36
Iris y Joey
Viernes, 6 de octubre de 1989
Joey, descalzo y en albornoz, recogió el periódico de la mañana y lo tiró sobre la encimera que separaba la cocina del salón. Después se dirigió al dormitorio para darse una ducha. En la cocina, Iris se sirvió una taza de café mientras se hacían las tostadas. Las puso en un plato, las untó de mantequilla y las llevó a la mesa, entonces se hizo con el periódico doblado antes de sentarse. Abrió el Dispatch, le echó un vistazo a la portada y soltó un grito. Se levantó de golpe y casi tiró la silla.
—¡Joey! ¡Dios mío! ¡Dios mío!
Joey apareció en la puerta en calzoncillos. Estaba acostumbrado a los ataques de histeria de Iris y no pensaba decir nada hasta que supiera de qué hablaba su novia.
—¿Qué? —preguntó con un dejo de irritación.
Iris señaló el periódico.
—¿Qué? —repitió Joey elevando el tono.
—Fritz está muerto. Mira esto: lo encontraron ayer en Yellowweed. Lo mataron a tiros.
—No puede ser —dijo Joey.
A Iris le temblaba la mano cuando le enseñó el periódico. Joey se sentó y leyó rápidamente el principio del artículo, pasó a una página interior y continuó leyendo el resto de la noticia.
—Dios mío, es terrible —dijo Joey—. Me pregunto qué puede haber pasado.
—La hemos cagado. Estamos perdidos. ¡Dios mío! —exclamó Iris, y luego se dejó caer en una silla, pálida como el papel. Cruzó los brazos y se abrazó—. ¿Qué vamos a hacer ahora?
—Espera un momento —dijo Joey.
Volvió a leer el artículo con más detenimiento.
—Es terrible. Pobre tío.
—¿Deberíamos entregarnos?
Joey frunció el ceño.
—¿Por qué? Nosotros no lo hemos matado.
—Pero ¿y si investigan el chantaje y lo relacionan con nosotros?
—¿Por qué iba a ocurrírsele a nadie pensar en nosotros? Fritz es colega nuestro. Somos sus mejores amigos. ¿Cómo van a relacionarnos con algo así?
—No lo sé, pero supón que lo hagan. Puede que sea preferible ir a hablar con la policía antes de que vengan a por nosotros. Si nos relacionan con el chantaje, seremos los principales sospechosos. Los únicos sospechosos.
—Cálmate. Serénate un poco y pensémoslo bien. Vale, sabíamos lo del chantaje. Fritz se lo contó a todo el mundo, así que eso en sí no tiene demasiada importancia.
—Tienen el mensaje que dejaste. Es tu voz en el contestador.
—Eso no lo saben. Podría ser cualquiera. Austin, por ejemplo.
—¿Y si localizan la llamada?
—No pueden localizar una llamada a partir de una grabación —contestó Joey, aunque no estaba muy seguro. La tecnología no dejaba de avanzar. Quién sabía qué serían capaces de averiguar los técnicos de la policía científica.
Iris se inclinó hacia delante y metió la cabeza entre las rodillas, como si estuviera a punto de desmayarse.
—Se acabó, estamos perdidos. Si no nos entregamos y acaban descubriéndolo, ¿qué van a pensar? ¡Que somos culpables de asesinato!
—Pero eso no es cierto. Nosotros no hemos hecho nada. En el periódico pone que probablemente Fritz llevaba muerto casi una semana, y nosotros ni nos hemos acercado a Yellowweed. Ni siquiera tenemos una pistola, ¿cómo íbamos a hacerlo nosotros?
—Nos llamó a casa, ¿recuerdas?
—Pero no lo vimos. No tuvimos contacto con él. Fuimos a cenar a casa de mi madrastra, ella podrá confirmarlo.
—¿Y si repasan el registro de llamadas? ¿Cómo vas a explicar la llamada de Fritz?
—No vamos a negar que nos llamó. Les contaré lo que pasó. Fritz nos dijo que iba a encontrarse con ese tío, y que quería que lo acompañáramos.
—¿Por qué nos lo pidió a nosotros?
—Porque estaba nervioso y necesitaba apoyo moral. Le dijimos que no fuera y se cabreó, eso es todo. No sabemos nada más. Le aconsejamos que no lo hiciera. No teníamos ni idea de que se hubiera reunido con ese tío, ¿no?
A Iris le temblaba la boca e hizo una mueca poco favorecedora.
Joey le puso la mano en el hombro.
—Oye, nena, cálmate ya. No te me vayas a derrumbar ahora.
Se agachó a su lado y le acarició la espalda para consolarla, pero era consciente de que Iris ni lo escuchaba.
—Eh, mírame.
Esperó a que Iris consiguiera controlarse. Su novia respiró profundamente, se dio unas palmaditas en el pecho y luego lo miró.
Joey sacó un pañuelo de papel de la caja que reposaba sobre la mesita auxiliar y se lo dio. Iris lo cogió agradecida y se sonó.
—No hemos hecho nada —continuó diciendo Joey—. Estamos juntos en esto. No nos hemos enterado de que Fritz había muerto hasta que lo hemos leído en el periódico esta mañana. ¿O acaso no es cierto?
Iris asintió con la cabeza.
—Vamos a hablar con la policía y, entonces, ¿qué? No tienen ningún motivo para creer que estemos involucrados. Nada nos vincula a Yellowweed. Margaret responderá por nosotros, y además es verdad. Si admitimos el chantaje, sólo conseguiremos exponernos a una investigación.
Iris tenía la expresión atormentada de los condenados. Finalmente asintió con la cabeza, algo más calmada pero aún inquieta.
—¿Y si lo averiguan? —preguntó mientras retorcía el pañuelo empapado.
—¿Y si no?
—¿Qué van a pensar si descubren que enviamos la nota y la cinta? ¿Y si dejaste alguna huella?
—No dejé ninguna huella, no soy tan tonto —respondió Joey—. En todo caso, si nos vemos obligados a admitirlo, lo admitiremos y diremos que no seguimos adelante. Nos echamos atrás porque nos dimos cuenta de que habíamos cometido un error. ¿Qué es lo peor que podría pasar?
Iris sacudió la cabeza en silencio, imaginando terribles posibilidades que ni se atrevía a mencionar.
—Lo peor sería que lo confesáramos, lo que podría llevar a la policía a pensar que somos culpables cuando no lo somos. Nos echamos atrás, ¿recuerdas? Vale, somos culpables de amenaza, pero eso no va contra la ley. Bueno, sí que va contra la ley, pero ¡joder!, no hemos matado a nadie. Tienes que confiar en mí. ¿Confías en mí?
Iris asintió con la cabeza, abatida.
Joey la agarró de las manos.
—A ver qué te parece. Nos ocupamos de nuestros asuntos, como si no hubiera pasado nada. Si alguien nos pregunta por lo de Fritz, diremos que lo hemos leído en el periódico y que estamos destrozados, desde luego. Era amigo nuestro y lo sentimos muchísimo, pero eso es todo.
—No quiero ir a trabajar. Puedo llamar diciendo que estoy enferma…
—Ni hablar. Podrías levantar sospechas.
—Puedo decirle a Karen que estoy muy afectada porque han matado a un amigo mío. Seguro que lo entiende.
Joey negó con la cabeza.
—Haremos lo mismo de siempre, como si no hubiera pasado nada y no tuviéramos ningún motivo de preocupación. Veremos cómo nos va hoy, y hablaremos de nuevo por la noche. ¿Te parece bien?
Iris asintió con la cabeza sin apartar la mirada de Joey, como si fuera un cachorro en una sesión de adiestramiento.
Joey la dejó en el centro para que pudiera abrir la tienda. Iris metió el bolso debajo del mostrador y se volvió hacia el espejo de la pared que quedaba a su espalda y se inclinó hacia delante para ver mejor su reflejo. Tenía muy mala cara: nada de maquillaje, los ojos hinchados de tanto llorar, el pelo alborotado. Hizo una pausa para volver a ponerse dos peinetas y un pasador, con lo que mejoró un poco su aspecto. Se sorbió la nariz. Respiró profundamente y luego exhaló, emitiendo un leve gemido. Aún la invadía la tristeza, no tanto por la muerte de Fritz como por el lío en que estaban metidos. ¿Cómo iba a descubrirlo la policía? Ni Joey ni ella habían hecho nada. Vale, habían enviado una nota para pedir dinero, lo que podría haber sido una broma.
Oyó el tintineo de la campanilla que colgaba sobre la puerta de entrada.
El hombre que entró se acercaba a los sesenta. Llevaba una americana oscura y un polo rojo. Tenía aspecto de deportista maduro. Tenis o golf, porque el ejercicio al aire libre le había bronceado la piel. Entradas pronunciadas, la frente salpicada de manchas causadas por el sol, el escaso pelo gris cortado muy corto. Le recordó a su tío Jerry: la misma edad y la misma complexión. Iris era su sobrina favorita.
El hombre recorrió la tienda con la mirada, observando detenidamente la ropa antigua que colgaba de los percheros y las vitrinas llenas de artículos diversos. El aire olía a incienso y a perfume. El hombre se dirigió hacia ella sin prisa aparente. Cuando lo tuvo lo bastante cerca, Iris se fijó en sus pestañas, tan largas y oscuras que parecían postizas. Tenía unos labios finos con las comisuras hacia arriba, lo que indicaba que era capaz de sonreír, aunque no llegó a hacerlo. Puede que estuviera buscando algo para su mujer. Iris le miró la mano izquierda: no llevaba anillo, pero los hombres de esa edad no siempre lo llevaban.
—¿Puedo ayudarle en algo? —preguntó Iris.
—¿Usted es Iris Lehmann?
«Mierda, otra vez no», pensó Iris, sonriendo ahora de manera forzada.
El hombre sacó una funda de piel y le mostró la placa: una estrella de siete puntas con un círculo en el centro. Ponía AYUDANTE DEL SHERIFF en la mitad superior del círculo y CONDADO DE SANTA TERESA en la mitad inferior. Había una imagen en relieve en el centro, pero el hombre guardó la placa antes de que Iris pudiera verla bien.
—Inspector Burgess —dijo el hombre—. Oficina del sheriff del condado.
A Iris se le encogió el estómago. Si el inspector Burgess había venido a preguntar por Fritz, seguro que saldría el asunto del chantaje. Se quedó en blanco y le costó despegar los labios. ¿Cómo debería reaccionar si no supiera nada de lo sucedido?
—¿Puedo ayudarle en algo?
Iris se estremeció. Acababa de hacerle la misma pregunta.
—Espero que sí. Nos estamos poniendo en contacto con todos los amigos de Fritz McCabe.
—Lo he leído en el periódico. Es terrible lo que ha pasado, estoy conmocionada.
—Es muy triste perder a alguien tan joven —dijo el inspector Burgess—. Ya me imagino lo difícil que será para usted.
La observó como si imaginara muchas otras cosas también, ninguna de ellas agradable. Iris vio que el policía sacaba un cuaderno de espiral y lo abría por la primera página, que estaba en blanco.
—Estamos intentando reconstruir todo lo que hizo Fritz en los días anteriores a su muerte. ¿Recuerda la última vez que tuvo contacto con él?
—Bueno, veamos… —Iris levantó la mirada, como si intentara recordar su última conversación con Fritz—. Creo que hablamos con él la semana pasada por teléfono, pero no lo vimos. Me refiero a mi prometido y a mí. Vivimos juntos, así que cuando Fritz llamó, Joey habló con él.
—¿Qué día les llamó?
Iris negó con la cabeza y luego decidió que sonaría más creíble si añadía algún detalle.
—Diría que el miércoles o el jueves, a finales de semana. No creo que Joey recibiera la llamada en viernes.
—¿Tiene idea de lo que hablaron?
—No. Se lo podría preguntar a Joey. O se lo puedo preguntar yo, y luego llamarle a usted.
—¿No le dijo nada sobre el tema de la conversación?
—Tenía que irme a trabajar, así que no hubo tiempo.
El inspector Burgess pasó una o dos páginas más, como si intentara refrescarse la memoria.
—Ya sabe lo del chantaje —afirmó Burgess dando por sentado que Iris lo sabía.
Iris vaciló.
—Algo he oído, pero no sé gran cosa. Quiero decir que no conozco los detalles.
Burgess frunció el ceño de forma casi imperceptible.
—Tenía la impresión de que Fritz se lo había explicado a todos sus amigos. Me sorprende que no se lo dijera a ustedes.
—No, no. Sí que nos lo dijo, pero nos hizo jurar que no se lo contaríamos a nadie. No creo que deba hablar de este asunto, por respeto a Fritz.
Burgess esbozó una escueta sonrisa.
—Le agradezco su discreción, y estoy seguro de que Fritz también se la agradecería. —El inspector hizo una pausa. Iris creyó que había acabado la frase, pero luego añadió—: Por otra parte, dado que Fritz ha muerto, esas reservas ya no tienen razón de ser, ¿no cree? Especialmente cuando ciertos hechos podrían arrojar luz sobre su muerte. Si le parece que mis preguntas están fuera de lugar, dígamelo. No quiero obligarla a hablar de este asunto si va a sentirse incómoda.
—¿Por qué tendría que sentirme incómoda?
—No lo sé, Iris. Eso lo sabrá usted.
—Estoy bien. No se preocupe, pregunte lo que quiera.
—Ha mencionado el viernes pasado. ¿Puede decirme qué hizo ese día?
Iris parpadeó.
—No me acuerdo. Probablemente vine a trabajar, como siempre. Seguro que hicimos alguna cosa, pero no lo recuerdo. Podría preguntárselo a Joey. La verdad es que no sé nada de este asunto. Ojalá pudiera serle de más ayuda, pero no se me ocurre nada.
—¿Y qué hay del viernes por la noche?
Iris negó con la cabeza.
—Lo siento, no lo recuerdo.
—Tengo entendido que vio a Austin Brown un par de veces la semana pasada. ¿Por qué no empieza por ahí?
Iris no esperaba aquel giro en la conversación, pero se dio cuenta de que estaba cavando su propia tumba. No había visto a Austin ni una sola vez, era pura invención.
—No estoy segura de que fuera él. No podría jurarlo. No quiero que citen lo que he dicho por si me he equivocado.
—¿Y qué hay del chantaje? ¿Qué le contaron?
Otra vez con lo mismo.
—No mucho.
Iris se lamió los labios y volvió a quedarse en blanco. Obviamente, Joey y ella sabían más que nadie acerca del chantaje. ¿Cuántos detalles debería conocer alguien que no estuviera involucrado en el asunto?
—Tómese todo el tiempo que necesite.
Iris carraspeó.
—Sabíamos que alguien envió una copia de la cinta a los McCabe con una nota. Fritz nos lo dijo.
Burgess sacudió la cabeza y le dirigió una sonrisa fatigada.
—La dichosa cinta. Se cuela en la conversación a cada paso, ¿por qué será?
La pregunta parecía retórica, pero el inspector se quedó mirando a Iris como si esperara una respuesta.
—No tengo ni idea, la verdad.
Burgess anotó algo.
—Pero usted sabía que el chantaje se basaba en esa cinta.
—Todo el mundo lo sabía.
—¿Qué había en la cinta para que alguien estuviera dispuesto a pagar miles de dólares con tal de evitar que cayera en manos de la policía? ¿Por qué era tan peligrosa?
—No sabría decirle. Yo no llegué a verla.
Grave error. Claro que la había visto. En cuanto Joey la encontró detrás de la rejilla que protegía el conducto de la calefacción del baño de los chicos en casa de Margaret. Iris la había visto seis veces, si no se equivocaba. Ahí estaba: espatarrada, con las tetas aplastadas, colgadísima y borracha perdida mientras Fritz y los otros la agredían con lo primero que tuvieran a mano.
—No importa —dijo Burgess con tono suave—. La veremos más tarde. Puede que el jefe quiera quedársela para verla en la reunión de la brigada mañana a primera hora. ¿Fritz no le contó nada sobre lo que había en la cinta? —preguntó Burgess sin dejar de observarla, bolígrafo en ristre.
Iris echó un vistazo al cuaderno del policía, intentando ver qué había escrito.
¿Cómo iba a responder a una pregunta sobre lo que había en la cinta? No podía alegar desconocimiento cuando Burgess la vería de todos modos. ¿Qué pensaría al ver a Troy tumbado sobre ella de espaldas a la cámara, apretando los glúteos cada vez que la penetraba? Dios santo. Y Fritz allí al lado, retorciendo su bigote imaginario mientras sostenía la lata de manteca vegetal. ¿Cuántos policías verían la cinta? ¿Por qué no alquilaban un cine y cobraban entrada?
Iris notó cómo se le encendían las mejillas. Burgess llevaba tres minutos en la tienda y ya la había acorralado. No había estado tan asustada en su vida. Sabía qué acostumbraba a pasar en estos interrogatorios: si decías una cosa ya no podías decir otra más adelante. Si te contradecías, todo el mundo daba por sentado que estabas mintiendo.
—¿Tengo que responder a esa clase de preguntas sin un abogado presente?
Burgess la miró fijamente, dedicándole toda su atención. ¡Cómo le recordaba a su tío Jerry! Este hombre tenía el mismo aire amable de su tío, aunque ahora parecía perplejo y decepcionado.
—¿Y por qué iba a necesitar a un abogado? Esta es una conversación preliminar para recoger información. Podemos interrumpirla ahora mismo si cree que lo que diga la va a perjudicar. ¿Hay algo que yo no sepa?
—No quiero seguir hablando con usted.
El inspector Burgess cerró el cuaderno y se lo metió en el bolsillo. A continuación sacó una tarjeta y se la entregó.
—¿Qué le parece si me pone al corriente más tarde? Llámeme si cambia de opinión. Le agradezco la molestia. Cuídese.
Nada más salir el inspector de la tienda, Iris echó mano del teléfono y marcó el número de la constructora en la que trabajaba Joey. La recepcionista le dijo que Joey estaba en una obra, y que no volvería hasta el mediodía. Iris le dejó un mensaje para que la llamara, y entonces estalló en llanto. Este jodido asunto sólo podía ir a peor. ¿Qué sería de ellos?