Castel del Monte
Salí del instituto a las tres. Esa mañana había tenido varios exámenes. La habitual fila que en pocos minutos te entusiasma y te aniquila. Te entusiasma cuando encuentras a chicos en cuyos corazones arde la llama, la pasión, la devoción por la ciencia, cuando ves en sus ojos la esperanza del mañana. Y luego quizás el siguiente es un capullo que pasaba por allí por casualidad, pero que, de una forma u otra, llegará también a ser médico. Como Barile. Era la tercera vez que lo tenía delante; se había convencido de que el 18 lo podía ganar por usucapión. Obviamente, fue el último. Intentaba pillarme por puro cansancio.
—Profesor... ¡Deme el 18, me lo he merecido!
—¡Claro que sí! ¡Pero sólo si sumo las preguntas a las que has respondido decentemente las tres veces que te has presentado ya! ¿Dónde metemos todos los errores?
—Hoy está de mala leche, profesor, ayúdeme...
—¡No me has entendido, Barile! Si te apruebo con un simple 18 causo un daño irreparable a ti, a mí y al resto de la humanidad. A ti porque te engaño haciéndote creer que podrás ser un buen médico, a mí porque me remorderá la conciencia el resto de la vida, y a la humanidad porque al final causarás algún desastre. ¡No se puede avanzar a patadas en el culo!
Le dije que se marchara. En vano, porque estaba seguro de que volvería de nuevo. De uno como Barile uno no se libra fácilmente.
A las tres me escapé. No lo soportaba más. No hay nada peor que tener ganas de hacer algo y no poder hacerlo. Como cuando quieres fumar y está prohibido, o deseas estar solo y te ves obligado a soportar este mundo y el otro. Te asfixias. Así me sentía yo esa mañana.
Necesitaba esconderme. Necesitaba un refugio.
Cuando era niño tenía un montón de escondites donde guarecerme en el jardín de mis abuelos, uno para cada ocasión: miedo, llanto, alegría o juego. Cuando me hice mayor me quedó uno solo: Castel del Monte.
Enfilé la carretera estatal en dirección a Bitonto.
Antes la llamaban «la carretera de la Revolución», refiriéndose a la fascista, porque la terminaron en un pis pas cuando el Duce visitó Bari. Hoy responde al nombre más aséptico de SS 98. Naves industriales, actividades comerciales, desvíos por todas partes, un sinfín de camiones y de tristes putas nigerianas bajo el sol. El mundo cambia, ninguna añoranza. La ansiedad no cejaba, tampoco la opresión. Tras dejar Ruvo a mis espaldas emboqué la desviación que llevaba a Minervino Murge. En unos instantes me sentí de nuevo en casa. Tras doblar la última curva me topé con un espectáculo sobrecogedor: un campo inmenso completamente cubierto de amapolas de color rojo intenso. Detuve el coche y me apeé. Había muchas, millones, teñían los prados antes de que los tapizasen las espigas maduras. A lo lejos, en la línea del horizonte, estaba Castel del Monte, la única corona que ha ceñido mi tierra. Siempre allí, vigilante, orgullosa, uniendo el cielo azul y la verde tierra de Apulia. Desde siempre, para siempre, un juramento que jamás ha sido violado.
Quizá sea tan sólo el legado de las imágenes de un niño, pero con el pasar del tiempo he acabado convenciéndome de que ese castillo tiene algo mágico, algo que la miseria de nosotros, los hombres del siglo xxi, no logra percibir o aceptar: un lugar donde se concentran la energía, las fuerzas cósmicas y telúricas. La verdad es que cada vez que me refugio entre sus muros me siento bien. Mi mente se aclara, mi alma se serena, recupero la capacidad de razonar y de soñar. Siento la fuerza de esas ocho torres octogonales que me protegen, en tanto que el silencio de sus salas vacías me calma.
Vaivén de turistas alemanes, en la explanada una comitiva de niños de primaria que escuchaban indisciplinados a la joven guía.
—Este castillo no es en realidad un castillo: tiene su forma, pero carece de su estructura. No tiene establos, cocinas, calabozos...
Uno de los pequeños intentaba desenvolver su merienda, otro empujaba a uno de sus compañeros.
—Es una corona que domina la tierra que Federico amaba... ¿Sabéis por qué es octogonal?
Obviamente, nadie respondió.
—Es un símbolo: para dibujar el octágono hay que usar el círculo y el cuadrado, que en la Edad Media significaban, respectivamente, el Cielo y la Tierra. El octágono representa la unión de ambos...
Sus palabras se perdieron entre los gritos de dos niños que empezaron a pegarse. Sonreí. Subí la escalinata y entré.
—Hola, Vincenzo...
—Doctor Alfonsi, ¿cómo está?
—Yo bien, ¿y tu esposa y tú?
—¡De maravilla!
—¿Y la niña?
—¡Mejor que nadie!
Vincenzo trabajaba allí. Su esposa había sido paciente mía y los dos se habían encariñado mucho conmigo. Vincenzo tenía una cualidad impagable: era el guardián del castillo.
—¿Ha venido con amigos? —me preguntó.
—No, solo...
—De vez en cuando le entra la nostalgia... —dijo riéndose.
—De vez en cuando...
Aguardé un instante antes de pedírselo.
—¿Me puede abrir arriba?
—Sabe que no lo puedo hacer, doctor. ¡Está prohibido! ¡Es peligroso! ¡Si sucede algo la responsabilidad sería mía!
Aun así estaba cogiendo ya las llaves.
—Te prometo que es la última vez, sólo cinco minutos...
—No puedo negárselo...
Se había dirigido hacia la escalera de caracol.
Subir al tejado de las torres de Castel del Monte es una fortuna de la que muy pocos pueden gozar. ¡Y yo soy un hombre afortunado!
Vincenzo abrió haciendo rechinar la cerradura.
—¿Le espero aquí?
—Sí, cinco minutos... Fúmate un cigarrillo.
—Tenga cuidado, doctor, no se tire...
—No te preocupes, al menos por esta vez no lo haré.
No describiré el espectáculo sobrecogedor, inefable. Ciertas emociones sólo se pueden vivir, es imposible leerlas. Y, además, en ciertos momentos soy un poco egoísta: quiero que sea un secreto lo que experimenté allí arriba. No quiero compartirlo con nadie.
Me encontraba en la cima de la torre oeste, el sol empezaba a ponerse. Salté los canales de recogida del agua pluvial y me acerqué al parapeto bajo. Viento violento en la cara, horizonte terso, a lo lejos el mar, cielo y tierra por todas partes. Me agaché y no pude evitar hacer lo que seguía haciendo obstinadamente desde hacía varias semanas: pensar en Lea.
Jamás he dejado de pensar en ella. En la manera en que se torturaba el pelo cuando le hablaba de cosas que nunca sabré si le gustaban de verdad o no. En su forma orgullosa de caminar por la calle. En su manera ridícula de combatir con el bolso de Mary Poppins. En su sonrisa irónica y afectuosa, cómplice de tantas ilusiones. En sus ojos ora tristes, ora alegres, ora curiosos, pero siempre con alguna que otra arruga de más que el escaso maquillaje no conseguía ocultar. En la forma en que se dejaba acariciar el pecho. En las pocas horas del amor, todas diferentes. En los momentos en que me cogía la mano.
Esperar. Cuántas veces he abierto el correo electrónico por la mañana esperando encontrar un mail de ella. Nada, sólo spamming, alguien que quería venderme Viagra a buen precio, Rolex falsos, o ciertas acciones del Nasdaq que podían convertirme en un hombre rico. Cuántas veces he mirado el móvil esperando encontrar un mensaje de ella, una señal, el eco del arrepentimiento. Nada. Cuántas veces he ido el sábado a Stoppani esperando que Lea pasase por allí «por casualidad». Y me he quedado solo con mi vaso. Cuántas veces, mientras andaba por la calle, me he desviado de mi recorrido para acercarme a su estudio, o a su casa. Sólo algún que otro cigarrillo de más, sólo un poco de cansancio inútil. Cuántas veces he buscado su rostro por la calle y sólo me he cruzado con miradas perdidas en las luces de los escaparates de la calle Sparano. Cuántas veces he deseado llamarla, clavando la mirada en su número, que aparecía en la pantalla, y sin tener el valor de pulsar esa tecla.
Ha sido inútil, trivialmente inútil. Me consolaba pensando que formaba parte de la convalecencia.
Pasará, había dicho... Sí, pero ¿cuándo?
Noches extraviadas en los recuerdos, escuchando viejas canciones. Pensando una y otra vez en lo que tuve y perdí inesperadamente. Agotándome al ver por enésima vez el cortometraje de mi corazón.
Demasiado breve, todo fue demasiado breve.
¿Sabes por qué eres infeliz, Piergiorgio?
¡Todavía no has aprendido a aceptar el destino!
Conocerla, amarla, perderla...