Capítulo XXI

Festarmál.

 

Me temblaban las manos, estaba tan nerviosa que me era imposible estar quieta y poder calmar mi angustiada respiración. Iba de un lado al otro de la gardr, arrastrando parte del vestido que me había hecho Elsa, y que a pesar de ser hermoso me quedaba grande y eso hacía que me llevara conmigo todas las piedras y ramillas que había en el suelo. No podía dejar de pensar en dónde estaría Egil, solo podía centrarme en ello, solo esperaba que todo saliera como debía o acabaría por perder la razón. Apenas habíamos tenido tiempo para prepararlo, normalmente se tardaba algo más de doce lunas y nosotros lo habíamos hecho en menos de una. Solo les rogaba a los dioses que estuviera todo perfecto. Hacía tanto que deseaba que llegara aquel momento. Creía que rompería a llorar cuando llegara la hora de estar con él hasta que nos reclamaran los dioses.

Estaba tan nerviosa que no pude evitar que una tormenta arrolladora y descontrolara se hiciera con mi cuerpo y mi mente, sentía tantas cosas que no era capaz de separarlas, sentía gozo, nervios, inquietud, desesperación, pero también deseo… Estaba preparada para que llegara la hora. No podía dejar de caminar de un lado a otro alrededor de la mesa, me senté sobre el jergón pero no podía dejar de mover las piernas. Me di un golpe en ellas, pero de nada servía. Me puse en pie de nuevo, anduve por todas partes, me pasé las manos por el cabello, Linna me lo había recogido y lo había adornado.

—¡Detente ya! —gritó Linna desde el otro lado de la cabaña molesta.

—No puedo, hay algo en mí que me está haciendo perder el sentido —susurré con pesar, me estaba descontrolando.

—Siéntate y quédate quieta —dijo cogiéndome por los hombros y sentándome en uno de los asientos de madera junto a la mesa—. Sentada.

Bufé enfadada, pero por suerte ese bufido acabó de deshacer el nudo que había en mi interior. Hice lo que me decía, me quedé intentando permanecer quieta, mientras ella seguía tocándome el cabello, algo se había deshecho.

Linna se había encargado de la gran mayoría de los preparativos, junto a su madre, Elsa, y a algunas de las mujeres del poblado, Bera y Agnetha, la madre de Gull, quien se ofreció para preparar el gran banquete. Me pasé las manos por el vestido, era claro, con algunos filamentos de oro cosidos en los puños, y el cuello adornado por resplandecientes cuentas. En la parte baja del vientre había un cinto cosido del que colgaba un poco de piel de oso, lo que hacía que la parte superior del vestido quedara pegada a mi cuerpo. De este también colgaban plumas del arnar que traía Egil sobre su hombro cuando llegó.

Linna me había oscurecido los ojos con carbón, lo que los hacía más llamativos, o por lo menos eso decía ella. Me pasó las manos por el cabello, deshizo lo que había hecho, y volvió a hacer mejor las trenzas que sujetaban las flores, dejando que parte de mi cabello quedara suelto en mi espalda. Varios golpes irrumpieron el silencio que había en la gardr, la puerta se abrió y fue Elsa quien apareció tras ella con una sonrisa enorme en sus labios. Cuando me vio, se sorprendió y pude ver como sus ojos se humedecían.

—Gala… —susurró—. Estás hermosa.

—Gracias —dije sintiendo como mis mejillas se enrojecían.

Dio varios pasos hacia nosotras y sacó algo de una de las alforjas que llevaba colgadas, era un hermoso colgante de oro con piedras rojizas. Me lo tendió, para que lo observara más de cerca. Era demasiado bello como para que lo llevara yo.

—Es para ti —susurró la mujer, orgullosa.

—Yo… —dije sintiendo como apenas podía hablar, la voz no me salía, era demasiado bonito—. Lo siento, Elsa, no puedo aceptarlo —murmuré con pesar.

—No es mío, Gala, es un presente de Hanna —me explicó e inmediatamente mis ojos se llenaron de lágrimas—. Está preparándose y me ha pedido que te lo traiga —prosiguió— ella lo llevó en su festarmál, igual que sus padres y abuelos —siguió—. Quiere que ahora lo lleves tú —concluyó.

Pasé las manos por encima de cada una de las cuentas que lo adornaban, maravillada por su belleza.

—No puedo aceptarlo, Elsa.

—¿Quieres que venga ella y te lo ponga? ¿Vas a hacer que esa pobre mujer tenga que venir hasta aquí solo porque eres una testaruda?

La miré con los ojos bien abiertos, atónita por lo que acababa de decir, y por como lo había dicho, nunca pensé que fuese a hablarme así.

—Está bien, me lo quedaré —me reí.

Se lo di a Linna y esta me lo colocó, dejando que cayera por mi cuello.

—Estás hermosa —añadió Linna, poniéndose frente a mí.

Me pasé las manos por el brazalete que me había regalado Egil, observé al kottr y a sus ojos, y sonreí. Había llegado el día, todo aquello que había ansiado se iba a volver realidad.

Alguien volvió a golpear la puerta, solo que esta vez lo hizo con tanta fuerza que se acabó abriendo sin que la persona que estaba fuera hiciera ningún esfuerzo. Fue Gull quien apareció tras esta, se había recogido parte de su cabello, lo que me sorprendió.

—Vaya, Gull —dije mirándole de arriba abajo—. Has elegido bien, systir —me giré hacia Linna.

Esta rio a carcajadas y a ella se le unió su móðir. Gull se acercó a la muchacha, pasó sus brazos por su cintura y la besó.

—Hacen una unión hermosísima —añadió Elsa.

—Sí, estás en lo cierto.

Aquellos dos se separaron, Gull se colocó al lado de Elsa y la besó en la mejilla.

—Para ti también tengo un beso —dijo sonriente—. Bueno, hermosas mujeres, será mejor que nos marchemos, hay que terminar de prepararlo todo antes de que llegue Gala.

Ambas asintieron, Linna se acercó a mí y me abrazó. Elsa se despidió con una enorme sonrisa y una mirada dulce.

—Nos vemos en un rato —dijo Linna antes de marcharse.

—Sí, id con cuidado.

—Volveré a por ti —me dijo Gull.

Asentí con una sonrisa y cuando se marcharon algo en mí se derrumbó. En aquel momento anhelaba el tener a madre, desearía tenerla conmigo. Apenas sabía nada de ella, padre me explicó que cuando nací durante una incursión en Valland, fue por ello por lo que recibí este nombre, Gala. Madre había perdido tanta sangre durante el alumbramiento que no había podido volver a nuestra heimr.

Móðir —dije en un susurro—. Espero que los dioses la tengan en su seno, sería un placer y un honor que estuviera aquí conmigo para disfrutar de este maravilloso momento, no sabe cuan feliz soy de tener una vida tan plena como la que me disteis —algunas lágrimas amenazaron con salir, pero las detuve—. Padre ha sabido cómo cuidar de mí durante todo este tiempo, sé que anhela tenerla a su lado, estoy segura de que la sigue amando a pesar de todo, pero no es capaz de admitirlo. Confío en que pueda verme desde el Valhalla, que comparta conmigo este día.

Mis palabras se detuvieron cuando escuché como la puerta se abría, en la entrada estaba padre, quien vestía sus mejores ropajes para la ocasión. Se había recogido el cabello y se lo había trenzado, estaba bellísimo.

—Gala, dottir —dijo mientras abría—. Tenemos que…

Me puse en pie y al verme completamente vestida sonrió orgulloso con los ojos llenos de lágrimas.

—Eres igual que tu madre, tan bella, hermosa, delicada y a la vez tan salvaje —murmuró en voz baja temblando.

Di varios pasos hacia donde se encontraba y nos fundimos en un cálido abrazo.

—¿No debería ser Gull y Carón quienes vinieran a por mí?

—Están fuera —se pasó las manos por el rostro—. Debemos irnos ya.

Asentí, y me cogió de la mano. Cuando abrió la puerta de nuevo vi como estaba Regn esperándome, con el cabello trenzado, adornado con pequeñas flores rojizas y blancas. Ella también estaba preciosa. Padre y Carón me ayudaron a montar mientras Gull la sujetaba. Cogió las riendas del hestr, y tiró de ellas para que comenzara a andar, pero no le hizo caso hasta que fui yo quien chasqueó la lengua.

Llegamos a lo alto del camino que llevaba hasta la vangr, y desde ahí podía ver como había sido adornada para la ocasión. Había una hoguera a un lado, y frente a estos estaban los trégod, las cuatro grandes estatuas de los dioses, Odín, Thor, Freyr y la hermosa Freyja. Había una gran mesa que estaba decorada con flores y troncos. En el centro de estas habían colocado una manzana, en representación de Freyja y a su lado un cuerno lleno de hidromiel, para tener con nosotros al padre de todos los dioses, Odín.

Todo el poblado se había reunido allí, esperando a que llegara. Miré hacia todos lados, no era necesario hacerlo para darme cuenta de que mi hombre no estaba. Me giré hacia el camino que acababa de recorrer, y vi como Egil cargaba a Hanna en brazos y como Göran iba tras él con un asiento de madera para que pudiera sentarse.

Llevaba el cabello algo más corto que hacía un tiempo, aunque no tanto como cuando se marchó. Estaba trenzado, al igual que el mío, salvo que la suya se iniciaba en el nacimiento del cabello, y llegaba al final de este quedando completamente sujeta a su cabeza.

Dejó a Hanna con Göran, se acercó a donde estaba y me dio la mano para que pudiera desmontar de Regn sin que cayera, de repente me cogió en brazos y me besó frente a todos. Mientras, padre se la llevó hacia un lado y la ató en los postes. Luego se colocó junto a Thorbran y Jokull, mientras observaban como Egil me colocaba en el sitio.

—Estás hermosa —me susurró al oído.

Bajé un poco la vista y sonreí vergonzosa. Todos los que allí se encontraban nos vitorearon. Thorbran ocupó su lugar junto a Helga, sería ella quien nos uniera en presencia de nuestros hermanos y los dioses.

—Bienvenidos, hermanos —nos saludó a todos con los brazos alzados.

Algunos de los que estaban con nosotros no dejaban de hablar por lo que Thorbran no pudo evitar mirarles con mala cara a la vez que fijaba sus ojos en ellos.

—Helga —dijo haciéndose a un lado.

Heill Landvaettir[97] —saludó a los espíritus que ocupaban nuestras tierras—. Os hablo para que nos honréis con vuestra presencia escuchando lo que os digo y bendiciendo este lugar —dijo cogiendo aire—. Os ruego que por los dioses y por la tierra que hay bajo mis pies, deis felicidad, fuerza y gozo a esta pareja, Egil y Gala, para que tengan una vida llena de amor, plena y próspera.

Antes de seguir nos hizo una señal mientras nos tendía unas ramillas de salvia, para que encendiéramos un fuego.

Heill Kynkfygjur[98] —esta vez saludó a los espíritus, familiares de aquellos que murieron de ambas familias—, os pido fuerza para que se cree una nueva familia, aquella que está por surgir, bendecidlos con muchos hijos. Os ruego que estéis junto a ellos, en la felicidad y desgracia, dándole esperanza cuando les falte.

Helga cogió otro manojo de salvia seca y lo prendió, haciendo que lo que salía de él rodeara nuestros cuerpos, limpiándonos de todo lo malo.

—Espíritus protectores sagrados, que vivís en estas tierras, os pido que me ayudéis a alejar todo mal que haya en ellos, y que a su vez los envolváis de dicha.

Llegó el momento en el que debía hablarle a los dioses, así que, lanzó una mirada al cielo, buscando su bendición y prosiguió.

Heill Æsir[99] —dijo refiriéndose a Odín y Thor— Dios del trueno y de la tormenta, te pido que les des vigor y arrojo. Odín, padre de todos, Dios de los dioses, tú que viajaste por todos los reinos hasta llegar a lo más profundo. Tú que sacrificaste tu ojo en el pozo de Mimir para conseguir la ambrosía de la sabiduría. Ahora esta pareja beberá de ese dulce néctar para conseguir la dicha que quieras entregarles. —Sonrió mientras nos miraba y nos tendió el cuerno repleto de hidromiel—. Heill Vanir[100] —dijo hablando a Freyr y Freyja —Freyr, Dios de la fertilidad, te ofrecemos como presente estas semillas, para plantar vida y amor en ellos —cogió algo de cereal y lo lanzó al aire, haciendo que cayera sobre nosotros—. Oh, Freyja, Diosa del amor y la fertilidad, acepta este fruto como ofrenda, dales alegría, hijos y todo aquello que más deseen —comentó a la vez que nos tendía un fruto.

Le di un mordisco y se la di a mi vikingo, tras eso, Helga siguió hablando.

—Gala, acepta esta espada para tu futuro hijo —le dio a Egil la espada que sujetaba Thorbran—. Y ahora debes presentar la nueva al novio.

Detrás de mí apareció Linna, quien me dio la espada que habían hecho para entonces.

—La espada transfiere el poder y la protección de la novia, al padre, a su esposo —aseguró con una amplia sonrisa.

Linna no desapareció de detrás de mí, estaba preparada para ocupar su lugar.

—Ahora los anillos —hizo que Linna pasara a un lado.

Los colocamos sobre las espadas entrecruzadas, para que se sujetaran. Miré fijamente a Egil a los ojos, y luego a las espadas.

—Egil, ¿juras ante los dioses que quieres desposarte? —preguntó tomando el rostro de mi hombre entre sus manos y mirándole a los ojos.

—Lo juro —contestó Egil—. Con los dioses como testigos.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al escuchar cada una de las palabras que decía Egil, las manos me temblaban, sentía como las piernas me flojeaban… Busqué la fuerza que me faltaba, aquella que los nervios me arrebataban y allí la tenía, frente a mí.

—Gala —dijo entonces cogiéndome a mí—. ¿Juras ante los dioses que quieres desposar a este hombre?

—Sí, lo juro.

Cruzamos más las espadas, para así poder coger los anillos, nos los pusimos y no pude evitar sonreír y llorar de la alegría.

—No llores, mi hermosa mujer —dijo Egil mientras pasaba sus grandes manos por mis mejillas.

Helga nos miró con una sonrisa, era de las pocas veces que la había visto hacerlo.

—A partir de ahora, podréis avanzar lejos de las tormentas, cuando sea el momento y las nubes oculten la luz de Sól en vuestras vidas, recordad que aunque no veáis, siempre estará ahí —añadió— algún día desaparecerá, y llegará el fin —dijo mirándome a mí a los ojos— protégele —me pidió—. Estáis casados.

Nos besamos llenos de alegría, noté como algunas lágrimas se escapaban de los ojos de Egil.

—No llores, víkingr —murmuré con una sonrisa.

—Es de dicha, mi hermosa mujer.

Todos los que allí estaban nos aplaudieron y vitorearon.

—Egil… Tengo algo que decirte —susurré.

Antes de que pudiera decirle nada, padre me cogió por la cintura y me dio la vuelta para abrazarme con fuerza.

—Ahora ya eres suya, niña.

—Siempre seré tuya, padre.

Cuando me giré para poder hablar con Egil no lo encontré, había desaparecido entre la gente y en su lugar había aparecido Linna, quien venía a por mí, y tras ella Gyda, para poder felicitarme por nuestra unión. Apenas podía escucharlas, me sentía débil, todo el cuerpo me pesaba al andar, en mi interior un fuego intentaba escapar. Salí corriendo hasta que pude alejarme un poco. Un incontrolable dolor hizo que me doblegara sobre mi misma.

—¡Gala! —gritó Egil desde donde se encontraba.

Ladeé un poco la cabeza, pero parecía que todo estuviera moviéndose a mi alrededor, unas horribles ganas de echar todo lo que tenía dentro acudieron a mi garganta con insistencia, hasta que no pude aguantar más. Mi hombre llegó justo a tiempo para sujetarme por la cintura y para aguantarme el cabello, el cual recogería más tarde. No dejé de echar todo lo que llevaba dentro durante un rato hasta que no quedaba nada.

—¿Te encuentras bien?

—S… S… Sí —contesté como pude, mi voz y mi cuerpo temblaban a la vez, sin apenas fuerza que pudiera mantenerme en pie.

—¿Qué ha ocurrido?

Antes de que pudiera decir nada, se acercó Helga, quien me tendió un trozo de tela y respondió por mí.

—Está en cinta, muchacho.

Egil me miró, en sus ojos pude ver terror y amor por partes iguales, no parecía creer lo que acababa de decirle. Sentí como su cuerpo se tensaba, sus manos me apretaban, estaba enfadado.

—¿Desde cuándo?

—Yo… Hablémoslo después… —Le rogué con la voz temblorosa.

Asintió y me ayudó a caminar hasta donde se encontraba el resto de la gente, todos nos observaban, parecía que se habían dado cuenta de todo lo que había ocurrido. Las piernas me fallaban, y estuve a punto de caer, pero gracias a que tenía a Egil a mi lado no lo hice. Me cogió en brazos y me llevó a donde se encontraba su padre.

—¿Qué te ocurre? —preguntó Thorbran.

—Está en cinta —murmuró Egil.

Padre, quien también lo había escuchado, se quedó con los ojos bien abiertos sorprendido, su tez se había aclarado como el hielo, no se movía ni hablaba. Carón se acercó por detrás, le puso una mano en el hombro y le preguntó algo, pero este no reaccionó.

—¿Hammer? —preguntó— ¿está bien, hersir?

Asintió, pero no hizo nada más, permaneció observándome, viendo como Egil me aguantó mientras Gull iba a por una silla.

—¿Por qué no me lo habías dicho?

—No lo sabía… No del todo —murmuré con las pocas fuerzas que tenía.

—¿Desde cuándo?

—Cuando volviste… En mi gardr, la noche del banquete.

Me dejó sentada. Pasé la mano sobre mi vientre acariciándolo, Egil se agachó quedándose a la altura de este, pasó la mano por mi rodilla, la subió por mi muslo y acabó imitando mi gesto, maravillado.

—¿Aquí dentro crece algo nuestro? —preguntó asombrado.

Sus palabras estaban llenas de amor y cariño, tanto que hicieron que me estremeciera bajo su tacto, mi vello se erizó nada más escuchar lo que decía, un vida juntos, para siempre, con nuestra criatura.

—Cachorro, tal vez aún no puedas escucharme o seas demasiado pequeño, pero tenemos que cuidar de ella, de tu hermosa móðir —dijo con dulzura— entre los dos.

—Por los dioses… Egil —me tapé la boca con las manos.

Lo que acababa de hacer hizo que perdiera completamente el sentido, sabía que era él, los dioses lo habían puesto en mi camino, él era el hombre de mi vida, el que me completaría, el que me haría eterna.

—¿Qué ocurre, mo kottr?

—Es tan hermoso lo que dices —le respondí entre lágrimas, a la vez que pasé mis manos por su cabello.

Se puso en pie, para así poder abrazarme. Todo había cambiado, algo había hecho que estuviera lleno de orgullo y amor.

—No llores, mi hermosa valkyrja, tengo algo para ti.

—¿Para mí? —pregunté confusa—. ¿No tienes suficiente con este presente? —pregunté tocándome el vientre.

Me dijo que no con la cabeza, mientras volvió a cogerme en brazos.

—¿A dónde vamos?

—A nuestro brúdveizla[101] —contestó—. Tienes que alimentarte, sobre todo ahora que sois dos.

No dije nada más, Egil se acercó a su padre e hizo que fuera este quien me cogiera.

—¡No soy un animal! —Renegué moviéndome en los grandes brazos de Thorbran— aún puedo caminar.

Quería ir andando, sola, podía hacerlo, Egil me había devuelto las fuerzas que no tenía.

—Suéltame.

—Gala, es mejor que te lleve yo.

Le miré de mala manera, y acabó cediendo, decía que no con la cabeza, pero cuidadosamente acabó dejándome en pie. Parecía que podía caminar yo sola, a pesar de que sentía mis piernas doloridas. Solté la mano que envolvía la mía y caminé tranquilamente, hasta que apareció Linna y me cogió de la mano, sonriente.

—¿Qué te ha ocurrido?

—Linna, estoy en cinta —susurré y le hice un gesto para que no dijera nada.

Esta se llevó las manos al rostro asombrada. Me miró, bajó la vista hacia mi vientre y lo acarició, aún sin creer lo que le había dicho.

—¿Es eso cierto?

—Sí, es cierto.

Pasó las dos manos por mi tripa, delicadamente.

—Tengo ganas de conocerle, estoy segura de que será hermoso como vosotros.

—Sí, si se parece a mí Egil, lo será.

Todos pasaron frente a nosotros, ya que íbamos tranquilamente. Hanna no había podido hacer la comida, pero entre todas las mujeres y los thraell la habían preparado con mucho mimo, al igual que las mesas. Entramos en la gran skáli, todos estaban sentados pero faltaban algunos sitios por ocupar. Gull se había colocado junto a Carón, esperando a la llegada de Linna. El resto se sentaron como siempre lo habían hecho.

Linna me acompañó hasta donde debía estar yo, me senté, deshizo lo que llevaba en la cabeza y lo recogió todo en diversas trenzas en la parte superior de la cabeza. Ya era una mujer desposada. Cuando estaba observando las hermosas flores que había sobre la mesa escuché un silbido. Alcé la vista y al final del salón vi como entraba Björn con Egil, aunque este se quedó en la entrada.

—Gala, ¿puedes acercarte un poco? —Me pidió desde la lejanía.

Hice lo que me pedía, avancé un poco hasta llegar al final de una de las grandes mesas. No estábamos muy lejos, pero aún no podía ver que era lo que estaba escondiendo detrás de él.

Símbolo vikingo