Capítulo IV
Mientras que Réussi se hacía raptar por un pulpo, y de ese modo moría simultáneamente por inmersión y por succión de sangre, Minoff continuaba inquietándose por la presencia de Mitaine. ¿Había descubierto ya a su hija? ¿Seguiría deseando vengarse? Sea como fuere, Mitaine debía desaparecer y el banquero estaba resuelto a mandar que lo mataran.
En el momento en que iba a salir del hotel, se dio cuenta de que había unos gendarmes custodiando la puerta de entrada. El gerente, que era de cerebro blando, le explicó con proliferación de detalles que el célebre detective francés Florentin Rentin acababa de arrestar a un tal Adrien, acusado de haber asesinado a su señor, Pierre Réussi, por medio de un pulpo escondido a tal efecto detrás de una roca.
Para corroborar las palabras del gerente, Adrien hizo su aparición con las manos esposadas, rodeado de gendarmes y precedido por el detective cojitranco. Había logrado un triunfo, aunque era sangre lo que salía por su oreja.
Al verlos, Minoff se puso muy pálido. Reconoció a quien bajaba por la escalera detrás de ellos: Jacqueline.
«¡La hija de Mitaine! —masculló entre dientes—. ¡La hija de Mitaine está aquí! ¡Ah! ¡Calvaire Mitaine, tus viejos huesos pronto serán un entrenamiento para Jim Jim!».
Y salió, más decidido que nunca, a ejecutar al viejo payaso. Dos horas después, estaba en un bar de Marsella en compañía de Jim Jim, el boxeador negro. Se podrían escribir páginas y páginas sobre la vida de Jim Jim. ¿No había estado en Hollywood? ¿No había pertenecido a una secta vudú? ¿No había sido pastor en Luisiana, soldado durante la Gran Greña, marinero entre Adén y Singapur y, en fin, campeón del mundo de boxeo? ¿No le había cortado el gaznate a su padre con una navaja barbera cuya hoja se la había pasado antes por la lengua? ¿No había matado a su madre a martillazos? ¿Estrangulado a su tía con una soga? ¿Reventado a golpes a su mujer con un hornillo de gas? ¿Violado a su hija con su propio miembro viril?
Pues a este tipejo es a quien se dirigía Minoff para llevar a cabo su siniestra empresa.
—Esto es de lo que se trata —le explicaba—. Quiero hacer desaparecer a un viejo quasi chocho que a su vez me odia a mí. No importa el medio que utilices y evita que te detengan. Arréglatelas.
—Cho puedo hacherlo bien, pero el prechio cherá alto —dijo Jim con un notorio acento alsaciano.
—Aquí tienes —dijo Minoff y le dio unos cuantos billetes—. Además, te llevo ahora mismo en mi coche, porque quiero que sea esta noche cuando mis planes se ejecuten, ¿comprendes?
Los dos salieron del bar y al poco rato el automóvil enfiló por la carretera de X… Pero poco antes de llegar a esa ciudad, el coche tuvo una avería, lo que hizo que Jim llegara esa noche ya demasiado tarde.