Durmieron hasta tarde y después desayunaron en la misma mesa en la que habían cenado, y ahora las vistas podían apreciarse. Al otro lado de la barandilla había un precipicio y en la ladera había un conjunto de pinos empolvados de nieve y, más abajo en la carretera, a lo lejos, los coches se veían como destellos de sol en movimiento.
Susso estaba inclinada sobre el periódico. Había dormido mal. La cabeza le daba mil vueltas y tanto Gudrun como Torbjörn habían estado roncando, parecía que estuvieran compitiendo. Susso les lanzó monedas. Cuando Gudrun se despertó y descubrió que había un montón de monedas de una corona en su cama, exclamó: «¡Soy rica!»
Siempre trataba de hacer bromas, se esforzaba al máximo para aliviar la tensión. Susso sabía que lo hacía por ella. Que le dolía ver a Susso tan baja de ánimos y tan asustada que recelaba de toda la gente que aparecía en la sala.
En el otro lado de la bahía se extendía una sierra oscura, coronada de árboles, y más allá de ella se erguían tres aerogeneradores. Parecían tres enormes flores blancas. Las aspas no se movían ni un ápice.
—Mira, no se mueven —dijo Gudrun, señalando con la taza de café—. Eso quiere decir que se ha acabado el gasóleo.
Y Susso se frotó un ojo y sonrió. No pudo evitarlo.
Torbjörn conducía. Gudrun iba delante y Susso atrás, con los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza apoyada en el anorak, que había colocado contra la puerta, hecho una bola. Ahora ya dormía mejor, ahora podía dejarse llevar por el sueño. La conversación entre Torbjörn y Gudrun, así como las vibraciones del coche, ejercían una influencia somnífera sobre ella.
Después de una hora o así pararon en una gasolinera para mover el esqueleto un poco, como decía Gudrun, pero Susso se quedó, se desabrochó el cinturón y aprovechó para tumbarse en el asiento. Estaba segura de que su madre le diría que se lo abrochase cuando salieran a la carretera, pero no lo hizo, la dejó dormir. Y durmió larga y profundamente. Cuando se despertó estaban viajando por un bosque en el que los abetos bordeaban la carretera como cristales negros. De la nieve sólo quedaban algunas manchas.
—¿Dónde estamos? —dijo mientras se incorporaba en el asiento.
—En Gävle —dijo Gudrun.
Era una carretera de un solo carril en cada sentido y ya estaba medio oscuro. Torbjörn tenía que apagar y encender las largas una y otra vez.
La calzada se estiraba y desaparecía delante de ellos sin cesar.
—Cuánto les cuesta apagar las largas… —se quejó Gudrun.
—Una vez —dijo Torbjörn—, cuando estaba en Riksgränsen y me marchaba otra vez a casa, de repente todo se volvió negro cuando quise apagar las largas. Probablemente había ido con un solo faro sin saberlo, y luego se estropeó ése también. Así que tuve que ir con las largas, no hay gasolineras abiertas de noche en ese trayecto. Os puedo asegurar que me crucé con unos cuantos camiones que manifestaron su descontento.
—¿Sueles ir a menudo? —dijo Gudrun.
—No. En absoluto.
—Y tu padre, ¿qué tal está? Encontró otra, ¿verdad?
Torbjörn asintió con la cabeza.
—De hecho, están casados.
—¿En serio? No tenía ni idea.
—Bueno, no es que fuera una boda por todo lo alto, precisamente. Me llamó una noche…, y mi padre siempre suena como si estuviera a punto de quedarse dormido cuando me llama.
Torbjörn levantó el puño para reproducir la llamada.
—Además habla muy lento, y no para de bostezar. «Sí. Hola, ¿qué tal? Bueno, ¿y qué haces? Yo nada especial, ¿y tú? Bueno, Maria y yo nos hemos casado hoy. ¿Ah, sí? Sí, hemos bajado a la parroquia, Maria y yo y el pastor, claro, y también estaba la madre de Maria…» «Vaya», dije. O más bien: «¡VAYA! La hostia, tú. ¡Enhorabuena! Y eso, ¿a qué se debe?»
Torbjörn bostezó y tanto Gudrun como Susso soltaron una risita.
—«Hablamos con el contable —continuó con una voz parsimoniosa— y claro, todo el papeleo y esas cosas se vuelven muchísimo más sencillas cuando estás casado y tienes hijos». «Bueno, me alegro de que estéis casados», le dije. «Sí, así que ahora bajaremos a la pizzería a tomar un buen bistec y un chupito de whisky».
Cuando terminó la función, Torbjörn echó un vistazo a Gudrun.
—Y eso fue todo, más o menos. No es que sea muy romántico que se diga.
—Ya —dijo Gudrun—. Pero eso es lo que pasa, ¿sabes?
—A mí no me va a pasar.
—Hablando del tema —dijo con astucia—, ¿cómo van las cosas entre Susso y tú?
—¡Mamá!
—Pregunto sin más —dijo, y se dio la vuelta—. Tengo derecho a preguntar, ¿no?
Torbjörn hizo un gesto con la cabeza hacia una oscura hendidura en el bosque.
—Por aquí pasó la tormenta Gudrun —dijo.
—¿Tú crees? —dijo Gudrun y estiró el cuello para mirar por la ventanilla—. ¿Llegó tan al norte como esto?
—¿Por qué le dieron el nombre de Gudrun a esa tormenta? —preguntó Susso—. ¿Fue porque era el día de tu santo cuando llegó?
—¿No sabes cuándo es el día de mi santo?
—¿El siete de enero? ¿El ocho?
—El veinticuatro de noviembre. ¡Un mes antes de Navidad!
—A quién le importa.
—A mí sí me importa.
—Y el mío, ¿cuándo es?
—No tienes.
—Ya, porque tengo nombre lapón.
—Fue idea de tu padre. También te llamas Maria. Puedes poner ese nombre primero si tantas ganas tienes de celebrar tu santo. Es el veintiocho de febrero.
—Pero ¿por qué pusieron el nombre de Gudrun a la tormenta? —dijo Torbjörn.
—En primer lugar —dijo Gudrun—, no fue una tormenta sino un temporal, en sus mejores momentos. O sus peores. Roland me estuvo picando con ese tema, claro, así que me enteré de la razón, fue el Instituto Meteorológico el que decidió el nombre. Dan nombres a los temporales para que no se confundan con los huracanes cuando éstos se producen simultáneamente Se alternan los nombres femeninos y los masculinos. Todo por orden alfabético según unas listas ya preparadas.
—¿Cuándo es tu santo, Tobe? —dijo Susso.
—El nueve de marzo —dijo en voz alta, mirando al espejo retrovisor—. Lo sé porque es el día después de Siv y por eso mamá quería que me llamara Torbjörn. Si hubiera sido niña, me habría llamado Edla.
—¿Edla? —rio Susso.
Torbjörn asintió.
—¿Qué nombre me habrías puesto si hubiera sido niño, mamá?
—No lo sé, sabía que eras niña.
—¡Pero si no lo hubiera sido!
—¿Qué pasa, no oyes lo que te estoy diciendo? ¡Sabía que eras niña!