CAPÍTULO 3

La sala de estar informal que tenían los Solo en su residencia de Coruscant parecía demasiado vacía pese a tener a Han tumbado en el sofá al lado de Leia, a Ben gorjeando en el regazo de Mara y a los Caballeros Salvajes comparando notas con el Escuadrón Pícaro al fondo de la habitación. Hacía más de un año que no se reunían en esta habitación los cinco miembros de la familia, y Leia no conseguía recordar una sola ocasión en la que se hubieran reunido allí sin la sombra de alguna crisis lejana pendiendo sobre la cabeza de alguno.

La mayor parte de la responsabilidad de eso recaía sobre los hombros de Leia. Había dedicado su vida a la Nueva República, y por su bien había implicado a Han, a Chewbacca, a Lando y a todos los que conocía en una peligrosa misión tras otra. Hasta sus hijos se habían pasado la mayor parte de su vida viviendo separados, primero porque necesitaban protección contra los secuestradores del Imperio, y luego porque la Nueva República necesitó que se convirtieran en Caballeros Jedi. Y ahora estaban a cientos de años luz tras las líneas enemigas, combatiendo a un enemigo tan cruel e implacable como el propio Palpatine, enfrentándose a peligros que ella no podía ni imaginar, pero que sentía constantemente a través de la Fuerza. Se preguntó si, tras haberse pasado toda una vida luchando para hacer de la galaxia un lugar más seguro, alguien podría reprocharle que se cuestionara sus decisiones, si alguien se atrevería a reprocharle sus dudas teniendo en cuenta el peligro que sus hijos corrían ahora por el bien de la galaxia.

Leia sintió que Han alargaba la mano hacia ella incluso antes de que le tocase el hombro.

—¿Seguro que no quieres estar allí con Luke? —dijo Han mirando a su alrededor, a la atestada habitación, con aire conspirador—. En la plataforma de atrás hay un aerocoche, y sé que tu hermano no se siente nada cómodo dirigiéndose personalmente al Senado.

—Haz que el aerocoche se marche, Han —dijo Leia con el suficiente tono cortante como para que él supiera que hablaba en serio—. He acabado con el Senado.

—¿Dónde habré oído eso antes? —repuso Han, poniendo los ojos en blanco.

—Lo digo en serio, Han —Leia dejó que se le notara la aprensión que sentía por sus hijos—. Ahora estoy pensando en otras cosas.

Han la estudió un momento y asintió.

—Vale —miró hacia Lando y Wedge, al otro lado de la habitación, y negó con la cabeza antes de acercar más a Leia hacia él—. Esta espera… ya es bastante mala sin sentirlo todo a través de la Fuerza.

Leia le apretó la pierna.

—No estamos acostumbrados a ser los que se quedan al margen.

Izal Waz entró en la sala y se detuvo detrás del sofá.

—¡Eh, mirad esto! —usó una orden de voz para cambiar el holovídeo del canal del Senado a uno de noticias. Se le veía a él mismo en primer término, desembarcando del bombardero de los Caballeros Salvajes mientras una presentadora arcona explicaba sin aliento que un miembro de su especie había participado en el valiente rescate Jedi de los rehenes de Talfaglio—. ¡Soy un héroe!

Desde que abandonaron el sistema, la HoloRed estaba llena de noticias sobre la aplastante derrota sufrida por los yuuzhan vong en Talfaglio. Una emisora kuati hasta se las había arreglado para conseguir hologramas de la holocámara de un destructor estelar que mostraban a una corbeta enemiga explotando sin motivo aparente ante un Ala-X Jedi, cuyas marcas en las alas el presentador había identificado incorrectamente como pertenecientes a la Docena de Kyp. Por suerte, la bomba sombra responsable no podía detectarse por mucho que se ampliara la imagen, pero Luke había conseguido convencer al alto mando de la Nueva República para que censurase todas las imágenes de las técnicas de combate Jedi, no fuera a ser que otra grabación mejor descubriera el secreto.

Saba cogió a Izal por el brazo y se lo llevó aparte.

—Sí, ahora somos famosos, ¡azi que no nos avergüencez!

Mara se subió a su hijo a las rodillas y empezó a decirle carantoñas en un tomo muy poco propio de ella.

—Alguien ha encontrado la sal, ¿verdad?

Ben se rió en respuesta, y su alegría lanzó ondas en la Fuerza tan potentes como las de Anakin cuando Leia iba a visitarlo a escondidas en Anota, y con tanta intensidad que se le saltaron las lágrimas. Apartó la cabeza e intentó ocultar el rostro apoyándolo en el hombro de Han, pero Mara no era de las que se le pasa desapercibido ese tipo de gestos. Posó una mano en el antebrazo de Leia.

—Estamos aquí por ti, Leia. No lo olvides. Sé que Anakin y los gemelos no lo olvidarán.

—Gracias —Leia se secó los ojos y sonrió, sacando fuerzas de las sencillas palabras de su cuñada—. Eso me ayuda… mucho.

—Sí, y a mí —Han examinó a Mara con una expresión entre envidia y gratitud—. Gracias.

Lando gritó que la sesión iba a empezar. Alguien puso el holovídeo en el canal del Senado, en el que Luke, vestido de forma sencilla con una túnica Jedi, subía en un ascensor al estrado del orador.

* * *

Luke salió del ascensor junto al estrado deseando estar más seguro de que ese día conseguiría unir a los Jedi y la Nueva República. La cámara del Senado estaba bañada de buenos sentimientos hacia él y hacia los Jedi, pero también había ira motivada por el hecho de que solventasen los asuntos por su cuenta, aprensión por las represalias de los yuuzhan vong y algo más siniestro, algo oscuro y peligroso que sentiría que pronto se mostraría ante él. Se bajó la capucha, se paró ante la larga mesa con las consolas de los consejeros e hizo una reverencia al Consejo Asesor.

—Jefe Fey’lya, consejeros, ¿han pedido hablar conmigo?

Un wookiee rugió una aclamación en alguna parte de los palcos, y la cámara estalló en aplausos y aclamaciones. Luke mantuvo la calma sin aceptar ni dejarse desanimar por el chaparrón mientras estudiaba a los miembros del Consejo Asesor. La mayoría mantenía el rostro neutral, aunque Fyor Rodan, de Commenor, se mostraba desdeñoso y desaprobador, sin duda porque culpaba a los Jedi por no haber salvado su planeta, y Borsk Fey’lya enseñaba los colmillos en una sonrisa que resultaba sorprendentemente sincera.

El Jefe de Estado permitió que el aplauso continuase y bajó de su consola para pararse junto a Luke. Alzó una velluda mano y puso en orden la cámara con impresionante rapidez, luego sorprendió a Luke cogiéndole la mano con calidez.

—¿La princesa Leia no ha podido venir? —preguntó Fey’lya—. La invitación era para los dos.

—Leia está ocupada en otra parte.

Fey’lya asintió con sabiduría.

—Anakin y los gemelos, claro —frunció el ceño en una ensayada muestra de preocupación y se volvió ligeramente hacia el flotante droide de sonido—. Puedo asegurarte que la Nueva República está haciendo todo lo posible para saber qué les ha pasado y para encontrar a la persona responsable.

Eso era cierto. El Escuadrón Espectro llevaba varios días investigando en la zona de guerra y había estado tan cerca de identificar a la nave que hizo la entrega, que Luke se había visto obligado a pedir a Wedge que los frenase un poco. Se decía que Garik Rostro Loran estaba furioso.

—Estoy seguro de que la familia de todos los Jedi desaparecidos aprecia su deseo de ayudar, pero no debemos olvidar que los yuuzhan vong no amenazan sólo a los Jedi.

—Desde luego, los Jedi no lo han olvidado —Fey’lya sacudió la mano de Luke con entusiasmo—. En nombre de la Nueva República, deja que te felicite por la victoria Jedi en Talfaglio, y os agradezca haber salvado la vida de nuestros ciudadanos.

—Nos alegra ser útiles. Los Jedi han consolidado sus fuerzas y esperan ser más útiles a la Nueva República en el futuro, pero es importante resaltar que no lo hicimos solos.

—Somos conscientes del apoyo que os prestaron el Mon Mothma y el Elegos A’Kla —dijo Viqi Shesh desde su asiento. Aunque no era necesario, se acercó más al micrófono de su consola y miró a Luke—. Gracias a la cobertura de la HoloRed, toda la galaxia es consciente de ello, incluidos, sin duda, los yuuzhan vong.

Luke sintió un escalofrío entre los hombros y supo que había encontrado la presencia peligrosa que había sentido, o más bien ella lo había encontrado a él.

—Sí, dio la casualidad de que había fuerzas de la Nueva República en la zona. Tengo entendido que no sufrieron ninguna baja.

—La galaxia es muy grande, Maestro Skywalker —dijo Shesh con frialdad—. ¿Quizá pueda explicarnos cómo dio la casualidad de que estaban en la zona?

Fey’lya alzó una mano para impedir que Luke contestara y, con los labios fruncidos para enseñar la punta de los colmillos, se volvió para mirar a Shesh.

—Todos hemos leído los informes, consejera. Las naves estaban en viaje de pruebas. No veo el motivo de tal pregunta.

Shesh no apartó la mirada de Luke.

—Ésa es precisamente la cuestión, jefe Fey’lya. Wedge Antilles y Garm Bel Iblis son dos de nuestros mejores generales, con demasiada experiencia como para capitanear un viaje de pruebas en territorio yuuzhan vong.

—La última vez que miré, senadora, el Sector Corelliano seguía perteneciendo a la Nueva República —dijo Fey’lya, despertando un coro de risas—. En cuanto a la experiencia de los generales, estoy seguro de que coincidiremos en que saben mejor que usted o que yo cómo hacer el viaje de prueba de un destructor estelar.

—Sin duda, cuando están en posesión de sus facultades —retrucó Shesh.

La sala se llenó de murmullos ultrajados y especulativos y Luke se dio cuenta de adonde quería llegar con sus preguntas.

—Si está sugiriendo que los generales estaban siendo influidos de algún modo…

—Eso es justo lo que sugiero, Maestro Skywalker —Shesh abandonó su asiento y se acercó a la consola de Fey’lya. Luego usó el control maestro para anular todos los micrófonos menos el suyo—. Los Jedi son famosos en toda la galaxia por sus trucos mentales, pero esta vez han ido demasiado lejos al subvertir las órdenes del ejército de la Nueva República.

—¡Eso, eso! —dijo Fyor Rodan levantándose—. La Nueva República no puede tolerar ese abuso de los Jedi.

Un número sorprendente de senadores se levantó, la mayoría de los mundos del Borde Interior que aún aspiraban a aplacar a los yuuzhan vong. Wookiees y bothanos rugieron oponiéndose, y Luke se volvió despacio, recurriendo a su control Jedi para mantener una expresión de tranquilidad. Leia le había advertido que no se sorprendiera por nada de lo que pudiera suceder allí. Aun así, seguía sin entender cómo se podía convencer a unos seres inteligentes de que la completa destrucción de una flota enemiga y el rescate de un planeta lleno de rehenes era algo malo.

Pero, claro, no se trataba de la flota o de los rehenes, sino de alianzas y de poder, y de quién lo tenía y quién lo perdería, de quién lo tendría mañana y quién lo compartiría. No era de extrañar que Leia se hubiera negado a volver a pisar la cámara. Ni que la Nueva República estuviera perdiendo la guerra.

Fey’lya se apartó de su lado para recuperar el control de su consola, pero Fyor Rodan le bloqueó el paso con un pretexto inane sobre que había que discutir alguna importante regla de procedimiento y Shesh continuó controlando el sistema general de altavoces.

—Maestro Skywalker, quizá no se dé cuenta del daño que ha causado a la Nueva República con sus actos egoístas —decía—. Al usar prematuramente las nuevas armas en el Mon Mothma y el Elegos A’Kla ha alertado a los yuuzhan vong de la existencia de dos poderosas tecnologías que ahora mismo estamos usando, dos tecnologías que esperábamos que cambiasen el curso de la guerra.

Esto provocó un nuevo exabrupto de los partidarios de Shesh, y la contraprotesta empezó a sonar algo desanimada. Al encontrar el paso todavía bloqueado por Fyor Rodan el Jefe de Estado alzó una mano para llamar a un droide de seguridad.

Shesh se apresuró a ir al grano.

—Maestro Skywalker, me temo que este Consejo debe exigir que los Jedi depongan las armas y cesen en sus irresponsables actividades.

—No —dijo Luke con suavidad pero firmeza, usando la Fuerza para proyectar la voz a todos los rincones de la vasta cámara—. Los Jedi no depondrán las armas.

Como había esperado, la sorpresa de oír su voz tranquila acalló a los presentes, y siguió hablando:

—No hemos influido de ningún modo en los oficiales de la Nueva República para que desobedecieran sus órdenes.

—¿Y espera que le creamos —Shesh lanzó una mirada significativa a los palcos repentinamente silenciosos— cuando es evidente que ahora está usando sus trucos mentales con nosotros?

Luke se permitió una sonrisa irónica.

—Esto no es un truco. Sólo hablo con tranquilidad.

Eso arrancó una carcajada a más de un palco y, con la llegada del droide de seguridad, Fyor Rodan fingió sorpresa y se echó a un lado.

—Aun así, insisto —dijo Shesh con rapidez—. Si los Jedi no deponen las armas, el Senado deberá prohibir al ejército de la Nueva República que tenga contacto con ellos —la cámara estalló, pero Shesh aumentó el volumen de su voz y habló por encima del tumulto—. No habrá más Ala-X sobrantes que encuentren su camino hasta sus hangares, Maestro Skywalker, ni más sesiones para compartir información. Si continúan con este abuso.

—Se está excediendo en su autoridad, senadora Shesh —la interrumpió Fey’lya. El bothano la apartó empujándola con el hombro y recuperó el control de su consola—. Vuelva a su asiento o haré que la expulsen de la sala.

Shesh le dirigió una agria sonrisa y obedeció, pero el daño ya estaba hecho. Había convertido el momento de triunfo de los Jedi en algo que dividía al Senado, y Luke tuvo que preguntarse porqué. Había demostrado ser corrupta cuando era la senadora supervisora de COSERE, y las acusaciones de mala conducta de Leia no la habían hecho apreciar más a los Jedi, pero esto parecía ir incluso más allá de ese nivel de depravación. Esto era algo más que una venganza oportunista; era una traición que obedecía a un plan. Si Luke no hubiera sentido mediante la Fuerza la oscuridad de la mujer, habría supuesto que era un yuuzhan vong y habría subido hasta su estrado para intentar quitarle el enmascarador ooglith. Se juró vigilarla hasta conocer el origen de la oscuridad y el peligro que la envolvían.

Fey’lya llamó repetidamente al orden, hasta que se rindió y se hundió en su asiento a la espera de que el tumulto se calmase por sí solo. Luke se limitó a cruzar las muñecas y hacer lo mismo, consciente de que si usaba otra técnica Jedi para calmar a la gente le seguiría el juego a Shesh. No veía ninguna posibilidad de conseguir aquello por lo que había ido allí, pero si se marchaba parecería arrogante, y la arrogancia sólo sería otra arma que Viqi Shesh emplearía contra los Jedi.

El tumulto acabó por remitir, pero Fey’lya miraba tan concentrado su videoconsola que no se dio cuenta. Luke buscó en la Fuerza para intentar saber qué distraía tanto al bothano, temiendo que los yuuzhan vong hubieran lanzado algún nuevo ataque contra la Nueva República, pues sabía que eran capaces de elegir ese preciso momento para hacerlo. Fey’lya mantenía controladas sus emociones, como cualquier político veterano, pero lo que Luke sintió en él era más sorpresa que pesar o pánico.

Viqi Shesh, siempre rápida en aprovechar las situaciones, se levantó.

—El problema Jedi me tiene muy preocupada, tanto que propongo una resolución.

Fey’lya siguió mirando fijamente la videoconsola y Luke le envió un codazo con la Fuerza. El bothano se sobresaltó y se volvió hacia Shesh, pero no la interrumpió.

—Que se resuelva que a partir de ahora los Jedi sean declarados peligrosos para el esfuerzo de guerra…

No pudo decir más antes de que volviera a estallar un griterío en la cámara. Intentó continuar pese al alboroto, y se volvió hacia Fey’lya con los ojos ardiendo, como si él le hubiera cortado el micrófono.

—Jefe Fey’lya, tengo derecho a hacer mi moción.

—Por supuesto —sonrió Fey’lya—, pero quizá deba permitirme antes hacer una declaración.

Tocó algo en su consola y una hilera de hologramas apareció en el suelo de la cámara cerca de la tribuna del orador. Luke tuvo que apartarse para poder identificar las caras del general Wedge Antilles, el general Garm Bel Iblis, el almirante Traest Kre’fey, el general Carlist Rieekan y otros comandantes de alto rango. La cámara acabó sumiéndose en el silencio.

—Un número sorprendente de importantes oficiales ha contactado conmigo en los últimos minutos —dijo Fey’lya—. Tras oír lo que querían decirme, ordeno, no autorizo, sino ordeno al ejército de la Nueva República que coopere y se coordine con los Jedi.

El silencio en la cámara se intensificó. Menos Shesh, que empezó a tartamudear:

—¡No puede hacer eso!

—Puedo y lo he hecho —Fey’lya cerró su consola y bajó hasta la de Shesh—. Si cree que esto excede a mi autoridad puede solicitar una moción de censura cuando quiera, por supuesto. ¿Desea hacerlo ahora, senadora Shesh?

Shesh miró a la aturdida galería, intentando dilucidar si el gesto autócrata del bothano le había costado los apoyos suficientes como para perder una votación así. Cuando ni siquiera sus propios apoyos podían apartar la mirada de los hologramas de los comandantes con aspecto enfadado, supo que había sido ella la que había apostado demasiado.

—No, y retiro mi resolución.

—Bien, ya hablaremos sobre sus nuevas asignaciones en el comité cuando acabemos aquí —Fey’lya abandonó el estrado de los consejeros y se acercó a Luke—. Bueno, ¿dónde estábamos?

—Antes quisiera preguntarle algo —Luke tapó el micrófono del estrado con una mano y usó la Fuerza para enviar al droide de sonido a lo alto de los palcos—. ¿Qué le han dicho los generales?

—Nada, la verdad. La comunicación era del CSMNR. Los yuuzhan vong están atacando Borleias —Fey’lya se volvió hacia los comandantes, enseñando los colmillos de un modo que Luke estuvo seguro que pretendía ser una sonrisa—. Eso son hologramas de archivo.

* * *

Los aplausos seguían resonando entre las paredes del apartamento de los Solo, y Gavin Darklighter ya estaba planificando misiones conjuntas con Saba Sebatyne y Kyp Durron. Los pilotos de la Nueva República se servían burbujocopas y causaban más de un ataque de nervios a C-3PO al derramar demasiado liquido en el suelo sanilimpio. Lando y Tendrá hablaban por sus comunicadores alabando las virtudes de los droides bélicos CYV a oficiales de suministros de la Nueva República repentinamente receptivos. Si alguien notó que Wedge Antilles, uno de los oficiales de alto rango que se suponía había contactado con Borsk Fey’lya, estaba sentado en el sofá con Han y Leia no debió de parecerle algo digno de mención.

Leia se volvió hacia Han sintiéndose menos alegre que sus invitados.

—¿Soy la única que lo ha notado?

Han le dirigió una sonrisa de medio lado.

—Yo lo he notado —miró a Wedge, que seguía mirando a su imagen en el holovídeo con una expresión que era mitad ira y mitad aprobación—. Borsk se ha marcado un farol.

—Eso en política es mala conducta —dijo Leia—. No tenía autoridad para dar esa orden.

—Quizá no, pero hizo lo correcto. Creo recordar que tú misma le dijiste que lo hiciera.

—No lo ha hecho porque le gusten los Jedi, sino porque no podía correr el riesgo. Habría podido perder el puesto, y todavía puede perderlo si Viqi descubre lo que ha hecho y consigue calentar lo suficiente los ánimos.

—Eso no pasará —dijo finalmente Wedge, saliendo de su desconcierto—. Borsk fue quien nos envió a ayudaros a Talfaglio. Ninguno de los comandantes que se han visto en la cámara lo contradirá, y menos Viqi Shesh.

Media docena de comunicadores sonaron simultáneamente, entre ellos el de Wedge, que apagó la alarma audible. Él y los demás oficiales de la Nueva República se levantaron y empezaron a salir en silencio.

—Tendréis que disculparnos —dijo—. Parece ser que el general Bedamyr ha vuelto a perder sus mascotas mynock.

Han y Leia rieron educadamente, y cuando se fueron se miraron y se encogieron de hombros.

—Supongo que no tardaremos en enterarnos —dijo Han.

Los pensamientos de Leia volvieron a Fey’lya.

—Primero se gana a los comandantes enviando una fuerza de choque a Talfaglio, y luego nos da todo el crédito —volvió a mirar el holovídeo en el que Fey’lya montaba un gran número al entregar a Luke una tarjeta codificada que le permitiría atravesar el campo de minas del planeta—. Está asentando su base de poder, Han. Necesita a su lado a los que defienden a los Jedi.

—Y los Jedi lo necesitan a él —dijo Han—. Estamos juntos en esto.

—Lo sé —le mortificaba saber que sus objetivos coincidían con los de Borsk Fey’lya—. Y puede que eso me de más miedo que los yuuzhan vong.