Capítulo VII
A partir de ese día, se vio a Hazard dirigirse a menudo a las montañas, muy temprano, con una mochila a la espalda, y no regresar hasta la caída de la noche. Iba a encontrarse con Adrien que se había refugiado en una casa abandonada, en lo más profundo del bosque, mientras la policía enfriaba un poco el asunto. Le llevaba víveres y libros, vino y pan, tabaco y nabos.
Otros acontecimientos tuvieron lugar entre tanto: Fissile se convirtió en secretario de Minoff y Jacqueline pasó a ser su amante. Florentin Rentin siguió con su investigación, pero sin resultados, y esto, en realidad, sólo difícilmente puede ser tenido como un acontecimiento.
Se enterró a Mitaine y el mar devolvió a los guijarros de la orilla el cadáver de Réussi, al que dieron sepultura en un lugar debidamente consagrado a tal efecto. Por otra parte, por la comarca corrió el rumor de que Minoff había comprado el castillo de Broutilles. En cuanto a Funeste, permanecía en la sombra, leyendo la cotización de la Bolsa, mientras su criado hindú, disfrazado de marinero martiniqués, recababa por la región cuanto dato pudiera serle útil y sodomizaba los gorrinos del tío Pomelhigo.
Después de una larga marcha, Hazard había llegado a la guarida de Adrien. Éste, a la orilla de un riachuelo, se mojaba los pies. Tenía los brazos cruzados y silbaba, con los ojos cerrados, la canción Cadet Roussel.
—No entiendo el interés que demuestra usted por mí —le dijo a Hazard cuando éste sacaba de su talego pan y tabaco, vino y nabos, libros y víveres—. ¿Por qué actúa de este modo?
—Puede parecerle extraño, es verdad. Por esa razón voy a contarle la historia de los diecisiete pulpos del golfo de Guinea.
»Hace quince años, un circo recorría toda Francia provisto de los animales y de los payasos necesarios para ser una empresa de primera. Entre estos últimos había uno llamado Mitaine, cuyo talento llegó a inspirar a pintores, poetas e incluso arquitectos de la época; entre los primeros había once[3] pulpos que solían ser presentados al público, con las explicaciones pertinentes, por un ex fraile llamado Militaire. Mitaine y Militaire se odiaban: ignoro si era por celos o por algún otro motivo. En todo caso, aguardaban pacientemente la ocasión en que uno de los dos pudiera hacer desaparecer al otro con la mayor crueldad y la mayor satisfacción posibles. Ahora bien, Mitaine tenía una hija, en aquella época de apenas siete años. Militaire la hizo secuestrar y la vendió a un banquero llamado Minoff a quien usted sin duda conocerá. Abusó de la criatura y luego, cansado de ella, la mandó a un convento para que la educaran, de donde se fugó a la edad de dieciséis años. Esa hija, usted no puede ignorarlo, es Jacqueline Picatorcedieciséis.
»Después del rapto de su hija, Mitaine cayó en tal desesperación que perdió todo su talento, y el circo, medio arruinado, se embarcó para el Brasil en el Nitrato Rodante III. Militaire se había evaporado y ahora era Mitaine quien se encargaba de enseñar los pulpos a todos los pasajeros.
»En ese mismo buque embarcaron también un tipo llamado Funeste Agrippa y su criado, un hindú de cabeza esmeradamente rapada y coloreada a la acuarela, componiendo un cuadro que representaba, según la ocasión, unas veces los siete planetas, otras los siete metales, otras las siete marcas fundamentales de automóviles, cuya importancia simbólica para la más alta magia es sin duda muy considerable. Porque he olvidado decirle que Funeste Agrippa era mago. Yo mismo, en definitiva, me embarqué también en ese barco. Me habían encargado una misión en Brasil. Una vez a bordo, no tardé en juntarme con Agrippa, cuyos refinamientos morales y libertinos me gustaron y me asombraron. De este modo me enseñó las “posibilidades” que hay en cada ciudad según el olor que desprenda, o las propiedades ocultas de los aparatos domésticos, especialmente del despertador. Por mi parte, perfeccioné sus conocimientos científicos, sobre todo en conquiliología. Hicimos escala en Dakar, donde Agrippa visitó algunos hechiceros indígenas, de quienes aprendió una determinada manera de orinar entre los raíles del ferrocarril marca Decauville, inusitadamente adecuada para hacer palmar a los suboficiales reenganchados.
»Poco después de que hubiéramos dejado atrás la costa de África, Agrippa me previno de que el barco iba a hundirse. “Es por culpa de los pulpos”, me dijo, pero no me confió nada más. El día siguiente por la mañana, en efecto, el Nitrato Rodante III se fue a pique sin ningún motivo aparente. Todo el mundo fue rescatado, excepto los pulpos y Agrippa. Desde aquel entonces, el viejo Mitaine busca a Minoff para vengarse de él, y a su hija para estrecharla sobre su corazón. Y por otro lado, a raíz de aquello, uno de mis colegas me hizo partícipe de un dato inaudito: una nueva raza de pulpos había aparecido en el golfo de Guinea; y otro colega aportó un hecho más: desde hace poco esa misma raza de pulpos se encuentra también en el Mediterráneo. Ahí, en el meollo de todo eso, hay un misterio. Y yo quiero aclararlo. Querría saber dónde se halla Agrippa (quien ha matado a Mitaine), qué hace Minoff, y qué HACEN esos pulpos. Por todo ello, deseoso de esclarecer las consecuencias del naufragio del Nitrato Rodante III y las aventuras de Jacqueline Pi1416, y valorando en muy mucho los diversos talentos que usted tiene, le ruego que acepte ayudarme en mis averiguaciones.
—No voy a hacer nada de eso —respondió Adrien.
—Pero Jacqueline está involucrada en esta historia. ¿Es que no la ama?
—Yo… y usted, y cualquiera. A ver, ¿qué quiere que haga?
—Creo que sería muy importante encontrar al abad Militaire y sólo usted es capaz de hacerlo. Tenga, aquí tiene por lo menos 100.000 francos, una falsa barba y un ticket para retirar una maleta de la consigna de la estación de Toulon. Vaya a la caza y tráigame al abad para que yo lo diseque.
—¿Lo disecaría de verdad?
Hazard sonrió.
—Pero si ya soy un viejo… un viejo… un viejo…
Al día siguiente, Adrien dejó su bosque y bajó a la ciudad en busca de Militaire, el abad sin hábito, desvanecido guardián de los diecisiete pulpos amaestrados.