Capítulo II

—En fin, Adrien, amigo mío, es algo inaudito. ¿Qué significa eso? ¿Qué quiere decir? ¿Puede usted explicármelo?

—No, sir.

—Por muy vivalavirgen que sea, lo cierto es que mi revólver sigue sin aparecer. ¡El tercero en quince días! Voy a acabar por sospechar.

Adrien no podía aducir ninguna excusa y Pierre Réussi tenía tal vez algo de razón al estar inquieto, todos los revólveres que compraba desaparecían al cabo de dos o tres días y esas inexplicables desapariciones comenzaban a trastornarlo.

—¡Por el amor de Dios, las tres y Jacqueline esperándome! ¿No hay correo para mí?

—No, sir.

—Por muy vivalavirgen que sea, amigo mío… A propósito, ¿no hay un detective contratado por el hotel?

—Yes, sir.

—Voy a avisarlo.

Le escribió rápidamente unas líneas que le hizo llegar por el botones, cuyo padre era carpintero; luego se reunió con Jacqueline, quien lo esperaba para dar un paseo por el borde del acantilado.

—Tiene usted un aspecto sombrío, querido. ¿Qué le sucede?

—Es una locura, Jacqueline. Mi revólver acaba de desaparecer.

—¿Se han llevado algo más?

—No, nada más, y eso es lo que me inquieta. Y no hay nadie de quien pueda sospechar.

—Eso es porque carece de imaginación.

(Ruego al lector que sepa apreciar las réplicas de Jacqueline, espirituales y llenas de gracia. Es toda una corajuda francesita. Pero sigamos.)

—Pese a todo, no quiero sospechar de Adrien, mi leal sirviente, que me es tan fiel como un trasto viejo.

—En mi opinión, no lo conoce bien. Adrien no es el hombre que usted cree.

—¿Cómo que no? ¿Acaso pretende usted conocerlo mejor que yo, que lo tengo a mi servicio desde hace casi dos años?

—En efecto, sí —dijo ella apasionadamente—, porque él es mi amante.

Al oír esta confesión, Pierre Réussi se sentó sobre una roca con la cabeza entre las manos, en actitud contrariada, poniendo un poco de comedia por su parte al hacerlo, ya que en el fondo solía burlarse bastante de esta Jacqueline, la cual tenía la pretensión de ser actriz de cine. Permaneció así un buen rato, con las palmas de las manos sobre los ojos, lo que le impedía echarse a llorar. Trató entonces de pensar en la muerte de Luis XVI con indignación, al ser miembro de Action Française[2].

En ese instante apareció un hombre, elegantemente vestido de negro, que lanzó a Jacqueline y a Pierre una mirada insolente.

—¿Desea usted algo, señor? —dijo la joven estrella cinematográfica, ya que era obvio decir alguna cosa.

—¿Han visto ustedes a mi pulpo, a mi pulpo amaestrado?

A Jacqueline le entraron ganas de responderle: «Tu púlpito soy yo», pues aquel hombre le gustó mucho nada más verlo, pero creyó inoportuno hacerlo, ya que, en tales circunstancias, una broma de ese estilo no sería bien recibida. Además, en ese preciso momento Réussi, alzando la cabeza, exclamó:

—¿Qué quiere este tipo?

—Les pregunto si han visto a mi pulpo amaestrado —volvió a decir el hombre con un aire intrigante.

—No, nunca vi nada parecido a eso que dice —respondió Réussi con un súbito e inesperado interés, ya que solía frecuentar los circos y las ferias.

—Muy bien, pues lo van a ver.

El hombre prorrumpió a reír a carcajadas y entonces, del FONDO del MAR, surgió un tentáculo que atrapó a Réussi y, después de agitarlo unos instantes por encima de las rocas, lo arrastró de un golpe hasta el interior de las OLAS. Una burbuja de aire ascendió del ABISMO y produjo un discreto pedo en la SUPERFICIE de la INMENSIDAD.

«Cuac», hizo la burbuja.

Por su parte, Jacqueline, aterrorizada, corría por entre las rocas torciéndose los pies, desgarrándose el vestido y no pensando bajo ningún concepto en ser el púlpito de nadie, al menos por ahora.

En cuanto al hombre vestido de negro, no dejaba de sonreír y repetía en voz alta:

—Soy Funeste Agrippa, Funeste, Funeste, Funeste…