CAPÍTULO 19
De no ser porque Leia olía la dulce respiración de Ben en lugar de su propio sudor nervioso y el sofá no temblaba bajo ella, la guerra tenía el mismo aspecto en un holovídeo del tamaño de una pared que desde la carlinga del Halcón Milenario.
Las esferas de plasma seguían alcanzando sus objetivos, que florecían con fuego blanco. Los turboláseres seguían acordonando el aire con resplandecientes lanzas de color, las naves heridas seguían sangrando oscuras nubes de tripulaciones congeladas. La imagen insertada de un corresponsal de guerra duro describía con tono desalentador cómo la inmensa flota yuuzhan vong presionaba por la retaguardia la cortina de naves de refugiados, a pesar de la fiera ofensiva contra su retaguardia realizada por el Grupo Tres de Wedge Antilles. Los invasores ya habían cruzado la órbita de Nabatu, décimo planeta del sistema de Coruscant, y se esperaba que alcanzasen los anillos de hielo de Ulabos hacia el final del siguiente día estándar.
El videonoticiero cambió de escena y mostró a la Sueño Veloz perdida en una cortina de fuego de turboláser. Leia sabía que debería haber percibido algo, debería haberse enfadado, asustado o algo parecido ante la enorme flota yuuzhan vong que amenazaba Coruscant, pero no había sido así. Sólo le preocupaba tener a Ben en sus brazos y mantenerlo caliente apretándolo contra su cuerpo. Mientras, la Sueño Veloz empezaba a expulsar una nube de refugiados, un corresponsal bith apareció en un inserto del videonoticiero e informó de que el Grupo Dos de la flota de Garm Bel Iblis continuaba atacando a través de la barrera de refugiados, ignorando las bajas por fuego amigo como la que se mostraba, e ignorando las reiteradas órdenes del almirante Sovv para que parase. Varias fuentes de confianza señalaban que, de hecho, Sovv había relevado del mando a Bel Iblis, orden que habían ignorado el general y sus tropas. Existían informaciones no comprobadas de que grupos enteros de ataque habían abandonado el Grupo Uno de la flota de Traest Kre’fey para unirse a la de Bel Iblis en su esfuerzo por detener a los yuuzhan vong a cualquier precio.
El videonoticiero mostró entonces a un par de analistas militares que se pusieron a debatir si las acciones de Garm Bel Iblis eran la única forma de controlar al enemigo hasta que llegasen los refuerzos, o si era el primer signo de desintegración de la Nueva República, militarmente hablando.
—Menudo desastre —dijo Han.
Leia no contestó. Era lo primero que decían desde que encendieron la videopantalla. Ella había olvidado que él estaba sentado a su lado. Han la había estado siguiendo por ahí desde entonces, como si temiera tener que volver a quitarle a Ben de los brazos. Su constante presencia empezaba a molestarla, pero se consideraba incapaz de afrontar el pequeño desorden emocional que le ocasionaría si se lo decía.
Los analistas fueron reemplazados por una imagen de Luke y Mara saliendo de sus cazas estelares para unirse a una larga fila de Jedi exhaustos que se desplazaban tambaleándose a través de la zona de embarque de un destructor estelar. Un corresponsal devaroniano apareció al fondo y explicó que el principal grupo de ataque de la formación Jedi continuaba sus osadas misiones de incursión y había destruido más de quince naves capitales en el mismo corazón de la flota yuuzhan vong. Las bajas de Eclipse, sin embargo, eran información reservada por motivos de Inteligencia Militar. Se rumoreaba que, entre personal y equipo, eran elevadas. Nadie había visto al famoso Kyp o a su Docena desde que comenzó la batalla.
Han cambió a la información sobre el Senado con una orden de voz. Al bueno y viejo Han le preocupaba que a Leia le alterase saber por las noticias los peligros que afrontaba su hermano. A Leia le habría gustado sentirse irritada. Le habría gustado sentir algo, lo que fuera, algo diferente al vacío y el dolor que la consumían. ¿Por qué había sentido Han la necesidad de cambiar de información? Sólo quería que se fuera y la dejara sola.
El holovídeo se dividió en dos imágenes. Una mostraba la cámara del Senado abarrotada, la otra, un holograma del almirante Sovv de pie en la tribuna del alto consejo. El sullustano solicitaba que el CSMNR confirmase la destitución del general Ben Iblis, así como de una larga lista de oficiales que habían desertado de sus puestos para ponerse a sus órdenes. Un inserto mostró a Borsk Fey’lya con el pelo enmarañado y los ojos inundados de estrés.
—¿Conoce alguna otra forma de mantener al enemigo controlado, almirante Sovv? —preguntó Fey’lya.
El holograma del sullustano continuaba mirando al frente.
—El amotinamiento de Bel Iblis está minando la integridad de mando de todo el ejército.
—Así que la respuesta es no —dijo Fey’lya—. En ese caso le sugiero que, en lugar de interferir en los esfuerzos del general Bel Iblis, siga su camino. No detendrá a los yuuzhan vong dándoles bocados en los talones.
Estas palabras causaron un tumulto tan fuerte en la cámara del Senado que Ben abrió los ojos y se puso a llorar. El droide niñera TDL se colocó de inmediato al lado de Leia y alargó sus cuatro brazos de piel sintética para coger al infante. Leia protegió a Ben con el cuerpo y espantó al droide. Nadie iba a quitarle al niño.
El almirante Sovv parecía hablar directamente con Fey’lya, sin hacer caso al tumulto de la cámara, y como no esperó a la ecualización del sonido, su respuesta se perdió en el estruendo general.
—También estoy al tanto de cuántas vidas perderemos si permite que el enemigo empuje a esa flota de refugiados contra nuestros escudos planetarios —dijo Fey’lya—. Almirante Sovv, como presidente del CSMNR no sólo le ordeno que dispare a través de la flota de rehenes, que lo estoy haciendo, sino que, de ser necesario, dispare directamente sobre esas naves.
De nuevo, el almirante Sovv no esperó a que ecualizasen el audio y su respuesta se perdió en el tumulto.
La respuesta de Fey’lya volvió a ser un «no».
—Entonces queda relevado del mando, almirante Sovv. Estoy seguro de que el general Bel Iblis comprenderá la necesidad de mi orden.
Esta vez el audio no pudo ajustarse para filtrar el estruendo de la cámara. Cientos de senadores se levantaron y empezaron a gritar con desdén contra el bothano. Un número más pequeño de senadores se levantó para aplaudir su valentía y resolución. Entonces, al lado de la tribuna del almirante, comenzaron a aparecer, uno por uno, los hologramas de los sullustanos que apoyaban a Sovv. Allí se encontraban los generales Muun y Yeel, el almirante Rabb, el comandante Godt y otra docena más, todos figuras prominentes del ejército de la Nueva República a quienes el almirante Sovv debía su cargo. Fey’lya no parecía demasiado sorprendido por los oficiales que habían aparecido, pero las cerdas de su piel se erizaron cuando el general Rieekan, el comodoro Brand e incluso su colega bothano Traest Kre’fey añadieron sus hologramas al grupo de leales al almirante Sovv.
—No necesitamos ver esto —declaró Han, intentando proteger a Leia de lo que pudiera disgustarle—. ¿Qué tal si vemos uno de esos viejos holodramas de Garik Loran? Siempre te hicieron reír.
Leia negó con la cabeza.
—Estoy bien.
La desintegración del ejército de la Nueva República debía de mantener su mente alejada del dolor y el vacío que sentía en su interior. Leia hizo una seña al droide para que le trajera la bolsa del bebé y se acomodó de nuevo para alimentar a Ben. Podría sobrellevar el día si conseguía que Han se largara y la dejara sola.
Fey’lya se levantó y durante un instante trató de tranquilizar a la cámara, pero cuando comprobó que sólo conseguía intensificar la orgía de gritos se dio por vencido y volvió a su asiento. Luego desapareció tras su consola de instrumentos y comenzó a accionar los controles. Aparentemente, se percató de que su cara seguía saliendo en el canal de vídeo, pues frunció el ceño. En ese momento la imagen desapareció.
El sistema de comunicación de los Solo comenzó a emitir pitidos para llamar la atención. Han frunció el ceño y comenzó a levantarse.
—¡Han! —sorprendida por la alarma de su propia voz, Leia le agarró del brazo—. ¿Adónde vas?
Han gesticuló vagamente en dirección al estudio.
—A contestar.
Leia meneó la cabeza y empujó a Han de vuelta al sofá.
—No me dejes.
El rostro de Han se descompuso.
—Nunca. No me voy a ninguna parte.
La unidad de comunicación continuó sonando. La videopantalla se dividió en tres. Una mostraba las tumultuosas galerías del Senado, otra, los hologramas de Sovv y sus apoyos, y la tercera, el busto de Borsk Fey’lya mientras permanecía tras su consola de instrumentos.
C-3PO entró por la puerta.
—Perdóneme, amo Han, pero la unidad de comunicación reclama su atención.
—Lo sabemos, lingote de oro —dijo Han—. Hemos perdido un hijo, no el oído.
Los fotorreceptores de C-3PO se oscurecieron notablemente.
—Oh, por supuesto…
El droide salió de la habitación. El desorden en la cámara del Senado empezó a amainar, pero seguía habiendo demasiado ruido para que el droide de sonido pudiera captar la voz del almirante Sovv cuando su holograma volvió a dirigirse a Fey’lya.
El Jefe de Estado miró al frente el tiempo suficiente para indicar a los comandantes que esperasen. Después centró su atención en los instrumentos y habló brevemente.
Un momento después, C-3PO entró en la habitación con la pantalla portátil del sistema de comunicación. Echó una ojeada a la videopantalla e inclinó la cabeza en señal de desconcierto robótico. Después se volvió hacia el sofá.
—Siento interrumpir, pero el Jefe de Estado Fey’lya solicita hablar con la ama Leia.
—¿Conmigo? —en un estado normal la mente de Leia habría empezado inmediatamente a elucubrar las razones por las que Fey’lya la llamaba en un momento así, pero sólo podía pensar en que no había dormido ni se había bañado, ni siquiera se había peinado, desde que ocurrió—. No, desde luego que no.
C-3PO volvió a mirar la videopantalla y después comentó:
—Dice que quería hablar de un asunto de seguridad galáctica.
Leia miró a Han y no necesitó decir nada. Éste se limitó a quitarle a C-3PO la pantalla del sistema de comunicación y a colocarla en el sofá entre ellos, con la holocámara integrada enfocándolo a él.
—Aquí Han, jefe Fey’lya. Leia no puede hablar ahora.
En la pantalla de la pared, Leia contempló la mano de Fey’lya mesándose la piel de la cabeza.
—Sí, he oído que algo podría haberle pasado a Anakin. Si es así me gustaría expresarles mis condolencias y las de toda la Nueva República.
—Lo apreciamos —Han echó una ojeada a la pared del muro y torció la mirada. Después volvió a mirar a la holocámara del comunicador—. Ahora estoy seguro de que entenderá por qué interrumpo esta comunicación.
La mano de Fey’lya se precipitó hacia el panel de instrumentos.
—Espere, hay otra cosa más, general Solo.
—¿General? —Han miró a Leia por encima de la pantalla del comunicador y arqueó una ceja—. ¿No me digas que me devuelve mi puesto? No puede estar tan desesperado con los oficiales de carrera.
Finalmente, Leia se dio cuenta de que su marido jugaba con el jefe de la Nueva República no para su diversión sino para intentar que ella se animase. El esfuerzo la enterneció, y eso que ni siquiera consiguió dibujar en su rostro algo cercano a una sonrisa.
—Aún no, general Solo —las orejas de Fey’lya se movían nerviosamente—. De hecho, esperaba convencer a Leia para que dirigiese a sus antiguos amigos del ejército unas pocas palabras en apoyo de mi gobierno.
Han miró por encima de la pantalla de comunicación.
Fey’lya pareció darse cuenta de que Leia estaba escuchando, pues rápidamente añadió:
—Estoy seguro de que Leia se da cuenta de cuánto la he apoyado recientemente en lo referente a los Jedi. Además, el ejército tiene pendientes de aprobación varios pedidos considerables de droides a Armamentos Tendrando.
Leia suspiró y contempló el suelo. ¿Anakin había dado la vida por esto? El pensamiento era tan deprimente que empezó a llorar de nuevo.
—Lo siento, jefe Fey’lya —dijo Han, alargando la mano hacia el interruptor de encendido—. Esta vez está solo.
* * *
Para las sensibles fosas nasales de Cilghal, el espumoso hongo que corroía el quemado metal de los Ala-X supervivientes olía casi tan asqueroso como los sucios trajes de vuelo de los ocho pilotos exhaustos. Tenía un reborde ácido y notaba el húmedo olor metálico de la corrosión, tan común en mundos oceánicos como el suyo, pero que era una completa rareza en las aleaciones anticorrosión de los cazas estelares.
Cilghal utilizó una espátula de plastifibra para raspar parte de la sustancia amarilla y guardarla en una bolsa de muestras, y el olor a humedad se hizo más fuerte. Aunque ya había escaneado en busca de las típicas toxinas yuuzhan vong, se descubrió a sí misma preguntándose si tendría tiempo para regresar a su laboratorio a por su máscara respiradora.
Detrás de ella, Kyp Durron estornudó y preguntó:
—¿Qué piensas? —después de varias docenas de terroríficas horas abrochados y apretados en sus trajes de vacío por si se producía una fuga en su carlinga rota, Kyp era, con diferencia, el más maloliente de los supervivientes—. ¿Un nuevo tipo de arma?
—Una no demasiado efectiva, si es que es eso —dijo Cilghal—. Si sólo creció esto en el tiempo que necesitaste para volver renqueando a Eclipse, no creo que destruya muchos cazas antes de que las tripulaciones técnicas lo limpien vaporizándolo.
Continuó rascando y finalmente dejó el casco libre. Como le había hecho sospechar la nariz, el metal estaba salpicado por marcas de corrosión. El hongo era capaz de metabolizar el metal del propio Ala-X, pero ¿cómo? Los yuuzhan vong no crearían sin un propósito concreto un hongo resistente al vacío y que generase su propio calor.
Kyp estornudó, y Cilghal volvió el rostro hacia él.
—¿Cuánto tiempo llevas haciendo eso? —preguntó ella—. ¿Has estornudado llevando el traje de evacuación puesto?
Kyp meneó la cabeza y se secó la nariz en la manga de su traje de vuelo.
—Empezó cuando me lo quité.
—Esporas —dijo, haciendo que Kyp se moviese. Cilghal tomó su bolsa de muestras y comenzó a andar por la cubierta del hangar—. Quieren que produzca esporas.
Cilghal estaba a punto de accionar el panel de control cuando el bramido de una alarma de asalto reverberó en la caverna haciéndola temblar. Continuó durante quince estridentes segundos, para ser reemplazada por la voz del oficial de Vigilancia:
—Atención a todas las tripulaciones: esto no es un simulacro. Se acerca una nave de coral yorik.
—¡Sangre de Sith! Tiene que ser otra vez esa fragata —Kyp ya había explicado al oficial de Vigilancia que su vuelta se había demorado mucho debido a una fragata que no paraba de seguirlos—. Habría jurado que los habíamos despistado.
Antes de que Cilghal pudiera pararlo, Kyp se dio la vuelta y salió corriendo para unirse al ajetreo provocado por los mecánicos que preparaban para el despegue el variopinto conjunto de cazas estelares de reserva de Eclipse. Con el Ventura Errante en una órbita defensiva alrededor de la base, y bien tripulado por refugiados de Reecee, resultaba impensable que una sola fragata pudiera destruir el bastión Jedi.
Desafortunadamente, Cilghal supo que ya no podrían mantener en secreto su posición. Cuando una nave viaja a través del hiperespacio, su casco acumulaba una carga de taquiones que no se disipa hasta entrar en el espacio real. Si estaba en lo cierto sobre el hongo que crecía en los ocho Ala-X, y aparentemente lo estaba, dada la cercanía de la fragata yuuzhan vong, las esporas estaban liberando taquiones al hiperespacio, creando un largo rastro de partículas más veloces que la luz que llevaba hasta Eclipse.
Tan absorta estaba en esta teoría que Cilghal regresó a su laboratorio e inmediatamente se puso manos a la obra y desmontó el proyector de taquiones de un comunicador hiperespacial. La mon calamari no era demasiado buena con el equipamiento mecánico humano, y solía relegar esos menesteres en Jaina o Danni, por lo que la tarea requirió toda su concentración durante el siguiente cuarto de hora, hasta que la alarma de la base volvió a retumbar y el desanimado oficial de Vigilancia anunció que la fragata se había sacrificado a sí misma para colar tres coralitas por las defensas exteriores de Eclipse.
Toda la base vibró cuando se desplegaron los dos grandes turboláseres y dispararon contra las pequeñas naves. Al principio, Cilghal pensó que el errático traqueteo era una vibración debida a las armas, pero después se dio cuenta de que seguía un patrón recurrente más complicado. Provenía del codificador de pulsos gravitacionales situado frente a la celda del yammosk.
Cilghal corrió a gran velocidad hasta la ventana de observación y confirmó que los tentáculos de la criatura estaban extendidos en la bandeja y las membranas de su cuerpo latían en consonancia con el movimiento del codificador de pulsos.
—¡Así que sí hablas!
Cilghal se volvió hacia el codificador de pulsos y le vio trazar complicadas series de gráficos en una membrana de plastifino. Todavía no tenían suficiente información como para traducir esas marcas en un mensaje coherente, pero parecía plausible que los trazos pudieran ser códigos de identidad, instrucciones de vectores y prioridades de objetivos. Cilghal activó el improvisado modulador de ondas gravitatorias que había construido, ajustó la amplitud para que coincidiera con la grabada y empezó a generar el equivalente gravitacional del ruido blanco.
El yammosk cesó un instante en sus pulsaciones, se removió en tanque y se arrojó sobre el ventanal con un resonante golpe seco. Cilghal se echó atrás y la criatura se agarró al transpariacero. Sus tentáculos tanteaban a lo largo de los bordes buscando uniones.
Cilghal apagó el modulador. Cuando el yammosk se arrojó de vuelta al agua y comenzó a pulsar de nuevo, supo que pasaba algo.
La voz del oficial volvió a sonar por el sistema de comunicación interno:
—¡Ataque suicida! Cierren herméticamente todas las cubiertas, abróchense los trajes de evacuación y prepárense para un impacto en diez, nueve…
Cilghal miro la membrana de plastifino del codificador de pulsos y súbitamente supo qué se había registrado allí. Aunque no podía traducir el mensaje tenía la certeza de que diría algo así como: «Estoy aquí, destruidme, destruidme a toda costa».
No había tiempo para desconectar la corriente y la alimentación de datos y salvar el codificador de pulsos. Cilghal arrancó el plastifino del tambor de impresión, voló fuera del condenado laboratorio y casi se le olvida sellar la escotilla de emergencia al irse.