Capítulo XII
No tardamos mucho en llegar ya que estábamos bastante cerca del poblado, allí era donde solían pescar además del lago. Dejé que Regn pastara tranquilamente junto al río, mientras aproveché algunas ramas secas, otras frondosas y llenas de hojas para así poder usarlas como lecho. Con varios troncos y ramas largas hice una pared entre dos árboles que estaban pegando el uno al otro, y con unas cintas las anudé. Lo cubrí de ramas y hojas para que así el agua no pasara con tanta facilidad. Desanudé las alforjas que colgaban de la yegua, las eché sobre el jergón y la até junto al árbol en el que había dejado todo, no quería que si algo la asustaba se marchara sin rumbo. Eché sobre las hojas un par de pieles para cubrirlas, después de eso saqué el heno e hice una pequeña hoguera, donde encendería el fuego antes de que oscureciese.
Llevaba un buen rato intentando prender el heno que no quería arder, apenas quedaba luz en el bosque, estaba a punto de desaparecer tras las grandes montañas que abarcaban todo el terreno. Empecé a desesperarme, no sabía qué hacer, si no conseguía algo que me calentara durante la fría noche aquello sería terrible. Me puse en pie y di varias vueltas, necesitaba relajarme, no podía ser que me pusiera así por no encender un simple fuego. Me senté de nuevo, agarré una rama y un tronco partido por la mitad. Cogí aire y lo solté a modo de suspiro. Cerré los ojos con fuerza y los abrí. Poco después lo conseguí, ¡por fin!
Sumida en mis pensamientos dejé que el fuego prendiera, me acerqué a Regn, la desaté y me la llevé conmigo hacia el agua. Me agaché frente a ella, metí las manos en el río para llevármelas a la boca y beber, luego las pasé por mi cara intentando despejarme. Al alzarla volví a ver aquel resplandor que vi desde la vangr. Lo miré pero no pude distinguir quien era, solo podía ver que era un hombre. Levantó un poco la mano, el fuego se acercó a su rostro y pude verle, era él.
—¡Egil! —grité a la vez que me puse en pie, y me metía en el río intentando atravesarlo.
Al salir de este casi me caigo al resbalarme con el agua que había en mis botas, pero nada importaba solo él. Atravesé el skógr enganchándome con ramas y hojas, intentando sortear los troncos que había en el suelo. Seguí adelante tirando de las ramas que se metían entre mis pieles, me daba igual que los ropajes se rasgaran, corría tanto como podía, hasta que tropecé y caí.
—¡Egil… Egil! —grité de nuevo, entre lágrimas.
Apoyé las manos en un tronco cercano e intenté ponerme en pie, pero uno de mis pies resbaló haciendo que volviera a caer.
—Bien —gruñí.
Al ponerme en pie volví a correr, hasta el momento en el que llegué al lugar en el que debía estar él. Miré hacia todos lados, con desesperación pero no estaba, no había nadie, no había luz, no había nada salvo más y más bosque. Le di un puntapié a una piedra enfadada, tal vez padre tenía razón y había perdido la cabeza visto los acontecimientos de este último día.
Volví hacia mi lado del río, puse a la yegua más cerca de donde estaba para que cuando tuviera que descansar pudiera resguardarse bajo el cobijo que había hecho, así estaría tan caliente como yo. Antes de tumbarme junto a ella le puse la capa por encima. Me recosté sobre el jergón, me tapé con las pieles y corté un trozo de pan. Comencé a darle unos bocados, pero no tenía hambre, solo quería dormir y dejar de pensar en lo ocurrido, olvidarme de todo este mal.
—No está, se fue y no volverá, no por ti, estúpida —me dije a mi misma recordando la extraña palabra que aquella misma tarde me había enseñado Lyss.
No entendía por qué solo podía sentir aquella angustia y desespero. Antes no era así, no me habría importado que se marchara, pero para entonces era distinta, tras la vuelta de Aust-Agden que todo cambió, el amor que sentía hacia él me había cambiado. Cientos y miles de lágrimas acudieron a su recuerdo, destrozando todo lo que quedaba en mí, desmoronando cada una de las partes que aún se mantenían en pie en mi interior. Me puse las pieles por encima de la cabeza, no quería que nada ni nadie me viera. Me abracé a mí misma, me pasé las manos por el rostro intentando detener las lágrimas que tanto se esforzaban por hacerme recordar una y otra vez el momento en el que le vi salir del establo, su última mirada, aquella que estaba llena de rabia y odio.
En instantes como aquel una inmensa furia empezaba a crecer en mí, no debería ser así, fui yo quien le traicioné a él. Había tantas preguntas de las que me gustaría tener una respuesta, tantas… Muchas veces pensaba en que era el destino, las Nornas habían decidido que jamás llegaríamos a estar juntos como ansiábamos, o tal vez él lo ansiara más que yo, si hubiera sentido su amor como él lo hacía por mí, todo habría sido diferente. A pesar de ser la mayor tortura que podría haberme tocado en mi existencia, no cambiaría nada de lo que hice ni porqué lo hice. Aun sintiendo que moría por dentro, seguía estando orgullosa de ser de esa forma, y de tener lo que tenía, aunque no fuese lo mejor.
Regn me dio varios golpes con el morro encima de la cabeza, me destapé y posó su hocico contra mi frente, la fui acariciando poco a poco, era una yegua muy lista. Junto a mí había un gran trozo de tierra por lo que se acomodó mejor dejando su gran cabeza sobre mis piernas.
Me acurruqué contra ella para mantener nuestros cuerpos calientes. Parecía que Thor no iba a visitarnos, pero aun así cogí sus riendas y las até a una rama baja para que no se asustara con sus truenos. Eché las pieles por encima de ambas, cerró los ojos y dejó que la acariciara hasta que acabé por dormirme.
No sabía cuánto tiempo había estado durmiendo, pero el brillo de los rayos en el cielo me alertó, por lo que me desperté sobresaltada. Los truenos aún no habían empezado a estallar, por lo que la yegua seguía dormida. Estiré bien la capa para que quedara totalmente tapada. Solo esperaba que no lloviera mucho o tendríamos que volver a la gardr antes de tiempo.
Cuando las gotas de lluvia empezaron a caer me di cuenta de que gracias a que los árboles eran altos y frondosos apenas dejaban que estas se colaran entre las hojas, y las pocas que se colaban acababan muriendo en el resguardo que había hecho. El fuego seguía encendido y cubierto, para que no se apagara, le eché unas cuantas ramas más que llevaba guardadas en la alforja. La hoguera volvió a arder tanto como al principio.
Cerré los ojos pero no lograba volver a dormir, miré al cielo intentando ver desde la lejanía. Los rayos iban iluminando el cielo, hermosos hilos de luz empezaron a moverse en este. Tal vez fuese Lyss quien estaba jugando con ellos, por lo que pude ver, ella también era capaz de hacer aparecer un rayo sobre la palma de sus manos. No sabía qué hacer, estar allí esperando que llegara la mañana, o a que dejara de llover iba a hacer que me desesperada. Me puse en pie dejando que Regn durmiera tranquila. Di varias vueltas alrededor de donde estaba, buscando una rama que fuera lo suficientemente gruesa como para tallar en ella.
Encontré muchas pero demasiado delgadas como para usarlas. Golpeé un tronco que tenía en frente haciendo que se girara, bajo él había varias ramas algo más gruesas que las otras. Me senté junto a la yegua, pasé una de las mantas sobre mis piernas y me recosté contra el árbol para tallarla.
Tras un buen rato quitando lo sobrante, le hice unos bordes más finos en la parte central, no cortaría tanto como podría hacerlo uno como los de Bror pero de algo serviría. Parecía que era corto, por lo que fui a por otro que fuese más o menos igual que el anterior. Sería la empuñadura de mi nuevo knífr.
Fui tallándolo, hice una abertura en la parte superior para que encajara con la otra. Rebusqué en la alforja, recordaba haber traído un largo cinto, el cual usaría para reforzarlo. Al encontrarlo, empecé a envolver la zona en la que se unían ambos trozos, y lo até por el final. Quedó un espacio en medio, en el que decidí grabar a Algiz, la runa de la protección, y junto a ella la zarpa de un kottr, como me llamaba Egil. Esta kottr iba a volverse más fuerte de lo que lo era antes y si tenía que acabar con alguien no se lo pensaría dos veces.
Puede que aquello fuese lo que necesitaba, una señal que me hiciera ver que podía luchar por lo que era mío, que podía seguir adelante a pesar de todo lo que pudiera ocurrir, a pesar del dolor, a pesar de que me destrozara por dentro. No podía dejar que me hundiera. Era hija de Hammer Horkisson, y no iba a rendirme.
Cuando amaneció recogí las pieles guardándolas en las alforjas, apagué el fuego que aún seguía encendido y me acerqué al fljótv. Dejé que Regn entrara en el agua y bebiera tranquilamente mientras yo me aseaba, me quité los ropajes y me limpié un poco mojando mi cabello, después lo peiné con los dedos y lo recogí en una larga trenza por la que caía el agua. Me coloqué de nuevo mis ropajes y noté como iban empapándose, como el kirtle se mojaba al igual que las pieles.
Monté sobre Regn pero no sin antes humedecerle el pecho. El sol brillaba extrañamente en lo alto del cielo, ya no había ni rastro de aquellas nubes oscuras que anoche nos acompañaban. Sonreí, sentía la fuerza que antes me faltaba, los dioses me habían dado la esperanza que necesitaba para seguir adelante.
—Vamos —dije mientras chasqueaba la lengua.
Para la vuelta fuimos por el interior del bosque, tal vez encontrase algo que cazar y llevarme al pueblo para la cena. A medida que iba avanzando me fui adentrando más y más en la inmensidad de este, miré por todos lados buscando algo que llevarme, pero no veía nada. Hice que la hestr se detuviera, para que no se asustara. Cogí el arco que antes colgaba de mi hombro, saqué una flecha y apunté. La heri estaba quieta comiendo algo que había cogido, era bastante grande. Intenté fijarme bien y antes de que pudiera moverse y desaparecer de donde se encontraba, dejé que la flecha corriera sobre el aire hasta que se clavó en la espalda del animal.
Nos acercamos tranquilamente, cuando estábamos a menos de dos pasos desmonté de Regn y me agaché a cogerlo. Los dioses estuvieron de mi parte, porque en ese preciso momento vi como una flecha se clavaba en uno de los árboles que había frente a mí. Me giré y a lo lejos vio como alguien corría y se alejaba, podría ser uno de mis hermanos, pero… ¿por qué me atacaba?
Monté de nuevo en ella, fui hacia donde estaba el que me había intentado herir pero algo hizo que me detuviera. No me lo podía creer, en medio del camino había un cuerpo sin vida atado a un árbol. Di la vuelta a su alrededor y vi que le faltaban algunos dedos, los animales se habían llevado todo lo que él no tenía. Me tapé la boca, ¿habría hecho aquello Egil? Suspiré y seguí adelante sin mirar una última vez al despojo que había detrás de mí.
No dejaba de pensar en quien había sido el que había intentado herirme. Algo me decía que fue Gull, ya que era el único que podría tirar desde tanta distancia y ser capaz de acertar de lleno, ¿pero por qué querría acabar con mi vida? Cuando salí de la pradera me lo encontré, estaba tranquilo con el arco colgando del hombro. Me acerqué a él con el arco y la flecha preparada, hice que Regn se detuviera frente a él y le apunté entre los ojos.
—Vuelve a hacerlo y los dioses reclamarán tu alma —aseguré entre dientes.
Le miré haciendo una mueca, le golpeé con el arco y guardé la flecha. No hizo falta que dijera nada más, una sola mirada hizo que se marchara. Desde que me salvó de aquella roca no habíamos vuelto a vernos.
Vi como Jokull estaba junto al resto hablando con ellos, preparándoles para lo que estaba a punto de suceder. Nos había visto aparecer desde la lejanía por lo que hizo que todos se detuvieran atentos a lo que les contaba. Cuando estaba acercándome me erguí y clavé la mirada en el horizonte, no la desvié hacia ellos en ningún momento, solo seguí mi camino.
Bajé al centro del pueblo, me acerqué a la gardr de Bror, otro de los grandes frilaz del pueblo junto a Atel, este primero se encargaba de las armas y el segundo de las pieles. Até a Regn en el poste que había en la entrada y di varios golpes en la puerta para que vinieran a recibirme. Al final fue Linna, su hija, quien me abrió. La muchacha fagrhárr se colocó uno de los mechones tras la oreja y sonrió al verme. Era la primera que me sonreía, salvo Gyda, desde la marcha de Egil.
—Heill, Gala —me saludó alegremente.
—Heill, Linna, venía a ver a tu faðir.
—Claro, pasa —se hizo a un lado—. Adelante.
Esperé a que fuese ella la que pasara por delante, para que me guiara por el interior hasta llegar a donde se encontraba Bror.
—Faðir —le llamó—. Ha venido Gala.
El hombre apareció tras una larga piel marrón como la tierra húmeda con las manos manchadas y el rostro sudoroso.
—Heill, Gala, ¿qué necesitas? —preguntó con su grave voz.
—Anoche hice una empuñadura para un knífr y me gustaría que hicieras el cuchillo, además de la funda —le tendí la empuñadura.
Bror hizo una mueca algo extraña. Cogió lo que le estaba dando y empezó a mirarlo desde la parte de abajo hasta llegar a arriba.
—Creo que podré hacerlo —carraspeó y miró a Linna tras mirarme a mí—. La funda deberías pedírsela a Atel, es él quien se ocupa de ellas.
—Podría pagarte por ello ahora mismo.
—¿Con qué?
—Un heri, grande, lo he cazado antes de venir.
El hombre asintió, salí de la casa y fui en busca del heri. Lo saqué de la alforja, le quité la flecha que aún seguía clavada en él y volví al interior de la gardr. Escuché como Bror y Elsa, su mujer, hablaban acaloradamente sobre algo pero no lograba entender qué era lo que estaba ocurriendo. Hice un poco de ruido al caminar para que supieran que estaba aproximándome, y se callaron.
—Aquí tienes —dije dándole la liebre.
—Bien.
—¿Cuándo estará listo? —pregunté ansiosa.
Dejó los ojos fijos en la mesa de madera que había tras mi espalda y frunció el ceño pensando durante un momento.
—Tal vez lo tenga mañana antes de que se ponga el sol, ven entonces.
—Gracias, Bror.
Tras acabar de hablar con él, salí de su gardr para dirigirme hacia la de Göran, estaba segura de que ellos sabrían algo del paradero de Egil, o por lo menos podrían decirme si seguía con vida. Golpeé la puerta insistentemente pero nadie vino a atenderme, seguí dándole unas cuantas veces más hasta que después de un rato fue Göran quien me recibió.
—En esta casa aún conservamos el oído —espetó molesto.
—Lo lamento.
—¿Qué quieres? —preguntó de mala manera.
—Me gustaría saber si… si Egil está bien… He pensado que… —susurré y noté como mi voz iba desapareciendo tras decir su nombre.
—Eso a ti no te incumbe, muchacha.
Intentó cerrarme la puerta, pero puse mi mano impidiéndoselo antes de que se cerrara del todo.
—Sí, me importa más de lo que crees.
—Si no está con nosotros es por culpa tuya —espetó con odio.
—No me importa lo que pienses, solo quiero saber si está bien.
—Sí, lo está —tras eso cerró la puerta dando un buen golpe.
Dejé ir un soplido intentando controlarme. Antes de irme le di un puntapié a la puerta, por las formas que había tenido al hablarme, aunque yo tampoco tuve las mejores.
Fui hacia mi gardr, pero al entrar no vi a nadie, así que, decidí ir a la hús de Thorbran, aunque no quisiera ni verme, debía avisar a mi padre de mi vuelta. Me encaminé hacia allí atravesando casi todo el poblado, desde que le eligieron como Jarl, Thorbran y su familia habían vivido en lo alto de la colina, desde allí podía vigilar todo lo que ocurría. Aunque la cosa cambió después de que un incendio en la antigua gardr acabara con la vida de su mujer, Astrid. Egil no pudo soportar vivir en el mismo lugar en el que su madre había muerto, y fue por eso por lo que se marchó a la gardr donde vivía desde entonces, entre el heimr y los establos. No estaba muy lejos, sobre todo si ibas a caballo. Até a Regn en el poste que había en la entrada, en algunas de las cabañas habían puesto amarres en los que dejar a los animales.
Subí los escalones que había para llegar a la entrada, podía escuchar como mi faðir y el Jarl hablaban sobre algo, parecían enfadados, también pude escuchar como Jokull intervenía. Algo estaba a punto de ocurrir, sino no estarían así. Di varios golpes en la puerta esperando a que me abrieran, pero no parecían tener intención a hacerlo, sin esperar más fui a abrir y me encontré a una mujer con los cabellos negros.
—¿Qué deseas, muchacha? —preguntó cariñosa.
La observé detenidamente, también lo que había a su espalda. Padre estaba en pie y pude ver como algo se hinchaba en su frente. Aparté a la mujer delicadamente y fui directa hacia él, le agarré por el brazo e hice que se sentara. Noté como su respiración iba calmándose y acabó por ceder. Se tranquilizó y entonces me miró, pero no antes sin que Thorbran se dirigiera a mí.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con desprecio.
Le miré con mala cara, hice una mueca e ignoré su pregunta, no valía la pena discutir por algo que no serviría de nada.
—Faðir, vuelvo a nuestra gardr.
—Vaya, tú al menos puedes volver a casa —comentó irónico Thorbran.
Permanecimos en silencio, ninguno de los cinco osó decir nada. Tenía la mirada fija en mí, solo que la suya desprendía todo el dolor y el desprecio que se podía encontrar en los nueve reinos, algo que yo jamás sentí por él.
—Porque mi sonr no puede, ¿sabes? —Aclaró.
—Lamento que sea así, Thorbran… De veras. Pero fue él quién decidió marcharse.
Se puso en pie furioso más de lo que jamás lo había estado, era más alto que yo, rudo e imponente. Parecía un gigante de Jötunheim, fuerte y más duro que una roca.
—¡Egil se marchó por tu culpa! Por tus venas corre la sangre de Loki —gruñó con maldad.
—¡¿Quién te crees como para hablar así de ella?! —Le rebatió padre.
Me apartó hacia un lado, cogió al Jarl por el cuello del kirtle, acercó su cabeza y dejó pegada su frente a la del otro. Ninguno de ellos dijo nada, solo se miraban. En ese momento Thorbran aprovechó para golpearle en la boca, y padre dio un paso hacia atrás cayendo sobre el asiento en el que estaba. Se puso en pie de un salto y le devolvió el golpe, y tras este otro en el costado. Se subió a la mesa para quedar por encima de él, pero de nada sirvió ya que el Jarl lo tiró al suelo, se echó encima de él y lo golpeó con fuerza.
—¡Deteneos! —grité.
—Tranquilos —dijo Jokull quien intentó que se calmaran, pero no sirvió de nada.
El asiento cayó por detrás de padre, quien intentaba agarrar a Thorbran por el cuello, tirándolo al suelo y colocándose sobre él. Le dio un fuerte golpe en la boca, pero lo que no esperaba era que se lo devolviera con un rodillazo en la espalda.
—Faðir! —grité angustiada.
Seguían golpeándose sin dejar que ninguno de los dos pudiéramos detenerlos, incluso la thraell intentó hacerlo. Cuando estaban en la parte más feroz de la lucha solo se me ocurrió colocarme entre ellos, por lo que me llevé un buen golpe haciendo que cayera al suelo, igual que ocurrió con Egil. Jokull vino a ayudarme, me puso en pie y me sentó para comprobar que estaba bien. Fue entonces cuando se interpuso entre ellos con los brazos extendidos separándolos. Los dos se miraron con rabia, la furia que había en ellos iba a tardar en consumirse, no podrían convivir como lo habían hecho hasta ahora y una vez más la culpa iba a ser mía.
—Quietos —gruñó molesto, les dio un empujón a cada uno para que se separaran aún más.
—Solo quería deciros eso —me pronuncié—. No os golpeéis más, sois hermanos, no vale la pena, tenéis unos hijos deplorables.
Los tres me observaron con la boca abierta, confusos y sorprendidos por lo que acababa de decir. Cuando fui a salir me encontré de nuevo con la mujer que me observaba como si fuera una extraña.
—¿Qué miras? —Le pregunté molesta.
—No es nada… —Se apresuró a decir.
—Eso creía.