Capítulo VI
Sigamos un poco al personaje que se había introducido —inútilmente— en la habitación de Calvaire Mitaine. Oigámosle hablar a media voz, mientras desaparece en un bosque frondoso donde piensa ocultarse hasta que amanezca.
«Mierda, mierda y mierda. Fallé el golpe. Qué aventura más tonta y qué viejo más cabrón. ¡Para eso me he molestado tanto! Además, no tenía ni un chavo ese quejica. Mi truco de los sellos de correos era mucho más astuto. Está claro que no estoy hecho para grandes golpes. Aunque es verdad que lo de los sellos no suponía mucho dinero, diez perras por aquí, veinte por allá, una mierda. Iré a casa de Réussi. Qué tipo, ese Adrien. Simpático lo es. Por lo visto lo han detenido. ¡La de bandidos que hay en esta región! (Hilaridad.) Tralará, tralará. Vaya, huellas con forma de bogavante. Hay que reconocer que soy todo un poeta. (Se oculta en una zanja.) Y mira quién viene: Adrien. Hablando del rey de Roma… No, no, no es momento para jugar con frases hechas. Con eso nos cargamos el idioma. Así me gusta. Adrien camina lentamente. Me parece que intenta hacerse un vendaje con una mano, ayudándose de la otra y de los dientes. ¿Lo logrará? Entonces, obviamente, ha podido huir. ¿Le hablo o no le hablo? No… sí… sí… ¡sí! (En voz alta.) ¡Adrien!».
Adrien se detuvo e, impasible, miró a su alrededor. Sulpice Fissile (¡era él!) salió de la zanja con la mano tendida.
—Buenos días.
—¡Hombre, el señor filatélico!
—¡Bah! De algo hay que comer. Creía que estaba en la cárcel.
—Compruébelo usted mismo.
—¡Qué bien habla usted francés! —se extasió Fissile—. Veo que conoce admirablemente la sintaxis.
—Tengo cierto gusto por la filología —dijo Adrien con modestia.
—Ha recibido una buena educación, por lo que veo.
—En efecto, poseo una amplia cultura clásica y sólidos conocimientos científicos.
—¿Y por qué trabaja en ese oficio de… criado?
—¡Calle! El autor no sabe nada de todo esto. No le ponga usted en un aprieto.
—¿Y qué va a hacer ahora?
—Voy a esconderme en estos bosques a ver qué ocurre.
—Yo también pensaba pasar esta noche en el bosque. Podíamos pasarla juntos. ¿Qué le parece?
—Está bien. Y así hablaremos de reyes destronados, de imperios desaparecidos, de estrellas apagadas y de estilística.
—¡Ya lo creo que es buena idea! ¿Seguimos con este diálogo hasta el final del capítulo?
—No habría ningún inconveniente, pero carecería de interés tanto para el desarrollo posterior de la acción como para el conocimiento de nuestros dos caracteres.
—Para carácter el suyo. Menudo es…
—¿Qué? ¿Me está insultando? ¡Se va a enterar!
Y Adrien, de un certero puñetazo, le partió dos dientes a Fissile, lo que no era muy difícil, y luego, después de unos cuantos ganchos al costado y a la barbilla, lo dejó medio muerto en mitad del camino.