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En las primeras horas de la mañana, observamos maravillados cómo aumentaban el ritmo cardíaco y los niveles de oxígeno de Zach. Al amanecer, su piel retomó su tono rosado y abrió los ojos. Alargó los brazos, tratando de arrancarse el respirador, pero Paige y yo lo tranquilizamos mientras los médicos le quitaban la intubación. Sonrió. Habló. Se quejó de que le dolía la garganta. Dijo mami. Dijo mamá.

—Quiero que se quede aquí uno o dos días más —explicó la doctora Markowitz—. Parece que se ha recobrado por completo, pero hay cosas que no sabremos durante años, en lo que se refiere al diagnóstico del daño cerebral. Puede que no se haya producido ninguno. Es un niño muy fuerte y ha demostrado gran resistencia. Mientras —sonrió y se metió las manos en los bolsillos de la bata—, pueden celebrarlo.

Mi madre, Gil, Lucy, Lizzie, Frank y la tía Bernie, todos se acercaron a darle la bienvenida a Zach, encabezando un desfile de globos, osos de peluche, dinosaurios y figuritas de acción. Clem Silver envió una preciosa ilustración de nuestra casa, con el huerto en primer plano y el estoico bosquecillo de secuoyas en segundo. Zach lo señaló y dijo: —Vamos a casa.

Todos en la habitación nos quedamos en silencio. Paige y yo nos miramos.

—Lo importante ahora es ponerse bueno.

Joe padre, Marcella, Bernie, Paige y yo terminamos juntos en la cafetería. Comí un trozo de sándwich de atún pensando en lo extraño que era todo; las dos allí sentadas con «nuestros» suegros, charlando tranquilamente, riéndonos. Bernie se disculpó y dijo que tenía que volver a la oficina, pero se ofreció a ir a sacar a Callie más tarde. Era una mujer elegante y eficaz. Nadie imaginaría que vivía rodeada de montañas de cosas innecesarias que no era capaz de tirar.

Paige me miró hondo.

—Cuando ayer te dije que suponía que ahora tienes lo que querías después de lo que le ha ocurrido a Zach, que ahora puedes convencer al juez para que te entregue la custodia...

Yo la miré fijamente.

—Lo que te contesté era en serio. Las dos somos responsables. Pero Paige, tanto Annie como Zach me dijeron que nos quieren a las dos.

Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—¿De verdad te dijeron eso?

Yo asentí con la cabeza.

Ella se cubrió los ojos con la mano.

—No tenías por qué decírmelo. —Y, a continuación—: Gracias por haberlo hecho.

Me incliné sobre ella y le dije: —Paige, ¿estarías dispuesta a considerar la posibilidad de volver a Elbow?

Marcella sacudió su pañuelo blanco bordado y se sonó la nariz.

Todos aguardábamos en silencio. Comí otro trozo de sándwich y lo mastiqué mucho más de lo necesario para tragármelo, temerosa de mover las manos, cambiar de expresión o hacer algo que pudiera influir negativamente en aquel momento que se había tejido entre nosotros, un momento en el que todos estábamos conectados, unidos por el alma de los otros. Todos los acontecimientos dolorosos que habíamos vivido también estaban presentes, cabos que tendríamos que ir atando, uno a uno, con el tiempo.

Paige no respondió. Seguía tapándose los ojos con la mano mientras le temblaban los hombros. Joe padre alargó la mano y cubrió la de Paige con ella. Yo puse la mía encima y entonces Marcella extendió la suya, y allí nos quedamos todos, en silencio, mientras la gente se iba dispersando después de haber comido, hasta que sólo quedó nuestro grupo.

Al día siguiente por la tarde, la doctora Markowitz nos dijo: —Pueden irse a casa con Zach. Y no vuelvan. —Comentó algo sobre cosas que podían suceder, pero dijo que tenía muchas esperanzas de que no fuera así—. Nunca había visto a un niño comer tantos macarrones con queso.

Aquel día, cuando salimos del hospital, Annie, Paige y yo recogimos las cosas de Zach. David y Gil metieron el montón de juguetes en su coche. Un mural del Arca de Noé adornaba la pared que conducía al vestíbulo de salida.

—Dos jirafas, dos monos, dos leones —dijo Annie señalando los dibujos. Y, de repente, se paró. Nosotras nos adelantamos, yo empujando la silla de ruedas con Zach, como marcaban las normas del hospital, y Paige cargada con los globos y la maleta. Annie nos dio una palmadita en el trasero a cada una. Cuando nos dimos la vuelta, nos sonrió y dijo: —Dos mamás.