Capítulo VIII
Llegamos junto al resto, en el límite entre los árboles y la explanada. Nos adentramos en el skógr lentamente, los que iban en cabeza avanzaban con lentitud, apenas se podía ir a caballo ya que íbamos topándonos con todas las ramas que había a nuestro paso. Desmonté del hestr, lo até a una rama baja y le acaricié el morro. De una de las alforjas que colgaban a cada lado del animal saqué mi hacha, me coloqué bien el cinto en el que llevaba las pequeñas y mi knífr. Debería haberlo preparado todo antes de salir, pero Gala hacía que todo se me olvidara.
—Desmontad —les ordené.
Se giraron hacia mí haciendo lo que les ordenó, los ataron a árboles cercanos a donde nos encontrábamos, cogieron todo aquello que les fuese a ser necesario para cazar, y vinieron a mi lado. Cuando ya estaban todos, aproveché para decidir cómo íbamos a dividirnos para llegar con aquello que nos habían pedido.
—Carón y yo iremos hacia aquella zona —dije señalando al norte— vosotros dos —les dije a Björn y Gala— iréis al este, Gull y Birgin al oeste, el resto, repartíos entre las parejas, ¿entendido?
—Sí, Egil —contestaron todos menos ella.
—Adelante, que los dioses estén de vuestra parte.
Asintieron, se dividieron como había ordenado, y marcharon por donde les había indicado. Carón y yo nos quedamos solos, lo mejor iba a ser estar bien divididos ya que así seríamos más silenciosos y los animales no se darían cuenta de que íbamos avanzando. Mientras caminamos le hice una señal a Carón para que se retirara un poco más y de esa forma poder verlo todo mejor.
Pasó un rato, no habíamos visto nada, ni siquiera sabía cuánto había pasado desde que nos dividimos. Casi había perdido de vista a Carón, pero por suerte aún podía divisarle en la lejanía. Miré hacia todos lados, seguí caminando intentando no tropezar con ningún tronco de los que había en el suelo. De repente, escuché el chasquido de varias ramas, algo se estaba moviendo y estaba seguro de que no era ninguno de los nuestros. Miré hacia donde escuché el ruido y silbé, alertando a Carón. Me acerqué poco a poco, intentando hacer el menor ruido posible. Cuando estaba algo más cerca pude ver como un heri[74] se removía entre las hojas que había en el suelo, en busca de algo con lo que alimentarse. Saqué una de las hachas que colgaban de mi cinturón y se la lancé, haciendo que quedara clavada en el cuello del pequeño animal, el cual cayó al suelo desplomado. No había muerto, seguía vivo, gritando de dolor. Corrí hacia donde estaba y escuché como mi hermano me seguía, cuando estuve a su lado, me agaché y de un golpe seco con el borde del hacha acabé de partirle el cuello. La sangre del animal me manchó el rostro, pasé dos dedos por el corte y después por mi cara, haciendo que dos largas rayas cruzaran mi piel.
—Bien hecho, hermano.
Asentí mientras veía como él hacía lo mismo que yo. Cuando terminó, sonrió.
—Aquí ante los dioses agradezco la carne de este animal —dije en voz alta.
De mi bolsillo saqué un poco de cuerda, sujeté sus patas hacia arriba y las até para poder cargarlo mejor. Me puse en pie de un salto, cogí la cuerda y vi como Carón me observaba.
—Vayamos a ver que tienen los demás.
Empezamos a caminar, pero entonces fue Carón quien se dio cuenta de que un rauðdýri[75] empezaba a moverse junto a un árbol bajo. Me quedé quieto al igual que hizo él, pero no tardó en dar un par de zancadas y acercarse. Con un movimiento rápido, sacó la espada y lo mató, la volvió a envainar, cogió el animal y se lo pasó por detrás del cuello dejando que las patas colgaran a ambos lados de sus hombros. Sonreí contento de haberlo conseguido, pero aún quedaba la mitad para saldar la deuda con Olak. Fuimos hacia donde estaban los demás. Miré hacia todos lados, y a los primeros a los que nos encontramos fue a Gull y Birgin junto a algunos hombres más.
—¿Qué habéis conseguido? —Le pregunté.
—Un rauðdýri —dijo a la vez que levantaba la mano y nos enseñaba otro ciervo.
Cuando nos encontramos a medio camino y nos juntamos, Birgin sacó pequeño cuenco de una alforja de las que llevaba colgada del hombro, la dejó en el suelo, cogió el ciervo que llevaba Gull, le hizo un corte en el estómago y dejó que la sangre fuese cayendo.
—Oh, Odín, alfather, te damos las gracias por bendecirnos con esta maravillosa caza, y por protegernos del mal de Loki, sobre todo en estos momentos en los que estamos en sus tierras.
Mojé mis dedos en la sangre, pintando a cada uno de mis hermanos con ella, haciéndole las mismas líneas que llevábamos Carón y yo. Fuimos hasta los hestrs, y también los manchamos, ellos también deberían estar protegidos de Loki y de sus seguidores. Cuando le devolví el cuenco a Birgin vi como algo se movía en la lejanía veloz sin detenerse ante nuestra presencia. Le di un golpe a Gull en el brazo alertándole. Señalé el lugar en el que lo había visto, este preparó su arco, apuntó y dejó que la flecha hiciera el resto. Era uno de los mejores tiradores de todo nuestro heimr, por no decir el mejor, aunque en ciertas ocasiones solo Gala era capaz de superarle. Ella lo tenía todo; habilidad con las armas, rápida, ligera y hermosa, todo en uno.
—¡Por los dioses! —gritó Jokull, molesto—. ¿Es que estáis ciegos?
Una sonora carcajada se escapó del interior de Carón quién miró a Gull, este se colgó el arco del hombro, intentando disimular para que no se le escapara la risa ante el hersir. Avanzaba con lentitud, pero de repente el hestr empezó a ir más deprisa.
—¿Qué demonios creéis que estáis haciendo?
—Cazar —respondió Carón como si fuera un niño.
—De eso ya me he percatado —gruñó entre dientes, nos miró a todos y por último le devolvió la flecha a Gull, a quien se le escapó una leve risa—. Vuelve a reír y te corto la lengua —le amenazó.
Nos quedamos boquiabiertos ante las palabras de Jokull, no le había gustado nada el fallo de Gull. El hersir desmontó de su hestr, lo agarró por las riendas y se acercó a mí dándome un leve empujón haciendo que caminara, junto a él.
—¿Ha ocurrido algo? —preguntó a la vez que me cogió con fuerza por el brazo.
Fui explicándole lo que había pasado durante su ausencia, contándole lo imprescindible, lo que habíamos visto sobre el Jarl Sveinn, el puesto que tenía Olak, las gentes que habíamos visto, la razón por la que estábamos cazando…
—Pero… Egil, ¿es que has perdido el juicio?
—No, hersir.
—¿Es que confías en ellos? —preguntó preocupado.
—No, no confío en ellos pero es la manera más sencilla de saber cómo viven y como se protegerían en caso de asalto.
Se pasó las manos por la cabeza y por el pelo, pensando en lo que le había dicho. Me soltó el brazo, dio dos pasos hacia adelante y golpeó una piedra con el pie, de un tamaño considerable.
—Ya puede salir todo bien —me advirtió.
—Sí, señor —le aseguré, me giré para ver donde se encontraban los demás, que iban algo retrasados—. ¡Venga! —Les grité desde la lejanía.
Empezaron a correr para alcanzarnos, cuando llegamos a la linde entre la pradera y el skógr, donde se encontraban el resto de animales, vimos como Gala y Björn estaban sentados sobre un tronco, aguardando nuestra llegada. Frente a ellos había otro rauðdýri, tenía el cuello partido, señal de que le habían golpeado con fuerza sin herirle.
—¿Qué traéis? —preguntó Björn.
—Carón y yo hemos conseguido un ciervo y un heri, ellos tienen algunos más y vosotros un ciervo, por lo que puedo ver.
A mi lado apareció Jokull, ya que se había quedado atrás a causa de su hestr.
—Hersir —exclamó Gala.
Se levantó de un salto, vino hacia nosotros y se abrazó con fuerza a Jokull durante unos instantes, la muchacha estaba contenta de ver que había vuelto sano y salvo. Tenía mucho que contarnos, así que, les propuse ir a la hús para darle a Olak la caza, y que así conociera a Jokull.
Dejamos a los hestrs en los establos bien atados para que no salieran fuera. Carón guardó el más grande de los rauðdýri para nosotros, sería nuestra comida cuando no tuviéramos qué llevarnos a la boca, aunque no deberíamos tardar en comerla o acabaría pudriéndose. Después de dejarlo todo, y cargados con los tres animales fuimos hacia el gran salón del poblado. Al abrir el portón nos encontramos solo con Olak, quien parecía estar allí todo el día. Este nos observó estupefacto, estaba seguro de que creía que no seríamos capaces de traerle lo que había pedido. Antes de que llegáramos al final de la mesa, soltamos las presas en una de ellas.
—Olak, me gustaría presentarte a nuestro líder, este es Jokull, él vela por nosotros.
El hombre asintió, se acercó a nosotros y se detuvo frente a él para saludarle. Le agarró por el antebrazo esperando que correspondiera su gesto.
—Me alegra verle en nuestras tierras —dijo con una amable sonrisa en los labios—. Espero que Loki esté de vuestro lado, Jokull —cuando pronunció el nombre del Dios vi como el hersir apretó la mandíbula, intentando contenerse—. A ver que me habéis traído —comentó a la vez que se frotaba las manos entre sí.
Miró por encima lo que habían dejado sobre la mesa y sonrió satisfecho. El hombre siempre iba con una sonrisa en los labios.
—¡Vaya! Todo lo que os había pedido.
—Así es, Olak, nos dejas un sitio en el que cobijarnos y donde alimentarnos, es lo menos que podemos hacer por ti.
El hombre asintió, caminó hacia la otra punta del salón, y desapareció tras una tela. Al salir vino con unas cuantas jarras las cuales empezó a llenar de aquel horrible líquido.
—No, gracias —dije a la vez que intentaba apartar mi jarra, pero ya era demasiado tarde y estaba rebosante de bebida.
Me giré hacia Gull, quien ya se lo había tomado todo, y esperaba ansioso a que le diera el mío. Al resto nos sirvió algo parecido a nuestro hidromiel, una bebida hecha de miel y agua que reposaba bajo la atenta mirada de los dioses. Di un sorbo, era buena, pero no estaba tan deliciosa como la que elaboraba Hanna. Siempre había escuchado las historias que narraban las sagas, las cuales hablaban del hidromiel como la bebida que alimentaba a los dioses, sobre todo al padre de todos, a Odín, y que al morir si ibas al Valhalla, las valkyrjur te lo servían hasta que llegara el Ragnarök, el momento en el que todos los guerreros de Odín deberían luchar a su lado. Le di un largo trago, y dejé que el sabor embriagara mi boca. Era delicioso. El hersir y Olak chocaron sus jarras como muestra de amistad, o por lo menos la que el hombre creía tener con nosotros.
—Venga, mujer, ven aquí —voceó Olak.
Tras la misma manta que había atravesado el hombre apareció una mujer rechoncha, algo mayor que este, con los cabellos revueltos, cara de pocos amigos y los ropajes manchados de tierra y sangre. Se dirigió hacia nosotros y al verla andar me dio la sensación de que la hús temblaba.
—¿Qué quieres? —preguntó de mala gana.
—Llévate eso —dijo girándose hacia los animales—. Es lo que comeremos esta noche, para estos hombres prepara el rauðdýri más grande. —Le ordenó a la vez que se volvía hacia nosotros y nos miraba.
La mujer asintió, ya que más que una simple mujer parecía uno de los gigantes que habitaban en el Jötunheim[76], el reino de los gigantes de hielo y roca. Se acercó a donde estaban los ciervos y liebres, ella sola se cargó con uno de los rauðdýri y se lo llevó. ¿Cómo era capaz de hacerlo? Habían tenido que cargarlo dos de nuestros hombres. Me quedé asombrado al ver la fuerza con la que lo llevaba, parecía una pluma en sus brazos. Miré hacia un lado, y me di cuenta de que no era al único que había dejado sin palabras.
—Vaya —dijo Jokull.
—Es toda una mujer, ¿eh? —dijo Olak embelesado.
Lo miré, y no pude evitar hacer una mueca producida por la repugnancia que había sentido al ver a esa mujer.
—Será mejor que vayamos a los establos, descansaremos algo antes de que llegue la noche.
—Claro.
Nos fuimos, pero antes de que pudiéramos hacer desaparecer de nuestra cabeza lo que acabábamos de ver, el hombre cogió uno de los ciervos, y salió corriendo hacia donde había ido la mujer con cara de baboso.
—Puag… —espetó Gala.
Gull y yo empezamos a reír ante lo que acababa de hacer, no podíamos dejar de hacerlo. La muchacha nos observaba divertida, y acabó uniéndose a nosotros, mientras los demás nos miraban como si hubiéramos perdido la cabeza. Jokull hizo una mueca de enfado mientras nos observaba.
—Venga —nos ordenó el hersir.
Las risas se acabaron en cuanto vimos la cara que puso, estaba enfadado, demasiado. Fuimos hacia los establos, entramos y vi como la yegua de Gala, Regn, y mi Espíritu estaban juntos. No los habíamos dejado así, por lo que me pareció extraño. Me acerqué a ellos, y me di cuenta de que mi hestr estaba desatado.
—Chico, ¿qué haces? —pregunté pasándole la mano por el morro.
Cogí al animal por la cuerda que caía desde su morro y lo llevé a su sitio. Me dejé caer sobre la paja e intenté descansar. Cerré los ojos, mientras oía como mis hermanos hablaban sobre algo, pero no escuchaba a Gala, lo que me creó un desazón extraño. Entonces escuché como alguien se acercaba a mí haciendo que abriera los ojos, me encontré a la muchacha junto a mí.
—¿Ocurre algo?
—Quería saber que pasaba con los hestrs —dijo señalándolos.
—No ocurría nada, Espíritu se había desatado para ir a visitar a Regn.
La joven tras oír mi respuesta, asintió, se puso en pie y se marchó a donde estaba.
Los pocos rayos de luz que se colaban entre las lamas acabaron por desaparecer. Dentro de nada podríamos disfrutar de los animales que habíamos cazado. Deliciosa carne, que si estuviese tan buena como la que comimos la otra vez, acabaría devorándola.
—Tú —dijo la muchacha a la vez que me dio un golpe con el pie—. Será mejor que te levantes, o estos arrasarán con todos.
Solté un suspiro, medio dormido, me senté en el heno y la miré. Me tendió la mano, la agarré para que pudiera ponerme en pie pero cuando estuve a punto de erguirme, esta me soltó y caí de culo. Por suerte tenía las pieles bajo mi cuerpo.
—Ahora sí —dijo intentando que no se le escapara la risa.
—No, gracias.
Nos encaminamos hacia la hús junto a los demás. Gala había pasado por delante de mí, hablando animadamente con Jokull. Cuando llegaba la noche parecía otra mujer completamente distinta, era graciosa, dulce, sencilla… No un kottr desagradable y esquivo. Aun así seguía siendo la única capaz de robarme el corazón. De un golpe abrió la puerta de la hús, haciendo que esta acabara moviendo una de las mesas.
—Vaya… —murmuró algo confusa—. Lo siento —se pasó las manos por el cabello aún recogido e hizo una mueca.
No había nadie, el resto de la gente del poblado ya se habían alimentado junto al Jarl. Olak no estaba, pero vimos unas cuantas mesas repletas de comida para nosotros. De repente, la mujer giganta apareció.
—Volverá.
Permanecimos en silencio mirándola, mientras asentíamos y veíamos como se marchaban desapareciendo tras la tela por la que había salido. Nos acercamos a las mesas que había servidas y nos repartimos en ellas. Habían preparado muchísimos alimentos, había cuencos rebosantes de todo tipo de comida. Nada más sentarnos empezaron las miradas desafiantes, entre unos y otros. Un solo movimiento haría que todo se desencadenara, la guerra por ver quién era capaz de comer más. Cogí una de las bandejas de madera que habían dejado para que nos sirviéramos la comida. Le di varios bocados, dejé la vista fija en la comida y cuando quise darme cuenta ya apenas quedaba nada. Escuchamos como el portón de la hús se abrió, Olak entró tranquilamente con una gran jarra entre las manos, nos sirvió hidromiel, menos a Gull a quien le dio de esa horrorosa bebida.
—Espero que estéis disfrutando de la comida —dijo mientras se acercaba a nosotros—. Vaya… Si ya no queda nada —se sorprendió al ver que ya habíamos arrasado con todo.
—Sí, está todo perfecto —dijo Carón con la boca llena.
El hombre dejó que una sonora carcajada se le escapara. Sonrió, cogió un asiento de madera que había junto a una de las mesas y se sentó con nosotros.
—Esta vez tendremos que marcharnos antes a descansar —le di un trago al líquido—. Mañana saldremos a cazar de nuevo —me acabé lo que me quedaba en el plato y me puse en pie.
El resto no tardaron mucho en terminar de comer, así que, los esperé mientras hablaba con Olak, el hombre no había tenido una vida sencilla. Sus padres fueron granjeros, al igual que lo había sido toda mi familia, vivieron honradamente, hasta que los dioses se llevaron a su padre durante una incursión.
Cuando acabaron, fuimos hacia la puerta de la hús, y nos despedimos de Olak, quién se quedó en el interior. Al salir avanzamos hacia los establos, en la lejanía vimos al hombre que logró escapar la noche anterior cuando matamos a sus guerreros. Fuimos rápidamente a por nuestros animales, y recogimos todas nuestras pertenencias. El hombre que antes entraba al poblado, se había detenido en la hús, dejando su hestr atado a la entrada. No se había percatado de nuestra presencia.
—Tenemos que marcharnos —murmuró Jokull—. ¡Ya!
Salimos intentando mantener la compostura sin hacer mucho ruido, si nos hubiera reconocido tendríamos a todos los húskarls de Sveinn tras nosotros. Pasamos frente a la hús, cuando estaba al lado del caballo del hombre, saqué una de mis hachas y corté las riendas haciendo que saliera corriendo en sentido contrario al nuestro.
—¡Vamos! —Gruñó el hersir.
Fuimos tan veloces como pudimos, salimos por el mismo camino por el que habíamos entrado. No nos detuvimos en ningún momento hasta que llegamos a la linde entre el prado y el skógr. Nos adentramos en este intentando sortear las ramas que se cruzaban en nuestro camino.
—Está bien —dijo el hersir en voz baja—. Avanzaremos algo más, sé que es complicado sin ver nada, pero podremos conseguirlo.
Aceleramos el paso para alejarnos lo antes posible del poblado y ganar terreno. Cuando estuviéramos lo suficientemente lejos de este lugar, buscaríamos otro en el que poder pasar la noche sin estar pendientes de si venían a por nosotros.
Tras un buen rato sobre los caballos avanzando sin detenernos, estábamos exhaustos. Llevábamos un día lleno de sobresaltos. Acaricié la crin de mi hestr, agradeciéndole el gran esfuerzo que estaba haciendo. Debía ser duro el tener que avanzar de esta manera entre tanta rama y tronco, Espíritu parecía cansado, hambriento y sediento. A medida que nos adentrábamos en la oscuridad de la noche y del bosque, pude escuchar un río, el mismo que el de la pasada noche. Así que, propuse detenernos allí.
—Bien, permaneceremos aquí —el hersir desmontó del animal, me tendió las riendas para que no se marchara y fue en busca del río, que no estaba muy lejos—. Id a buscar algunas ramas y troncos, será mejor que no tardemos mucho en encender una buena hoguera.
Desmontamos imitando su gesto. Atamos a los animales a unas ramas bajas, y unos pocos nos marchamos a por lo que había pedido, esparciéndonos por el bosque. Me adentré en la frondosidad de este, solo, sin nadie a mi alrededor, o eso creía. Escuché como una delgada rama se quebró, me di la vuelta sujetando con fuerza mi hacha, pero para mi sorpresa, no había sido otra que Gala, la valkyrja que había hecho que perdiera la cabeza, y la misma que me había robado la razón.
—¿Qué haces aquí? —pregunté—. Deberías haber ido hacia otro lado.
La muchacha se acercó a mí pausadamente, y negó con la cabeza una y otra vez, dándome a entender que no quería irse a ningún otro lado. Me agarró de la mano y avanzó junto a mi.
—No importa dónde debería estar —sonrió.
Fruncí el ceño, esta mujer hacía que no entendiera nada de lo que la rodeaba, dejándome sorprendido con cada una de sus palabras. Dejé que me llevara, seguíamos andando, de vez en cuando cogíamos alguna que otra rama, hasta que tuvimos suficientes y volvimos a donde se encontraba el resto. Jokull estaba sentado junto a un gran árbol y con un par de ellas empezó a mover las ramas que le ayudarían a prender la hoguera. Había colocado varias lamas de madera entre dos árboles para que así el calor no se escapara. Gull estaba sentado no muy lejos de Jokull, donde despellejaba el rauðdýri, quitándole las tripas y ofreciéndoselas a los dioses para darles las gracias por cuidar de nosotros.
Gala bajó al río sin nadie más. Fui tras ella, no podía dejarla sola. Al llegar al borde, antes de meterse, fue deshaciéndose de los ropajes hasta que tan solo se quedó con un kirtle algo más largo y fino que dejaba ver como su delicado cuerpo se escondía bajo él. La observé, hasta que nuestras miradas se encontraron y sus mejillas se tornaron rojizas. Cuando fui a marcharme para no importunarla, me agarró de la mano y tiró de mí hasta que nos unimos en un simple y duradero abrazo. Su cuerpo ardía como el fuego de una hoguera, abrasando mi interior. Necesitaba llevármela de allí, besarla hasta desgastarle los labios, hacerla mía hasta que me rogase que me detuviera. Sentí como sus manos bajaban desde mis hombros hasta mis manos, las cuales colocó sobre su cintura. Alzó la mirada, uniéndola a la mía, sus ojos se habían vuelto oscuros. La cogí con fuerza, y vi cómo se mordía los labios.
—Te harás daño.
No dijo nada, se limitó a observarme, clavó la vista en mis labios y acabó por unirnos en un beso. A medida que me besaba todo iba volviéndose más poderoso, estaba ansioso por sentirla como nunca antes nadie lo había hecho. Noté como su lengua se abría paso entre mis labios explorándola, buscando la mía. Sonreí contra su boca, en sus besos podía ver todo lo que callaba, lo que escondía y cuanto anhelaba poder tocar mi piel cuando no estaba cerca. Mi valkyrja de ojos verdes me ansiaba tanto como yo ella.
Me aparté, carraspeé y bajé la vista.
—Ehm… —susurré contra su boca intentando sacarnos de nuestro estado o acabaría haciéndola mía y nadie podría apartarla de mi lado, ni siquiera Hammer—. Será mejor que me vaya, tal vez necesiten mi ayuda.
La ayuda la iba a necesitar yo como aquello siguiera así. Si me hubiera dado un solo beso más habría acabado perdiendo la cabeza. La solté y comencé a andar, esta se metió en el agua, podía escuchar como chocaba contra su cuerpo.
—Egil —me llamó.
Me di la vuelta para mirarla, se había deshecho del kirtle que llevaba, cubriendo su pura figura. Era tan hermosa… Tanto que incluso Freyja debería estar celosa de ella, sería capaz de hacer invisible a la diosa de la belleza si se pusiera a su lado. Clavé mis ojos en los suyos, la miré de arriba abajo, encendiéndome a cada segundo que la miraba. Podía notar como mi cuerpo la llamaba ardiendo en deseos por tenerla.
—Ven —me susurró con su rasgada voz.
Asentí atontado, bajé al borde, me descalcé y poco a poco entré en el agua fría, aunque no estaba lo suficiente helada como para apagar la hoguera que llevaba dentro. Me acerqué a Gala, quien sin vergüenza cogió mis manos y recorrió su cuerpo. Se pegó a mí, no dejaba que el aire pasara entre nosotros. Sus pechos rozaban mi cuerpo, haciendo que todo mi vello se erizara y que los pantalones me molestaran. Alzó un poco su cuerpo, y colocó sus manos tras mi cuello para poder llegar mejor.
—Marchémonos —murmuró contra mi oído—. Aléjame de aquí. Necesito sentirte, guerrero.
No me lo pensé dos veces, pasé un brazo bajo sus piernas y la sujeté con fuerza. Salí del agua, la cubrí con sus ropajes para que ninguno pudiera ver lo que únicamente era mío. Dejé mis botas allí, no me importaba nada, solo pensaba en amarla como nadie lo había hecho. Le ayudé a colocarse las suyas, rodeé el gran árbol en el que estaba apoyado Jokull para que no nos viera, la dejé en pie y le puse el kirtle y las pieles.
—¿Dónde estabas? —preguntó Gull.
—En el río —dije tajante—. ¿Ya está el ciervo?
Gull asintió y me dio mi trozo, aunque en aquel momento no iba solo a por lo mío.
—Y lo de Gala —le dije en voz baja.
—¿Lo de Gala? —susurró sin entenderlo.
—Venga —gruñí.
Hizo lo que le pedía, me dio ambos trozos con dos rebanadas de pan. Me acerqué a donde estaba Espíritu, le hice un gesto a Gala para que viniera y preparé las pieles. Cuando acabé de colocarlas, me encontré a mi diosa esperándome solo cubierta por las pieles del oso que cacé.
—He traído algo para comer.
Dio varios pasos hacia mí sonriente. Negó con la cabeza, mientras no dejaba de morder sus labios, metió una de sus manos por dentro de mi pantalón haciendo que mi cuerpo se revolucionara. Parecía que el corazón se me iba a salir del pecho. La cogí colocándola contra el tronco y encajé mi cintura a la suya para que no pudiera moverse. Cogí sus manos, y las coloqué sobre su cabeza mientras la sujetaba. Besé, lamí y mordisqueé su cuello, mientras acariciaba sus pechos.
—No sabes lo que has hecho, mujer —murmuré ido—. Eres mía, Gala, y ya no hay vuelta atrás —gruñí contra su oído.
El reguero de besos iba descendiendo desde su cuello a sus pechos. Liberé sus manos, estas bajaron hacia mis hombros, no para detenerme, sino para dejarme hacer. Seguí a lo que estaba, empecé a lamerle su rosado pezón, el cual se endureció al instante. Desvié la mirada y vi cómo empezó a pasear uno de sus dedos por los labios, deseosa de más. Mordí su pecho, haciendo que dejara ir un leve gemido. A mi valkyrja le gustaba lo que estaba haciendo, por lo que no pude evitar sonreír orgulloso. Pasé al otro repitiendo lo que había hecho. Vi como bajaba una de sus manos hacia el tesoro que guardaba, y con el que Freyja la había dotado entre las piernas. Aparté su mano, quería ser yo el primero que lo hiciera. Fijé mi mirada en la suya, la besé con impaciencia con hambre y lujuria. Dejé mis manos en su cintura, cogió una de ellas y la llevó allí donde quería tener las suyas. Ambos sonreímos con nuestros labios aún unidos. Colé mis dedos entre sus pliegues, donde me encontré con su lugar sagrado aquel donde el placer sería mayor. Jugueteé con él, haciendo que su respiración cambiara y se volviera agitada, hasta que varios gemidos se le escaparon. Acerqué nuestros rostros y paseé mi lengua por encima de sus labios, encendiéndola aún más. A medida que iba creciendo su fuego lo hacía el mío, provocando que mi sexo se endureciera, clamando atención. Colé uno de los dedos en su interior, haciendo que abriera los ojos hasta que no pudiera más, noté como la muchacha se movía para que lo hiciera más aprisa. Sus gemidos eran cada vez más fuertes, y no quería que nadie los escuchara, eran solo míos, así que, la besé con fiereza, llevándomelos conmigo.
—Te lo ruego… Egil… —Gimoteó con los ojos brillantes.
Colocó las manos en la cinturilla del pantalón, bajándomelos, dejando a la vista aquello con lo que me habían dotado los dioses. La acarició, haciendo que sonoros gruñidos se escaparan de mi garganta y vi como sonreía orgullosa.
—Hazlo —me susurró al oído.
La cogí en brazos, y dejé que mi miembro paseara por su hendidura. Movió las caderas, ansiosa.
—¿Estás preparada, mo valkyrja? —Le pregunté.
Esta asintió y me besó. Poco a poco fui entrando, hasta que dejó ir un profundo quejido, producido por el placer y el dolor. No me pidió que me detuviera, sino que fuese a más. La besé con ansia, quería perderme en su cuerpo y que ella lo hiciera conmigo.
—Estoy bien —susurró.
Sonreí satisfecho, sabía que le dolía aunque hacía lo imposible por que no me diera cuenta. Sin pensármelo dos veces obedecí sus órdenes. Comenzamos a movernos tan bien, que temía poder hacerle daño, era tan pequeña y frágil. Era impensable lo que aquella mujer hacía conmigo. Observé su rostro, contemplando lo más bello que había podido ver nunca.
«Mía», gruñó todo mi ser.
—Vamos, raudhárr —le susurré al oído.
Se agarró con fuerza a mis hombros, así que, aproveché para desviar mis manos, para acariciarla. Empezó a jadear como nunca lo había hecho.
—Yo… ¿Qué es lo que me ocurre? —susurró desesperada.
—Ya estamos, kottr.
Nuestros cuerpos unidos en uno estallaron en cientos de pedazos, ella se dejó ir conmigo y yo a su merced lo hice también. Le besé los labios y el cuello, la dejé en pie para que pudiera abrigarse y extendí las pieles para que pudiera sentarse sin pasar frío.
—Volveré en seguida —dije besándole en la frente.
Al subir del río me los encontré a todos dormidos, ninguno hacía guardia, pero poco me importaba entonces. No iba a ser yo quien se quedara en vela. Aquella noche iba a disfrutar de mi valkyrja de cabellos rojizos.
Cuando llegué a donde se encontraba Gala, la vi recostada contra el árbol, se había cubierto con la piel del oso y estaba comiéndose o mejor dicho, devorando la carne que había traído para ella. Me senté a su lado, me tapé y me dio mi parte. Al terminar, la muchacha se apoyó sobre mi pecho mientras la cubría y poco a poco fue quedándose dormida, abrazada a mí.