12
Iris y Joey
Miércoles a última hora de la mañana, 20 de septiembre de 1989
Joey le untaba protector solar a Iris en los hombros y en la espalda sentado en el borde de la piscina. Estaban en casa de Bayard bebiendo cerveza, vino y Bloody Marys con Bayard, Poppy y Fritz. Este había traído un flotador de porexpán azul en forma de tubo y ahora flotaba en círculos con el flotador bajo los brazos. Bayard tomaba el sol en una de las dos tumbonas idénticas que había. Estaba muy moreno y la piel le brillaba por el aceite bronceador. Poppy, vestida con un bikini blanco, descansaba boca abajo en la otra tumbona embadurnada de protector solar, tan pálida que parecía anémica.
—¿Cómo va el negocio de la construcción? Debe de ir bien, si no, no te tomarías un día libre —dijo Bayard con tono indolente.
—De maravilla. Nos va estupendamente —contestó Joey. Encendió un cigarrillo, le dio una profunda calada y se lo pasó a Iris.
—Gracias, cariño —dijo Iris, y a continuación se volvió hacia Bayard—. ¿Te ha contado Fritz a quién ha contratado su madre?
—Primera noticia —respondió Bayard—. ¿A quién ha contratado?
Fritz hizo un gesto desdeñoso con la mano.
—A una detective privada. No durará mucho, a mi padre no le gusta.
Bayard se echó a reír.
—¿Una mujer detective? ¿Me tomas el pelo?
—¿Por qué te hace tanta gracia? —preguntó Iris, molesta.
—No te hagas la ofendida, Iris.
—Te agradecería que te pusieras al día. Estamos en pleno siglo XX…
Bayard pasó por alto el comentario y retomó la conversación.
—¿Por qué no le gusta a tu padre?
—No cree que vaya a solucionar nada, y lo ha dejado bien claro.
—Si esa detective es tan inútil, ¿por qué no la han despedido ya? —preguntó Bayard.
—Mi padre está cabreado porque mi madre lo mangonea todo sin tener en cuenta su opinión.
—¿Y cómo es que esa investigadora tan maravillosa aún no ha hablado conmigo? —preguntó Bayard.
—Ni conmigo —dijo Poppy secundando la queja.
—Seguro que acabará poniéndose en contacto con vosotros —dijo Fritz.
—¿Alguien ha hablado con Troy? —preguntó Poppy.
Iris levantó la mano.
—Yo lo llamé, pero su mujer me dijo que estaba en el trabajo y luego colgó. Casi me deja con la palabra en la boca.
—Venga, chicos —dijo Bayard—. Troy es padre de familia. ¿Por qué iba a quedar con nosotros? La semana pasada me topé con él y casi no me miró. Ahora que ha vuelto a salir este asunto la tensión se palpa en el ambiente. Troy prefiere guardar las distancias.
Iris hizo una mueca.
—¡Menuda novedad! Lleva guardándolas desde hace años.
—No es que a los demás nos apetezca demasiado quedar —observó Poppy.
—Pues a mí sí que me apetece —repuso Fritz.
—No lo dudo —dijo Poppy.
Fritz no se desanimaba tan fácilmente.
—Lo digo en serio. Me gusta mucho estar con vosotros.
—Nosotros también pensamos que eres un encanto —dijo Bayard.
—Sí, claro.
Poppy se incorporó en la tumbona y puso los pies en el suelo. Pese al protector solar, había empezado a quemarse y tenía la piel de un rosa intenso.
—¿Sabéis qué pienso? Que el chantajista no puede ser alguien que ya supiera de qué iba la cinta hace diez años.
Bayard la miró con interés.
—¿Por qué dices eso?
—Porque ha dado por sentado que todas las escenas son reales. Está convencido de que lo que se ve en la cinta pasó de verdad, cuando no era más que una broma. Si no, ¿por qué iba a creer que la cinta tendría algún valor?
—¿Eso es lo que piensas? —preguntó Bayard—. ¿Que todo fue una broma?
—Eso es lo que me dijisteis, ¿no?
Poppy miró a Bayard y luego a Joey.
—A mí no me mires, yo soy un recién llegado —dijo Joey, y luego se dirigió a Fritz—: ¿Y qué pasará con lo del dinero? ¿Hay alguna posibilidad de que tus padres cambien de opinión?
—¿Sobre qué? —preguntó Poppy.
—¡Caray, Poppy! Intenta seguir la conversación. Me estoy cansando de tener que interrumpirme cada dos minutos para explicarte las cosas —protestó Bayard—. Sus padres no quieren pagar. Lo han dejado en la estacada.
—De momento, el asunto está parado, porque no hemos vuelto a tener noticias del extorsionista —dijo Fritz.
Bayard frunció el ceño.
—¿No os está presionando para que paguéis? No parece que vaya muy en serio.
—Ese tío es un sádico —dijo Fritz—. Nos las quiere hacer pasar canutas.
—¿Tus padres saben que nos has contado todo esto? —preguntó Poppy.
—¿Estás de broma? Claro que no. Se comportan como si fuera un gran secreto. No quieren que nadie se entere.
—Entiendo que estén preocupados —dijo Bayard—. La información es peligrosa.
—La información no es peligrosa —protestó Iris.
—Sí que lo es en manos de Austin.
—En eso tiene razón Bayard —dijo Poppy—. Austin siempre airea los trapos sucios de los demás. Haría cualquier cosa con tal de avergonzarnos y humillarnos. Si no se hubiera largado cuando se largó, quién sabe la de problemas que habría causado.
—¿Qué sabía de ti, Poppy? —preguntó Bayard con tono suave.
La sonrisa de Poppy se desvaneció.
—No es asunto tuyo.
Iris se metió en la piscina y fue nadando a braza hasta el otro extremo, con la melena cobriza flotando en el agua.
Bayard se volvió hacia Fritz.
—¿Sigues acaparando el sofá en casa de Berg y Stringer?
—No estoy acaparando nada, me han invitado.
—Te aseguro que yo no soy tan generoso, así que si buscas otro organismo huésped, no vengas a mi casa.
—Menudo cabrón. No te he pedido nada —dijo Fritz.
—Mejor así.
Fritz se pellizcó la nariz, se zambulló bajo el agua y salió a la superficie salpicando a su alrededor. Después se aferró al flotador y se apartó el pelo de la cara.
—Ah, tíos, casi se me olvida. Tengo algo buenísimo que contaros, os vais a tronchar. ¿Os acordáis de lo que os dije sobre Blake Edelston y Betsy Coe?
Iris había llegado al otro extremo de la piscina y ahora volvía nadando a lo perro.
—Ya lo sabemos. Llevan meses saliendo juntos —replicó Iris.
—No me refiero a eso.
—¿A qué te refieres? —preguntó Bayard.
—Te lo diré si te callas de una puta vez.
Bayard abrió exageradamente los ojos y se mordió los dedos, como si lo hubieran reprendido.
Fritz estaba tan concentrado en su chismorreo que no captó la burla.
—Os cuento. Blake fue a una feria comercial en Las Vegas, y mientras estaba allí conoció a una pelirroja que estaba muy buena y se pasaron dos días follando como conejos. Blake pensó que nadie se enteraría. Si no abría la boca, ¿quién iba a saberlo? Pero resulta que esa tía le contagió un VPH y ahora Blake se lo ha pasado a Bets.
—¿Qué es un VPH? —preguntó Poppy.
—¿Y tú de dónde sales? Es un virus…
—Un virus del papiloma humano —explicó Bayard.
Fritz siguió hablando como si Bayard no lo hubiera interrumpido.
—Una enfermedad de transmisión sexual, so tonta. Betsy está en pie de guerra. Ahora tiene verrugas genitales y está mosqueadísima porque ella no ha follado con nadie más.
Fritz empezó a reírse a carcajadas, los mismos rebuznos atronadores que sacaban a todos de quicio.
—Qué asco, Fritz. No puedo creer que nos lo estés contando —dijo Poppy.
Fritz encontraba tan hilarantes sus revelaciones que no había captado la incomodidad de los otros.
—No, no. No voy por ahí. Blake siempre se las da de puro, de estar por encima de todo. Ha follado con otras tías cientos de veces y nunca lo habían pillado. Tendríais que haber oído a Betsy por teléfono. Lo localizó en casa de Stringer y yo oí todo lo que le dijo. ¡Y eso que ni siquiera estaba en la misma habitación!
—¿Sabes qué, Fritz? Esta vez te has pasado de la raya —dijo Joey.
—¿Y yo qué he hecho? No he hecho nada.
—Ahora no lo niegues —dijo Iris—. La vida sexual de Blake no es asunto nuestro, y nos importa un carajo si alguien tiene una enfermedad de transmisión sexual. ¿Sabes cuál es tu problema?
—¿Además de ser un imbécil? —interrumpió Bayard.
Iris continuó hablando como si nada.
—Tú no te cortas un pelo. Sueltas cualquier parida que se te pase por la cabeza.
—Dame un ejemplo —dijo Fritz.
—Pues lo del chantaje mismo. Aparece la cinta y a los cinco minutos ya lo estás contando por teléfono. Eres un chismoso.
—No es verdad. Estaba asustado, y sois mis amigos. Os estaba avisando por si ese tío iba a por vosotros.
—También se te ha escapado la cantidad que pide, lo que han dicho tus padres, lo que has dicho tú, lo cabreado que estás… —dijo Poppy.
—¡Porque vosotros me lo habéis preguntado!
—Nadie te ha preguntado si Betsy pilló una enfermedad venérea —interrumpió Poppy.
Iris se echó a reír.
—Sí, por la boca muere el pez. ¿No conoces ese refrán?
—Sé muchas cosas que no le he contado a nadie —contestó Fritz, indignado.
—¿Como qué? —preguntó Poppy.
—No lo sé. Como mi teoría sobre Austin.
Bayard se dio un golpe en la frente.
—Joder, Fritz. Ya vas a irte de la lengua otra vez.
—¿Cuál es tu teoría? —preguntó Iris—. Suéltalo ya. Nosotros sí que somos capaces de guardar un secreto, aunque tú no lo seas.
—No es ningún secreto, es una idea que se me ha ocurrido. Todo el mundo se pregunta si Austin está vivo o muerto, y yo creo que está muerto.
—Muy interesante. ¿En qué te basas para decirlo? —preguntó Poppy.
—Ninguno de nosotros ha tenido noticias suyas. Si estuviera vivo, ya se habría puesto en contacto.
—¿Por qué tendría que hacerlo? —preguntó Bayard.
—Porque somos sus amigos.
—No es verdad. Austin nunca tuvo amigos. Todos lo odiábamos.
—Yo no —repuso Fritz.
Bayard lo miró con incredulidad.
—¿Estás de coña? Te trataba a patadas. Te insultaba, y siempre se metía contigo. No recuerdo que nunca te dijera algo agradable. Y a pesar de todo, tu perdías el culo por él y le prometías amarlo y respetarlo hasta que la muerte os separara.
—Es mucho más inteligente que nosotros, por eso lo admiraba tanto. Joder, si supiera la mitad de lo que sabía él, cambiaría mi silencio por dinero en cualquier momento.
—¿Ah, sí? ¿Después de lo que te ha hecho el chantajista? Bonita actitud la tuya, Fritz. Realmente admirable.
Fritz se encogió de hombros.
—¿Qué quieres que te diga? Lo aprendí de él.
—Pues será mejor que lo olvides cuanto antes. Austin es un hijo de puta. No te conviene seguir sus pasos.
—Un momento —interrumpió Iris—. Olvidaos de eso y volvamos a lo que decías antes. Si Austin está muerto, ¿cómo murió?
—No lo sé —respondió Fritz—. Estaba sometido a una gran presión. Es uno de esos tíos que preferirían morir antes que ir a la cárcel. Si pensaba que tenía a la pasma detrás, puede que se suicidara.
—Claro que tenía a la pasma detrás. Gracias a ti —dijo Bayard.
—Austin no se suicidaría —observó Poppy—. Es demasiado egocéntrico.
—Puede que alguien lo matara —sugirió Fritz.
—¿Quién querría matar a Austin? —preguntó Poppy.
—¿Y quién no querría? —respondió Bayard.
Poppy no apartaba la mirada de Fritz.
—Responde a la pregunta, me has dejado muy intrigada.
—¿Por qué querría matarlo alguien? Pues para que no dijera nada —respondió Fritz.
—¿Para que no dijera nada de qué?
—Si sabía algo sobre vosotros, la única manera de protegeros sería matándolo.
—¿Qué quieres decir con lo de «si sabía algo sobre vosotros»? —preguntó Iris—. ¿A qué te refieres con «algo»?
—Supongamos que te gustara la pornografía infantil, y que Austin lo descubriera —respondió Fritz. Puede que te hubieran ofrecido un trabajo buenísimo y que te pidieran una verificación de antecedentes. Austin te delataría por pura diversión. Tenía información sobre casi todo el mundo.
—Todos tenemos secretos, no estás diciendo nada que no sepamos —afirmó Poppy.
—Sé lo que Austin había averiguado sobre Bayard —dijo Fritz.
—¿Sobre mí? Estupendo. ¿Ahora vas a revelar mis secretos? —bufó Bayard.
—Dame un dólar y no lo haré —respondió Fritz. A continuación señaló a Bayard y soltó una risotada—. ¡Tendrías que haberte visto la cara!
La risa de Fritz sonaba forzada, como si fuera consciente de que su broma había fracasado de nuevo. El tono general del encuentro se había agriado.
Bayard sacudió la cabeza.
—Eres incapaz de callarte, ¿verdad?
—Tu problema es que no sabes encajar una broma.
—Eres tú el que tiene problemas —interrumpió Poppy—, y no nosotros.
—¡Bien dicho! —exclamó Bayard—. ¿Cómo puedes estar tan seguro de que no fue Austin el que envió el anónimo a tus padres? Si alguien sabe lo peligrosa que es esa cinta, ese alguien es él.
—¿A qué te refieres? ¿A que Austin se dedica a chantajear a la gente? Eso está muy traído por los pelos —dijo Poppy con tono escéptico.
—Pues yo creo que tiene algo de razón —repuso Joey en defensa de Bayard—. ¿De qué vive Austin? Debe de tener dinero. Ese tío no puede durar mucho tiempo en el mismo trabajo. Es un fugitivo, y siempre tendrá que andarse con cien ojos por si algún conocido lo descubre.
—¡Venga ya! ¿Piensas que está chantajeando a los McCabe? Ni siquiera Austin es tan retorcido —dijo Iris.
—Sí que lo es —dijo Bayard.
—O era, si es que tengo razón sobre lo de que está…
Fritz se pasó un dedo de un extremo al otro del cuello.
Poppy levantó la mano.
—¡Menuda gilipollez! Si alguien lo ha matado, ¿dónde está el cuerpo?
—Eso es fácil —respondió Iris—. Lo habrán tirado al océano. Es el cementerio más grande del mundo.
—Buena idea. Que se lo coman los tiburones —observó Bayard—. Eso eliminaría cualquier prueba inculpatoria.
—Conozco el sitio ideal —dijo Fritz.
—¿Qué sitio es ese? —preguntó Bayard.
—Ya te lo enseñaré algún día —respondió Fritz—. Y yo no he dicho que lo mataran en Santa Teresa, podría haber sido en cualquier parte. Además, ¿cuánto tiempo lleva desaparecido?
—No el suficiente —contestó Bayard—. Si tenemos suerte, a lo mejor se ha topado con alguien poco dispuesto a aguantar su arrogancia.
—No —dijo Poppy—. No me lo trago.
—No pretendo convencerte de nada, sólo te doy mi opinión —replicó Fritz.
—Reza para que esté muerto, Fritzer —dijo Bayard—. Tú eres el que se chivó. Si Austin vuelve, querrá cortar cabezas. Para ser exactos, la tuya.
—¿Y qué pasa contigo? Tú testificaste en su contra en el juicio.
—Pero él no lo sabe. Entonces ya había ahuecado el ala.
—Puede que aún tenga amigos aquí. Supón que alguien le haya filtrado la información.
—Ahora hablas como si estuviera vivo. ¿En qué quedamos?
—¿Por qué te metes siempre conmigo?
—Porque eres un plasta.
Iris se levantó y se envolvió en un corto albornoz de algodón.
—Bueno, gente. Aunque es muy divertido escuchar cómo os peleáis, yo me las piro —dijo mientras recogía las toallas y los flotadores.
Joey también se levantó y se puso las chancletas.
Poppy se cubrió los hombros con una toalla y alcanzó sus gafas de sol.
—Será mejor que yo también me vaya. Tengo cosas que hacer, pero gracias, Bayard. Lo he pasado muy bien.
—Eh, venga —protestó Bayard—. No os vayáis todos a la vez.
—Gracias, tío —dijo Joey—. Te agradezco la invitación.
Joey y Bayard se dieron la mano.
Mientras los tres recogían sus pertenencias, Bayard dirigió la mirada hacia Fritz, que continuaba flotando en el agua.
—¿No te esperan en ningún otro sitio?
—No. Soy libre como el viento.
—Pues yo no —repuso Bayard.
—Ya vuelves a empezar…
Bayard cerró los ojos unos instantes y luego cambió de tono.
—Tienes razón, soy un capullo. ¿Por qué no te quedas a comer? Ellis nos puede preparar unos bocadillos.
—¿Y cómo voy a volver luego a casa? —preguntó Fritz.
—Ya te llevaré yo. Tengo que hacer algunos recados de todos modos.
Fritz se animó.
—¿Lo dices en serio?
—Sí, muy en serio —respondió Bayard, y luego se volvió hacia los otros—. Venga, os acompaño hasta la puerta.
Los cuatro —Bayard, Poppy, Joey e Iris— entraron en la casa por la puerta del patio y cruzaron el salón. Fritz nadó a lo perro hasta el borde de la piscina y se aupó para salir.
Ya en el coche, cuando salían por el camino de acceso, Joey preguntó:
—¿Qué piensas de la conversación sobre Austin?
—¿Lo de que si está vivo o muerto? No sé cómo se puede demostrar ni lo uno ni lo otro —respondió Iris—. ¿Qué opinas tú?
—Ni idea. Ni siquiera lo conocí. Pero te diré lo que se me acaba de ocurrir: si fuéramos listos, intentaríamos desviar la atención.
Iris se volvió hacia él.
—¿A qué te refieres?
—Necesitamos un sospechoso imaginario, un doble del chantajista. Alguien que no seamos nosotros.
—Nadie sospecha de nosotros.
—Quiero decir que nos inventemos a una especie de hombre del saco. Así, nuestra intrépida investigadora se olvidará de todo lo demás y lo perseguirá a él.
—¿En quién estás pensando?
—¿Quién es el candidato más obvio?
Iris se lo quedó mirando unos segundos.
—Austin.
—Eso es —dijo Joey.
—¿Por qué tenemos que hacer algo?
—Porque Fritz ha bajado la guardia.
—No es verdad, está cagado de miedo. Se pasa el día compadeciéndose de sí mismo porque sus papis no piensan pagar —dijo Iris.
—Sí, pero ¿qué piensa hacer al respecto? Ni una puta mierda. Tenemos que recordarle el problema que se le viene encima.
—Ja. Como si no lo supiera ya.
—Quiero decir que hay que aumentar las amenazas. Apretarle las tuercas. Llevo algún tiempo pensándolo, y ya lo tengo todo planeado. Llamamos a Fritz y le dejamos un mensaje en el contestador…
Iris lo interrumpió.
—¿Cómo sabes que no va a contestar él? ¿O sus padres?
—Si contestan, colgaré y lo intentaré de nuevo en otro momento. Cuando salte el contestador, me puedo hacer pasar por Austin. «Soy una voz de tu pasado. Estoy harto de perder el tiempo. O consigues el dinero, o te joderé bien jodido». Algo por el estilo. Fritz acaba de decir que si Austin estuviera vivo, se habría puesto en contacto con nosotros. Cuando escuche ese mensaje supondrá que es Austin el que lo ha dejado. Esas grabaciones distorsionan la voz de todos modos, lo que juega a nuestro favor. Le daré instrucciones sobre dónde entregar el dinero, y entonces pasaremos a la acción.
—No tiene sentido decirle dónde entregar el dinero cuando aún no lo tiene —observó Iris.
—Lo haremos para obligarlo a ponerse las pilas. Para motivarlo. Si no, ¿qué incentivo va a tener para hacer algo?
—Venga, Joey. ¿Qué puede hacer Fritz? Está claro que su opinión les importa un carajo a sus padres.
—Eso no es problema nuestro. Lo tiene que solucionar él, y será mejor que se dé prisa —afirmó Joey—. Ha llegado el momento de recordarle a Fritz lo mucho que puede perder.
—¿Y cuáles son esas instrucciones que se te han ocurrido? Me muero por saberlo.
—Necesita una fecha límite. Una fecha concreta, para que esto no se alargue más. Diré que alguien lo recogerá en algún punto del centro. Le daré un día y una hora. Entonces podemos ir hasta allí y comprobar si coopera.
—¿Y si no se presenta?
Joey se encogió de hombros.
—Entonces intentamos otra cosa.
—¿Sabes qué? De momento parece como si nos estuviéramos inventando el plan sobre la marcha.
—A esto se le llama ser flexible. Si Fritz consigue reunir la pasta, ya se nos ocurrirá algún plan.
—Mientras tanto será mejor que lo vayas pensando.
—Cariño, no hago otra cosa. —Se volvió para mirarla—. Sería divertido si saliera bien, ¿no te parece?
Iris sonrió.
—Divertido no sé, pero sería una pasada.