Capítulo XV
Me pasé las manos por el vestido estirando las telas, tragué la poca saliva que me quedaba en la boca, intenté recomponerme de lo que había ocurrido, di varias vueltas alrededor de la gardr de Atel y cuando estuve más o menos preparada para volver a toparme con Egil, entré en el gran salón. Cuando Linna me vio se quedó sorprendida, se puso en pie y vino corriendo hacia donde me encontraba.
—¿Estás bien? —preguntó preocupada.
—Sí… Tranquila, estoy bien.
—No te creo.
—Créeme, estoy bien —dije intentando parecer segura de mis palabras—. Ve con Gull —solo los dioses sabían que mi corazón había vuelto a resquebrajarse.
Le di un empujoncito para que se marchase pero me dijo que no con la cabeza, sabía que algo había ocurrido ahí fuera, algo que no le había explicado y hasta que no le dijese qué era lo que rondaba mi mente no se marcharía. La agarré por el brazo, apartándola de todos y llevándola junto a los grandes portones. La muchacha me miró con mala cara, alzó las cejas y esperó a que le explicara.
—He peleado con Egil…
—¿Qué ha ocurrido?
—He besado a Egil, estábamos hablando acaloradamente, tan cerca… No he podido resistirme.
—Pero… ¿es que has perdido la cabeza?
—Eso creo, él ha hecho que así sea.
Suspiré, bajé la mirada al suelo, estaba molesta a la par que triste pero no podíamos hacer nada al respecto por mucho que deseara pasar el resto de mi existencia a su lado, este tal vez no tuviera las mismas intenciones ni ganas. La muchacha me abrazó y me besó en la mejilla intentando reconfortarme.
—Ve con Gull —la animé.
—Está bien —dijo frunciendo el ceño—. Ven a por mí si necesitas mi apoyo, ¿entendido?
—Sí, tranquila.
Continuó mirándome con mala cara, así que, asentí y le di un leve empujón para que volviera junto al hombre al que quería, al menos una de las dos podría conseguir lo que tanto deseaba. Me fui hacia mi mesa en la que estaba al principio. Iba a sentarme donde yo quisiera, no iba a dejar que Egil y esa thraell ocuparan mi lugar. Vi como Egil apareció y de su mano iba Karee, esa maldita esclava iba a desaparecer, si los dioses no se la llevaban sería yo quien acabara haciéndola marcharse, tanto de mi vida como de la suya.
Tras ellos venían Ingo y Kirk con esa cara de pocos amigos que siempre llevaban, hablaban entre ellos mientras lo observaban todo, tal vez no tenían ganas de compartir con nosotros lo que habían preparado. Volví a fijarme en la fagrhárr, había recogido sus cabellos, dejando que una larga trenza cayera a uno de sus costados. Se había oscurecido los ojos, lo que me hacía verla aún más repulsiva. Llevaba un vestido rojizo, muy parecido al que vestía yo, estaba segura de que había sido él quién le había pedido que lo hiciera. En algún momento haría que admitiera que no podía compararla conmigo.
Vi cómo se acercaban, hicieron que algunos de los huskarls se sentaran en otro lugar para que fueran ellos quienes ocuparan sus asientos, dejando así a Karee a mi lado. Cogí aire y lo solté, hice lo mismo varias veces intentando calmarme. El calor empezó a nacer en mí igual que lo hacía la rabia y la ira. Cerré los ojos con fuerza e intenté controlarme, casi no era capaz de hacerlo, y si no podía, aquello acabaría llenándose de sangre.
Thorbran se puso en pie frente a nosotros llamando la atención de todos los que nos encontrábamos en el hemir.
—Heill, bróðirs —dijo saludándonos—. Esta noche doy la bienvenida a nuestros nuevos guerreros, al que ya estuvo aquí, hijo de nuestras tierras y a los hombres que han venido junto a él, Kirk e Ingo, los dioses os agradecerán que hayáis luchado junto a él, y a Karee, sé que lo habrás cuidado muy bien —le dedicó una sonrisa a la esclava y prosiguió—. Espero que os encontréis como en vuestra heimr —cogió su jarra y la alzó— esto va por vosotros, disfrutad.
Todos aplaudieron y vitorearon al Jarl, quien no se merecía nada de aquello, ni él, ni ninguno de los recién llegados.
Después no escuché nada más, no comían, tan solo estaban quietos. Tenía ganas de acabar con aquella thraell. En mi cabeza solo había rabia, esa que ella era la única capaz de producir en mí, acabaría con ella, con ese cabello fagrhárr, no le dejaría ni uno. Dejé ir una fuerte carcajada, varias personas me observaron fijamente. Hice una mueca y bajé la vista hacia la mesa.
—Deberías ser más discreta —dijo la muchacha.
—¿Has dicho algo?
—Deberías saber comportarte y tener respeto al Jarl, Gala.
—Creo que una esclava como tú debería ser la última en decirme que debo o no hacer.
Me miró con indiferencia, hizo una mueca y apretó la mandíbula pero no llegó a contestarme. No podía hacerlo, ya que si lo hiciese aquello acabaría mal.
Cuando terminé, decidí ir a cambiarme de ropajes, no me sentía bien viendo como aquella thraell y yo íbamos tan iguales, no lograba entender como Egil había podido hacer algo así. Me puse en pie y salí del salón. El poblado estaba completamente vacío, todos estaban en el heimr, iba a ser una noche muy larga llena de alegrías y celebraciones, para algunos.
A medida que iba avanzando por el camino hacia mi gardr, fui deshaciendo los lazos que sujetaban mi chaleco, al entrar me lo quité tirándolo sobre el jergón. Me desanudé el vestido, ya que iba atado a mi espalda, dejé que fuese deslizándose por todo mi cuerpo hasta que se arremolinó a mis pies. Di un paso hacia atrás para así recogerlo, pero cuando fui a hacerlo unas manos me agarraron de la cintura, me cogieron y me colocaron hacia un lado. ¿Quién era? Las miré y puse las mías encima de ellas. Egil.
Dejó que su cabeza descansara sobre mi hombro, notaba como su respiración chocaba contra mi piel, llevándose consigo mi olor. Hacía tanto que ansiaba este momento… El calor de su cuerpo contra el mío me envolvió, necesitaba sentir sus manos, su aroma, todo…
—¿Qué haces aquí? —pregunté confusa.
—No preguntes, por favor —susurró delicadamente contra mi oído.
Hice lo que me pedía, no dije nada más, tan solo disfruté de ese pequeño instante junto a él. Me dio la vuelta para que pudiera mirarle, así podría verme mejor. Me miró de arriba abajo, hizo que diera varios pasos hacia atrás para que quedara contra la pared, me agarró de nuevo por la cintura e hizo que mis piernas rodearan la suya. Ansioso buscó mi boca, me devoró con cada uno de sus besos, dulces, agonizantes y llenos de anhelo.
Las lágrimas descendían por mis mejillas una vez más, algunas de ellas acabaron muriendo en su pecho, otras eran capturadas por sus labios. Había deseado tantas veces que llegara aquel momento. Ese en el que estuviéramos unidos de nuevo, era tanto el amor y el deseo que sentía por él que no podía contener las pequeñas lágrimas llenas de dolor y ansia, aquellas que me liberaban de las ataduras que eran su falta y su abandono.
—Ya está —susurró mientras besaba mi cuello.
Pude notar como su miembro crecía en el interior de sus pantalones. Quería bajar una de mis manos a él, necesitaba tocarle, pero me lo impidió sujetando mis muñecas con una de sus manos, colocándolas sobre mi cabeza. Empujó su cintura contra la mía, como si no lleváramos ropajes, necesitaba tenerle. Sus besos volvieron a concentrarse en mi boca hambrientos y llenos de furia. Iban de aquí para allá, me los daba y se los devolvía, jamás me cansaría de disfrutar de aquellos momentos junto a él.
Separé nuestras bocas para poder mirarle. Tenía los labios hinchados y sus ojos desprendían más deseo del que jamás podría haber imaginado, era tal lo que sentía a través de ellos que no pude evitar sonrojarme.
—Te lo ruego… —susurré con un hilo de voz.
Con un par de movimientos me dejó en el suelo, se deshizo del kirtle que llevaba y me colocó sobre el jergón, mientras él se quitaba los pantalones, dejándolos tirados en el suelo. Abrió mis piernas y se colocó entre ellas, que lo recibieron gustosas y con tantas ganas como lo hizo todo mi cuerpo.
Sujetó uno de mis pechos, besándolo, lamiéndolo y mordisqueándolo. Un débil gimoteo se escapó de mí y tras este vino otro el cual acabó por capturar con su boca. Se colocó en posición y poco a poco fue poseyéndome con sus ojos fijos en los míos. Jadeamos al mismo tiempo perdidos el uno en el otro. Dejó su cabeza apoyada sobre mis pechos mientras empezaba a moverse. Nuestra respiración se había vuelto irregular. Nos dejamos amar, tanto como lo deberíamos haber hecho durante todo el tiempo en el que habíamos estado separados. La distancia y el dolor había hecho estragos en cada una de nuestras mentes y cuerpos, que en aquel momento empezaban a sanarse.
Se movió con más rudeza lo que hizo que el placer fuera aún mayor, empezó a acariciarme mientras me observaba sabiendo que si seguía así acabaría por desfallecer.
—Aguarda —me pidió.
Asentí varias veces, perdida en su mirada. No tardó mucho en estar preparado para mí, ya no había reproches, solo podía ver el amor que aún sentía. No podía esperar más, lo que sentía era demasiado fuerte como para aguantarlo. Mi cuerpo me pidió que lo dejara salir, y así lo hice entre gimoteos y jadeos. Egil me miró y justo después hizo lo mismo quedándose extasiado sobre mi cuerpo.
Le besé el hombro que quedaba a la altura de mi boca, se apoyó sobre los codos en las pieles que cubrían el jergón y me observó. Posó sus labios sobre los míos y me dio un fugaz beso.
—Será mejor que volvamos —concluyó.
Se puso en pie, mientras yo me senté sobre el jergón y me cubrí con una de las pieles, para no coger frío. Se colocó los pantalones y se marchó sin esperarme, sin mirar atrás. Me puse en pie, me vestí con otros ropajes y me coloqué la capa que llevaba. Me sentía confusa, no entendía lo que acababa de ocurrir.
Salí corriendo de la gardr y al llegar a la heimr le vi junto a la muchacha fagrhárr, abrazándola y besándole el rostro y el cuello. Cuando fui a acercarme a ellos, apareció Linna en mi camino.
—¿Qué ocurre?
—Nada, había ido a cambiarme de ropajes —respondí sin siquiera mirarla.
Egil le pasó las manos por el cabello, y le cogió la trenza para que le quedara por la parte trasera de la oreja recogida. Acarició sus mejillas, se las besó y luego besó sus labios. Cerré los puños, la cólera empezaba a vivir en mí de nuevo. Iba a acabar con él, no iba a dejar que siguiera así.
Aparté a Linna de un manotazo, quien me persiguió avanzando hasta la parte donde estaba el hombre que no dejaba de matarme una y otra vez. Cuando llegué a donde se encontraban, cogí a Egil por la parte trasera del cuello del kirtle que llevaba y le tiré hacia atrás con tanta fuerza que hice que cayera de espaldas al suelo. Este se arrastró hasta que me senté a horcajadas sobre él. No se iría sin pagar lo que estaba haciendo. Lo golpeé una y otra vez con el knífr con tanta fuerza que empezó a sangrar. Lo agarré del cuello e hice que su cabeza se golpeara contra la pared. Me tenía cogida por las piernas, pero de poco servía.
—¿Qué te creías que ibas a hacer? —grité con todas mis fuerzas.
Permaneció callado, no osaba contestarme. Volví a golpearle hasta que la thraell apareció por detrás para sujetarme, pero no tardó en caer sobre la comida, ya que le di un buen golpe. Al ver como esta cayó, los dos nuevos hermanos de Egil se pusieron en pie y junto a ellos, Carón y Gull, quienes rápidamente se acercaron. Puse el knífr contra su cuello.
—No vuelvas a tocarme —gruñí contra su oído.
Entre los cuatro me agarraron, al tirar de mí un corte se hizo en el pecho de Egil. Me sacaron de la heimr tirándome sobre la tierra. Aquello era lo último que necesitaba, que me echaran de mi propio salón sin que nadie hiciera nada por detenerlos.
Me levanté como pude aunque mis pies se resbalaron sobre la arena que se escapaba bajo estos. Iba a entrar de nuevo cuando Kirk e Ingo se interpusieron en mi camino, me cogieron y no dejaron que pasara.
—¡Dejadme! —grité tan fuerte como pude, hasta que fue padre quién apareció por detrás de ellos y los agarró a ambos por el cuello.
—Soltadla —les ordenó.
No hicieron caso, así que, padre los echó hacia atrás para que dejaran la puerta despejada, lo que hizo que me cayera al suelo. Cuando desistieron y se marcharon hacia su sitio, me tendió la mano para que pudiera levantarme de un salto.
—¿Estás bien? —Me preguntó preocupado.
—Sí, tranquilo.
Este asintió enfadado y se marchó a su sitio, aunque no antes sin pedirme que fuese junto a él y a Jokull. Acepté sin pensarlo por lo menos me aseguraba de no acabar con esa maldita esclava. A medida que fui avanzando a lo largo del salón, vi como Linna hablaba acaloradamente con Gull por lo que había hecho, aunque realmente no era comparación con el comportamiento de los otros dos. Padre se sentó, y me dejó un sitio entre él y Jokull, pero no me senté, me quedé apoyada sobre la cabeza del segundo hersir, mientas este observaba como la thraell hablaba con Egil, hasta que este se dio media vuelta y se marchó.
Me senté en el asiento que quedaba, le quité la jarra a padre y empecé a beber la cerveza que había en ella, la boca se me había secado tanto que parecía el pasto en invierno. Serví un poco más de bebida, en mi jarra y en la de Jokull y lo animé a que chocara conmigo. De un trago me lo tomé todo sin dejar que apenas pasara por mi boca.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Jokull al cabo de un rato.
Giré levemente la cabeza, sentí cómo se me iba de un lado a otro, le miré y tras clavar mis ojos en los suyos los desvié hacia la fagrhárr quien no dejaba de hablar con Kirk, intentándoselo llevar al jergón.
—Egil me traicionó, no es más que un ruin miserable —murmuré—. Se merecía que le golpeara, solo que no lo he hecho lo suficiente.
Jokull no dijo nada, permaneció callado con los ojos cerrados. Cogí aire y lo dejé ir a modo de suspiro, no pude evitarlo. Vi como Egil volvía a aparecer, se había cambiado los ropajes y ahora iba preparado para algo más que un simple banquete. Cuando la esclava se dio cuenta dejó de hablar con Kirk y fijó la vista al frente. El vikingo se acercó a ellos, y les dijo algo que nadie logró escuchar. Asintieron y el primero se marchó. Salieron a toda prisa del heimr, tenían algo entre manos y me enteraría de qué era.
Me puse en pie, todo me daba vueltas, apenas podía mantenerme, así que, me dejé caer hacia atrás sobre el asiento. Volvieron a entrar, esta vez trajeron dos hombres atados, amordazados y desnudos. Egil iba detrás de todos, con una amplia sonrisa en los labios, se llevó una mano al cinto y vi como de este colgaba su espada y un hacha. No entendí que era lo que querían hacer. Kirk e Ingo hicieron que estos dos se arrodillaran frente al Jarl y los hersir.
—Faðir —dijo el vikingo detrás de los dos thraells—. He traído a estos dos hombres para que… Nos entretengan, queríamos agradecer la buena acogida que íbamos a tener, así que, pedí que Ingo y Kirk fueran a por estos dos esclavos. Esta noche lucharan para nosotros, y el que gane podrá ser un leysigni, será libre de hacer lo que le plazca —calló un instante para ver qué era lo que todos murmuraban—. Espero que aceptes este presente de los dioses.
Miré a Jokull, quien no dejaba de observar como los hombres que estaban arrodillados frente a nosotros padecían, incluso temblaban del miedo. El Jarl se puso en pie, dio un golpe en la mesa para que todos callaran y le prestaran atención.
—Lo acepto, sonr, será un placer ver como luchan por su libertad —dijo orgulloso— es más, el que gane tendrá su frelsisol.
Todos los que se encontraban allí dentro lanzaron gritos de alegría, apoyando la decisión de su líder. Thorbran hizo un movimiento de cabeza aprobando lo que había hecho su hijo. Este hizo que sus compañeros se hicieran a un lado, se colocó tras ellos, les dijo algo al oído, sin que pudiéramos escucharlo y les quitó las ataduras.
—Empecemos —alzó los brazos Egil.
Los hombres confusos miraron a un lado y al otro, cogieron las armas que les habían prestado y unos escudos maltrechos. Clavaron sus miradas, asintieron y empezaron a desafiarse. Nuestros hermanos se levantaron y los rodearon e incluso los empujaron para que se animaran a seguir.
Desde donde me encontraba, pude ver como Egil se escabulló del heimr.
—Lo siento Jokull, tengo que ir a… —dije alzando el dedo—. Volveré —añadí sin aclararle nada.
Me puse en pie, eché para atrás el asiento como pude y tropecé, pero por suerte padre me agarró para que no cayera de bruces contra el suelo. Le di las gracias con un ligero movimiento de cabeza, el cual entendió a la perfección. Al pasar junto a Linna, esta me tendió la mano en el brazo y le lancé una sonrisa, pero no me detuve. Gull me miró con mala cara, cuando ella se percató le dio un manotazo y le dijo algo, lo que hizo que me riera. Salí del heimr tan veloz como pude. Corrí por el camino, hasta que uno de mis pies chocaron contra una piedra, las gotas empezaron a caer, empaparon el suelo e hizo que cayera de bruces.
—Dioses… —susurré entre dientes.
Apoyé las manos en el suelo, luego las rodillas y apareció, como siempre, para salvarme de las tinieblas. Un poderoso rayo atravesó todo el cielo, lo que hizo que me estremeciera. Me cogió por la cintura y me puse en pie. Cuando estaba totalmente erguida nos separé dándole un empujón, me di media vuelta y seguí caminando como si no estuviera.
Me gustaría ser más fuerte con él, más segura, tanto como lo era al principio, pero cada vez que le veía algo se rompía en mi interior. El dolor y el desconsuelo volvieron haciendo que un incontrolable hipido se escapara. Las lágrimas volvieron a nacer en mis ojos de nuevo, deseosas de sacar todo el dolor que llevaba dentro. Volvió a tomarme por la cintura, crucé los brazos bajo mis pechos, abrazándome a mí misma intentando controlar lo que sentía. Se pegó a mi espalda, todo su cuerpo me envolvió dándome el calor que no tenía. En algún momento del pasado me habría dado la vuelta para besarle, o por el simple hecho de poder disfrutar de su hermoso rostro.
Descrucé los brazos y le di un golpe en el vientre, pero no me soltó, resistió el dolor abrazado a mi cuerpo, lo que hizo que me fuera imposible dejar de llorar. Lo que antes eran unas pocas gotas de lluvia se había vuelto una fuerte tormenta, la cual ya no se iba a detener. Sentía el dolor, el miedo, la congoja de tenerle tan cerca pero a la vez sentirle tan terriblemente lejos. Me doblegué hacia adelante llevada por todo aquello que atormentaba a mí ser. No quería que me viera llorar, no quería ser tan débil, no quería que sintiera pena. Gateé por encima de la tierra ensuciándome las manos y los ropajes. Nada me importaba entonces. Me puse en pie y seguí caminando, por lo menos ya no me sujetaba.
Comencé a correr de nuevo, escuché como venía detrás de mí, también corría, siempre había sido más veloz que yo, no tardaría en alcanzarme. Un poderoso trueno resonó en lo alto del cielo y la luz del rayo nos iluminó como si el sol hubiera salido en un día sin nubes. Era Thor quien nos lanzaba una señal. Egil me cogió de la mano, me quedé quieta con la vista fija en el suelo, él también permaneció en su sitio y así nos quedamos agarrados de la mano, sin decir nada. Tiró de mí hasta que volvió a cobijarme entre sus brazos, pero no, no quería, no podía sentirle otra vez.
Volvió a agarrarme con fuerza para que no lograra soltarme como había hecho antes. Pero entonces me di la vuelta fijando mis ojos en los suyos. Sentí como las pequeñas gotas que caían del cielo empezaban a calar en nuestros ropajes empapándolos. Pero no me importaba, tampoco el notar como mis cálidas lágrimas me recorrían el rostro mezclándose con la lluvia.
—¿No te das cuenta? —susurré sin fuerza.
Él dijo que no con la cabeza a la vez que me observaba. ¿Por qué ya no había rabia ni agonía en sus ojos? No lograba entenderlo. Dejó que su cabeza descansara sobre la mía, cerré los ojos contra su pecho, dejando que el dolor volviera. La lluvia apretó y fue aquello lo que hizo que dejara de estar en el estado en el que me encontraba. Lo aparté de mí.
—¡¿Cómo puedes hacerme esto?! —Le grité— no… No te das cuenta, no sabes toda la amargura y la congoja que he estado sintiendo cuando no estabas y ahora que has vuelto no dejas… No dejas de matarme poco a poco, una y otra vez —grité desconsolada.
Me abrazó dejando que nuestros corazones se tocaran, jamás volverían a encajar como lo habían hecho, el mío estaba completamente roto.
—Lo siento, mo kottr —me susurró.
—No, no lo sientes, tú ya no sientes nada —dije golpeándole el pecho con el puño cerrado—. ¡No sientes nada por mí! —grité—, ¿me escuchas? ¡Nada! Sino no, no me torturarías como lo has hecho, ni te comportarías de esa manera.
Lloré angustiada, no podía soportarlo más. No decía nada, solo callaba, como siempre, no sabía ni siquiera que decir, no tenía defensa alguna.
—Márchate… Márchate y no vuelvas —susurré.
—¿Qué has dicho?
—¡Qué te marches! ¡No quiero verte más! ¡Nunca! —grité llena de ira.
Me miró sorprendido, cerró los ojos y vi como una lágrima se deslizó por su rostro, me dio un beso en la frente y se marchó, sin decir nada más. Vi cómo se iba, sin fuerzas caí de rodillas al suelo y lloré descontroladamente. Dolía tanto, era tanta la angustia y el dolor que sentía, que si no la sacaba de mi interior acabaría muriendo.
Un rato después me puse en pie, fui hacia mi gardr, pero él ya no estaba, había desaparecido en la oscuridad de la noche bajo la niebla de las montañas.