Capítulo VIII

Excelsior Mü paseaba por una calle cualquiera de la ciudad, ignorando, sucesivamente, unos cuantos restaurantes, otras cuantas mercerías y un buen puñado de ultramarinos. En un cruce, miró a derecha e izquierda por si venía algún coche y luego atravesó la calle. En otro cruce hizo lo mismo. Una vez al otro lado, se llegó hasta un solar abandonado que lo circundaba una empalizada bastante putrefacta y entró por un portillo cutre que cualquiera podía abrir. Allí se entretuvo mirando la hierba cubierta por la ceniza, los papeles viejos, los restos de vajilla rota, los cascos de vidrio, las herrumbrosas latas de conserva y los jaspeados zurullos. Exploró un poco toda esa basura con el pie, pero no encontró nada. Entonces se acostó sobre la hierba en su rincón favorito.

Leía tranquilamente un periódico bastante mierdoso cuando entró un viejo raído, quien, sin prestarle atención, empezó a arrancar por aquí y por allá matojos de hierba que se metía en los bolsillos. Al poco rato descubrió a Mü.

—Buenos días, joven. ¿La cosa pita? ¿La cosa marcha? ¿Cómo se dice exactamente?

—¡Oh! Se dice que si todo va sobre ruedas.

—Le veo algo quejoso.

—¡Bah! No hay mucho que hacer en este momento. Mis colegas están en el talego y yo solo no puedo trabajar.

La conversación se prolongó un poco más. El autor, no muy hábil, se dispensa de contarla. Prefiere poner unos puntos suspensivos.

El viejo dijo:

—Si me traes a mi casa a este tipo, atado de pies y manos, te pagaré bien. Que te ayude un compañero que no sea un idiota y no te será difícil conseguirlo. El tipo en cuestión es un anciano, no dará problemas.

—¡Chócala! —exclamó Mü entusiasmado—. Acepto gustoso y mañana mismo te llevaré el objeto en cuestión.

Una hora más tarde, Mü encontraba en la rue Restif-de-La-Bretonne a un negro a quien había conocido unos años antes.

—¡Hello, Jim, qué tal te va!, etcétera, etcétera.

—¡Homgre, Ecchelchior!, etcétera, etcétera.

—¿Quieres dar un golpe conmigo? Sé de uno bueno. Nada peligroso, sin problemas.

—¿Un achechinato? ¿Un gobo?

—No, un secuestro.

—¡Gué me diches!

—Sí. Se trata de secuestrar a un viejo cabrón que vive actualmente en Murabelle. Me lo ha encargado otro viejo cabrón. Creo además que es un cura. Sin ningún riesgo, ya te digo, y paga a toca teja.

—¡Pah! Un fiejo caprón que fife en Murapelle. ¿Y gómo che chama?

—Calvaire Mitaine. Al parecer es un antiguo payaso.

Jim, de primeras, se quedó prodigiosamente sorprendido.

«¡Gué brodigiochamente chorprendido echtoy!», se dijo.

Y se puso a cavilar.

«Y penchar gue los nopelichtas che echprimen el cerepro para encontrar chituachiones curiochas, cuando la fida de cada día prechenta tantas chingulares».

Siguió reflexionando un poco más y dijo:

—Fale. Yo te conduchiré hachta Mitaine y tú lo checuestrarás.