CAPÍTULO 16

No hay forma de que vengan a Eclipse, no con la armada que dejó Borleias —estaba diciendo Kenth Hamner, que ahora servía como oficial de enlace entre los Jedi y la Nueva República. Había llegado una hora antes para informar sobre algunos movimientos alarmantes de la flota yuuzhan vong—. Incluso si pudieran venir con tantas naves, necesitarían un año estándar para cruzar por el pasaje hiperespacial.

Los mejores estrategas Jedi estaban reunidos en la sala de guerra de la estación de Eclipse, estudiando las tres pantallas dispuestas por Luke. Un holograma mostraba las rutas hiperespaciales que se extendían como líneas de spray desde el planeta Borleias. Otro, la tortuosa ruta hasta el interior de Eclipse, con el planeta oculto tras los cinturones de asteroides y sus gigantes de gas vecinos. El tercero mostraba todo el sistema de Coruscant. Todos estaban pendientes de este último, concretamente de un oscuro cúmulo de cometas situado en la vertiente de los planetas principales del sistema.

Mara señaló la arremolinada masa de cometas.

—¿Hay asteroides sin explorar orbitando el OboRin?

—Los estamos vigilando —dijo Kenth—. Podemos eliminarlos en cualquier momento.

Nadie sugirió que los asteroides pudieran ser otra cosa que naves de reconocimiento. Corran Horn, uno de los Jedi que estudiaba la pantalla, les había confirmado no mucho antes que el aspecto de roca espacial era el camuflaje favorito de las naves de exploración yuuzhan vong.

—Entonces son eso —dijo Luke.

Ajustó el holoproyector para anular las pantallas de las rutas hiperespaciales de Borleias y del sistema Eclipse. Y, entonces, su unión con Anakin se fortaleció repentinamente y no pudo ampliar la imagen del mapa de Coruscant. Vio la imagen de yuuzhan vong atacando entre una maraña de lianas ardientes, una hoja de sable púrpura amagando y atacando y una luz dorada ardiendo en un lugar oscuro. Luke pudo sentir a su sobrino calmado y concentrado, en armonía con la Fuerza y consigo mismo, pero débil, y debilitándose cada vez más.

—Maestro Skywalker —dijo Corran—. ¿Qué pasa?

Luke se dio la vuelta y no contestó. Sabía que Saba Sebatyne había sentido morir a las hermanas Hara, y a otros que también se habían ido, no podía sentir cuáles, pero sí que había una creciente ausencia Jedi en la Fuerza. Ahora, el grupo de asalto también estaba perdiendo a Anakin, y había sido Luke quien lo había enviado allí, quien los había enviado a todos.

—¿Luke? —Mara estaba en pie detrás de él, cogiéndole la mano.

Luke la dejó, pero utilizó la Fuerza para buscar a Jacen y a Jaina. Los encontró tristes y horrorizados. Había miedo y rabia, pero al menos estaban vivos y fuertes.

Entonces Anakin desapareció.

Luke sintió entrar a los yuuzhan vong y arrancar a su sobrino de su cuerpo. Notó un vacío oscuro en su corazón, una tempestad tan fiera y fría que empezó a temblar sin control.

—¡Luke, para! —los dedos de Mara se le clavaron en el brazo y él se dio la vuelta bruscamente para encararse con ella—. Tienes que parar esto. Ben te sentirá. ¡Piensa en cómo le afectará esto!

—Ben…

Luke cubrió la mano de Mara con la suya y la atrajo, ahogando su propia presencia en la Fuerza y perdiendo la conexión con los gemelos. Incapaz de contener la ira que crecía en su interior y sin querer infligírsela a su hijo, se volvió y llevó la mano al holoproyector.

—Maestro Skywalker —gritó Kenth.

—Es Anakin —dijo Mara.

—¿Anakin? Oh… —la habitación prorrumpió en gemidos y gritos exaltados, y entonces Corran se aventuró a preguntar—: Maestro Skywalker, ¿podemos hacer algo?

Entonces Luke se hizo esa misma pregunta. Miró a Mara, luchando para recuperar la compostura y centrar sus pensamientos. La pregunta no era qué podían hacer, sino qué tenían que hacer.

—Anakin… —Luke se ahogó y no pudo decir nada. Lo intentó otra vez—: Anakin ha muerto por una razón.

Corran y los otros esperaron en silencio, mirándole expectantes.

—Lo que tenemos que hacer es preparar las unidades para el combate —dijo Mara, tomando la iniciativa. Se giró hacia Kenth—: Ponte en contacto con el almirante Sovv. Vamos a necesitar un lugar donde dormir cuando lleguemos a Coruscant.

* * *

La videoimagen del general Yeel, con las cuencas de sus ojos casi tan oscuras como su vitreas pupilas negras de sullustano, recordaba a la de un yuuzhan vong de gordas mejillas, un niño yuuzhan vong de gordas mejillas echado a perder. Han golpeó el tablero de comunicaciones con la palma de la mano, fuera de la captura de la videocámara, y simuló una sonrisa indulgente en su rostro.

—No estoy diciendo que hayan relajado la seguridad, general Yeel —dijo Han. Estaba con Lando en el estudio de su apartamento de Puertoeste, intentando hacerle un favor a la Nueva República y encontrándolo tan imposible como de costumbre—, pero Viqi Shesh estaba en el CSMNR. Pudo introducir a alguien en el equipo de defensa en cualquier momento de los dos últimos años ¿Por qué arriesgarse?

—¿Tienes alguna evidencia de eso, Solo? —ni general Solo o general retirado, ni siquiera Han, únicamente Solo—. Si tienes pruebas, ordenaré una revisión de inmediato.

—Ésa es la cuestión, que no tengo pruebas —Han levantó una mano por encima de su ceja—. Veamos, ¿qué daño podría hacer asignar una pareja de CYV a cada estación generadora? Es un gran negocio.

—Sí, sin coste sería un gran negocio —contestó Yeel—. ¿Qué tienen de malo?

Lando se coló en el campo de visión de la videocámara.

—No hay nada malo en ellos general, se lo aseguro. Soy un leal ciudadano de la Nueva República y hago todo lo que puedo para ayudar.

Yeel parecía dubitativo.

—¿No fue un droide CYV el que falló en proteger al Jefe de Estado Fey’lya cuando atentaron contra él?

—Aquello fue un fallo en el programa de demostración —dijo Lando pacientemente—. Los droides que estoy donando a la Nueva República están listos para el combate, plenamente listos.

—Eso es lo que me asusta, Calrissian —Yeel parpadeó dos veces, después coloco sus brazos en la mesa y se inclinó hacia la videocámara—. El jefe de Estado Fey’lya me pidió que atendiese tu llamada y lo he hecho, pero no pienso incluir ninguna tecnología nueva en mis estaciones generadoras sin una evaluación completa de compatibilidad. Y el sistema de protección planetario no hará ninguna evaluación mientras no sepamos dónde está la flota que dejó Borleias. Lo siento, Calrissian.

El eco de un angustioso gemido cruzó a lo largo del corredor, tan estridente y frenético que Han no lo reconoció como una voz humana, y mucho menos la de Leia, hasta que saltó de su asiento, cogiendo su cartuchera de la mesa.

—¡Leia!

El gemido aumentaba de volumen y sonaba cada vez menos humano. Han corrió por el corredor hasta el estudio privado de Leia, donde encontró a Adarakh y a Meewalh a ambos lados del escritorio, mirándola confusos e indefensos, algo poco habitual en ellos. En la videopantalla se seguía viendo la peluda imagen del general bothano del comando de defensa orbital, que miraba confuso y repetía a lo tonto:

—¿Leia? ¿Princesa Leia?

Al no ver ninguna amenaza real en la habitación Han se arrodilló al lado de Leia y la sujetó por el brazo.

—¿Leia?

Ella no parecía darse cuenta de su presencia. Tenía los ojos enrojecidos y lloraba incesantemente. Lo único que Han obtenía de ella era un largo lamento.

El general bothano seguía repitiendo:

—¿Leia? ¿Princesa Leia?

Lando entro en la habitación e, ignorando la unidad de comunicación, puso una mano en el hombro de Han.

—¿Qué ocurre?

Han movió la cabeza y miró a los noghri.

—Lady Vader estaba hablando con el general Ba’tra —explicó Meewalh—. Le explicaba que lady Risant Calrissian ya estaba en camino con mil CYV, y de repente dejó de hablar.

Leia agarró el brazo de Han y comenzó a balbucear. Entonces Han supo que Anakin había muerto. Y Leia le había sentido morir.

—¿Princesa Leia? —zumbó Ba’tra—. Princesa, ¿está bien?

Han utilizó el DL-44, todavía en su mano, para silenciar la unidad de comunicación con un disparo. Se sintió tan bien que apuntó al holopad y volvió a disparar. Después disparó al banco de vídeo del sistema de seguridad y a cualquier otra cosa que crepitase o hiciese chispas cuando un rayo de partículas sobrealimentado lo agujereaba y quemaba.

—¡Han! —gritó Lando—. Han, ¿qué haces?

—Está muerto —Han disparó al datapad del escritorio de Leia, después hizo que Lando se tirase al suelo al esgrimir la pistola a su alrededor para acertarle a un panel holográfico—. Han matado a nuestro hijo.

Han apretó el gatillo y contempló las cumbres de Ciudad Terrarium entrando en erupción en medio de una tormenta de chispas. Adarakh se echó encima de él y le hizo una llave de control para atraparle el brazo con el que sujetaba el arma. Han se derrumbó y comenzó a sollozar. Estaba demasiado harto, demasiado furioso. Lo que se vislumbraba en los ojos de Leia era demasiado cierto como para dudar de la verdad.

Leia no parecía estar al tanto de nada de esto. Se levantó sin dejar de gemir angustiosamente y salió corriendo de la habitación. Han la vio alejarse y en alguna aparte de su mente se dio cuenta de que Ben estaba llorando. Lando se agachó a su lado, y Han le miró, con Adarakh sujetando aún el brazo con el que había disparado.

—Anakin ha muerto.

—Lo siento, Han —Lando se agachó a su lado, después percibió la mirada de Adarakh e hizo una seña con la cabeza hacia la puerta—. Primero Chewie y ahora esto. No puedo creerlo.

—Yo tampoco. Aquellas cosas terribles que le dije… —dijo Han. En la parte trasera del apartamento, Ben lloraba con más intensidad que nunca y Leia sollozaba aún más alto—. Yo le conduje a ello. El tenía que demostrar…

—No —Lando se inclinó y miró fijamente a Han—. Escúchame, viejo amigo. Anakin ha muerto porque era un Caballero Jedi haciendo lo que hacen los Caballeros Jedi. No por lo que le pasó a Chewbacca ni porque intentara demostrarte nada.

—¿Cómo puedes saberlo? —soltó Han con brusquedad. No se castigaba porque lo que había dicho Lando fuese falso, sino porque volvía a estar furioso y necesitaba enfurecerse con alguien—. No era tu hijo.

—No, no lo era —una dolorosa mirada, puede incluso que culpable, inundó los ojos de Lando—. Pero fui yo quien le entregó a los yuuzhan vong. No se culpaba por lo que le pasó a Chewbacca y sabía cuánto le querías. Cualquiera podía verlo.

La ausencia de galantería en la voz de Lando arrancó a Han su ira, que fue sustituida por desesperación. Sabía que su amigo sólo intentaba consolarlo, evitar que volviese a caer en el ostracismo como cuando murió Chewbacca, pero las palabras le parecieron huecas. Sabía cómo se había comportado al morir Chewie, cómo había volcado su rabia en Anakin y había alejado a su familia de él mientras se revolcaba en la autocompasión y la pena. Había estado a punto de perderlos y estaba volviendo a pasar. Y esta vez, Leia no estaría para arreglarlo. Esta vez Leia necesitaba a alguien que fuese fuerte.

C-3PO irrumpió en la habitación. Su voz electrónica chillaba alarmada.

—¡Que alguien me ayude, por favor! La ama Leia ha desconectado a Nana y va a aplastarlo.

Lando se levantó sin apartar la mano del hombro de Han.

—¿Aplastar a quien, Trespeó?

C-3PO alzó sus dorados brazos.

—¡A Ben! No quiere soltarlo.

—Veré qué puedo hacer —Lando empujó a C-3PO hacia Han y se encaminó hacia la puerta—. Vigílalo.

—No, Lando. Iré yo. —Han se apoyó en C-3PO y se puso en pie—. Debo hacerlo yo.

Lando arqueó las cejas.

—¿Podrás con esto?

Han asintió.

—Tengo que poder.

Se dirigió al cuarto del niño al final del apartamento. Leia estaba parada ante el ventanal de transpariacero. Estrechaba a Ben con fuerza y miraba fijamente el aerotráfico mientras daba palmaditas al bebé en la espalda y lo acunaba insistentemente. Si se daba cuenta de que el niño lloraba, no entendía que era por la forma en que lo acunaba.

Han se acercó a ella y echó al noghri. Después pasó una mano entre Leia y el bebé.

—Déjalo, Leia —suavemente comenzó a quitarle a Ben—. Tienes que dejar que lo coja.

Su mirada deambuló hacia su rostro, pero sus ojos parecían mirarlo sin ver.

—¿Han?

—Así es —Han vio a Lando a su lado y le pasó a Ben. Luego rodeó a Leia con sus brazos y la abrazó, sólo la sostuvo—. Estoy aquí, princesa. Siempre estaré aquí.