Capítulo XX

Era carnaval. La borreguez francesa se extendía con mucha animación por los bulevares como una masa viscosa. A las tres Fissile y Hazard, después de haber ido a nadar un rato al hotel Norte y Sur, se hallaban en el lugar indicado. La muchedumbre pasaba muy densa atestada de gente con disfraces. Uno de entre todos era bastante notorio. Se trataba de un hombre vestido de gorila que imitaba a la perfección los andares del animal. De pronto, asió a una mujer por la cintura, le levantó la falda e intentó violarla.

El marido de la señora: «¡Granuja!».

El disfrazado: «Cricricri».

(El brazo del marido pasó a convertirse en papilla.)

Otro francés: «¡Qué brutalidad!».

El disfrazado: «Cracracrac».

(El otro francés cayó hecho pedazos.)

Una mujer: «¡Socorro! ¡Allí, allí! ¡Es un gorila de VERDAD!».

Una desbandada a lo loco como son todas las desbandadas, ésta, además, adoptando la forma de un trapo arrebujado, sacudió a la masa. Aullidos sin nombre. ¡Pam! ¡Pam! Disparos de las pistolas de los guardias; el gorila va a lo suyo. Viola a la mujer. ¡Pam! ¡Pam! Fallan el tiro. Corramos, dicen todos. Hay gente aplastada, sobre todo los greñudos y los niños pequeños. El gorila prosigue con su festín.

Le rebana el cuero cabelludo a un poli de un mordisco. Le saca las tripas a un belga con el dedo gordo del pie. Rasca con sus uñas el letrero rojo del Matin. Levanta todas la baldosas de un soplido. ¡Pam! ¡Pam! Pero los polis no dan una. ¡Qué acojone! ¡Qué canguelo! Sólo se ven patas arriba. El gorila se detiene delante del Parisiana, ese cine infecto. Allí, en la esquina de Montmartre, llama a un taxi y desaparece. Se lanzan en su persecución pero unos lamentables fallos en los carburadores de los coches perseguidores les impiden alcanzar la necesaria velocidad. Ante esta situación, sólo resta evaluar los daños habidos.

Aprovechando la desbandada, Fissile ha atracado a algunos cadáveres.

—Así tendremos con qué vivir unos cuantos días. Qué quiere que le haga. Soy así.

Hazard se rascó la cabeza.

—Todo esto es digno de reflexión. Pero pienso que lo mejor sería volver al circo Papriga.

—Yo preferiría dar un paseíto por la orilla del Sena —dijo Fissile.

—¿Me permite que lo acompañe? —dijo Hazard.

—Por supuesto —dijo Fissile.

Y se fueron a pasear por la orilla del Sena.