la guarida del voxyn hacía una hora, así que el Ejecutor ya sabría con certeza que había perdido a su presa. Anakin dio por hecho que su enemigo conocería una ruta más corta, que incluso podía estar esperándolos dentro. Alguien tendría que poder aclararle eso, pero no acertaba a pensar quién. ¿Alema? ¿Tahiri? Ambas tenían experiencia en bases yuuzhan vong, pero su conocimiento de este complejo no era más específico que el de cualquiera. Negó con la cabeza. Había alguien más, pero por su vida que era incapaz de recordar quién…
* * *
Dentro del Taquión Volador, un averiado pero fiable carguero ligero YV-888 de la Corporación de Ingeniería Corelliana, Lowbacca apretó el último anclaje de los escudos hasta una presión adecuada. Después inició una autoevaluación. El panel de instrumentos devino en una ráfaga de danzantes luces mientras el cerebro del reactor comprobaba sus circuitos. Finalmente, un vapor verde brillante comenzó a ascender por la puerta del panel de observación de los escudos. Cuando ninguno de los vapores pareció filtrarse a través del sellado, autorizó la comprobación de la presión. Colocó la hidrollave de tuercas en su cinturón de herramientas y comenzó a examinar a su paciente. Tekli le había asegurado que la dosis de sedotran mantendría inmóvil un buen rato a cualquiera, incluso a un Jedi, hasta que los demás hubieran vuelto, pero Lowbacca quería estar seguro. Ya se había visto obligado a atar a Raynar después de que el febril Caballero Jedi se machacara la muñeca contra la barandilla de seguridad de la litera.
Cuando Lowbacca pasó la esclusa, escuchó a alguien golpeando en la cubierta exterior. Fue hasta el panel de seguridad y activó el monitor externo. La videocámara estaba tan llena de polvo que sólo pudo ver la vaga estampa del traje aislante de un hombrecillo que martilleaba en el duracero con la culata de un minicañón láser. Activó su comunicador y empezó a preguntar qué iba mal. Después recordó la petición de Anakin de mantener en silencio el sistema de comunicación y se adentró en la cámara de ecualización. Selló su traje aislante, y acortó dos cables que colgaban desde la caja de control.
Cuando el sellado exterior cedió, sintió un súbito escalofrío de miedo y cogió el sable láser del cinturón. Se abrió la compuerta y la voz de Lomi Pío sonó a través del canal privado.
—Esto no es necesario —ella extendió el minicañón hasta su cintura forzándole a él a que bajase los brazos para coger el arma—. Acompáñame, los caracortada tienen acorralados a tus amigos.
Ella se volvió y empezó a bajar por la rampa de acceso, esgrimiendo su propia pistola láser T-21 de repetición mientras corría. Lowbacca salió corriendo tras ella, parándose sólo para enganchar el sable láser a su arnés.
El wookiee ya había llegado al final de la rampa cuando sintió otro humano detrás de él, acechando en alguna parte debajo del Taquión Volador. Alzó instintivamente el minicañón, miró a un lado y a otro y encontró a Welk saliendo de detrás del tren de aterrizaje. Una pistola láser le apuntaba al pecho. Sin necesitar más evidencia de la traición de la pareja, Lowbacca apretó el gatillo del minicañón.
A la batería no le quedaba energía ni para activar el chivato que indicaba que estaba vacía. Dolido por la enormidad de la traición Lowbacca bajó el minicañón y conectó con el canal personal de Welk para gruñir una pregunta de una sola palabra.
—Porque tus amigos se dirigen a la muerte y quieren llevarse consigo a todos los que estén a su lado, por eso —respondió Welk.
Disparó y acertó de lleno en el pecho de Lowbacca con un rayo azul aturdidor. El wookiee sofocó un gruñido de dolor, hincó la rodilla en el suelo y recurrió a la Fuerza para mantener la consciencia. Arrojó el minicañón contra Welk y cogió el sable láser, mientras rodaba con el hombro y se levantaba sobre una de sus rodillas. La hoja de bronce líquido lanzó una cuchillada hacia la cintura del Jedi Oscuro.
Comenzaron a lloverle rayos aturdidores desde atrás.
—Juega limpio, wookiee —dijo Lomi—. Podríamos haber configurado nuestras armas para matar.
* * *
Anakin casi había terminado de explicar su plan cuando un resplandor azul brilló con fuerza entre los parches transparentes del techo. Levantó la mirada y vio al Taquión Volador disparando en el cielo verde. El carenado de las turbinas resplandecía con intensidad mientras los motores de iones cobraron vida con un destello.
—¿Lowie? —exclamó.
Jaina y los otros estuvieron al momento en sus comunicadores, intentando comunicarse con Lowbacca y tratando de averiguar por qué se iba. Su única respuesta fue el zumbido de la electricidad estática.
—Ez extraño —dijo irritado Tesar Sebatyne—, ziempre me han dicho que no hay nada máz leal que un wookiee.
—Eso es cierto —dijo Jacen—. Y Lowbacca es más leal que la mayoría. Algo va mal.
—Es un hecho —dijo Tenel Ka.
Los integrantes del grupo de asalto se miraron los unos a los otros inexpresivos mientras Anakin intentaba restablecer la comunicación con Lowbacca. Cuando aquello no funcionó, Jaina cambio los canales y mandó una señal de activación a Eme Tedé.
—¿… peligro? —preguntó el droide, terminando la pregunta que había estado en sus circuitos cuando Lowbacca lo apagó—. Oh, Dios mío, ¿cuándo hemos despegado?
—Eme Tedé, ¿qué hace Lowie? —preguntó Jacen—. ¿Por qué se va?
—¿Se vá? ¿Por qué dice eso? El Maestro Lowbacca no está haciendo nada por el estilo. Está justo aquí con… —el droide dejó la oración en suspenso, después gritó como si chirriara—: ¡Ayuda! ¡Están robándome!
—¿Quién? —preguntó Anakin.
—¿Quién? —se oyó el eco de Eme Tedé—. Lomi y…
—Welk —terminó Zekk, con voz dura y furiosa—, Lomi y Welk.
Tan pronto como oyó los nombres, Anakin se acordó de la Maestra Oscura que los había guiado por el campo de entrenamiento y cuyas últimas palabras habían sido parecido a nunca estuvimos aquí. Había visto cómo alzaba la mano y había sentido la Fuerza en sus palabras, pero Lomi eran tan sutil como poderosa. Ni siquiera conseguía recordar si había tenido tiempo para resistirse a ella.
Puede que Ganner no fuera el primero en darse cuenta de lo que suponía para Anakin el robo de la nave, pero, como de costumbre, era el único suficientemente audaz como para decirlo.
—Anakin, lo siento. Una vez que supimos que eran Jedi Oscuros nunca debimos…
—Sí, debíamos —dijo Anakin. Le sorprendió descubrir lo calmado que estaba, lo concentrado en su deber—. Sin ellos no habríamos llegado tan lejos, y de todas formas habría muerto en la arena.
—De ninguna manera —insistió Tahiri—. Encontraremos otra forma de salir de esta roca.
—Lo primero es lo primero —dijo Anakin suavemente, aunque Tekli todavía trabajaba en él, abordando su herida con la Fuerza para reparar sus deteriorados órganos, podía sentir su fortaleza desapareciendo y su creciente dolor—. Concéntrate en la misión.
El punto azul de las toberas del Taquión Volador brillaba intermitente casi completamente fuera de la vista. Entonces, un grupo de coralitas atravesó como un rayo una membrana remendada y disparó. Un momento después, la oscura forma de la fragata de Nom Anor surcó el horizonte, también persiguiendo al YV-888.
—Ojalá los atrapen los caracortada —dijo Alema Rar con tono amargo—. Ojalá los tiren como desperdicios en un corral de voxyn.
—Yo no —Tenel Ka miró su comunicador, que ya estaba recibiendo pulsaciones de electricidad estática cuando las primeras bolas de plasma se estrellaron contra los escudos del Taquión—. Nuestro amigo Raynar aún va a bordo.
La angustia que notaba Anakin en el pecho le resultaba demasiado familiar. Activó el comunicador de Lowbacca de forma remota y lo encontró en completo silencio.
—Pero Lowie no —dijo él—, y estoy bastante seguro de que si lo hubieran asesinado, lo habríamos sentido morir.
Como nadie decía nada, apartó la mirada del comunicador y los encontró a todos pendientes de él. Brotaban lágrimas de los ojos de Jaina y Jacen. Tahiri se enjugaba las mejillas con el puño de la manga.
—Será mejor que salgamos ya —dijo Anakin intentando no perder la concentración. Se separó de Tekli, después descolgó la pistola láser G-9 de Raynar de su hombro y levantó la mira de larga distancia—. Jaina, mantén un canal abierto a Raynar. Igual así nos enteraremos de lo que le pasa.
«Y quizá no —se dijo Anakin—. En la guerra, a veces la gente desaparece sin más, sin que nadie llegue a saber nunca lo que les pasó, dejando a amigos y familia llevando una vida de añoranza e incertidumbre».
—Éste sería un buen momento —dijo, al ver que nadie se movía.
El grupo de asalto preparó sus armas y dejó fluir sus emociones. Dejando a un lado la persistente indignación y algunos sentimientos de culpa debidos a la traición de los Jedi Oscuros, parecía la fusión de combate más firme que habían tenido desde que estuvieron en los calabozos. Anakin se arrodilló a algunos metros de la boca del pasadizo y apuntó a una de las oscuras formas que se veían desde el borde roto. Cuando sintió que los otros también habían localizado sus objetivos, un guardia para cada dos Jedi, disparó.
Ocho rayas de color barrieron la polvorienta pista y atravesaron los setos hasta alcanzar a las cuatro oscuras siluetas que había más allá. Ninguno de los disparos erró. No podían echar a perder un ataque tan importante. No con la Fuerza guiando su puntería. Pero sólo dos disparos llegaron a perforar las armaduras de cangrejos vonduun de los guardias, y seis rebotaron en ellas, levantando columnas de polvo en el aire o haciendo agujeros ardientes en la pared del grashal.
Los guardias supervivientes se lanzaron en busca de refugio. La mitad del grupo de asalto ya descendía por la cuesta a toda velocidad, disparando sus T-21 de repetición mientras corrían, manteniendo a los yuuzhan vong inmovilizados y despejando el camino para armas más potentes.
Anakin y Jaina dispararon otra vez. Sus pistolas láser, de disparos propensos a desviarse y perderse en la distancia, solo podían mantener a raya a los guardias. Un guerrero cayó blanco de la carabina de Alema. Los otros se tambalearon ante el minicañón de Tesar y rematados por los T-21 cuando entraron en su alcance de tiro. Pese a la fortaleza que le prestaba Tesar, Anakin fue incapaz de mantener el paso. Tahiri, Jaina y Tesar retrocedieron para mantenerse a su altura.
—¡Iros! Os alcanzaré.
—Cuando los jawas naden —respondió de sopetón Tahiri.
—Anakin, no estás en condiciones —dijo Jaina—. Vuelve al refugio del equipamiento y localiza a Lowie. Quizás si encuentras un lugar seguro para esconderte y entrar en trance curativo…
—Es demasiado tarde para eso —dijo Anakin—. Llegaré hasta el final.
—¿Aunque eso signifique poner a otros en peligro? —preguntó Jaina—. Si eres lento eres un peligro para todos nosotros. Al menos intenta entrar en trance.
Anakin sabía que las cosas habían ido demasiado lejos para un trance. Tenía bastante sed como para beber sudor y sentía el abdomen endurecido por la sangre coagulada. Probablemente, el esfuerzo de buscar un lugar lo bastante seguro como para entrar en trance lo mataría de todas formas. Pero pensar que podría estar perjudicando a los demás le hizo pararse. Una cosa era afrontar lo inevitable y otra hacer que los demás comulgasen con eso. Buscó guía en la Fuerza, abriéndose a su marea, intentando sentir a dónde le llevaba.
El sonido ondulante de los pequeños voxyn afloró en su mente. Volvió a sentir el sobrecogimiento que había sentido en la arena, al darse cuenta de que quienes lucharon allí habían sido patricios yuuzhan vong. Entonces la Fuerza le habló.
—Voy —dijo él.
Jaina cerró la mandíbula, después apartó la mirada.
—Lo suponía.
La primera tanda de Jedi llegó al seto y se agachó en los agujeros hechos por los láseres. Los tallos de los setos les golpeaban como si fueran serpientes. Media docena de sables láser cobró vida con un chasquido y empezó a cortar las zarzas, y los Jedi llegaron al otro lado quitándose los espinosos tallos que se envolvían alrededor de sus cuellos y piernas. El seto volvió a atacar cuando llegó la segunda tanda. La primera dejó que se las arreglaran solos mientras se encaminaba al grashal. La rapidez era crucial. Durante su reconocimiento, Anakin había sentido la presencia de yuuzhan vong acechando a unos cientos de metros más allá del laboratorio de clonaje, presumiblemente donde se esperaba que el grupo de asalto saliera de las madrigueras de los voxyn.
Cuando Anakin y sus tres acompañantes cruzaron el seto, la primera tanda ya había cortado la pared del grashal. Tenel Ka, Zekk y Alema se pegaron al bloque recortado y entraron con él, mientras Ganner utilizaba la Fuerza para empujarlo al interior.
Una nube de insectos salió del interior. Los Jedi se pegaron unos a otros dentro de sus monos blindados y las hojas de sus sables dejaron rastros de colores chisporroteantes con forma de abanico mientras batían a los insectos en el aire. La explosión de una granada sacudió el grashal, después otra y otra más, y la tormenta de insectos fue convirtiéndose en llovizna.
—¡Despejado! —gritó Zekk.
Ganner y Jacen se agacharon para entrar. Jaina aumentó la potencia de su pistola láser para seguirlos, pero entonces los comunicadores de todos se conectaron para emitir estática. Se produjo una perturbación en la Fuerza, lo suficientemente fuerte como para deberse a la muerte de Raynar. Anakin miró al techo, pero no vio nada a través de las membranas parcheadas aparte del verde resplandor de Myrkr. Nunca lo sabría.
—Lo pagarán —Jaina lloró mirando al techo—. Lo pagarán.
—Entonces que así sea —dijo Anakin. Jaina estaba ojerosa por la fatiga, su boca se curvaba hacia abajo por el pesar y parecía más débil y atribulada de lo que Anakin la había visto nunca—. Estamos aquí para destruir a la reina, no para vengarnos.
—Cierto —Jaina cruzó la entrada—, la venganza vendrá luego.
Anakin dejó a Tahiri y a Tekli en la abertura de la pared, con la carabina de Alema, y siguió a su hermana dentro del grashal. Era como entrar en una tormenta nocturna de Yavin 4. Una oscura niebla flotaba sobre sus cabezas, un brillante liquen proyectaba una luz cetrina desde algún lugar sobre sus cabezas, mientras disparos láser surcaban el aire, los sables láser centelleaban como rayos coloreados y el aire húmedo amortiguaba el griterío y el rugido del combate, haciendo que toda esa muerte pareciese más distante de lo que era.
Anakin miró a ambos lados del bloque de la puerta y abatió a un insectocortador en el aire. Luego avanzó y se encontró en medio de una selva de pulsantes lianas blancas cuyos tallos huecos con forma de sacacorchos se alzaban desde contenedores de crianza llenos de barro con olor salado. Ante ellos había yuuzhan vong por todas partes, y su presencia era demasiado dispersa e indistinta para decirle algo más. Un par de insectos aturdidores lo hicieron arrojarse al suelo. Cambió el sable láser por la pistola láser y se levantó disparando.
Los primeros disparos le dejaron tan deslumbrado que sólo vio una forma oscura al otro lado del enorme contenedor, agachándose para cubrirse. Rodeó el contenedor, oyó el siseo de un sable láser al encenderse y el siseo familiar de Tesar. Los yuuzhan vong habían lanzado su último insecto.
Anakin buscó con la Fuerza y encontró al resto del grupo de asalto enfrentándose a un fuerte ataque, inmovilizado en la oscuridad. Era fácil de arreglar. Cogió las granadas incendiarias, pero sintió que Tesar ya levantaba tres objetos hacia la niebla oscura.
Una petulante presencia yuuzhan vong atrajo la atención de Anakin hacia el siguiente contenedor. Rodó saliendo de su escondite y vio una figura oscura que atravesaba de un salto el pasillo que tenía delante, con el anfibastón preparado para atacar. Sacó la pistola láser… y cayó hacia delante cuando un insectocortador le acuchilló el cuello desde atrás. Las mandíbulas vibrocortantes llegaron hasta el forro blindado de su mono. El insecto se bloqueó y volvió a la carga, desplegando las pinzas hacia su rostro. Anakin se volvió, recibió un corte en la mejilla y disparó a su objetivo inicial.
El disparo alcanzó al yuuzhan vong en la unión del brazo con el hombro y le hizo girar sobre sí mismo. Un brazo salió volando dejando atrás olor a carne quemada. El guerrero ni siquiera gritó. Se limitó a girar sobre sí mismo y a tambalearse, soltando el anfibastón.
El insectocortador volvió a atacar a Anakin, esta vez buscando cortarle el cuello. Tuvo que darse la vuelta para esquivarlo. Detrás de él, el sable de Tesar cobró vida, pero su zumbido sonó intermitente. Anakin bloqueó al insecto con el cuerpo de la pistola láser, encajó dos insectos aturdidores en el flanco y cayó al suelo. Escuchó el sordo impacto de un anfibastón golpeando un espeso cráneo reptiliano y notó que el flujo de fortaleza desaparecía a medida que el barabel quedaba inconsciente.
Anakin no disparó su pistola láser de forma consciente. Estaba demasiado ocupado palpando en la oscuridad, buscando las granadas caídas. ¿Cuántos segundos quedaban? La pistola láser dio un fogonazo y el atacante de Tesar cayó al suelo.
Anakin encontró lo que estaba buscando y empujó. Una perturbación de peligro le hizo rodar cuando el insectocortador se estrelló contra el suelo justo donde había estado su cabeza. Golpeó a aquella cosa hasta matarla y oyó el crujido revelador de la detonación de una granada. Cerró los ojos, rezando por seguir allí cuando el ruido se disipase, e intentó encontrar a su atacante a través del cristal lambent.
No era fácil, había demasiados yuuzhan vong en demasiados lugares, pero sintió algo a su izquierda. Se volvió y disparó.
El chivato de la batería de su pistola láser sonó lo bastante fuerte como para oírse sobre el crepitar de las llamas. La presencia yuuzhan vong estaba más cerca, impaciente. Arrojó a un lado la inservible pistola láser, cogió el sable del cinturón y lo hizo nacer a la vida, adoptando una postura de guardia cruzada para parar un anfibastón que caía sobre su cabeza. Con los ojos todavía entornados por el brillo de las alturas, pasó las piernas alrededor de su oponente y le hizo una presa de tijera. La contienda terminó con una rápida estocada de sable láser.
El fulgor se apagó. Anakin abrió los ojos y vio el amarillento liquen resplandeciendo brillante y las últimas volutas de una nube de vapor disipándose en el aire caliente. Permaneció un rato tumbado, pensando en su estado, intentando combatir su angustia. Tuvo que respirar hondo cinco veces para constatar que el dolor que sentía sólo procedía de su antigua herida, diez latidos más y lo tendría bajo control.
Poco a poco, Anakin volvió a ser consciente del fragor de la batalla, de la creciente euforia del grupo de asalto. Dejó a un lado su agonía, recurrió a la Fuerza y se puso en pie. Los Jedi avanzaban por el lado izquierdo del grashal, haciendo retroceder al último puñado de cuidadores y guardianes, cortando las lianas de nutrientes y las cápsulas de clonación conforme avanzaban. No podía ver lo que cazaban a través de la maraña de pulsantes tallos, pero podía sentirlo, más allá del muro del grashal, atrapado un poco por debajo del suelo, alterado, salvaje, feroz. Asustado.
Detrás de Anakin la carabina hizo un ruido enorme. Sintió el pánico de Tahiri y volvió para encontrársela corriendo hacia el grashal. Una bola de fuego la siguió a través de la brecha y explotó contra el bloque que seguía allí, Tahiri salió volando.
Anakin corrió en su ayuda, pero ella estuvo en pie antes de que pudiera dar dos pasos.
—¡Escupidores de magma! Estamos aislados.
Anakin no se molestó en mirar.
—¿Tekli?
Tahiri señaló tras él, donde la chadra-fan espolvoreaba malolientes sales en la lengua bífida de Tesar. El barabel sonreía pero no despertaba.
—Cógelo… y llévatelo —cada palabra llenaba el vientre de Anakin con fuego. Señaló a los demás—. Igual necesitáis abriros un camino por el que escapar.
—¿Nosotros? —dijo Tahiri—. No iré.
—¡Hazlo! —gritó bruscamente Anakin. Para luego hablar con más suavidad—: Tienes que ayudar a Tekli. Ya os alcanzaré.
—Sí, Tahiri —dijo Tekli. Dirigió una mirada reconocedora a Anakin, se puso a horcajadas sobre el barabel y empezó a abofetearlo—. Tesar no responde, no puedo moverle y trabajar sobre él a la vez.
Tahiri miró dubitativa, pero difícilmente podía negarse a ayudar. Contuvo una lágrima y se estiró para besar a Anakin en los labios. Pero se contuvo y negó con la cabeza.
—No, así tendrás que volver.
Anakin le brindó su mejor sonrisa de medio lado.
—Pronto, entonces.
—Pronto —repitió Tahiri—. Que la Fuerza te acompañe.
Esta segunda parte la dijo en voz tan baja que Anakin no creyó que ella quisiera que él la oyera. Plenamente consciente de la creciente debilidad de sus piernas, fue a la improvisada entrada y miró por el borde. Había un escuadrón de artillería al otro lado del seto con sus cuatro escupidores de magma apuntando a la abertura. Ninguno intentaba acercarse, lo que significaba que la fuerza principal atacaría desde el otro lado. Anakin se volvió hacia la entrada principal y se concentró en lo que percibía a través del cristal lambent. No le sorprendió del todo percibir una fuerte presencia yuuzhan vong en el emplazamiento de la emboscada.
Inició una dolorosa carrera lenta. Cayó dos veces sobre una rodilla cuando le flaquearon las piernas, una vez al intercambiar golpes con un yuuzhan vong de ojos vidriosos. Ganó esa pelea cortando con el sable láser uno de los contenedores y levitando mientras el barro nutriente se derramaba sobre su enemigo y lo desequilibraba. Estuvo a punto de no sobrevivir al siguiente combate, ya que la culata del anfibastón le golpeó en la herida e hizo que se le saltaran los puntos. Sólo se salvó al usar la Fuerza para lanzar su pistola láser contra la frente tatuada del guerrero.
Al recuperar el arma y levantarse, Anakin vomitó sangre. Y ya estaba usando la Fuerza incluso antes de terminar, para ponerse en pie y ayudarse a correr. Tenía que llegar a la puerta antes que la fuerza de asalto enemiga. Por fin dejó atrás los contenedores y vio la membrana puerta veinte metros a su izquierda. Era tan ancha como un Ala-X y el doble de alta. La esquina más lejana de la membrana se levantó ligeramente. Anakin retrocedió para ocultarse tras los contenedores, con las manos libres para accionar el detonador térmico que llevaba en el arnés.
Casi suelta el detonador al ver la figura que apareció por la membrana. El recién llegado estaba de espaldas, se dio la vuelta. Llevaba un mono destrozado y era una cabeza más alto que la mayoría de los humanos. Salió corriendo hacia los corrales de voxyn.
—¿Lowie? —llamó Anakin, utilizando la Fuerza para hacerle llegar su débil voz.
Intentó alcanzarlo, pero sólo sintió la misma presencia borrosa de yuuzhan vong de antes. El recién llegado se dio la vuelta, revelando el perfil de un humano de cabellos color arena que empuñaba un antiguo rifle láser E-11.
Anakin ya estaba detrás del contenedor, activando el comunicador.
—¡Impostor! —avisó—. Va a los corrales.
El sonido de los disparos láser aumentó hasta ser un rugido ensordecedor, igual que la frustración del Jedi. Los ángulos de tiro eran imposibles. En alguna parte explotó una granada y Jaina gritó pidiendo una carga.
La puerta-membrana empezó a abrirse enrollándose hacia arriba, dejando ver cuarenta pares de pies de yuuzhan vong esperando entrar.
Anakin se abrió por completo a la Fuerza, dejándola entrar en su ser mediante la intensidad de sus emociones, pero no a través de la ira o el miedo, como haría un Jedi Oscuro, sino a través del amor por su familia, sus compañeros y sus compañeros Jedi, a través de su fe en el propósito de los Jedi y en la promesa del futuro. La Fuerza llegó hasta él por todas partes, llenándolo con un torbellino de poder y finalidad, saturándolo y consumiéndolo. Podía sentirla fluir dentro de su ser y a sí mismo fluir en ella. Anakin era la Fuerza y la Fuerza era Anakin.
Anakin se levantó. Su cuerpo emitía una débil aura de luz, el brillo de sus células al consumirse, y el aire crepitaba a su alrededor. Ya no le dolían las heridas. Era lúcidamente consciente de todo lo que había en el grashal, del mohoso olor de los insectos aturdidores, del bochornoso calor que desprendían los contenedores, de la respiración ansiosa de sus colegas Jedi, incluso de los yuuzhan vong. Su presencia le resultaba tan clara como la de sus compañeros, casi como si la Fuerza se hubiera expandido para incluirlos.
Anakin corrió al tiempo que disparaba, pasando ante la puerta abierta. Cada disparo acertaba en el pie de un yuuzhan vong. Rugidos ahogados reverberaron en la membrana. Media docena de guerreros se tiró al suelo y entró rodando en el grashal. Acabó con ellos antes de que pudieran levantarse, después llegó al otro lado de la puerta y cosquilleó el panel. La puerta descendió, cerrándose de nuevo.
—¡Aliento de hutt! —maldijo Jaina por el comunicador—. Se escapa.
Anakin también puedo sentirlo. El voxyn se alejaba. Activó su propio comunicador.
—El impostor debe de haber abierto un túnel de escape —hablar ya no le dolía, pero su aura brillaba más que antes. Sus células ardían como el fuego—. Jacen, estás al cargo. Llévate a todo el mundo y ve a por ella.
La sorpresa de Jaina al no ser nombrada surcó la Fuerza como un grito sobre el agua, pero anuló cualquier resentimiento que pudiera sentir y dijo:
—No podemos ir por ahí, Hermanito.
—El camino estará despejado.
Anakin cortó el panel sensible de la membrana y se dirigió hacia el corral vacío del voxyn. Podía sentir a los yuuzhan vong delante, agazapados tras la última hilera de contenedores, convencidos de que la ayuda estaba en camino. Eso cambió un momento después, cuando Anakin comenzó a acribillar su flanco con disparos láser. Estaba mal situado para dispararles a la cabeza y no tenía suficiente potencia para atravesar la armadura de vonduun, pero cuando los yuuzhan vong se dieron cuenta, ya estaban siendo superados por el Jedi.
Una bola de plasma rugió a través de la puerta del grashal y prendió fuego a una franja de veinte metros de lianas de clonación. Anakin cargó otra vez contra la membrana derretida, diminutos relámpagos luminosos bailaban en brazos y piernas, la Fuerza era un torbellino de fuego en su interior, ardiendo con más ferocidad a cada momento. Ahora le llenaba por completo la fortaleza de la luz, y su cuerpo herido no podría aguantar más. La energía le quemaba al abandonarlo, consumiendo un cuerpo demasiado debilitado para contenerla.
Más yuuzhan vong, con los pies completamente intactos, entraban de cinco en cinco. Disparó a la primera fila desde unos quince metros; la pistola láser cantaba dos veces a cada paso que daba, cada uno de los disparos quemando a través de un cuello o un rostro. El volcán cañón volvió a rugir y una esfera de fuego blanco, aparentemente surgida de la nada, floreció frente a él. Anakin se tiró al suelo y rodó contra el muro, golpeándolo primero con las botas, poniéndose en pie de una voltereta hacia atrás, a unos diez metros de la explosión.
—¡Anakin! —el llanto de Jaina se asemejaba a un grito.
«¡Ve! —le ordenó a través de la Fuerza—. Se escapa».
La pistola láser cantaba en manos de Anakin, derribando oponentes yuuzhan vong tan rápido como podía disparar. Entraron más guerreros. Un insectocortador se le clavó en el hombro, tenía el mono medio desintegrado por la energía de la Fuerza que escapaba de su cuerpo y no tardaría en quedarse sin protección. Dejó que el impacto le voltease, disparó otra vez, y otra, sonó el chivato de la pistola láser. Los yuuzhan vong le lanzaban puñados de insectos aturdidores y corrían hacia él, sacando ya los anfibastones de los cintos.
Anakin arrojó la pistola láser contra el primero y lo derribó. Luego saltó sobre el segundo, encendiendo el sable en el aire. Aterrizó ante la entrada y comenzó una embarullada danza de cuchilladas y bloqueos, cubriéndose una vez y atacando dos; cada ataque, un golpe mortal. Su aura ardía tan brillantemente que proyectaba una sombra detrás de sus enemigos. Batió el sable de izquierda a derecha, golpeando con tanta fuerza dos paradas que abrió dos cuellos. Luego hizo caer a otro guerrero de una patada de gancho a la cabeza.
Y seguían llegando, y alcanzaron a Anakin en tres sitios. Un anfibastón hundió los colmillos en su carne, La Fuerza consumió el veneno de su sistema antes de que pudiera sentirlo y las nuevas heridas le supusieron menos problema que la antigua, pero tras ellos iba otra docena de guerreros y no podría seguir aguantando. Mató uno más, luego otro, un golpe atroz en el muslo y cedió terreno. Un yuuzhan vong intentó sobrepasarlo por la derecha.
La carabina rugió desde la zona de los corrales y abrió en un yuuzhan vong un agujero del tamaño de una cabeza y otro del tamaño de un puño al que iba detrás. Anakin saltó dando una voltereta hacia atrás y aterrizó a cinco metros. Su aura parpadeaba a medida que sus células ardían y se consumían. Aventuró una mirada por encima del hombro y vio a Jaina mirando por encima del muro del foso, con las mejillas llenas de lágrimas y la carabina apoyada contra el hombro. Jacen estaba a su lado, llorando también y tratando de tirar de ella.
«¡Marchaos! —gritó Anakin en la Fuerza—. No puedo contenerlos».
Los yuuzhan vong cargaron de nuevo y Jaina disparó. Otro guerrero cayó y el resto siguió avanzando. Anakin dio otra voltereta unos cinco metros atrás y sintió a alguien, un yuuzhan vong, que se desplazaba sigilosamente a lo largo del muro más lejano del grashal. Retrocedió hasta que pudo ver la figura del Jedi impostor, a unos treinta metros de distancia, arrastrando una pesada capsula de carga hacia la puerta improvisada por el grupo de asalto.
Los guerreros volvieron a atacar y Anakin tuvo que defenderse. La hoja púrpura del sable bailaba tanteando y atacando, bloqueando, rechazando y cediendo golpe tras golpe. Retrocedió un par de pasos y vio una abertura. Alzó los pies y los plantó en el pecho del yuuzhan vong que estaba en el centro. Su sable láser centelleó dos veces partiendo los cráneos de los guerreros adyacentes. Luego saltó y dio una serie de volteretas laterales asistido por la Fuerza.
Anakin continuó lo bastante lejos como para ver de dónde procedía el impostor, un área de trabajo cerca del corral de la reina. Docenas de zarcillos se extendían por un banco de trabajo, cada uno terminaba en una pequeña cápsula de clonación, algunas abiertas, otras cerradas. Parecía una estación de transferencia de tejidos.
Eso era lo que tenía el impostor, una cápsula llena de tejido de voxyn, suficiente para clonar un millón de ellos. El aura de Anakin centelleó y se oscureció, volvió a centellear y a apagarse más. Sus células se estaban disgregando en una reacción en cadena. Los ciclos eran cada vez más y más rápidos a medida que él tenía menos energía. Sintió no exactamente que moría, sino que se fundía con la Fuerza. Soltó el último detonador térmico de su arnés y pulsó tres veces el temporizador.
«Iros ya».
—¡Anakin, no puedo! —dijo por el comunicador.
Anakin levantó el detonador para que sus hermanos pudieran verlo.
«Treinta segundos —soltó el disparador—. Llévatela, Jacen. Besa a Tahiri por mí».
Ya casi volvía a tener encima a los guerreros y tiró el detonador a través del grashal. No fue consciente de utilizar la Fuerza para dirigirlo, pero debió de hacerlo porque dio al impostor en la cabeza.
Anakin estaba demasiado ocupado rechazando los ataques como para ver lo que pasó en los segundos siguientes. Cuando por fin consiguió librarse de sus atacantes ya no le quedaban fuerzas para saltar o dar volteretas, el impostor se estaba levantando, frotándose la cabeza y buscando qué le había golpeado. Incluso a treinta metros de distancia, su nariz rota y su desbaratada órbita ocular lo identificaban claramente como Nom Anor.
Cuando la mirada del Ejecutor cayó sobre la esfera plateada, su ojo real se abrió tanto como su plaeryin bol. Se agachó.
Anakin usó la Fuerza para alejar la esfera y encajó un anfibastón en las costillas. Cayó estrepitosamente, soltando el sable láser. Su aura ya sólo era un débil resplandor que oscilaba entre la oscuridad y la inexistencia. El torbellino de su interior se apagaba, fluyendo de vuelta hacia la Fuerza.
Nom Anor volvió a correr hacia el detonador. Anakin esperó a que el Ejecutor estuviera casi sobre él y utilizó la Fuerza por última vez, haciéndolo rodar hacia la cápsula de carga.
No escuchó la furiosa maldición que siguió ni vio a Nom Anor huyendo.
Para entonces Anakin ya no existía.