26

11 de febrero de 1996

Querido Joe:

Tengo que irme. No puedo seguir fingiendo lo que no soy. Sabes que quiero mucho a Annie y a Zach. Sabes que te quiero mucho a ti. Pero otra parte de mí... tiene miedo. Es como si en el fondo fuera como mi madre. Pero no quieres hacerme caso. El doctor Blaine tampoco quiere.

Esto es lo más duro. No es justo para ti ni para ellos que me quede. No voy a volver. Para empezar, no debería haberme quedado embarazada. Fue una locura intentarlo. Pero estoy loca.

Y con la lluvia me vuelvo más loca aún. El ruido del agua cuando salpica siempre me hunde por completo. En Las Vegas no llueve. Aquí hace calor y sol.

Por favor, no les digas a los niños que voy a volver. Todos tendréis que empezar una nueva vida sin mí. Tu familia te ayudará. Sigue haciendo las cosas que son naturales para ti, pero que, al parecer, yo no sé hacer. Juega con ellos, dales besos y abrazos, y, por favor, cuídalos.

Recuerda que intento hacerlo mejor.

Paige

Aquélla era la carta de la que me había hablado Joe. No me había mentido. Había una tarjeta dirigida a Annie y a Zach con un osito y las palabras: «¿Sabes cuánto te quiero?». Al abrirla, se desplegaban unas patas. «¡Todo esto! Y por eso te mando este abrazo de oso.» Iba firmada: Mamá.

11 de abril de 1996

Querido Joe:

Por favor, deja de llamar. Sé que lo estás intentando. Yo tampoco quería que sucediera esto. He cancelado la consulta con mi médico. Hoy no me puedo levantar. Algo me aplasta contra la cama. Además, no creo que él pueda hacerme un exorcismo para sacar de mí a mi madre. No puede cambiar mi ADN.

¿Y si les ocurriera algo a Annie o a Zach? Piensa en ello, Joe. Mira las cosas de cara y reconoce que eso lo cambia todo. Creo que puedo vivir con la conciencia de haberme ido. Pero no podría si les hiciera daño. ¿Y si les hiciera algo parecido a lo que hizo mi madre?

Paige

2 de julio de 1996

Querido Joe:

Estoy totalmente segura de que no puedo volver. No puedo volver a esa cocina oscura y deprimente que cada vez era más y más pequeña, más y más oscura. Pronto estaría hecha un ovillo en el suelo.

Gracias por no seguir llamando. No puedo estar con Annie y Zach, y saber cosas de ellos ahora mismo se me hace demasiado duro.

Tengo que decirles adiós para siempre. Lo siento. Tengo consulta con el médico mañana. La tía Bernie me está cuidando bien. Algún día, cuando Annie y Zach sean mayores y puedan comprender, les dirá que su mamá los quiere mucho.

Paige

Me pregunté por qué el abogado de Paige había solicitado aquellas cartas. ¿Cómo podrían ayudarla?

Una tarjeta para Annie y Zach que decía «Un conejito que te quiere». Había más tarjetas dirigidas a ellos, todas sin abrir. Ninguna otra carta para Joe en más de cinco meses. La siguiente estaba cerrada. Igual que todas las demás, incluso las que eran para los niños. Cogí la siguiente dirigida a Joe y le di vueltas en las manos.

La fecha del matasellos era 15 de octubre de 1996. Ese día, Joe, Annie y yo —con la «ayuda» de Zach, que aún era un bebé que gateaba— acabábamos de decorar la casa para Halloween, me acordaba bien. Habíamos puesto luces naranja y llenado cestas con hojas de arce de color fuego, maíz y calabazas. Colocamos en el porche las calabazas que habíamos cultivado en nuestro huerto, después de recortarles los ojos y la boca.

Joe había cumplido los deseos de Paige. Había seguido con su vida hasta el punto de que había decidido no abrir una carta que llegó ocho meses después de su marcha, cuando insistió en que no volvería nunca; cinco meses después de que le hubiera dicho —por última vez— que no volvería a escribir; cuatro meses después de que Joe y yo nos enamorásemos.

Tomé aire. Abrirla sería manipular las pruebas. Pero tenía que saber lo que en su momento me negué a saber. Metí el pulgar bajo la lengüeta del sobre.

15 de octubre de 1996

Querido Joe:

El doctor Zelwig dice que tengo que empezar a escribir otra vez. Le dije que no me habías llamado ni escrito. Cree que lo haces por algo más que por cumplir mis deseos. Después de la sesión de esta mañana, piensa que probablemente me tienes miedo. Que no sólo me asusté yo, que, seguramente, siempre me has tenido miedo.

Le he contado lo de la prueba a la que te sometí cuando nos conocimos. Le pareció que sería bueno que te escribiera para contarte lo que sentía y lo que podría haber significado tu reacción. Sé cuánto te disgusta la psicología barata. Pero en estos momentos mi vida es eso, así que sé paciente.

Pero vamos al asunto. Llevo veinte años escondiéndome. La gente me decía «Deberías ser modelo». Si ellos supieran... A ti te veía a menudo en el campus, haciendo fotos. Había algo en ti que me llamaba la atención, la forma en que observabas las cosas. Con paciencia, intentando mirar bajo la superficie. Vi tu nombre en los créditos de las fotos del periódico de la universidad. Sólo para poder conocerte, te pregunté si las hacías para un book personal. Me mentiste y me dijiste que sí. ¡Si hasta fuiste corriendo a comprar aquel precioso albornoz y otras prendas, para colgarlas en la barra de la cortina de la ducha y hacer que tu cuarto de baño pareciera un probador para modelos! Así que los dos empezamos con mentiras, aunque fueran bienintencionadas.

Supongo que estaba preparada para dejar que alguien más lo supiera. Para dejar que alguien más me quisiera tal como era, aparte de la tía Bernie. Fue indudablemente un acto desesperado. Sabía lo que iba a hacer desde el principio.

¿Te acuerdas, Joe? Tú haciéndome fotos. Tu sorpresa cuando empecé quitarme la ropa.

Y, finalmente, por primera vez en mi vida adulta, le enseñé a otra persona el otro lado de mi historia. Me volví y tú dejaste de hacer fotos. Pero no reaccionaste con asco, no saliste corriendo del apartamento. Sentía tu mirada en mí. Después me preguntaste cómo y por qué. Pero primero sujetaste el albornoz delante de mí y me metiste los brazos por las mangas, hiciste que me volviese y me anudaste el cinturón. Y después me abrazaste.

Siempre me gustó ese episodio, aunque no se lo contáramos nunca a nadie. Me prometiste que guardarías el secreto. Pero hoy, cuando se lo he contado al doctor Zelwig, me ha dicho que tú ocultas esa parte de mí que es desagradable de ver.

Nunca lo había pensado así. Te estaba agradecida por el hecho de que me mirases y no salieras corriendo. Me pareció que era aceptación. Pero puede que no. Puede que el doctor Zelwig tenga razón. ¿Lo crees así?

Paige

No quería leer ninguna otra carta. Era muy consciente de que sería como abrir la caja de Pandora y no habría vuelta atrás. Pero sabía que tenía que hacerlo por Annie y por Zach. Eran las 3.25 de la madrugada, pero, aun así, llamé a Lucy. Cogió el teléfono al segundo timbrazo. Cuando le pregunté si podía venir a casa me contestó:

—Ahora mismo salgo. No tardo ni siete minutos.

No me preguntó nada ni mencionó siquiera la hora que era. Y, cuando llegó, entró y se hizo un ovillo en el sofá a mi lado, cogió las cartas y empezó a leerlas, todo sin mediar una sola palabra. Leyó cartas que yo ya había leído y después cogimos la siguiente y la leímos juntas.

21 de octubre de 1996

Querido Joe:

La de hoy ha sido la mejor sesión con diferencia. ¡Creo de verdad que el doctor Zelwig podría ayudarme! Ha encontrado una medicación que no me deja zombi ni hace que desee morirme. Y lo que sufro tiene un nombre. No es la depresión posparto leve que decía el doctor Blaine y que padecen la mayoría de las mujeres. Lo que yo tengo es un trastorno depresivo grave desencadenado en el momento de dar a luz. Puede ser hereditario y puede durar años. Es un caso severo... Pero, y esto es lo mejor, ¡no soy mi madre! El doctor Zelwig no cree que pudiera hacerles daño a Annie o a Zach. Y es que resulta que hay una forma aún más severa de depresión, una forma que no se da muy a menudo, que es la psicosis posparto. Sólo un porcentaje mínimo de mujeres la padecen. Dice que mi madre fue una de esas pocas mujeres. Joe, ella no era un monstruo, simplemente estaba muy enferma. Hospitalizarla y darle la medicación adecuada podría haberla ayudado. Si lo hubieran sabido.

Incluso ahora, muchos médicos, como el doctor Blaine, desconocen lo que va más allá de ese estado depresivo leve que sufren algunas mujeres después de dar a luz. Pero ¿sabes qué? Hace mucho que esto sucede. El doctor Zelwig me ha proporcionado toda la información. Puedo enviártela si quieres. Te transcribo aquí las increíbles palabras de un ginecólogo del siglo xi: «... si el vientre está demasiado húmedo, el cerebro se llena de agua y el exceso de hidratación desciende a los ojos, obligándolas a derramar lágrimas».

No he podido dejar de llorar. De alivio. De impotencia por mi madre, por lo que no tendría que habernos ocurrido, ni a ella ni a mí. ¡Y de esperanza! Por primera vez, Joe.

Paige

—¿Paige tenía esperanzas? ¿El 21 de octubre de 1996 Paige seguía teniendo esperanzas? —planteé—. Me pregunto qué habría sucedido si Joe hubiera abierto la carta, si las cosas serían diferentes ahora. Si me habría pedido que me sentara, me habría cogido las manos y me habría dicho que Paige iba a volver. Volver a casa con Annie, con Zach y con Joe.

—El, Joe te adoraba. Le insuflaste vida cuando llegaste. Y también a Annie y a Zach. No te castigues pensando en lo que podría haber pasado, cariño. Eso no le va servir de ayuda a nadie.

Seguimos leyendo.

15 de diciembre de 1996

Joe:

Sigo sin recibir noticias tuyas. Al final he llamado a Lizzie. Dice que hay otra mujer. ¿De verdad, Joe? ¿Así, sin más?

Ésta es la foto con la que felicitamos las últimas Navidades. La tenía la tía Bernie en su frigorífico y me la ha traído. He recortado mi cara (bajo la mirada de la enfermera: no nos permiten utilizar tijeras sin supervisión). Tal vez puedas pegar ahí la suya. La de Ella. Ella Bean, ¿no?

Paige (tu esposa)

—Joder.

—Bueno —dijo Lucy—, no sé qué esperaba. Le dijo que dejara de pensar en ella y que siguiera con su vida y eso fue lo que él hizo. Y menos mal que lo hizo. Abre la siguiente. Dámela. Yo la abriré.

8 de abril de 1997

Joe:

Por fin recibo noticias tuyas y me llegan en forma de sobre de papel manila con los documentos del divorcio dentro. Y una nota que dice que sabes que esto es lo que yo quiero. ¿Qué te hace pensar que sabes nada de lo que yo quiero?

Sé que firmé y te entregué los papeles de la separación legal. Sé que te dije por carta que siguieras con tu vida. Pero estaba confundida. Siento haberlo dicho. No lo quería entonces y desde luego no lo quiero ahora. ¿Es que no has leído ninguna de mis cartas?

Ahora mismo no tengo fuerzas para luchar. Estoy concentrando todos mis esfuerzos en ponerme bien. En estos momentos no puedo meterme en una batalla judicial, pero algún día lo haré.

No puedo creer que estés haciendo esto. Zelwig dice que es por falta de información y por miedo.

Son MIS hijos, no los DE ELLA.

Paige

—En eso te equivocas, guapa —dijo Lucy.

—No del todo...

—Ella.

—¿Qué? ¿Qué le pasó a Paige? De pequeña tuvo que llevarse un susto de muerte por algo. Algo que hizo su madre... Es obvio que quería a Annie y a Zach. No es que se largara con un grupo de Ángeles del Infierno para reencontrarse a sí misma.

Rasgué el siguiente sobre, sin importarme ya que estuviera manipulando pruebas.

1 de mayo de 1997

Joe:

Hoy me ha llegado la orden judicial. Te han dado la custodia sólo porque yo no he luchado por ella. Aprovecha bien este tiempo, porque es algo temporal.

Tal vez creas que nunca voy a tener lo que hace falta para luchar, pero eso es porque no conoces a la nueva Paige. La que ha aprendido a perdonarse y a perdonar a su madre. Y puede que también llegue a perdonarte a ti, con el tiempo.

Paige

Había más cartas en las que pedía a Joe que solucionaran las cosas, en las que le hablaba de su nuevo trabajo y otras en las que amenazaba con llamar a los niños, con emprender una batalla legal. Y luego ésta:

6 de febrero de 1999

Joe:

He estado dudando si ir a ver a Annie y a Zach sin tu consentimiento. Mi abogado quiere que emprenda acciones legales para la custodia, pero yo aún tengo esperanzas de que respondas a mis llamadas o a mis cartas. Si no es por mí, que sea por el bien de Annie y de Zach.

¿Qué les has dicho sobre mí?¿Les has dicho que he muerto? ¿Es por eso por lo que no me contestan?

Ha sido por su bien por lo que no me he presentado ahí ni he llamado. Y no será porque no haya estado tentada. Me enfrento a esa tentación cada día. Pero he intentado ser paciente y darte tiempo y espacio para aceptar la idea de que pienso entrar de nuevo en sus vidas y que voy a hacerlo con estabilidad emocional y económica. Lo he intentado, pero cada día que paso lejos de ellos me parte el alma.

Meternos en una batalla legal no le hará ningún bien a nadie. Por favor, Joe. Tienes una nueva vida. No tienes derecho a mantenerme alejada de mis hijos.

Paige

Abrí la última carta. Enviada seis días antes de que Joe se ahogara. Cinco días ante de que me dijera que había algo de lo que quería hablar conmigo.

5 de junio de 1999

Joe:

Hoy voy a llamarte a la tienda y a enviar esto. Después, mi abogado se pondrá en contacto contigo directamente. Te pido por favor que colabores. Te estoy suplicando, literalmente. Tengo que arreglar la situación con Annie y con Zach. Estoy preparada y me he cansado de esperar a que tú lo estés.

Paige

Doblé la última carta y la metí en su sobre, como si fuese un objeto cualquiera que pudiese devolver a su lugar. El fuego chisporroteaba ruidosamente.

—¿Qué voy a hacer? ¿Qué demonios voy a hacer? —dije, incapaz de pensar en nada más.

—Ella —Lucy me cogió la mano—, no tengo respuesta a esa pregunta.

—¿Qué harías tú?

—No lo sé

—Lucy, dime algo.

—Ni hablar. No. Esto es algo que sólo tú puedes decidir. Piensa, El. Seguro que haces lo correcto. Yo estaré contigo mientras lo decides y también después. Intenta dormir un poco.

—De acuerdo.

Me dio un abrazo y se fue. Cuando finalmente regresé a la cama, el colchón tiró de mí con el ímpetu de una fuerza implacable y me arrastró hacia un laberinto de sueños sudorosos.