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23 de octubre de 1974

 

Frank había decidido que la fecha de partida sería el 21 de noviembre para que coincidiera con la de la misión original de 1944. Con cada día que pasaba sentía aumentar su contrariedad por la lenta marcha de los engranajes gubernamentales. Tanto él como Cook estaban virtualmente enterrados bajo una lluvia de papeles. Todas las mañanas llegaban de la oficina de Smitty más peticiones de informes detallados sobre la intención, el procedimiento y las necesidades del proyecto de Frank. Un memorándum —Frank no dudaba que había sido originado por Diminsky —solicitaba un estudio sobre las medidas de apoyo de seguridad para el viaje, que debía de ser elevado a la superficie a través de los niveles normales de mando.
—¡Niveles normales! —chilló Frank—. ¡Este maldito está tratando de enterrarnos!
Arrojó el memorándum a Cook, ordenándole que trabajara en él para producir la información.
—Y una vez terminado me lo entregas.
—¿Por triplicado? —preguntó Cook.
—¡En veinticuatro horas! —rugió Frank.
Frank evitaba en lo posible encontrarse con Jack Hardy, no deseaba que el profesor fuera testigo de los efectos de sus tensiones y esfuerzos.
Cook reapareció la tarde siguiente, exhibiendo una sonrisa nada natural. Depositó un nuevo expediente sobre el escritorio y dijo:
—Escolta.
—¿Escolta?
—No podemos meter ningún elemento de seguridad en ese submarino, tendríamos que quitar demasiados equipos de los que tiene instalados. Además del tiempo necesario para colocar los nuevos. En vez de eso ponemos el asunto boy-scout a bordo de otro buque.
Frank miró con la boca abierta la repelente sonrisa de Cook, que continuó sin inmutarse.
—Pedí a Walters que hiciera averiguaciones sobre ese memorándum. Efectivamente, fue originado por Diminsky. Piensa que con eso puede retrasarnos por lo menos un mes. Y para entonces podría lograr que Smitty cambiara de idea. Táctica de retardo. El Candlefish desaparece de los principales titulares: sin presión... no hay proyecto. Con una escolta solucionamos el problema. Un buque de apoyo que vaya siguiendo al submarino y el riesgo queda eliminado.
Frank mordió la pipa y estudió a Cook mientras una chispa empezaba a brillar en sus ojos. Cook no podía deshacerse de su estúpida sonrisa.
—¿Y a que no sabes quién se ha ofrecido como voluntario para ir en el buque escolta?
Frank se mantuvo en silencio durante un rato. Finalmente se quitó la pipa de la boca y preguntó a Cook en irónica reprimenda:
—¿No te dijo tu padre que nunca te presentaras como voluntario para nada?
Cook aguardó mientras Frank efectuaba una llamada a larga distancia para hablar con Diminsky y Smitty, a quienes encontró en sus respectivas casas poco antes de retirarse a dormir. En tono entusiasmado explicó a ambos la idea de Cook sobre la escolta, disculpándose por no haberla propuesto antes y haciendo que sonara como la más genial de las ideas, después de la de las bolsas de polivinilo. Smitty no estaba seguro. Frank hizo notar el factor tiempo y la falta de espacio a bordo del Candlefish para instalar los modernos equipos de seguridad. Una escolta completamente equipada sería mucho menos costosa. Además, cualquier material moderno que se colocara a bordo del submarino sólo podía ser provisorio.
Cuando Frank empezó a hablar de costos, Smitty le permitió que se extendiera en sus consideraciones.
Luego, Frank tuvo que escuchar. Fueron más de cinco minutos.
Colgó el teléfono, se echó hacia atrás en su asiento, ya aliviado, y contestó la pregunta que Cook no alcanzó a formularle.
—Smitty lo presentará mañana a la comisión. Canales normales, Santo Dios...
—¿Cómo lo recibió Diminsky?
—Creo que le va a costar diez golpes más en su próximo partido de golf.

 

 

25 de octubre de 1974

 

Un ordenanza de la oficina del capitán Melanoff subió por la pasarela del Imperator, y unos segundos más tarde golpeaba en la puerta del camarote de Frank.
—Télex para usted, señor.
Era de la oficina de Smitty, en Washington.
COMSIN
R251038Z OCT 74
DE COMSIN A COMCOINDEF PEARL
COMUNIQUE CAP FRANK SENADO APROBÓ MISIÓN CANDLEFISH STOP AUTORIZADO PROCEDA REACOND SUBMAR COMPL DOTA Y ESCOLTA ESPERE ÓRDENES FINALES COMSUBPAC STOP APROBAC MARINA REINCORP JACK HARDY SÓLO COMO ÚLTIMO RECURSO STOP PREFER CIVIL VOLUNT STOP BUENA SUERTE STOP.
Frank se quedó mirando el télex durante largo rato y por último dejó escapar un ¡iiáauu! que recorrió el buque hasta el comedor de tripulantes.
Se puso una camisa limpia y salió deprisa hacia la oficina de Melanoff en el Comando de Inteligencia de Defensa. Melanoff lo saludó con un vigoroso apretón de manos y le propuso celebrar la noticia con líquido. Frank aceptó la cerveza y la bebió con gusto. No cesaba de dar grandes zancadas, yendo y viniendo por la habitación, y murmurando: «¡Qué bien!, ¡qué bien!»
Melanoff reía y abrió otra lata de cerveza.
—,Qué hará si se hunde antes de llegar a Latitud Treinta?
—No lo hará —dijo Frank, acercándose a la ventana y mirando hacia fuera para asegurarse de que aún no se había hundido—. No se atrevería.
Sonó el teléfono, era una llamada para Frank desde Washington. Era Diminsky, masticando su derrota.
—Bueno, capitán, se salió con la suya. No me puedo explicar qué fue lo que los convenció...
—Ya me doy cuenta, almirante —Frank no pudo contener su mordacidad.
—Tendremos que revisar todo esto en la oficina, Frank. Sabe que hay muchos casos importantes pendientes y tal vez ese pequeño esfuerzo no requiere que participe un capitán de corbeta...
—Entonces degrádeme, almirante, porque voy a ir.
Diminisky protestó un rato más y por último, a regañadientes, le deseó buena suerte.
Frank le dio las gracias con toda amabilidad y luego dijo:
—Almirante, si llegamos allá y volvemos a hundirnos podrá decir a todo el mundo: Yo se lo dije.
La verdadera prueba para sus fuerzas quedaba todavía por resolver: convencer a Jack Hardy de que debía de formar parte de la expedición. El télex había señalado una de las formas posibles de asegurar su colaboración, sencillamente convocarlo otra vez al servicio activo. Pero eso daría como resultado la participación de Hardy contra su voluntad. Frank no sólo quería que fuera voluntario, sino, además, que se sintiera ansioso por intervenir.
Mientras se apresuraba a regresar al muelle con una bolsa de sándwiches y seis latas de cerveza, iba pensando cuál sería la mejor forma de dar la buena noticia a alguien que no la recibiera tan bien. Cuando llegó junto al Candlefish era mediodía, y los técnicos estaban saliendo para almorzar. También Hardy apareció por la escotilla de la torreta y Frank lo llamó desde el muelle.
—¡Profesor, espéreme allí! ¡Traigo unos sándwiches!
Levantó el brazo mostrando la bolsa. Hardy se quedó en el puente esperando que Frank entrara en el submarino y trepara la escalerilla. Cuando estuvo junto a él, le pasó los sándwiches.
—Si para usted es lo mismo, no voy a bajar. Tengo que salir de esta bañadera alguna vez —se quejó Hardy.
—Por supuesto. ¿Qué le parece si vamos a popa?
Frank no esperó siquiera la respuesta. Caminó resueltamente alrededor de la torreta. En la cubierta cigarrillo había varios cajones y allí se sentaron para almorzar.
Frank mordió su sándwich de corned-beef y contempló feliz el submarino; miraba con nuevos ojos lo que pronto pasaría a ser su propio campo de acción. Observó a Hardy. El hombre tenía su mirada fija sobre la cubierta, masticando con expresión sombría un sándwich de jamón y queso.
—Bueno, ¿y cómo va eso? —preguntó Frank.
—¿El diario? Tenía razón. Treinta años es mucho tiempo.
—Sí, lo es.
—Y me he encontrado con que estoy buceando en ciertas historias desagradables.
—¿Por ejemplo?
—Bueno, Basquine. Tal vez fuera lo que la Marina entiende por un buen comandante, pero yo no lo veo así. Y Bates, el segundo comandante, me odiaba a muerte.
—¿Por qué?
Hardy se quedó mirando su sándwich.
—Cometí un error. Jamás me lo perdonaron.
Frank hizo un gesto con la mano y habló con la boca llena.
—¿Se refiere al ejercicio de disparo simulado de torpedos?
Hardy levantó la vista lentamente, sorprendido.
—Basquine hizo un informe. Lo leí.
—No creo que haya sido muy halagador.
Frank miró a Hardy y, más que por el tono de su voz, tuvo la cabal sensación de su amargura.
—¿Por qué no me cuenta todo? Es decir, desde el principio. Desde el momento en que se incorporó a la dotación del Candlefish.
Hardy permaneció callado durante un largo rato, luego pidió otra cerveza, la abrió y bebió la tercera parte; finalmente, se acomodó en su asiento y empezó a hablar.
—Enero de 1944. Allí comienza la parte dura. Creo que hasta entonces yo era muy joven e idealista. Y dependía mucho de mi esposa, Elena. Ella era mi muleta. ¿Recuerda la fotografía que tenía debajo de la almohada? Siempre la tuve allí, y le escribía cartas constantemente. Iba guardándolas hasta que llegábamos a un puerto, y entonces las enviaba todas juntas —hizo una pausa jugando con la lata de cerveza en sus manos—. De cualquier manera, en enero recibí un telegrama suyo. Había nacido el niño y le había puesto Peter, como mi padre. Peter... Salí inmediatamente. Pasé cinco de los mejores días de mi vida. Los mejores desde mi boda con Elena. Por primera vez me sentía realmente un hombre. Sentía que realmente había un... yo.
Hardy unió ambas manos detrás de su cabeza y se hamacó hacia atrás.
—¿Sabía que nos casamos dos veces?
Frank parpadeó sorprendido. Hardy sonrió.
—Sí, señor. Es probablemente la aventura más arriesgada que he corrido en mi vida. En el verano de 1940, poco antes de empezar el año en la Academia aval, decidimos que no podíamos esperar más. Pero los reglamentos de la Academia no permitían que los guardiamarinas fueran casados. De modo que lo hicimos en secreto. Nadie lo sabía, absolutamente nadie. Tuvimos que vivir separados durante bastante tiempo. Fue una prueba dura, pero creo que tuvimos la fortaleza necesaria para pasarla. Y cuando estalló la guerra se hizo diez veces más difícil —continuó Hardy—. Pero tenerla a ella, aunque estuviera en segundo plano, me parecía tremendamente importante —Hardy miró a Frank y sonrió—. Ahora viene la parte buena. En 1942 ingresé en la Escuela de Submarinos e inmediatamente después me presenté al comandante de la base y solicité permiso para casarme. Tuve que acosar a ese hijo de puta durante varias semanas hasta que se rindió. Llevé a Elena conmigo en la primavera de 1943 y nos casamos otra vez. Pero ahora fue una boda militar. ¡Y le juro que nadie se imaginó nunca cuánto nos reíamos nosotros!
Hardy rió de buena gana. Frank le acompañó con sonrisa amplia.
—Después de eso, las cosas no fueron tan fáciles —continuó Hardy, otra vez serio—. Me trasladaron a la escuela de sonar que la flota tenía en San Diego. Elena estaba embarazada, de modo que alquilamos una casa. La guerra había empeorado y creo que empecé a preocuparme por la decisión que había tomado con respecto a mi carrera. Los submarinos estaban causando estragos en la navegación japonesa, pero ellos habían comenzado a causar estragos en nuestra flota. Finalmente, me enviaron a Pearl Harbor y supimos que había llegado el momento —el rostro de Hardy se ensombreció—. Elena no podía hacer el viaje. Su embarazo estaba muy avanzado; además, no permitían que fueran las esposas. Pasé el resto de 1943 como oficial nuevo, cambiando de un puesto a otro en distintos submarinos. Y el 1 de febrero de 1944 me destinaron al Candlefish. Entonces conocí a Basquine... y a Bates, los hijos de puta más bravos de la flota de submarinos. Jamás cedían una pulgada... a nadie, ni por nada. Eran tal para cual. Era como navegar en el Pequod con el capitán Achab.
Hardy dejó escapar un gruñido.
—El capitán Achab, el temible personaje de Moby Dick, así era Basquine. Pero cuando quería, sabía ser atractivo. Y por eso la dotación le toleraba todo. De vez en cuando hablaba a sus hombres y era capaz de convencerlos y levantarles la moral como nadie. Pero todo lo que hacía o decía tenía un solo propósito: la guerra. Era, era una especie de psicólogo, animado de un motivo ulterior. Y el segundo comandante, Bates, lo respaldaba ampliamente. Cuando pisé por primera vez este submarino cometí el error de pensar que estaba capacitado. Bates me redujo a la medida exacta. En los primeros días me hizo exámenes orales tres veces. Me llevó por todo el submarino, en presencia de personal de menor jerarquía, interrogándome sobre cada válvula, cada instrumento, cada tubería. Aprobé todos los exámenes, pero créame, contraje desde entonces uno de los más agudos complejos de inseguridad.
Frank estaba impresionado. El viejo oceanógrafo demostraba conocerse perfectamente a sí mismo.
—Poco después, a finales de febrero, cumplimos nuestra primera misión. Bates me tuvo resolviendo problemas de ingeniería, uno después de otro. Quiero que me comprenda: hubiera sido lo normal hasta cierto punto, siempre había que resolver problemas. Pero me obligaba a hacerlos todo el tiempo. De cualquier manera tuve que rotar por todos los puestos hasta que parecieron decidirse y me dejaron como oficial de navegación. Eso me gustaba. Pasaba más tiempo en el puente y tenía oportunidad de ver trabajar a Basquine —Hardy miró directamente a Frank y puso énfasis en su voz—: Capitán, ese hijo de puta quería hundir cualquier cosa. Quería sangre, y todo el mundo lo sabía. En 1944 era el más temerario de los comandantes en operaciones. Y contando con Bates como su hombre incondicional, y conmigo para el trabajo en las cartas de navegación, empezó a dar forma a su plan magistral.
—¿Qué era eso?
—Un ataque individual, ultra-secreto, a la bahía de Tokio. Ni siquiera SubPac lo sabía.
Frank se estremeció. Era verdad. En los archivos que había visto no figuraba la menor mención de dicho plan.
—Era una locura —dijo Hardy—. El más absoluto desprecio por la seguridad de la dotación y del submarino. Una cosa es andar husmeando la navegación enemiga, dispararle unos cuantos torpedos y después correr como el diablo. Pero esto era cosa de locos: situarnos directamente en medio de una pista de baile cerrada. Creo que realmente era un poco como Achab. Un monstruo autodestructivo.
—¿Trató de disuadirlo? —preguntó Frank.
—Sí. Sí, traté de convencerlo de que no lo intentara. Me gané tres días de exámenes orales con Bates. Me quitaron del plan y pusieron en mi sitio a Jordan, el oficial de artillería. El opinaba que el plan era factible.
—Pensó alguna vez, profesor, que quizá no fuera apto para la guerra?
—Sé que no lo era. Pero tampoco era un demente.
Hardy se mantuvo en silencio durante un rato. Se echó hacia atrás y comenzó a hamacarse contra las planchas metálicas de la torreta. Se abrió la camisa y dejó que el sol le diera en el pecho.
—¿Y durante la ultima misión? ¿Cómo se comportó él?
—Bueno, usted lo sabe, a pesar de las tonterías de Basquine cuando nos hablaba y nos decía lo grandes que éramos, nuestro récord fue comparativamente desastroso. En los primeros seis meses en que presté servicios con él, solamente hundimos dos barcos cargueros japoneses. Cierto día que estaba de pésimo humor la emprendió contra dos barcos pesqueros. Fuera de eso, nada.
—¿Había alguna razón?
—Sí. Creo que perdimos muchos blancos debido a la deficiente planificación del ataque, a torpedos defectuosos (esos Mark 14 no eran muy buenos) y al mal tiempo. Por eso, en agosto de 1944, cuando salimos en nuestra tercera misión, manejaba la dotación con extrema dureza, tratando de subsanar así sus propios fracasos. Impuso a todos el rigor de unos ejercicios que sobrepasaban los límites de una preparación efectiva.
—¿Y usted?
—Mis nervios quedaron deshechos.
Hardy guardó silencio. Debajo de sus espesos bigotes grises, sus labios se convirtieron en una delgada línea roja.
—¿Quiere hablarme de aquel ejercicio simulado?
—¿Desde mi punto de vista? —en la cara de Hardy se dibujó la mueca de una irónica sonrisa—. Porque conoce muy bien la versión oficial.
—Me gustaría oír la suya.
—No —Hardy se puso en pie—. Creo que ya es suficiente, mister Frank. Realmente no necesita saber nada de esto. No tiene ninguna relación con lo que se propone hacer y para mí es sumamente doloroso.
Esperó una respuesta, desafiante. Frank estaba seguro de que si convencía a Hardy de que relatara el resto de su historia, comprobaría que durante todos aquellos años, desde el incidente con el torpedista, el profesor había buscado desesperadamente su redención, pero sin encontrarla nunca.
Frank se puso en pie y quitó el polvo de sus pantalones con ambas manos. Recogió los restos de comida y los guardó en la bolsa de papel. Después preguntó con toda naturalidad:
—¿Cómo va saliendo ese diario?
Hardy mantuvo su vista en él durante unos instantes.
—Creo que he reproducido los puntos de navegación correctos. Las cartas son una gran ayuda.
—Así lo pensé —sonrió Frank—. Siempre he comprobado que la memoria trabaja mejor cuando se trata de recordar las cosas en el mismo orden en que sucedieron.
Hardy expresó su acuerdo con un gruñido y se dio la vuelta para bajar. Frank lo detuvo.
—Un segundo, profesor. En su opinión, ¿era buen navegador?
—Era bueno.
Frank lo miró directamente a los ojos.
—¿Cree que podría llevamos allí otra vez?
Hardy parpadeó.
—¿Otra vez? —casi se ahoga al decirlo—. ¡No me estará sugiriendo...!
—Por supuesto que sí.
Hardy se volvió bruscamente hacia él con expresión amenazadora, lanzando fuego por debajo de sus gruesas cejas grises.
—¡Mire, capitán, dije que vendría a echar una ojeada! ¡Y después que trabajaría en ese diario, pero no pienso pasar de aquí!
Frank extrajo el télex de su bolsillo.
—Lea esto.
Hardy cogió el papel entre sus manos y le dio una rápida lectura, luego volvió a leerlo más detenidamente. Su boca se abrió.
—Smitty tuvo éxito. Los fondos están aprobados. El proyecto está en marcha.
Frank estiró la mano para coger el télex y Hardy se lo devolvió con un murmullo de desaprobación.
—Al menos debe de admitir que es un triunfo —dijo Frank sonriendo.
—¡Es un error! —bramó Hardy—. Este submarino no debería de estar aquí y usted no debería de estar en él. ¡Tendría que haberse quedado en el fondo del mar!
—¿Vendrá?
Hardy se puso tieso y frío.
—¡Terminaré ese libro! Pero cuando partan, ¡estaré en el muelle saludándoles con la mano y diciéndoles: aloha!
Hardy giró sobre sus talones y se fue lo más rápido que pudo, tambaleándose sobre el puente. Se lanzó hacia abajo por la escotilla, al parecer huyendo de Frank antes que pudiera hacer mayor presión sobre el asunto.
Frank sintió bullir la ira en su interior. Después de los esfuerzos que había hecho para llevar bien las cosas, el hombre se había puesto más difícil que nunca.
El teniente Cook llegó dando saltos por el muelle, agitando en lo alto una copia del télex y vociferando con todos sus pulmones. Localizó a Frank sobre la cubierta cigarrillo y se acercó corriendo. Levantó el télex mostrándolo a Frank sin ocultar las lágrimas de alegría que brillaban en sus ojos.
—¡Lo conseguimos! ¡Aquí está la buena noticia!
—Ya la vi —gruñó Frank—. Pídeme una entrevista con SubPac. Tendremos que encontrar un comandante con experiencia en submarinos de flota. Después habrá que formar una dotación. Comienza a ocuparte de las provisiones, combustible, de la escolta, ¡y hazlo rápido!
Cook se tragó la sonrisa. Frank no estaba de humor para tonterías. El teniente contestó inmediatamente con un ¡Sí, señor!, se volvió con energía y se alejó.
Frank caminó alrededor del puente y miró la escotilla abierta, preguntándose qué iba a hacer respecto a Hardy. Parecía tan esencial, tan obvio, que fuera con ellos. ¿Qué sucedería si el libro de bitácora que estaba escribiendo tenía algún error? ¿Si faltaban detalles? Ciertamente, no se podía esperar que recordara todo. Pero si los acompañaba, la sucesión de hechos estimularía su memoria y podría ir llenando gradualmente vacíos.
Jack Hardy tendría que ir como voluntario, o comprado, o secuestrado, en el Candlefish. Y solo quedaban veintisiete días para lograrlo.