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26 de noviembre de 1974

 

Después de cinco días completos en el mar, las actividades en el Candlefish habían entrado en la rutina. El teniente Cook recibía informes de Frank cada ocho horas, y se reunía con el capitán Melanoff y el almirante Kellogg para explicarles su contenido. A bordo del submarino, Byrnes también realizaba reuniones informativas en el comedor. Cenaban, bebían café y fumaban, intercambiando luego opiniones sobre los distintos aspectos de la operación del submarino hasta el momento: integridad del casco, problemas surgidos y otros temas, además de los planes para las horas subsiguientes.
Hardy se mantenía ocupado con la navegación, y recorriendo la sala de control, la torre de mando y el puente, aun durante sus horas libres, para controlar el curso de la nave en comparación con sus propias cartas y diario. En la sala de control, el cabo de guardia llevaba el libro de bitácora oficial y, tan pronto como lo firmaba el comandante, Hardy efectuaba la comprobación en base a sus registros, gruñendo satisfecho cuando le parecía aceptable. De vez en cuando se encontraba con lo que le resultaban extrañas coincidencias, pequeños incidentes que eran comunes al diario producto de su trabajo y al que estaban llenando oficialmente: alguna pérdida en una válvula por aquí, la rotura de cierto elemento por allá. Esas cosas lo dejaban perplejo.
En una oportunidad, puso en conocimiento de Frank la coincidencia. Frank se encogió de hombros, pero adoptó la costumbre de acompañar a Hardy en su comparación de ambos diarios. En la mañana del 26 de noviembre, vio que Hardy quedaba estupefacto y le preguntó qué ocurría. Hardy le mostró un informe referido a un fallo en el cable de conexión de la batería anterior, número 81, a las 7:34 horas de la mañana anterior. Luego señaló su propia anotación en el diario de 1944: en la misma fecha, treinta años antes, había fallado un cable similar. Obviamente, no era nada demasiado notable, ya que los cables de conexión se deterioraban continuamente; Frank habría podido indicar otra docena de veces en que había sucedido, y en las que el factor coincidencia era inaplicable. Hardy aceptó la realidad, aunque de mala gana. Frank comenzó a sospechar que el profesor habría de pasarse gran parte de su tiempo en ese viaje, buscando anomalías.
Durante los frecuentes recorridos que Frank efectuaba por el submarino, pudo apreciar numerosas muestras de la creciente camaradería que reinaba entre los miembros de la dotación. Ya se había hecho la división entre los que promovían las bromas y los que habitualmente eran objeto de ellas. Se hacían diabluras y tenían mascotas. Aun entre los oficiales existía un cierto orden preestablecido en ese aspecto. Los más jóvenes, Danby y Adler, siempre se prestaban a que les tomaran el pelo, y quienes lo hacían no eran solo oficiales, sino también algunos de menor jerarquía.
Pero mantenían la distancia respecto al comandante. Era un hombre severo, que se imponía por sí mismo, y a quien miraban con un conveniente respeto. Y no cabía la menor duda de que Byrnes lo prefería así.
Era un maniático de la limpieza; realizaba inspecciones diarias de todos los servicios y elementos de cocina y sanitarios, revisando detalladamente la cocina, la despensa, la nevera, los lavabos, las duchas... y hasta los retretes.
Quería que los retretes estuvieran relucientes, y no tenía el menor problema en comprobarlo personalmente. Un día después de la partida, encontró restos de los polvos de limpieza incrustados debajo del borde del asiento del inodoro. Advirtió a la dotación que si volvía a encontrar una falta de higiene como ésa, prohibiría el uso de los retretes, y tendrían que arreglárselas durante la noche, cuando estuvieran en superficie, adoptando posiciones con las posaderas a favor del viento en la popa del submarino.
Durante los dos días siguientes, Byrnes inspeccionó cuidadosamente los retretes, metiendo la cabeza en el interior de los recipientes para controlar debajo de los bordes. Satisfecho ambas veces, se irguió, asintió en señal de aprobación al oficial de servicio, y se retiró, sonriendo a los tripulantes. Algunos de ellos describieron el gesto como: la característica sonrisa de un maldito, como si supiera que nos está sacando de quicio...
Durante la mañana del día 26, Byrnes estaba efectuando sus habituales recorridos. Dankworth, el ayudante de farmacia, estaba de turno como responsable de la limpieza de los retretes, y había resuelto poner fin a la costumbre del comandante. Cogió de la despensa un tarro de mantequilla de cacahuete, se dirigió rápidamente al cuarto de baño y se apresuró a limpiar y fregar el inodoro hasta dejarlo inmaculado; entonces depositó una partícula de mantequilla de cacahuete, debajo del borde del asiento. Corrió a devolver la mantequilla a la despensa y volvió a su puesto con la misma rapidez, llegando cuando Byrnes estaba ya en el compartimiento vecino. Adoptó una rígida posición militar en el exterior del cuarto de baño, esperando que se acercara el capitán.
—Listo para inspección, señor.
Byrnes respondió al saludo y entró al recinto sanitario. Ed Frank permaneció detrás de Dorriss, que llevaba un tablero anotador donde estaban escritas las tareas de los distintos servicios. Observaron a Byrnes mientras inspeccionaba las duchas, los suelos, los lavabos, y llegó al inodoro... Se echó al suelo sobre sus manos y rodillas y metió la cabeza en el interior del brillante recipiente blanco, dejando que sus ojos recorrieran su superficie y el borde. Se detuvo abruptamente y durante unos instante pareció no creer lo que estaba viendo.
—Mister Dankworth.
—¿Sí, señor?
—¿Qué es esto?
Dankworth puso la más angelical mirada de inocencia.
—¿Qué es qué, señor?
—¡Esto, aquí!
Byrnes se puso en pie mientras que la sangre afluía a su rostro. Mantenía el dedo en el interior del inodoro, señalando. Dankworth se arrodilló y metió la cabeza en el recipiente. Apenas pudo contener una sonrisa. La pequeña manchita de mantequilla de cacahuete se destacaba claramente. Se incorporó y, tan sumisamente como pudo, dijo:
—Parece mierda, señor.
Byrnes parpadeó sorprendido. Dorriss y Frank no ocultaron su asombro.
—Parece, ¿no? —preguntó Byrnes.
Dankworth se encogió de hombros, volvió a agacharse, pasó un dedo por el borde del inodoro sacándolo sucio con la sustancia pastosa, y se lo metió en la boca.
—Tiene sabor a mierda, señor.
Aparecieron sonrisas en las caras de Frank y Dorriss. El capitán quedó helado. Se dio cuenta de golpe que había caído en la broma. Acentuando marcadamente el movimiento con toda intención, deslizó también él su dedo por el borde del inodoro y, con la mayor delicadeza, pasó la lengua por la materia color marrón. Mientras lo hacía miraba sonriendo a Dankworth, que no se animaba a parpadear.
—Tiene razón —dijo Byrnes—. Y teniendo en cuenta que ha demostrado ser tan bueno para esto...
Dankorth palidecía lentamente.
—... ¡queda nombrado catador oficial de mierda durante el resto de este viaje. Y quiero advertirle, Dankworth, que no deberá hacerlo solamente durante las inspecciones, sino inmediatamente después de las comidas que se realicen a bordo de este submarino. Inspeccionará los retretes de la forma en que acostumbra a hacerlo.
Y Byrnes imitó el movimiento de pasar el dedo por el borde del inodoro. Dankworth permanecía rígido. El comandante le dio las gracias por la inspección, y luego se retiró.
Durante el resto del día, después de cada comida, se produjeron carreras hasta los retretes... pugnando los miembros de la tripulación con Dankworth para llegar antes a ellas. Dankworth sabía que si llegaba primero, podría pasar el dedo y cumplir así con lo ordenado, pero si la tripulación le ganaba y se ponían varios en fila, que Dios lo ayudara.
Desde ese día en adelante, las cosas fueron más fáciles. Byrnes se convirtió en un tipo normal ante los ojos de la dotación, de modo que, en cierto sentido, el desventurado ayudante de farmacia había logrado su propósito. Y los hombres, todos ellos, estaban ahora firmemente convencidos de que la tarea que cumplían era la mejor de la Marina.

 

 

28 de noviembre de 1974

 

Durante la mayor parte del día, el Candlefish se deslizó silenciosamente a través de las tranquilas aguas del Pacífico, a profundidad de periscopio. Esperaban tener las Islas Wake dentro del alcance visual, y Byrnes quiso confirmar la primera vista de tierra desde que zarparan de Hawai. Estaba haciendo rotar lentamente el periscopio, cuando algo lo indujo a detenerse: había aparecido a estribor un objeto negro, que navegaba en dirección paralela a la del submarino. Byrnes reguló la imagen en el periscopio y la examinó. Era un carguero japonés de mediano porte, que tenía un casco de color azul brillante en el que estaba pintada, con letras de tres metros de alto y a todo lo largo de la nave, la leyenda: DATSUN. Regresaba de Estados Unidos después de entregar un cargamento de automóviles. Byrnes se volvió para informar a Frank de lo que veía. Frank cogió el periscopio y observó, y no pudo contener una sonrisa.
—¿Por qué no le hacemos una fotografía a través del periscopio y se la enviamos con una nota? Qué magnifico blanco hubieran sido...
—¡... en una noche oscura! —terminó Byrnes por él, y ambos lanzaron una carcajada. Hasta el mismo Hardy, que estaba junto a ellos, se sonrió; después del incidente de Dankworth, parecía haberse aflojado, y desde aquella mañana se dedicaba a sus tareas con entusiasmo, en reemplazo de su acostumbrada y sospechosa melancolía.
Byrnes volvió a coger el periscopio y reanudó su exploración del horizonte. Otra vez se detuvo. Se veía una pequeña manchita a lo lejos. Ampliando la imagen, pudo reconocer una porción de tierra, baja y alargada. Respiró satisfecho.
—La Isla Wake... —anunció, pasando el periscopio a Hardy, quien no perdió tiempo para tomar la posición y registrarla en su carta. Junto al pequeño punto identificado como «I. Wake» escribió: 26 NOV. 1530.
Luego se puso en pie, guardó el lápiz en un bolsillo, dobló la carta de navegación y bajó a la cubierta inferior. Frank intercambio miradas con Byrnes.
—Está progresando —admitió el comandante.
—Se divierte —dijo Frank.
Byrnes había decidido que Frank necesitaba un curso de refresco relativo a operación de submarinos, por lo que le asignó un puesto en la sala de control; como parte de sus responsabilidades, debía de realizar inspecciones horarias de los compartimientos de proa, incluyendo las baterías anteriores y la sala de bombeo, debajo de cubierta.
A las 17:00 Frank andaba agachado por la sala de bombeo. Los motores estaban en silencio. El submarino navegaba debajo de la superficie, con la energía de las baterías. Pero lo mismo había aceite diesel por todas partes, y Frank estaba poniéndose tan sucio como los demás a bordo; sus ropas estaban cubiertas de manchas de aceite, y olía a diablos. Volvió a subir y entró en el sector de oficiales; levantó la escotilla de las baterías anteriores y deslizó por el agujero la parte superior de su cuerpo. Con la linterna de combate, iluminó las enormes celdas de las baterías buscando pérdidas de agua, óxido, corrosión o burbujas de ácido. No había nada. Todo estaba en orden. Permaneció acostado en el suelo más tiempo que el necesario, observando las baterías, recordando los tiempos en que había prestado servicios en submarinos como ése, durante la guerra de Vietnam, y pensando en el millón de pequeñas tareas ingratas que debían de realizarse a bordo de un submarino; en la constante vigilancia que era necesario ejercer sobre el equipo de operaciones, la atención a los detalles... Ahora sabía por qué había dado las gracias cuando lo asignaron a sus tareas de escritorio en el S.I.N Había significado la liberación de eso. Sin embargo, aquí estaba de nuevo, igual que Jack Hardy. Apagó la linterna.
A las 20:00 horas, Byrnes sacó el submarino a la superficie, ni un segundo fuera del horario, lo que fue de inmenso agrado para Hardy. Experimentaba una gran sensación de alivio cada vez que se cumplía exactamente su diario. Frank terminó su turno de servicio y pasó por la cocina para recoger su cena en una bandeja. Volvió con ella al comedor y se instaló con su cartera. Mientras comía, desparramó papeles y libretas de notas sobre la mesa. Había llevado consigo el material referente a su investigación sobre el Triángulo del Diablo: las cartas, informes y su registro de desastres marítimos. Del estante situado encima del tocadiscos retiró el globo terráqueo y también lo acomodó sobre la mesa; algo distraído, lo hizo girar, observando primero el vértice de Florida y continuando luego la rotación hasta tener delante la zona japonesa...
En ese momento entró Jack Hardy con una copa de helado y sonrió a Frank.
—Cookie preparó helado esta tarde. Esa vieja nevera todavía funciona a las mil maravillas. Será mejor que se dé prisa. Se va a terminar pronto.
—No, gracias.
Hardy se sentó y observó a Frank, que estudiaba el globo. Vio que echaba a un lado la comida y bebía el café, mientras comenzaba a revisar atentamente su cuaderno de anotaciones.
Pasaron más de cinco minutos antes de que Hardy le preguntara qué estaba haciendo.
—Estoy preparando una conferencia sobre aquello a lo que tendremos que enfrentarnos. Pensé que sería conveniente repasar un poco.
Hardy cogió uno de los cuadernos llenos de anotaciones y preguntó:
—¿Me permite?
Pasó el resto de la noche y sus horas libres durante la mañana siguiente leyendo y estudiando el material de Frank, observando el globo terráqueo y frunciendo el ceño a medida que lo hacía. En ningún momento dijo una sola palabra a Frank.

 

 

29 de noviembre de 1974

 

A petición de Frank, Byrnes releyó de sus tareas a los oficiales, excepto a los más jóvenes, para las 16:00 horas del día siguiente, y ordenó que se reunieran en el comedor para escuchar una conferencia mientras bebían café.
Los oficiales se colocaron alrededor de la gran mesa. Frank se situó a la cabecera; ya había desplegado sus mapas, cartas náuticas y notas, dejando el globo terráqueo al alcance de la mano. Hardy arrimó una silla y se sentó cerca de la entrada. En el último momento apareció Cassidy, que se quitó la gorra y quedó respetuosamente en pie contra el mamparo del fondo. Todavía no se había acostumbrado a sentarse junto a los oficiales en la misma sala.
Frank se rascó el pecho y luego encendió su pipa. Echó un vistazo a las caras amigas que le rodeaban y que no cesaban de charlar: Byrnes, Dorriss, Stigwood, Roybell, Hardy, Cassidy... Sólo Hardy tenía idea del tema que se iba a tratar.
El camarero distribuyó las tazas. Tan pronto como quedaron en silencio, Frank comenzó.
Acercó el globo terráqueo y cogió un rotulador rojo. Dibujó un óvalo rojo alrededor de una zona situada al este de Florida y luego giró el globo para que lo vieran.
—Caballeros, el Triángulo del Diablo.
Todos guardaron silencio. Ningún marino, de ninguna Marina moderna, desconoce el tristemente famoso vértice. Aunque muchos no creen en él, la mayoría siente por lo menos un auténtico respeto por sus historias.
—Antes de comenzar, caballeros, debo advertirles que voy a referirme a un tema discutible, considerado por algunas autoridades como un mito, superstición o una simple tontería —dijo Frank—. Pero el hecho de que crean o no en estos misterios hoy resulta para nosotros completamente indiferente. En este preciso momento estamos a bordo de uno de esos misterios. Este submarino es nuestro foco central de lo inexplicable. Y tengo la sensación (es mi sensación personal) de que su historia está directamente relacionada con esto —y otra vez señaló el trazo ovalado, el Triángulo del Diablo.
—Se sabe que muchos buques, aviones y submarinos han entrado en esta zona y han desaparecido. Por supuesto, no todos los buques y aviones, pero los suficientes para calificarlo como número alarmante. Yo estoy alarmado. La Marina está alarmada, aunque, al parecer, sólo cuando desaparece un nuevo barco o avión. Entonces, durante un corto tiempo, se desata un verdadero infierno. Se realizan búsquedas, se hacen investigaciones y se enuncian teorías; hay algunas recriminaciones y, por último, la oscuridad. Nadie en la Marina quiere creer que en nuestros preciosos océanos puedan ocurrir fenómenos contrarios a la naturaleza, antinaturales. Y no sólo son posibles, sino que son fait accompli.
Algunas caras cambiaron de expresión. Muchos ojos miraron a otra parte.
—Hay muchas teorías sobre lo que ocurre en el llamado Triángulo del Diablo. Estoy seguro de que el profesor Hardy conoce muy bien la mayoría. Pero lo que no es tan conocido es la circunstancia de que parece haber más de un Triángulo del Diablo.
Hizo girar el globo y trazó con el rotulador otro óvalo rojo.
—Aquí, frente a las costas del Japón. Doscientas cincuenta millas al sur de Honshu, entre las latitudes treinta y cuarenta grados Norte y centrado alrededor de las longitudes ciento cuarenta a ciento cincuenta grados Este.
Frank hizo una pausa para permitir que su pequeña bomba surtiera efecto. Roybell y Stigwood miraban con ansiedad el trazo rojo. Frank agregó con calma:
—Caballeros, el Candlefish se hundió exactamente en esta zona, en 1944.
Se oyeron algunos murmullos. Byrnes miró a Frank, con el disgusto reflejado en sus ojos. No era de esa clase de hombres que aprecian nada parecido a la ciencia-ficción.
Tampoco Hardy. Permanecía sentado, con los brazos cruzados sobre el pecho, mirando impasible las cartas náuticas desplegadas sobre la mesa.
Cassidy jugaba nerviosamente con su gran pañuelo estampado de maquinista.
—Según los informes oficiales originales, se hundió en la Profundidad Ramapo, en una posición situada aproximadamente en latitud treinta grados Norte y longitud ciento cuarenta y seis grados Este. Eso está clavado en medio de esta particular... ¿podemos llamarla anomalía?
Echó a un lado el globo terráqueo y observó a su cautivada audiencia. Levantó su taza de café y bebió.
—Volvamos atrás, al Triángulo del Diablo original, situado frente a las costas de Florida, que es el más popular. Para ser un poco más exacto, no es realmente un triángulo, más bien tiene la forma de una elipse, una pelota de rugby con los extremos redondeados... y dudo que el diablo tenga nada que ver. Hay tres puntos que, groseramente, marcan sus bordes: Bermudas, Florida central, Puerto Rico. Se extiende desde los treinta hasta los cuarenta grados de latitud Norte y de cincuenta y cinco a ochenta y cinco grados de longitud Oeste. Se asienta sobre el Mar de los Sargazos, otro de los centros míticos más funestos de la historia. El Mar de los Sargazos es una parte del océano que se encuentra cubierta por una verdadera maraña de algas marinas. Durante los primeros siglos de exploración de América, se decía que el Mar de los Sargazos había capturado y enredado decenas de barcos, inmovilizándolos hasta que las dotaciones desertaban o morían, o los barcos se pudrían y hundían. Y si consideramos que la mayor parte de las leyendas sobre monstruos marinos se originaron en esta extraña parte del mar, es muy posible que los marinos hayan tomado por enormes serpientes lo que no eran otra cosa que largas ramificaciones de algas, levantadas y enroscadas a la luz de la luna, o tal vez fueran peces, anguilas o calamares, atrapados en la superficie mientras intentaban alimentarse. Ciertamente, hay algunas explicaciones razonables para esos extraños sucesos. Pero las leyendas siempre logran perpetuarse, y las supersticiones de los antiguos marinos sin duda han contribuido a crear el aura de mito que caracteriza hoy a este... triángulo.
Por las expresiones de los rostros que le miraban, Frank supo que su introducción había sido correcta: moderar lo exótico con lo real, alimentar las fantasías con pruebas documentadas.
—Vincent Gaddis fue el creador del nombre Triángulo de las Bermudas, en su artículo escrito para una revista en 1964, registrando los incidentes más famosos que ocurrieron en esa zona durante los últimos cien años. John Wallace Spencer ha escrito un libro titulado Limbo of the Lost, una lista y la descripción de las principales desapariciones conocidas que han ocurrido en el Triángulo.
—Por supuesto, debemos de aceptar que algunas cosas que han sucedido aquí también podrían haber ocurrido sobre tierra. En el territorio de nuestro propio país, en zonas donde no hay agua, han desaparecido aviones sin dejar rastro. Sin embargo, esos hechos no parecen responder a ningún patrón. Nunca se producen dos veces en el mismo sitio.
"En el Triángulo es distinto. Todo hecho extraño que puede sucederle a un barco o a un avión ha sucedido aquí. El incidente aislado más famoso tuvo lugar el 5 de diciembre de 1945, en que cinco aviones Avenger de la Marina de Estados Unidos, torpederos-bombarderos, despegaron de la estación aeronaval de Fort Lauderdale, en Florida. Debían de cumplir una misión y cada uno llevaba tres tripulantes. El tiempo era perfecto: soleado y sin una nube. El vuelo sobre el Atlántico debía de tener una duración de dos horas. Pero cuando sólo llevaban hora y media transmitieron por radio a su base... —Frank cogió una carpeta y leyó uno de los informes—: Parece que estamos fuera del rumbo... no vemos tierra... No sabemos con seguridad dónde estamos... Parece que estamos perdidos... Ni siquiera el océano tiene el aspecto normal...
Frank dejó la carpeta y continuó sin ella.
—La conversación de aire a tierra siguió durante una hora más, pero siempre con lo mismo. Los pilotos estaban confundidos y cercanos al pánico. Ni el aire, ni el océano, nada les era familiar. Y, por último, sencillamente desaparecieron. En la base equiparon inmediatamente un avión de rescate, un bote volador Martin Mariner, que despegó hacia la última posición conocida de los bombarderos. Quince minutos después, el Martin Mariner, con su tripulación de trece hombres, también había desaparecido. Jamás se encontró nada de ninguno de esos aviones, a pesar de la gigantesca búsqueda que se realizó por aire y por mar, en la que, afortunadamente, no se perdieron más aviones. Pero ése no fue el primero ni el último de los misteriosos sucesos. Aquí tengo una lista de los barcos y aviones que han desaparecido en los últimos cien años.
Frank sacó varias copias de su cartera y las hizo circular. Era una lista detallada, compilada de diversas fuentes, en la que aparecía un gran número de aviones y buques perdidos que se suponían hundidos, desaparecidos o encontrados a la deriva sin sus tripulaciones.
Frank observó que Hardy echaba una rápida ojeada a la lista y luego la dejaba delante de él, boca abajo. Cassidy la miraba detenidamente, mientras se profundizaban las arrugas de su rostro. Byrnes tenía una mano sobre la boca, ocultándola para que nadie pudiera ver su expresión de escepticismo. Frank prosiguió.
—Como ven, se han producido muchos incidentes de diferentes tipos, y eso pone énfasis en el hecho más extraño de los que conciernen al Triángulo: parece ser el responsable de una serie de fenómenos aparentemente no relacionados entre sí. Lo único que tienen en común es el hecho de que tantos desastres insólitos han ocurrido en la misma zona.
Segundos después, Frank sacó otra lista y la pasó a los oficiales. No estaba tan detallada como la primera, y aclaró que se debía a falta de investigación apropiada por parte de las autoridades. Pero aun así, era una sustancial colección de hechos y fechas relativas a un gran número de desastres similares ocurridos frente a las costas de Japón.
Y frente a la fecha 11 de diciembre de 1944 figuraba la anotación: «USS Candlefish», submarino norteamericano perdido en misión en tiempo de guerra. No hay explicaciones satisfactorias. Un superviviente.
—Nos dirigimos a esa zona porque queremos ver cuáles son los fenómenos físicos y naturales que se producen en ella y qué relación puede tener este submarino con ellos. No sabemos cómo volvió el Candlefish después de treinta años; queremos descubrirlo. Parece ser que se encontró con cierta clase de vacío físico en el espacio, desapareció igual que los cinco bombarderos. Tal vez sea algún tipo de salto del tiempo: el Candlefish quedó atrapado y reapareció en 1974.
Byrnes emitió un fuerte bufido de desaprobación.
—Está bien —dijo Frank—, tengo la seguridad de que nadie quiere creer nada de eso. Y no les pido que lo crean. Estamos navegando hacia Latitud Treinta para encontrar alguna prueba de lo que realmente le sucedió al Candlefish. Por el momento no interesan nuestras teorías. Quizá esas zonas actúen como los llamados pozos de aire, en los que chocan las corrientes de aire caliente y frío, creando violentas perturbaciones eléctricas. Quizá existan fuerzas similares en pugna debajo de la superficie del mar que producen tormentas submarinas, remolinos o lo que sea necesario para chuparse un avión desde el cielo o tragarse un barco de la superficie del Océano. ¿Quién sabe lo que puede pasar en esas circunstancias?
—Ignoramos cómo se relaciona esto con el Candlefish, pero parte de nuestra tarea es averiguarlo. Y conocemos las características físicas de latitud treinta grados frente a las costas de Japón, son las mismas que las de latitud treinta grados al sur de Bermudas. ¡Podremos informar a la Marina, cuando regresemos, sobre que existen dos Triángulos del Diablo!
Frank hizo una pausa para servirse más café. Estaba sudando. Casi no oyó las palabras que pronunció Hardy con tono preocupado:
—Hay dos. En realidad hay diez.
Frank se quedó inmóvil, con la taza a media distancia de sus labios.
Hardy se rascó la barba y miró inquisitivo a los oficiales que rodeaban la mesa.
—¿Está todavía el camarero por ahí?
—¿Más café? —preguntó Byrnes, señalando al camarero que estaba en pie en el corredor. El hombre asomó la cabeza y Hardy le cogió de una manga.
—Quiere hacerme el favor de ir a la cocina? Tráigame un cuchillo grande y con punta y las brochettes que pueda encontrar.
El camarero parpadeó, asombrado, y miró a Byrnes como pidiendo confirmación.
—Haga lo que le dicen —ordenó Byrnes, y se echó hacia atrás en su silla para contemplar a Hardy con creciente sospecha.
Hardy estaba estudiando el globo terráqueo de Frank. Finalmente levantó la vista.
—Volvamos sobre algunos puntos que ha tocado, capitán Frank. Debo de admitir que los elementos científicos me interesan más que los aspectos míticos de este asunto. Pero he participado en ciertos proyectos científicos que tienen una estrecha relación con algunas de las explicaciones que nos ha proporcionado con tanta claridad. Debo declarar que sus métodos no me afectan mucho, son demasiado evidentes. Quiere entusiasmarnos, asustarnos e impresionarnos. Y, al final, ¿qué cree realmente que va a conseguir?
Los ojos de Frank se abrían cada vez más. Podía ver la onda de su propia humillación expandirse por el compartimiento. Abrió la boca.
—Preferiría que no me contestara —cortó inmediatamente Hardy—. Es posible que les pueda presentar algunos hechos asombrosos que conozco sobre este tema, y tal vez encuentre que algunos contribuyen a apoyar su propósito. Le pido que me escuche.
Frank se sentó.
—Continúe —murmuró.
—Gracias —Hardy sonrió y se puso en pie. Volvió a rascarse la barba y enseguida la peinó con los dedos, mientras miraba la mesa, cubierta de cartas náuticas.
—Respecto a lo que mencionó sobre las leyendas que se perpetúan, siento parecer desagradable en lo que voy a decir, pero usted mismo contribuye a difundir esa irresponsabilidad. Es muy difícil hablar de las cosas que ocurren en el Triángulo del Diablo sin caer en el riesgo de parecer un charlatán o un chiflado, aunque uno haga lo posible para revestir la explicación con fundamentos científicos. Pero quiero señalar algunos factores que son comunes al llamado Triángulo de las Bermudas, a la zona japonesa y... a las otras.
Hardy levantó la lista de Frank y la agitó.
—Ante todo, si alguna vez va a intentarse investigar este asunto con absoluta seriedad científica, tendremos que diferenciar verdaderas desapariciones de otros desastres más naturales, es decir, hundimientos, naufragios, piraterías, etcétera. Para hacer la investigación habrá que crear un proyecto oficial. Quienes lo desarrollen tendrán que reunir informes de las Marinas y fuerzas aéreas de muchos países, de las líneas marítimas comerciales, de las compañías aseguradoras y de los transportadores aéreos. Esos informes, una vez reunidos y examinados, pueden eliminar la mitad del contenido de esas listas. Y en cuanto al resto, tal vez encontremos circunstancias comunes a todos ellos que nos conduzcan a una u otra explicación satisfactoria. La palabra satisfactoria es algo engañosa. No he querido decir satisfactoria en el sentido de que podamos quedarnos tranquilos...
Frank se arrellanó en su silla y volvió a encender la pipa, sintiendo que su sorpresa y disgusto inicial se desvanecían, al comprender el rumbo que llevaba Hardy.
—Quiero decir que tal vez confirmemos, de una vez por todas, que esas desapariciones se deben a fenómenos naturales, o no naturales, que obedecen a secuestros extraterrestres, o a un colosal salto del tiempo, o a cierto pez inmenso y hambriento.
La última idea hizo reír a Roybell y su risa se contagió en una oleada por la mesa. Hardy también sonrió.
—Si podemos llegar a establecer, a nuestra satisfacción, que todo se debe a una u otra de estas explicaciones tan fantásticas, no debemos dejar de hacerlo. Y aceptarlo.
Hardy se apoyó contra el mamparo y miró la mesa mientras hablaba.
—Volvamos a lo que yo llamo mi participación. Durante los últimos años de la década de 1960 tuve oportunidad de relacionarme con el Centro Nacional de Investigación Atmosférica, en Colorado. Formábamos un gran grupo de oceanógrafos, reunidos para realizar experiencias referidas a tormentas oceánicas de gran profundidad. Mi especialidad eran las fuerzas electromagnéticas, en lo que habíamos llegado a denominar remolinos de aguas profundas. Nuestra preocupación consistía en descubrir cómo se mueven las profundidades oceánicas, qué las impulsa. Sabemos cuáles son los agentes que mueven la superficie de los mares: condiciones atmosféricas, vientos, tormentas, etcétera. Pero la superficie del Océano es una fuerza relativamente impotente comparada con la energía creada en las grandes profundidades. Encontramos abundantes pruebas de que las capas más bajas del Océano se mueven en direcciones opuestas a las de la superficie, y, a primera vista, parece que son impulsadas por diferencias de temperatura. Como lo mencionó brevemente el capitán Frank, en algunas zonas oceánicas se encuentran, chocan, y se produce la interacción de corrientes de extremas diferencias de temperaturas. Por ejemplo, una helada corriente polar se encuentra con un flujo cálido tropical. No se mezclan sencillamente y cambian de temperatura, como si media taza de café caliente se complementara con agua fría. Cuando estos vastos movimientos oceánicos se encuentran, lo hacen en forma de capas que se deslizan unas sobre otras, cada una empujada por la fuerza de millones de toneladas de agua en movimiento. El resultado es una tormenta de aguas profundas muy similar a la tormenta atmosférica, una interrupción o perturbación del flujo uniforme y constante de la energía. Entonces tiene lugar una considerable reacción electromagnética. De qué magnitud es su intensidad es algo que aún no hemos podido medir. Ni hasta dónde llega el alcance de sus efectos, eso también es un misterio todavía.
"Lo que buscábamos con nuestro proyecto era la respuesta a las preguntas: ¿Qué factores determinan los cambios en el estado del agua en la profundidad de los mares? ¿Cuáles son exactamente las fuerzas submarinas, similares a las fuerzas atmosféricas? ¿Dónde producen estas tormentas submarinas? El área de exploración de mayor superficie en que actuó la nave de investigación Glomar Challenger estaba situada directamente sobre el Triángulo de las Bermudas. El segundo proyecto debía de haberse desarrollado teniendo como centro la Profundidad de Ramapo, frente a las costas de Japón. Yo iba a dirigirlo, y habíamos construido un sumergible para grandes profundidades: el Neptune 4000. Desgraciadamente, ese proyecto no se realizó. Pero creo conocer las respuestas que habríamos obtenido porque, si saben algo sobre ciencias, sabrán que los científicos dirigen sus actividades de forma muy parecida a los consejos de guerra militares. Trazan sus experimentos sobre la base de factores conocidos que conducen a ciertas conclusiones inevitables. El científico debe de estar convencido del resultado antes de dedicarse al proyecto. Yo estaba convencido de que, explorando desde un sumergible las corrientes en la Latitud Treinta, podría demostrar que lo que atrapó al Candlefish en la noche del 11 de diciembre de 1944 fue un fenómeno absolutamente natural, pero sobre cuya naturaleza sencillamente no sabíamos nada en esa época.
—Un momento, profesor —dijo Frank—. ¿Qué pasó con el experimento del Triángulo de las Bermudas?
—Bueno, en realidad nunca fue un experimento en el Triángulo propiamente dicho —admitió Hardy—. Era un programa de investigación de remolinos de aguas profundas, estrictamente limitado.
—¿De modo que no lograron resultados convincentes?
—De ninguna manera. Demostramos la existencia de remolinos. No se imaginan las presiones y fuerzas tremendas que se producen en uno de esos remolinos. Una tormenta oceánica de profundidad genera y emite más energía que una tormenta eléctrica atmosférica, y su duración es cien veces mayor. Un huracán que se inicie esta semana frente a las costas de Florida puede disiparse dentro de un mes. ¡Un remolino de aguas profundas puede durar años! Y el movimiento, comparado con el de la tormenta atmosférica, es increíblemente lento.
Levantó una mano y describió unas ondas en el aire, para indicar el suave barrido de una tormenta submarina.
—Puede parecer que avanza pulgada a pulgada, pero es la fuerza más implacable que existe en la tierra, impelida por el peso de todo un océano.
Se detuvo unos instantes y la tensión existente en la mesa se aflojó parcialmente.
—Aquí están sus herramientas —dijo Frank con calma.
Hardy se volvió. El camarero estaba en pie en la puerta, con un enorme cuchillo de carnicero y un puñado de brochettes. Tenía los ojos muy abiertos. ¿Cuánto tiempo hacía que estaba esperando allí? Hardy le dio las gracias y puso los elementos de cocina sobre la mesa. Cassidy se asomó por encima de su hombro para observar lo que habían llevado. Roybell se asomó por el sofá tapizado de plástico y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Muy bien —dijo Hardy—, a través de esto llegamos a establecer el hecho de que en estas dos zonas —dio unos golpecitos en las figuras ovaladas trazadas en el globo—, y en la mayoría de las que voy a señalar, existen algunas de las fuerzas oceánicas más poderosas del mundo. En ambas zonas hemos obtenido pruebas de corriente de superficie, y ahora, gracias a la investigación Glomar, hay muchas indicaciones de que también se forman torbellinos submarinos de forma continua. Aquí, frente a Florida y frente a Japón, tenemos corrientes de superficie calientes que fluyen hacia arriba desde los trópicos y aguas muy frías que vienen de las zonas polares y subpolares. Se encuentran en la superficie y entran en rotación —hizo un movimiento rotatorio con la mano—, en el mismo sentido que las agujas del reloj. Y exactamente aquí, en estas dos zonas legendarias, es donde los torbellinos cierran más apretadamente sus círculos en forma de espiral. Porque son áreas geográficas de extremas variaciones de temperaturas, centros de huracanes, tifones y otras perturbaciones oceánicas y atmosféricas. Y de torbellinos submarinos.
Hardy se detuvo durante un momento para beberse el resto del café de su taza. Se acercó el globo terráqueo y cogió el rotulador rojo que había utilizado Frank.
—El capitán Frank ha hecho el veinte por ciento del trabajo en este globo. Vamos a ver si podemos hacer el resto. Aquí tenemos dos zonas misteriosas bien marcadas. De ahora en adelante nos referiremos a ellas con el nombre de anomalías magnéticas. Para abreviar: AGM.
Al no haber objeción alguna, Hardy continuó:
—La AGM número uno es la original, el Triángulo de las Bermudas. —Dibujó un 1 en el centro del óvalo, situado frente a las costas de Florida—. A la zona de Japón la designaremos como AGM número cuatro.
—¿Por qué cuatro? —preguntó Frank.
—Porque hay más de dos, como dije, y vamos a señalarlas alrededor del globo en el sentido de las agujas del reloj. Mientras tanto, podemos anotar algunas similitudes entre AGM-1 y AGM-4. Por ejemplo, están situadas en la misma latitud: treinta grados Norte. Tienen la forma de elipses, inclinadas a... diría cuarenta y cinco grados hacia la derecha. Y están situadas frente a una plataforma continental, a la derecha de un continente, para ser más exacto. Y si estudian sus cartas náuticas, creo que podrán comprobar que ambas AGM son centros de corriente encontradas y giratorias. Ahora, usando estas conclusiones como base, vamos a buscar nuestra próxima AGM.
Hardy se inclinó sobre las cartas y pareció estar husmeando, pero Frank sabía muy bien que el viejo había planeado hasta la última palabra que iba a pronunciar.
—¡Ah! —exclamó Hardy—. Aquí está. En el Pacífico septentrional, al noroeste de las Islas Hawai... Es decir, justo encima de la Zona de Fractura Murray, otra zona de extremadas variaciones de temperatura. En realidad, aquí es donde las corrientes del Pacífico Norte se encuentran con las corrientes subárticas que fluyen hacia el Sur, chocando con ellas y produciendo la agitación circular. Otra vez tenemos una AGM basada en latitud treinta grados Norte, desde los ciento sesenta grados hasta los ciento cuarenta grados de longitud Oeste. Llamaremos a esta zona AGM número cinco —Hardy hizo una pausa—. ¿Notan algo peculiar en esta zona?
Byrnes fue el primero:
—Sí. No está situada cerca de ningún continente.
—Es cierto —accedió Hardy—. Pero no se han fijado en el detalle más importante.
—¿Cuál es? —saltó Frank.
Hardy tomó el rotulador y, eligiendo una latitud y una longitud en el centro de AGM-5, hizo una pequeña señal roja.
—Treinta y cuatro grados Norte, ciento cuarenta y nueve grados Oeste. ¿Lo reconoce, Mr. Frank?
Frank sacudió la cabeza, perplejo.
—Ese es el sitio donde emergió el Candlefish.
Durante más de veinte segundos no se oyó en el comedor otro sonido que el suave zumbido del acondicionador de aire. Luego Hardy volvió al globo y continuó.
—Las dos AGM siguientes no están totalmente situadas sobre océanos. La AGM-2 está sobre el extremo occidental del Mediterráneo, cubriendo partes de Marruecos, Argelia y Gibraltar. También está localizada en latitud treinta grados Norte, y se extiende entre las longitudes cero y diez Oeste. La AGM-3 tiene su base en latitud treinta grados y se encuentra totalmente sobre tierra, tomando Paquistán y Afganistán, entre los sesenta y cinco y ochenta grados de longitud Este.
Hardy dibujó otra elipse alrededor de los dos países mencionados; luego se separo un poco del globo y lo giró lentamente, indicando cada una de las cinco AGM que había identificado.
Los oficiales se inclinaron hacia adelante al mismo tiempo, examinando cada una de las partes señaladas en el globo a medida que pasaba frente a ellos.
—Parecen estar separadas por la misma distancia —dijo Byrnes.
—Correcto —confirmo Hardy sonriendo—. Unos setenta y dos grados de centro a centro.
—Todas están en el hemisferio Norte —acotó Frank—. Y sólo son cinco. Habló de diez.
—Me alegro de que lo haya mencionado. Hay cinco en el hemisferio Norte y cinco en el Sur.
Procedió entonces a dibujar, ahora muy rápidamente, otras cinco elipses, una frente a cada una de las costas de Sudamérica, Sudáfrica y Australia, además de otra en el Pacífico Sur y una en el Océano Indico meridional.
Mientras dibujaba los óvalos, Hardy dictó las latitudes y longitudes y otros detalles pertinentes a Frank, quien iba anotándolas. Cuando Hardy terminó hicieron circular el papel. Las cinco zonas tenían su extremo Norte sobre la latitud treinta grados Sur:
AGM-6
Este de Brasil, centrada sobre Trindade, alrededor de treinta grados de longitud Oeste y treinta grados de latitud Sur, en la Cuenca del Brasil, al norte de las latitudes Horse.

AGM-7
Sudáfrica; Este de la República Malagasy y Madagascar, entre cincuenta y ochenta grados de longitud Este y latitud treinta a cuarenta grados Sur. Centro de las corrientes ecuatoriales. Muy pocas rutas marítimas atraviesan este sector oceánico.

AGM-8
Centro del Océano Indico, al norte de la Zona de Fractura Diamantina, al oeste de la costa de Australia y al sur de la Gran Cuenca Wharton. Entre los noventa y los ciento diez grados de longitud Este. Basada en latitud treinta grados Sur. Es un área de enormes profundidades, mal tiempo. Muy poco navegada.

AGM-9
Este de Australia. Latitud treinta grados Sur; entre ciento ochenta grados de longitud Este y ciento setenta de longitud Oeste. Centrada sobre el Foso Kermadec, al norte de Nueva Zelanda.

AGM-10
Pacífico meridional; la Profundidad Challenger; treinta grados de latitud Sur; entre ciento veinte y cien grados de longitud Oeste. Exactamente sobre la Cordillera del Pacífico Occidental; centrada sobre la Isla de Pascua, a 2.500 millas al oeste de Chile.

 

De todos los oficiales, Byrnes fue quien mantuvo en su poder la lista durante más tiempo. La examinó muy serio, con una mirada de desagrado que reemplazaba su habitual expresión impasible. Cuando levantó la vista, Hardy estaba girando el globo lentamente, señalando la curiosa configuración entre cada juego de AGM.
—Cinco de estas zonas están situadas directamente a la derecha de un continente: Bermudas, Australia, Sudamérica, Sudáfrica y Japón. En todas existen esos remolinos de que hemos hablado corrientes opuestas que entrechocan en la superficie tanto como en las profundidades. Cualquier fenómeno meteorológico en que puedan pensar se produce regularmente en estos sitios. Y en el caso de que no se hayan dado cuenta, les diré que hay una correlación directa sobre las AGM del Norte y las del Sur. Cada AGM está situada a la misma distancia del Ecuador, ya sea encima o debajo de él, es decir, respondiendo al factor treinta grados de latitud. Cada AGM en el Norte tiene una hermana en el Sur, ligeramente desviada unos treinta a cuarenta grados hacia la derecha. Diez AGM que rodean la tierra en dos cinturones, cinco en el Norte y cinco en el Sur. Y cada una centrada a unos setenta y dos grados de la que le sigue en línea. Todas están totalmente sobre agua, excepto la del Mediterráneo y la de Paquistán. Cada una está situada sobre una sección del núcleo terrestre que tiene una extraordinaria concentración de atracción magnética. Y cada una tiene una documentada historia de actos de desaparición.
Hardy levantó una de las brochettes.
—Ahora bien, vamos a ver si podemos encontrar algún tipo de correlación mítica entre las diez. Mr. Frank, será mejor que se despida de su globo.
Hardy ni siquiera miró a Frank, mientras colocaba las brochettes sobre la mesa como si hubieran sido instrumentos quirúrgicos. Con delicadeza, apoyó la primera brochette en el centro de la AGM-1 y la empujó hacia adentro. Se agachó sobre el globo y pareció estar buscando algo durante un momento, hasta que decidió que su puntería era correcta; entonces siguió empujando la brochette hasta atravesar el globo por completo. La punta salió por el lado opuesto, en el hemisferio Sur, directamente en el centro de la AGM8, en el Océano Indico. Tomó la siguiente brochette y la introdujo en el centro de la AGM-2, saliendo su punta en la AGM-9, uniendo diametralmente el Mediterráneo con Australia. Una por una siguió clavándolas alrededor del globo, hasta que las cinco brochettes quedaron pinchadas en los centros del Norte surgiendo por los centros del Sur. Finalmente, el globo quedó convertido en un enorme alfiletero:
Hardy lo hizo girar lentamente sobre su eje, de manera que pudieran ver por dónde entraban las brochettes y por dónde salían.
—Como están viendo, caballeros, existe una cierta alineación, que bien podemos llamar mítica, por falta de mejor palabra. Cada una de estas elipses se encuentra unida con una de las otras. Hemos hablado de todas las diferentes correlaciones: físicas, magnéticas, geográficas, meteorológicas y míticas. Ahora quisiera mostrarles el efecto recíproco más extraño...
Cogió el cuchillo y puso el globo de lado sobre la mesa. Insertando cuidadosamente la hoja en el ecuador, empezó a cortarlo siguiendo la línea, como si fuera un melón. Frank frunció el ceño, extrañado. Byrnes se irguió en su silla lentamente. Cassidy sudaba, apretando su pañuelo estampado contra el cuello. Hardy trabajaba con hábiles manos de cirujano. El globo estaba construido con una corteza de plástico duro y no era fácil cortarlo. Por fin completo los trescientos sesenta grados y las dos partes se separaron un centímetro aproximadamente una de otra. Hardy abandonó el cuchillo y cogió el globo con ambas manos, separando algo más los dos hemisferios. Las cinco brochettes mantenían armado el conjunto, pero cedieron poco a poco y finalmente las dos mitades del globo se separaron como los extremos de un acordeón. Cuando hubo entre ellos un espacio de diez centímetros, Hardy colocó el globo en posición vertical sobre su base y lo empujó hacia el centro de la mesa. Los oficiales miraron con atención dentro de la mesa, reaccionando uno por uno con silencioso asombro.
Las mitades separadas dejaban ver que las brochettes formaban un conjunto casi geométricamente perfecto de rayos entrecruzados, pasando cada una exactamente por el centro de la Tierra.
Los labios de Ed Frank se entreabrieron. Durante un momento prolongado se quedó mirando el globo, incrédulo. Luego buscó con la vista a Hardy, sin ocultar su aprensiva sorpresa.
Hardy desplegó una sonrisa de autosuficiencia y se encontró con la mirada de Frank.
—Esto les encanta a mis estudiantes —dijo. Esperó que los oficiales terminaran de inspeccionar el globo. Se habían puesto en pie, amontonándose a su alrededor y señalando uno u otro de los óvalos dibujados, mientras murmuraban entre ellos.
—Un pequeño abracadabra científico, caballeros —dijo Hardy, concitando otra vez la atención de su auditorio—. Pero, como dije antes, es fácil perpetuar leyendas, mitos y supersticiones. Personalmente, no quiero saber nada de eso. Y más aún, insisto en que nada de eso tiene que ver con el Candlefish.
Sus palabras fueron recibidas otra vez en silencio. Frank estaba empezando a cansarse de esas granadas explosivas.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Lo que les he explicado es un hecho en un cincuenta por ciento, y en el otro cincuenta por ciento una tolerable conjetura. Pero sólo un pequeño porcentaje tiene algo que ver con este submarino.
—Nos ha traído hasta aquí; ahora será mejor que se explique.
—Muy bien. Es muy posible que el Candlefish haya sido victima, de fuerzas electromagnéticas singulares en AGM-4, frente a las costas de Japón, en 1944. Es posible que sea una de esas legendarias desapariciones que sabemos que han ocurrido en esa zona. Pero eso sólo no contesta todas las preguntas. Lo que Mr. Frank no ha podido apreciar es la selectividad existente en estas AGM. En algunos casos, los barcos y las tripulaciones desaparecen completamente. En otros, sólo desaparecen las tripulaciones. En otros, los aviones son apartados de sus rumbos, o pierden altura en una fracción de segundo, o se encuentran de repente con que les faltan diez o quince minutos de tiempo. Si han sucedido estas cosas diferentes, ¿cómo demonios puede ser suficiente una sola explicación? En el mejor de los casos, lo único que podemos decir es que estas zonas tienen una característica común: ¡aquí suceden cosas extrañas! Cantidad de cosas extrañas. Y también estamos en condiciones de decir que estos sucesos pueden relacionarse con electromagnetismo. Después de todo, nuestros cuerpos son elementos electromagnéticos. Nos mantienen unidos las mismas fuerzas de energía que mantienen a nuestro planeta en una pieza. Los científicos han comenzado a abandonar la teoría de las partículas como fuente de unión... y han entrado en una nueva área. Energía. ¿Qué es exactamente? ¿Cuál es la fuerza que hace girar las partículas alrededor de un núcleo? ¿Cuál es la fuerza que mantiene unido un cuerpo? ¿Qué mantienen unido el núcleo de la Tierra, la corteza, los mares? Creo que en lo que nosotros conocemos como energía está obrando algún tipo de acción natural de equilibrio. Pero entonces llega el hombre, mete sus dedos y empieza a reproducir la energía para su propio uso, creando más energía y alterando el equilibrio. Perturba lo existente. Y si comienza a hacer tonterías en un ambiente inestable, como lo son nuestras Anomalías Geomagnéticas Uno a Diez, las consecuencias pueden ser graves. ¡No sabemos hasta dónde llega la sensibilidad de esas zonas inestables! Supongamos, es sólo una suposición, que el Candlefish dio de un algún modo con un ambiente de energía inestable, desatando un efecto perturbador que resultó ser un verdadero y completo caos de energía. Supongamos que el propio submarino, que se mantiene en una pieza gracias a rápidas fuerzas de energía, fuerzas lo suficientemente poderosas como para ser sólidas, tales como el acero o la madera, fuerzas que no utilizan energía excepto en un nivel de unión superficial, ¡supongamos que el submarino fue lanzado intacto a través de un salto del tiempo e impulsado al futuro en un solo instante catastrófico!
Quedó en silencio durante un momento, esperando las reacciones, pero permanecieron callados una vez más. El tenía la palabra.
—Y con respecto a la dotación? —intervino Frank.
—¡Distintas formas de energía! El hombre no es tan sólido como el acero. En realidad, su mente es una extraordinaria propagadora de ondas electromagnéticas. Imagínense una tripulación de ochenta y cuatro hombres, sufriendo un trauma mental en los momentos en que el submarino se hundía el 11 de diciembre de 1944. Ochenta y cuatro mentes, puestas súbitamente en fase o fuera de fase por cualquiera que haya sido la fuerza de energía que estaba causando el hundimiento del submarino. Esos hombres pueden haber estallado, literalmente hablando, desintegrados, lanzados súbitamente a un olvido total sin dejar atrás la menor huella.
Hardy miró a su alrededor. Las caras estaban bañadas en sudor.
—Fíjense —prosiguió—. Hemos aprendido a manejar la electricidad. Hemos visto cómo actúan las fases en los experimentos. Si derivamos energía de una frecuencia a otra, hasta obtener un montón de frecuencias en combinación, trabajando en fase, ¿qué ocurre? O se neutralizan o bien crean un impulso nuevo, separado. Supongamos que las fuerzas de AGM-4 entraron en fase con la energía de las mentes de esos ochenta y cuatro hombres, creando un terrible desequilibrio de poder; podríamos llamarlo reacción explosiva mental. Esas mentes, desequilibradas de golpe, pueden haber sacado de fase un tremendo complejo de consumo de potencia. Algo a bordo, un elemento electrónico o una mente humana, podría haberse colocado en una frecuencia sobre la cual estábamos navegando. Esa frecuencia puede haber sido la misma que la de alguna fuerza submarina, o la de la interacción entre una capa de niebla, baja y fría, y la superficie caliente del mar; había niebla, como saben, una niebla espesa, y la superficie estaba agitada, y esa interacción pudo haber desencadenado la perturbación que produjo el daño y, eventualmente, el salto del tiempo.
Hablaba ahora con mayor rapidez, eligiendo en su cerebro las ideas que había querido exponer durante aquellos años.
—Y, sin embargo, aunque la explicación de lo sucedido hace treinta años pueda parecernos notable, aunque en este viaje podamos probar o respaldar mucho de ella, debo insistir que tampoco podemos aplicarla.
—¿Por qué? —preguntó Frank.
—El Candlefish desapareció, como todos los otros en estos lugares, por cualquier causa física que fuera, pero, como lo señaló mister Frank, ¡el submarino volvió! Volvió después de treinta años, y ése es el factor que lo pone en una situación especial. ¡Antes nunca había vuelto nada! De modo que, aunque descubramos cómo se hundió, ¡no significará absolutamente nada! ¡Lo que tenemos que saber es por qué volvió!
—Ha querido decir cómo volvió.
—¡De ninguna manera he querido decir cómo! ¡Insisto en el porqué! Tiene que haber una razón, ¡no simplemente una explicación satisfactoria! Hay algún tipo de lógica en esto, algo que está más allá de lo físico. —Movió varias veces la mano sobre las cartas náuticas, los informes y los restos del globo, y luego afirmó—: ¡Y esto nada tiene que ver con ello!
Hardy quedó en silencio; luego se volvió bruscamente y salió cojeando del comedor.
Frank se puso en pie sin poder ocultar su confusión. No supo qué decir; Hardy había taladrado un hueco en su confianza en sí mismo. Byrnes también se puso en pie y dio por terminada la reunión, ordenando que regresaran a sus puestos.
Mientras los oficiales se retiraban, Cassidy se detuvo un momento para observar el globo destruido y luego salió del compartimiento. Frank miró el desorden que había sobre la mesa y empezó a ordenar las cosas.
Sólo quedó Byrnes en el comedor. Se desabotonó la sudada camisa y empujó las tazas de café vacías, reuniéndolas para que las recogiera el camarero.
—¿Qué le pareció? —preguntó Frank.
—Creo que no hay duda sobre quién es el mejor orador —dijo Byrnes sin la menor expresión—. Hubiera preferido que mantuviera cerrada la boca.
—Yo también —dijo Frank, aunque se sintió sorprendido de sí mismo inmediatamente. Pero Frank estaba cansado de interferencias. Desde el mismo comienzo del asunto había empezado a sufrirlas de Diminsky, de Smitty, de Byrnes y ahora del mismo Hardy. Frank estaba más resuelto que nunca a llevar las cosas a su término, sin importarle que pudieran volverse peligrosas. Se preguntaba qué grado de cooperación le brindaría el resto de la dotación, una vez que llegaran a conocer lo tratado en la conferencia. Pensó que no sería un inconveniente serio. La mayoría de los submarinistas se encuentra muy lejos de la superstición; siempre están demasiado ocupados luchando con la realidad. Ese tipo de historias podía constituir un buen tema de conversación, pero dudaba de que fuera a convertirse en una obsesión. Frank se maldijo mentalmente a sí mismo por haber sacado a relucir el asunto.
Ni siquiera se había detenido alguna vez a considerar sus propios motivos. ¿Qué había tratado de hacer hoy? ¿Crear una paranoia general? Confió en que no diera por resultado que ochenta y cuatro hombres se pasaran sus horas libres en la cubierta buscando diablos y triángulos...
¿Qué sería realmente lo que estarían buscando? Y, a propósito, ¿qué estaba buscando él? ¿Qué esperaba positivamente encontrar? ¿Una repetición?