15
La amenaza
Mayo de 1979
Sloan salió con Austin durante un intenso periodo de cinco meses a principios del penúltimo curso que ella estudiaba en la Academia Climping. Inicialmente, su autoestima se vio reforzada gracias a la atención que le prestaba Austin, un alumno brillante y muy deportista. Austin había estudiado dos cursos en un colegio privado del Este, y parte de su estilo personal consistía en llevar camisa, corbata y americana a diario. Siempre se mostraba distante, y eso le confería un aire irresistible de liderazgo. Sus compañeros de clase lo admiraban, circunstancia de la que Austin sacaba provecho. Parecía observarlo todo desde lejos. Los alababa cuando lo complacían, y les expresaba su desdén si no colmaban sus expectativas. Empleaba el sarcasmo y el menosprecio a modo de látigo, comportándose de una forma tan autoritaria que los chicos no podían evitar halagarlo. Buscaban su aprobación, y esperaban no convertirse en blanco de sus reproches.
Sloan se sabía vulnerable, razón por la que siempre había guardado las distancias. Medía un metro ochenta y se sentía acomplejada por su estatura. Les había pasado una cabeza a sus compañeros desde los once años, edad a la que las chicas parecen madurar como por arte de magia, dejando a los chicos atrás. Sloan también estaba expuesta a las críticas a causa de su dudosa ascendencia: no sólo tenía una madre alcohólica, sino que la identidad de su padre biológico era difusa. Pese a que en Horton Ravine imperaba una actitud liberal, Sloan se sentía señalada. El hecho de tener una figura escultural la exponía aún más a las miradas ajenas. Su amiga Poppy era una chica rubia y menuda de carácter complaciente y voz suave, características que Sloan admiraba pero que se veía incapaz de emular. Ella era más bulliciosa, siempre dada a disimular su inseguridad tras sonoras carcajadas. No se maquillaba y no le interesaba la moda. Le gustaba llevar chándal y zapatillas de deporte. Iba a la iglesia casi todos los domingos, y durante los dos últimos veranos había trabajado de monitora en un campamento parroquial para alumnos desde sexto hasta noveno. Sloan era consciente de que algunos la llamaban ñoña a sus espaldas.
Un viernes de octubre, al acabar las clases, Sloan se encontraba frente a su taquilla cogiendo los libros que necesitaría para el fin de semana. Al levantar la cabeza vio a Austin apoyado contra la pared, mirándola fijamente.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó.
—No. ¿Y tú?
—Yo tampoco —respondió Austin con una sonrisa—. Gracias por preguntar.
Tenía los ojos de un verde poco corriente y llevaba una camisa del mismo color, con una corbata también verde pero de un tono más oscuro. Incluso a tres metros de distancia, Sloan percibió el aroma limpio y fresco de su loción para después del afeitado. No acababa de entender por qué motivo habría entablado conversación con ella.
—¿Querías algo? —preguntó Sloan.
—Me interesas.
—¿Ah, sí?
—¿No te parece que eres interesante?
Sloan soltó una risita incómoda.
—No.
—¿Qué ha pasado entre Poppy y tú? Creía que erais amigas íntimas.
Sloan no sabía cómo interpretar aquel cambio de tema. No quería pensar en Poppy, cuya compañía había echado en falta los últimos fines de semana mientras estudiaba.
—Aún somos amigas.
—Pero no sois íntimas. No podéis serlo si tú andas por ahí sola todo el rato.
—Eso no es asunto tuyo. He estado estudiando mucho para intentar subir la nota. Poppy y yo podemos hacer lo que nos venga en gana.
—Claro, pero me parece raro. Lo lógico sería que Poppy prefiriera estudiar contigo en vez de salir siempre con Troy.
—¿Qué quieres decir?
—Que me gustas más sin ella —respondió Austin.
—Menuda suerte.
—No te pitorrees. Estoy intentando decirte algo, si es que me dejas.
Sloan cerró la puerta de la taquilla y puso el candado.
—¿Sabes qué? No me importa lo que me quieras decir. Eres un cerdo. Eres desagradable y arrogante, y menosprecias a la gente. Son defectos que no soporto.
—Está bien. ¿Y si soy amable contigo?
—Sí, claro. ¿Durante cuánto tiempo?
—Mientras tú lo seas conmigo. ¿Te parece un buen trato?
—Pero yo no he sido nada amable contigo. Llamarte cerdo ha sido muy grosero por mi parte.
—Pero también sincero.
—Austin, esta conversación me está mosqueando. ¿Qué tramas?
—Salgamos juntos. Una cita solos tú y yo. Así podremos hablar.
Sloan lo miró con hastío.
—¿Sabes qué? Te he visto muchas veces en acción. Esta es tu forma de tenderme una trampa.
—No te estoy tendiendo ninguna trampa. ¿Por qué dices eso?
—Le hiciste lo mismo a Michelle, y antes a Heather.
—¡Ah, ya lo entiendo! Me has estado observando. Vigilándome muy de cerca. Eso me gusta.
Sloan sacudió la cabeza indignada.
—Eres tan egocéntrico…
—Es mi mejor cualidad —repuso él—. Por si no lo sabías, Heather no es muy lista. Y Michelle dijo que la insulté, por eso cortó conmigo.
—No dijo eso.
—Sí que lo dijo. Se lo puedes preguntar tú misma.
—A lo mejor lo hago.
—Muy bien. Te llamaré mañana, después de que hayas hablado con ella. Ya te adelanto lo que te dirá: que yo no la llamaba casi nunca, y que no íbamos a ningún sitio interesante. Me preguntaba constantemente si creía que tenía las tetas demasiado pequeñas, y lo negué. No había manera de que dejara el tema, así que finalmente le di la razón. Le dije que tenía unas tetas minúsculas, y entonces se cabreó muchísimo.
—Michelle no tiene las tetas pequeñas, eso es ridículo.
—Entonces explícaselo tú. Yo me aburrí de tener que repetirme.
Sloan se echó a reír.
Sonó el último timbre y Austin se marchó. Más tarde, cuando le preguntó por él a Michelle, esta le contestó que Austin no la llamaba tanto como ella hubiera querido, y que sólo quería estudiar cuando ella quería salir. No dijo nada de sus tetas.
Austin la llamó al día siguiente para preguntarle si quería ir al cine, propuesta que Sloan aceptó.
A medida que pasaban las semanas, Sloan se fue dando cuenta de lo tierno y cariñoso que era Austin cuando estaban a solas. Le dijo que le gustaba estar con ella porque era seria. Ni se daba aires ni flirteaba con otros chicos. Sloan respondió a su vez de forma afectuosa, asombrada de lo abierto que era él. Con los demás era el mismo de siempre: irritable, distante y antipático. Sloan se percató de que sus amigas la miraban con curiosidad, preguntándose por qué lo aguantaba. Y, aunque no lo dijeran abiertamente, también les intrigaba saber qué le atraía a Austin de ella, cuando tantas chicas habían intentado conquistarlo sin éxito.
En un momento dado, Sloan le preguntó a bocajarro:
—¿Tú de qué vas? No te entiendo.
Austin sonrió.
—¿Me estás preguntando que por qué me gustas?
—Exacto. Y no me vengas con chorradas.
—Veamos. Será porque eres sencilla, inteligente y buena persona. Y ni siquiera te das cuenta de lo guapa que eres.
Sloan ya se temía alguno de sus habituales comentarios sarcásticos, la pulla que contradecía cualquier palabra amable que pudiera haber dicho antes. Pero esta vez Austin no dijo nada más. Se limitó a tomarle la mano y se la llevó a los labios.
¿Cómo no iba a creer en él?
Tanto Sloan como Austin venían de familias adineradas, pero el hecho de que el padrastro de Sloan trabajara en el sector de la construcción lo situaba unos escalones por debajo del padre de Austin, que era un abogado prestigioso. La madre de Austin también era abogada, así como sus dos hermanos. Todos los miembros de la familia eran cortantes y mordaces. Austin y Sloan no llevaban mucho tiempo saliendo juntos cuando él quiso presentarle a su familia. Cada vez que cenó en casa de los Brown, Sloan se sintió intimidada por toda la familia. Cuando estaba con ellos, se mostraba reservada y procuraba no llamar la atención, ansiando evitar su curiosidad indiscreta y la rapidez con la que juzgaban a la gente. Los Brown no tenían conversaciones: tenían disputas y escaramuzas, guerras intelectuales en las que todos intentaban superar a los demás. Cualquier táctica resultaba aceptable en aquellos torneos verbales. El objetivo consistía en ser rápido y en derribar a tu contrincante a la primera oportunidad. Lo principal era tener razón, y si no la tenías, entonces debías ganar valiéndote de cualquier artimaña. Austin sabía debatir, pero no parecía capaz de imponerse. Sus padres y sus hermanos eran implacables y no le daban tregua. Sloan no soportaba verlo arredrarse a medida que se recrudecían los combates dialécticos. Los otros parecían disfrutar del reto, mientras que las heridas de Austin pasaban inadvertidas. O, si alguien las detectaba, se convertían en un nuevo objeto de sorna.
Durante los dos meses siguientes la relación avanzó a toda marcha, pero a Sloan le sorprendió descubrir cómo ansiaba Austin su compañía. Hablaban por teléfono durante horas, estudiaban juntos, jugaban al tenis, salían de excursión y veían la tele. Austin la buscaba antes y después de las clases. Al principio, Sloan disfrutaba con sus atenciones, pero no tardó en sentirse asfixiada. Nunca había tenido novio, por lo que no sabía lo que era «normal» y lo que no. Estaba acostumbrada a pasar ratos a solas, haciendo lo que le viniera en gana. Ahora tenía que amoldarse a Austin para proteger su frágil autoestima. Dada la dinámica familiar de los Brown, a Sloan no le sorprendió que Austin soliera mostrarse receloso y se apresurara a criticar a los demás antes de que ellos lo criticaran a él.
Austin anhelaba el contacto físico. Le solía pasar el brazo por los hombros, un gesto posesivo que Sloan apreciaba por considerarlo una demostración pública de afecto. Siempre la estaba besando y mordisqueando, le olía el pelo, le susurraba cosas al oído. A medida que se iba afianzando su relación aumentaban las exigencias de Austin, siempre envueltas en mimos y halagos. Sloan no sabía cómo poner freno al carácter controlador de su novio, que se volvía cada vez más sofocante.
Paul, su padrastro, fue quien finalmente la llevó aparte y le manifestó su preocupación.
—Mira, Sloan. No pretendo meterme donde no me llaman. Ya veo que Austin está loco por ti, pero hay algo en ese chico que me parece raro.
—¿Raro?
—Es demasiado intenso. Siempre lo tienes encima, no te deja sola ni un momento.
Sloan se echó a reír.
—Sí, puede ser.
—¿Es eso lo que quieres?
—La verdad es que no. Bueno, no siempre, pero no puedo decírselo porque no quiero herir sus sentimientos.
—Sus sentimientos no son responsabilidad tuya. No te estoy diciendo que cortes la relación, pero no hace falta que vayáis tan rápido. Tomaos un respiro de vez en cuando; pasad algún tiempo separados. Si no, te sentirás acorralada y luego no sabrás cómo escapar.
—¿Y qué se supone que debo decirle? No tienes ni idea de lo sensible que es. No quiero que piense que lo estoy rechazando.
—¿Sensible? ¿Me tomas el pelo? Sé cómo trata a sus supuestos amigos.
—¿Quién te lo ha dicho?
—Tú, antes de salir con él. Es un chico cruel y sarcástico. Un matón. Tú misma lo dijiste.
—Bueno, pues me equivocaba. Finge serlo en público, pero conmigo no podría ser más cariñoso.
—Porque consigue lo que quiere. Espera a que le digas que no alguna vez y verás cómo es en realidad.
—¿Tú crees?
—Si no lo creyera, no estaríamos teniendo esta conversación. Si quieres saber qué opino, diría que ese chico tiene traumas emocionales muy serios y por eso se aferra a ti.
—No sabes lo que dices.
—Lo siento. La última frase está fuera de lugar. En cualquier caso, es tu decisión. Sólo quiero que sepas que tienes mi apoyo. El hecho de que te protejas no significa que no sientas cariño por él.
Paul le dio un abrazo y aquel fue el final de la conversación por lo que a Sloan respectaba. Sin embargo, después se sorprendería al descubrir lo mucho que las observaciones de su padrastro la habían afectado. Mientras hablaban, Sloan no hizo caso de sus comentarios. Paul no conocía a Austin. Ignoraba que, bajo aquel talante altanero, se ocultaba un muchacho inseguro. Sloan entendía lo que debía de pensar Paul acerca de su relación, pero las cosas no eran así. No es que estuviera en total desacuerdo con él. Simplemente, no sabía qué hacer. Austin se comportaba como si estuviera falto de cariño. Dada la forma en que lo trataban en su casa, ¿quién no se comportaría así? Sloan no veía cómo mantenerlo a raya sin hacerle daño. Lo adoraba, y no quería que se sintiera menospreciado. Todo esto era nuevo para ella, y no tenía a nadie a quien consultarle cómo manejar la situación. Hubo un tiempo en el que le habría confiado sus dudas a Poppy, pero aquella época ya había pasado. Ahora Poppy sólo estaba interesada en Iris, y Sloan se había quedado sola.
En cierto modo, se consideraba más fuerte que Austin, así que quizá le correspondía a ella reprimir sus sentimientos por deferencia a los de él. La madre de Austin era más dura que una piedra, y Sloan había presenciado la forma en que aquella mujer lo trataba. En las discusiones familiares —y cada conversación en aquella familia era una discusión— su madre lo pisoteaba, lo menospreciaba y se burlaba de él. Sloan tendría que ir con pies de plomo para que nada de lo que dijera pudiera malinterpretarse.
El problema radicaba en la persistencia de Austin, en su forma de presionarla, en su tendencia a imponer su voluntad. A Sloan no le gustaba verlo así, pero algunas veces pensaba que cualquier conflicto que pudiera surgir entre ellos tenía un efecto estimulante en Austin. Si no estaban de acuerdo en algo, él se empeñaba en demostrar que su punto de vista era mejor, o que sus deseos deberían prevalecer. Había aprendido a comportarse así en su casa, y era incapaz de controlar el impulso que lo empujaba a querer ganar a toda costa. Con el tiempo, Sloan se fue dando cuenta de que perdía terreno. Las necesidades de Austin habían atemperado su carácter entusiasta. En sus ansias por complacerlo, Sloan había renunciado a la mayoría de sus intereses para acabar aceptando los de él.
Aquella tarde, Sloan se aplicaba esmalte rosa en las uñas de los pies recostada en las almohadas de su cama deshecha. El suelo estaba cubierto de ropa, y su escritorio había quedado sepultado bajo una capa de libros, papeles y accesorios deportivos amontonados de cualquier manera. La puerta del armario estaba abierta, la barra llena de perchas mal colgadas. Una pila de jerséis doblados sobresalía de uno de los estantes.
Austin daba vueltas por la habitación, examinando los distintos adornos que Sloan tenía a la vista.
—¿Qué es esto? —preguntó mientras inspeccionaba un angelito de cerámica.
—Un ángel. ¿Qué va a ser si no? Poppy me lo dio cuando íbamos a segundo de primaria.
—¿Y esto?
Austin le mostró una fotografía.
—Mi padre falso. Ya te he hablado de él —respondió Sloan.
—Cuéntamelo otra vez.
—Mi madre se inventó toda una historia sobre él. Dijo que lo conoció en una estación de esquí muy exclusiva, donde tuvieron una aventura apasionada. Cuando descubrió que estaba embarazada, él la apoyó. No llegó a pedirle matrimonio, pero le prometió ayuda económica. Entonces murió sepultado por una avalancha de nieve, y mi madre tuvo que criarme sola. Lo único que conservaba de él era esta fotografía. ¡Menudo chiste! Resultó ser de un famoso esquiador europeo al que mi madre ni siquiera conocía. Recortó la foto de una revista y la puso en un marco. Cuando yo tenía diez años, encontré por casualidad una foto idéntica en una revista de esquí y no podía creer lo que veía. Pensé que mi padre aún estaría vivo. No tuve esa suerte: mi madre me había mentido en todo.
—Entonces, ¿quién era tu padre biológico?
—Ni idea. Más tarde mi madre me dijo que había sido un ligue de una noche, pero probablemente eso también sea mentira. Al final tiré la toalla. ¿Qué más da? Por suerte, mi padrastro es muy buena persona.
—¿No tienes la intención de investigarlo?
—¿Basándome en qué? Sea quien sea, seguro que es un capullo. Si no, se habría hecho cargo de mí.
—Si está vivo, podrías tener motivos para demandarlo. Suponiendo que hubiera prometido ayudarte económicamente.
—No caerá esa breva —dijo Sloan—. Por cierto, ahora que me acuerdo, te quería pedir algo.
—¿Qué? —preguntó Austin con una sonrisa.
—Necesito un día para ordenar mis cosas. Tengo el dormitorio hecho un asco, y mi madre no me deja en paz.
Austin echó un vistazo a su alrededor.
—Pues a mí no me parece tan mal.
—¿Me tomas el pelo? ¡Si es una pocilga!
—Vale, pues es una pocilga. Puedo ayudarte.
—No lo creo, pero gracias de todos modos. Lo tengo que hacer yo sola. Normalmente subo el volumen del tocadiscos, así que es imposible hablar. Mi madre querrá que saque del armario la ropa que ya no uso y que la lleve a la parroquia.
—De acuerdo. Llámame cuando hayas acabado y daremos un paseo con Butch.
—¿Tú no tienes cosas que hacer?
—No. Todo mi tiempo te pertenece.
—Eres un encanto —dijo Sloan—. Pero la verdad es que necesito un respiro. No sabes la de tareas pendientes que tengo.
—¿Tareas? ¿Qué tareas? Dime una.
—Esa no es la cuestión.
—Entonces, ¿cuál es la cuestión?
Sloan debería haber captado el tono de advertencia de Austin, pero estaba demasiado concentrada pintándose las uñas de los pies.
—¡Mierda! —Se inclinó hacia delante y se limpió una gota de esmalte de un dedo—. Principalmente, necesito algo de tiempo libre. No mucho, sólo un poquito.
Sloan acercó el pulgar al índice para ilustrar lo que acababa de decir.
El tono de Austin se había vuelto más distante.
—Puede que te haya entendido mal. ¿Me estás diciendo que necesitas más espacio?
—No, no necesito más espacio. Estoy hablando únicamente de un día.
—¿Te has cansado de mí?
—No es eso en absoluto. No conviertas esto en un drama.
—No te mosquees, es una pregunta muy sencilla.
—Y ya te la he contestado.
—Porque si mi compañía te aburre, o te irrita, puedo largarme. No te preocupes. De hecho, ya no hace falta que vuelva. Así tendrás todo el tiempo libre que quieras.
—Ni me aburres ni me irritas.
—Pues no es eso lo que has dado a entender. Hablas como si estuvieras deseando escaparte.
—Olvídalo. Siento haberlo mencionado.
—No, no. No lo sientas. Di todo lo que quieras.
—Te lo tomarás mal.
—No es verdad.
—Austin, estás convirtiendo esto en la tercera guerra mundial, cuando lo único que quiero es una tarde para mí sola.
—Ah, ya veo. Primero era un día, y ahora dices que quieres «una tarde». ¿En qué quedamos?
—Déjalo ya. No te pongas borde.
—Así que, de repente, es culpa mía. ¿Es algo que yo te he hecho a ti?
Sloan musitó unas palabras sin mirar a Austin.
—Sabes, me han venido con este cuento antes y no es más que una excusa —dijo Austin con expresión exasperada—. Preferiría que no te anduvieras con rodeos y me dijeras la verdad. ¿Hay alguien más?
—¿Cómo va a haber alguien más cuando pasamos cada minuto del puto día juntos?
Austin se iba poniendo cada vez más tenso.
—No sabía que mi compañía te resultara tan ofensiva. Te pido mil disculpas por la molestia. Ojalá me lo hubieras dicho antes, así podría haberte liberado de tan pesada carga.
Al levantar la vista, Sloan descubrió que Austin había salido de su dormitorio. Se dirigió una mueca a sí misma. Tonto del culo. ¿A qué venía aquello?
Estaba a punto de levantarse de un salto y seguirlo hasta la planta baja, pero oyó que la puerta de entrada se cerraba de golpe y decidió que sería mejor darle algo de tiempo para calmarse. Sloan no entendía a qué venía aquella pataleta, pero era evidente que Austin no estaba de humor para atender a razones.
El lunes siguiente, al encontrarse con él en el colegio, Austin la ignoró y ya no volvió a dirigirle la palabra. Cuando sus compañeros empezaron a hacerle el vacío, fue simplemente una continuación del ninguneo a que la estaba sometiendo Austin. Hasta el momento.
Sloan se encerró en su dormitorio y vio el vídeo que le había robado a Fritz. No sabía qué esperar, pero nunca hubiera imaginado algo así. Lo que vio la avergonzó profundamente. Sólo podía pensar en Poppy, y en lo colada que estaba por Troy. Se moriría si lo viera. Menudo grupo: Iris, en cueros y comportándose como una puta. Fritz haciendo el imbécil, y Troy empalmadísimo, untándose la polla de manteca vegetal para poder hincársela a Iris. Sloan contempló la cinta con incredulidad, horrorizada por el trasiego sexual que se desarrollaba ante sus ojos. No desvió su atención hasta el plano final, en el que apareció Austin. ¿Austin era «el director»? ¿«El que mandaba»? ¡Menudo cabrón! Resultaba aberrante que Iris le pidiera un beso al que había orquestado toda la agresión. Iris era una exhibicionista que haría cualquier cosa para llamar la atención, por supuesto. Pero ahí estaba Austin con sus aires de superioridad, sonriendo desdeñosamente a los «chicos». De tan excitados, Fritz y Troy casi se habían corrido encima, mientras que Iris parecía completamente ida. Sloan vio la cinta una vez más, invadida por la ira.
Ahora sí que dejarían de hacerle el vacío, de eso no le cabía la menor duda.
El lunes siguiente por la tarde, Sloan interceptó a Austin en el aparcamiento de Climp. Los alumnos salían en tropel del edificio en dirección a sus vehículos. Algunos se volvieron para mirar a la pareja con curiosidad. Sabían que Austin era el instigador del vacío de que era objeto Sloan por parte de sus compañeros, y se preguntaron si aquel encuentro sería el preludio de un enfrentamiento. Sloan no estaba segura de que Austin volviera a dirigirle la palabra, pero ya que, en opinión de su exnovio, era ella quien lo había rechazado, Sloan pensó que él se moriría de ganas de oír lo que tenía que decirle. Puede que esperara una disculpa. Se la imaginaría arrastrándose ante él, esperando gozar nuevamente de su favor.
—Tenemos que hablar —dijo Sloan.
—Por supuesto. Adelante. Llevo días esperando este momento.
—Estoy harta de que todos me hagan el vacío.
—¿Y?
—Yo no escribí esa nota, ni me puse en contacto con el colegio. No le dije a nadie lo que hicieron Troy y Poppy. Nunca haría una cosa así, y tú lo sabes.
Austin la miró con fingida preocupación.
—No es ese el rumor que circula por ahí.
—¿Qué rumor? Todo esto es cosa tuya. Tú lo instigaste y ahora nadie me habla, ni siquiera me miran a los ojos.
—Me atribuyes demasiado poder. Me siento halagado, pero yo no puedo obligar a tus amigos a darte la espalda. ¿Cómo iba a hacerlo?
—No lo sé, pero lo has hecho.
—Estoy dispuesto a creer que eres inocente, pero ¿cómo vas a persuadir a los demás?
—Austin, no.
—¿No qué?
—No me hagas esto. Sé que estás enfadado. Sé que te ofendiste, pero yo no tenía intención de ofenderte. Lo único que quería era un poco de tiempo a solas.
—Y tus deseos fueron órdenes para mí.
—Lo siento. De verdad.
—No tienes por qué sentirlo. Espero que hayas disfrutado.
Sloan se lo quedó mirando.
—Ya veo que esto no nos va a llevar a ninguna parte.
—Eso me temo.
—Entonces, ¿por qué no hablamos de la cinta? Y, por favor, no te hagas el tonto. Ya sabes a qué me refiero.
Sloan vio que lo había pillado por sorpresa.
—¿Qué quieres saber? —preguntó Austin con un dejo de cautela en la voz.
—¿De quién fue la idea de grabar esa película, si es que podemos llamarla así?
—¿Tú la has visto?
—Claro que la he visto.
—¿Cómo te las has arreglado para verla? Se la di a Bayard para que la montara y él se la pasó a Troy para que pudiera echarle un vistazo. Luego Troy se la devolvió a Fritz, y él juró que no la perdería de vista.
—Fritz es un tarugo. Si confías en él, eres más tonto de lo que pensaba.
—¿Pues por qué me lo preguntas a mí? Tendrías que interrogarlo a él.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
—Porque la cámara es suya. Sus padres se la regalaron por su cumpleaños.
—¿Y eso qué importancia tiene?
—¿Cómo sabes que no se le ocurrió a él la idea?
—Sí, claro.
—Mejor aún, pregúntaselo a Iris. Nos dijo que siempre había querido ser una estrella del porno. Supongo que sus deseos se cumplieron.
—Estaba borracha.
—Fingía estar borracha. Era un truco, Iris estuvo de acuerdo desde el principio. Nadie le tocó ni un pelo.
—¿Ah, no? No es eso lo que vi. Vi a Fritz y a Troy meterle objetos extraños por el culo mientras estaba espatarrada en una mesa de billar, con un cuelgue impresionante.
—Estaba sobria, te lo aseguro.
—¡Y una mierda! Al principio, Fritz le sirve un vaso lleno de ginebra y ella se lo bebe de un trago. Y más tarde se dirige a ti arrastrando las palabras y te suplica que la beses.
—Creía que ya te lo había dicho, yo no le toqué ni un pelo.
—Dijiste que nadie le había tocado ni un pelo.
—Yo no la toqué ni una sola vez. No respondo de lo que puedan haber hecho los demás.
—Pero te quedaste ahí sentado sin quitarte la americana ni la corbata, mirando cómo esos tíos la agredían. El cabrón de Fritz sacó una lata de manteca, por el amor de Dios, y ahí estaba Troy con la polla en la mano, dispuesto a engrasársela para poder metérsela a Iris hasta el fondo. Sólo tiene catorce años, y tú los incitabas a hacerlo. Tú eras el director, el que mandaba. ¿No es eso lo que dijiste? ¿Sabes cuál es la pena por agredir sexualmente a una menor?
—¿De qué agresión sexual hablas? No tienes ninguna prueba.
—Pues resulta que sí que la tengo. La cinta es la prueba.
Austin la miró fijamente.
—Eso es una puta trola.
—Ni hablar. Tengo la cinta bien guardada. Si todo el mundo sigue haciéndome el vacío, la llevaré a la policía. Y, por cierto, ya puedes despedirte de la Facultad de Derecho. ¿Cómo crees que le sentará eso a tu familia?
—Estás chalada. Yo no tuve nada que ver con lo de Iris.
—Muy bien. Pues explícale a la policía que eres inocente.
—Esa cinta es falsa.
—No lo parece. Entonces, ¿vas a decirles que dejen de hacerme el vacío o no?
—No me hagas reír. ¿Crees que puedes darme órdenes?
—En este caso, sí.
—Siento desengañarte, pero no hay trato. Seguirán haciéndote el vacío mientras yo lo diga.
—Última oportunidad —canturreó Sloan.
—Y una mierda. Si me tocas los huevos, acabarás muy mal.
—No, Austin. El que acabará muy mal serás tú.