Capítulo XXII
Por un instante mi mente empezó a dudar. No sabía que era lo que estaba escondiendo detrás de él, había algo en su voz que era distinto. No sabía que pensar, pero aquello no me impedía seguir avanzando hasta donde se encontraba. Björn se hizo a un lado, dejándole espacio para que pudiera pasar frente a él.
Fue entonces cuando Egil entró por completo y pude ver que llevaba tras él. Un enorme y hermoso gaupa[102], con los ojos dorados como los rayos del Sól, su pelaje era jarpr, incluso tenía algunas zonas oscuras como la tierra húmeda tras una lluvia. Me acerqué a él sin temor alguno, era tan sumamente hermoso que habría jurado que era uno de los felinos que tiraban del carro de Freyja. Fijó sus grandes ojos en mí, parecían haber sido oscurecidos como los míos con troncos quemados. Sus orejas eran puntiagudas, con algo más de pelaje que el resto del cuerpo.
Estaba tan cerca, que al dar dos pasos más pude tocarle, este me gruñó desconfiado, como lo haría yo, pero eso no hizo que me asustara. Mi hombre permaneció quieto, sin hacer nada, mientras dejaba que siguiera acercándome no me haría nada. Puse mi mano a su nariz para que me oliera, inmediatamente el animal bajó la mirada clavándola en el suelo y se tumbó mostrando sumisión.
A pesar de ver todo lo que ocurría, no acababa de entenderlo, no sabía dónde había encontrado a aquel hermoso kottr.
—Es para ti, valkyrja, él te protegerá cuando tú no puedas hacerlo, te guiará hasta Freyja cuando llegue el momento.
Sus palabras erizaron mi vello, cuando llegara el momento… Me repetí. Me arrodillé frente al animal emocionada. Cuando se dio cuenta de que estaba frente a él, alzó de nuevo la cabeza y pegó su nariz a la mía. Le pasé la mano por su peluda cabeza y le besé entre las orejas.
—Bienvenido a tu nuevo hogar, Skogkatt.
El gaupa me lamió las manos y luego pasó a la mejilla. Di un respingo al notar como su áspera lengua pasaba por mi piel y sonreí.
—Parece que se alegra de conocer a su dueña.
—¿Su dueña? —pregunté asombrada.
—Es tu morgingjölf[103], no podía esperar más —dijo con una sonrisa—. Eres su dueña, igual que lo eres de mi corazón.
De un salto me puse en pie, me acerqué a él y le besé con ansia. Cuando terminamos de besarnos se separó de mí y pronunció las palabras más bellas que jamás podría haber escuchado.
—Te quiero —me dijo con ternura.
—Y yo a ti.
Me mordí el labio inferior y me pasé la lengua por este mientras le miraba, lo que hizo que pasara uno de sus brazos por mi cintura, me tomara con fuerza y me apretara contra él.
—No hagas eso, mujer —me susurró al oído con la voz algo más rasgada.
—¿Por qué?
—Lo sabes muy bien —me besó con pasión.
Skogkatt llevaba una gran tira de piel oscura que resaltaba en su cabello, de este colgaba una larga cuerda que iba cogida de la mano de Egil. Volví a agacharme, esta vez para prestarle toda mi atención a él. Pasé mis manos por la cinta de piel, la desanudé junto a la cuerda, aquel animal merecía estar libre.
—Vamos, Skogkatt —murmuré.
Empecé a andar hacia donde me encontraba cuando entró Egil, hacia nuestra mesa, el animal me siguió como le había dicho. Miró hacia todos lados curioso, pero no hacía nada más que seguir mis pasos, vi como alzaba su cabeza algo más para olerlo todo y quedarse con cada uno de los rasgos de nuestros vecinos. Escuché como Egil venía tras nosotros poco a poco, observando como el fuerte animal se mantenía en calma acompañándome y sin separarse de mí. Con la mirada busqué algo en lo que poder echarle comida o agua. Pero no encontré nada. Le pedí a Hans que buscara, por lo que poco después vino con un cuenco.
Fui a por lo que había encontrado Hans, Skogkatt no separaba de mi lado. Le pasé las manos por la cabeza entre oreja y oreja, el animal ronroneó gustoso, se sentó y observó cómo le servía algo de agua. Me senté junto a Egil, todo el mundo nos prestaba atención a Skogkatt y a mí, por lo que le pregunté a mi hombre.
—Eres demasiado hermosa como para no mirarte, Gala, sobre todo ahora —dijo pasando una de sus grandes manos por mi vientre.
—Gracias…
Sentí como un repentino calor empezaba a invadirme, tornando mis mejillas rojizas, nunca sería capaz de acostumbrarme a que él me hablara así.
Antes de que empezara a comer, mi vikingo se puso en pie, silbó igual que había hecho antes, por lo que todos le prestaron atención.
—Me gustaría decir algo —dijo en voz alta—. Lo primero es que quiero agradeceros lo que habéis hecho hoy por Gala y por mí, sin vosotros no podría haber salido bien —todos nuestros hermanos aplaudieron—. Quiero agradecer a Hammer que me deje cuidar de una mujer tan hermosa y salvaje como lo es, Gala. A mi padre, por haberme hecho como soy, por haberme ayudado a crecer y por convertirme en el hombre que he conseguido ser —ladeó la cabeza y me miró a mí—. Y a ti, mi hermosa valkyrja, por hacerme el hombre más dichoso de todo el Midgard, los dioses me han hecho un gran presente, y ese eres tú.
Todos aplaudieron sus palabras, incluso yo, que sentía como mis ojos empezaban a llenarse de lágrimas.
—Qué los dioses os bendigan —gritó.
—Aguardad —les rogué.
Estaban pendientes de mí, tanto como Skogkatt, el cual había dejado de beber el agua que había echado en su cuenco.
—Los dioses nos han bendecido con un regalo, vosotros, quienes formáis parte de nuestra familia y… —dije algo cohibida—. Hay algo que quiero compartir con vosotros —cogí mi jarra y le di un largo trago— Freyja ha querido que en mi vientre porte una criatura de Egil, estoy en cinta.
Algunos se sorprendieron, otros no, pero todos ellos se alegraron de nuestra dicha, nos felicitaron desde todas partes de la sala, algunos se levantaron y nos abrazaron, menos Hanna, quien apenas podía moverse.
—¿Has oído? —Le dijo Egil al oído—. Vamos a tener una criatura.
—Sí, niño, gracias a los dioses ese pequeño tendrá una gran familia —dijo alegremente con la mirada algo perdida en la mesa.
Mi hombre le besó en la mejilla, yo hice lo mismo, a la vez que la abracé con fuerza y lo repetí con Göran, corrí a por padre y a por Jokull, ambos estaban demasiado sorprendidos como para reaccionar.
—Todo saldrá bien —les dije.
No dijeron nada, tan solo me abrazaron como pudieron y luego me besaron. Volví a donde me encontraba, me quedé junto a Skogkatt, y esperé que Egil llegara a mi lado para poder sentarnos juntos.
—¡Qué los dioses os bendigan igual que a nosotros!
Todos lanzaron un grito al cielo, y tras eso empezamos a comer.
Cuando terminamos, le di algunos huesos y trozos de carne al gaupa, era tan hermoso y salvaje, que no podía dejar de admirar su belleza. Egil decía que le recordaba a mí, aunque estaba segura de que él era aún más bello de lo que jamás podría serlo yo. El gran animal devoró lo que le había dado, cuando ya no le quedaba nada, me miró pidiendo algo más. Miré por encima de la mesa y vi como Egil tenía un trozo de pan y algunas cosas más. Sin que me viera se lo quité y se lo eché a Skogkatt.
Me limpié las manos con un trozo de tela y observé como el animal acababa de comerse lo que le había dado y después volvió a poner sus ojos en mí. Mientras esperábamos a que los thraell recogieran las bandejas y cuencos que había sobre las mesas, Jokull fue a por un escudo y unas espadas. Aquello duraría toda la noche y parte de la mañana. Cogí algunas cosas que faltaban por recoger, fui a la zona en la que estaban los thraell y Hans acabó por quitármelo de las manos. En el fuego había un enorme caldero repleto de agua, huesos y liebres que habían quedado, también había carne desmenuzada. Vi como Bera echaba algunas verduras, lo removió y dejó que se cocinara.
Agnetha había insistido en limpiar junto a Boril lo que habíamos ensuciado. Había muchas cosas que recoger, así que, me ofrecí a ayudarles, pero no quisieron que lo hiciera. De repente todas se callaron y permanecieron quietas. Me di la vuelta para ver qué era lo que ocurría, y vi como Skogkatt entraba.
—Tranquilas mujeres, Skogkatt no os lastimará.
—Es un gaupa muy grande, ¿cómo osas decir que no hará nada que pueda herirnos?
—Por qué sé que no lo hará.
Todas se callaron al ver que tenía razón, el animal se sentó cuando le miré y se quedó a la espera de saber hacia dónde iba a ir. Observaron como estaba tranquilo, cuando me acerqué a él pasé la mano por su cuello, ronroneaba como si no fuera más que un cachorro. Cuando vieron como el gaupa no hacía nada, todas se acercaron a él.
—¿Veis?
—¿Puedo… puedo tocarlo? —preguntó Gyda.
—Adelante —la animé a que se acercara, aunque antes de que lo hiciera le dije algo a Skogkatt al oído—. Tranquilo, kottr, es nuestra hermana.
Parecía entenderme, movió la cabeza como si estuviera aceptando lo que le decía. Maulló cuando me separé de él y esperó a que Gyda fuera quien le prestara algo de atención.
—Es hermoso —murmuró admirando su pelo.
—Lo es —afirmé ensimismada.
Egil nos interrumpió entrando en la sala, y nos miró.
—Gala, ven.
—Claro —dije con una sonrisa.
Lancé una mirada al animal y este sabía que era lo que tenía que hacer. Vino detrás de mí avanzando tranquilamente, con delicadeza, pero a la vez dejando ver su lado más salvaje, ese que siempre estaba ahí.
Egil me tomó de la mano. Cuando pasamos entre las mesas, algunos de nuestros hermanos nos saludaron, otros ya habían bebido demasiado como para darse cuenta de que estábamos pasando junto a ellos. Pero, era una noche para disfrutar de algo tan maravilloso como lo era nuestra unión. Salimos de la gran skáli y nos sentamos en el suelo con la espalda apoyada contra el pozo, como la noche en la que había cambiado todo. Skogkatt se tumbó a mi lado, y me observó en la oscuridad de la noche, hasta que vio el arnar de Egil, entonces salió corriendo tras él.
—¿Qué ocurre? —pregunté preocupada.
—Quería saber cómo te encontrabas.
—Estoy bien, Egil, tranquilo —dije con una sonrisa—. Puedo sola, además, ahora tengo a Skogkatt, él me ayudará.
Posó sus grandes manos sobre mi rodilla y la apretó.
—¿Puedo saber dónde has encontrado al gaupa? —pregunté llena de curiosidad.
—El Earl Ragnarr se encargó de él, fue un intercambio de favores.
Durante un instante permanecimos en silencio, escuchando como todos hablaban en el interior del gran salón. Hasta que Egil rompió el silencio.
—Estás hermosa —me dijo con una sonrisa—. Siempre lo estás.
Giré un poco la cabeza, adoraba poder observarlo cuando quisiera. Pero, en aquel momento apenas pude hacerlo, ya que acabó pegando sus labios a los míos, uniéndonos en un dulce beso. Me senté sobre él, sentir como crecía bajo mi cuerpo se había vuelto la sensación más deliciosa que había tenido jamás. Posó sus manos en mis caderas y las apretó con fuerza.
Su lengua entró en mi boca, haciendo que todo mi cuerpo respondiera al suyo. No dejábamos de besarnos una y otra vez, viendo cual de los dos amaba más al otro, no iba a dejar que me ganara, así que, acabó por rendirse, dejando que fuese yo quien le mimara. Nos devorábamos el uno al otro haciéndonos con cada uno de los sentimientos que afloraban, cada palabra no dicha, cada pensamiento oculto. Sus manos se escapaban, una de ellas se posó en uno de mis pechos y la otra se adentró bajo mi vestido.
Algo ardía en mi interior, aquello que él encendía, esa hoguera que cada vez rugía con más fuerza… El fulgor se aproximaba arrolladoramente. Me puse en pie, dejando a mi hombre en el suelo. Corrí hacia la gardr de Atel, fui tras esta y no pude llegar más allá, me agaché y devolví la comida que había engullido hacia nada.
—Oh, Freyja… —murmuré casi sin fuerza.
Escuché como Egil se acercaba a mí, sus pasos eran más fuertes y veloces de lo que habían sido los míos. Parecía preocupado. Sentí como mi cuerpo volvía a temblar a causa del esfuerzo.
—Cachorro, podrías ayudarme un poco —me acaricié el vientre.
—Ven, tranquila —me giró el víkingr, agarrándome.
Acabé de erguirme, esta vez parecía que podía andar tranquilamente sin sentir que todo me daba vueltas. Tendría que intentar llevar este malestar lo mejor posible, ya que iba a estar durante mucho tiempo así. Egil me ayudó a llegar hasta el pozo para que no me cayera y se colocó frente a mí, posando sus manos sobre mi cintura.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, tranquilo, no ha sido nada.
Se arrodilló frente a mí, quedando otra vez a la altura de mi vientre. Alzó la mirada y me observó, después bajó y dejó su mano sobre él.
—Sonr, cuida de mamá, no dejas que descanse… Cuando estés aquí ya tendrás tiempo de corretear por el skógr.
No podía evitar reír, aquel hombre hacía que cada vez me prendara más de él, ese gesto era el más tierno que había visto jamás, ni siquiera había visto así a Olaf cuando Paiva tuvo a Gyda. Me encantaba verle tan ilusionado, tan alegre por la llegada de nuestra criatura.
—Será mejor que entremos.
Asentí con la cabeza, entraríamos, pero no sin mi Skogkatt. Miré por todos lados, pero no lograba verle.
—Skogkatt —grité llamándole.
Apareció tras unos árboles con el morro manchado de sangre, parecía que al final había sido capaz de cazar y se lo había comido. Saqué del pozo el cubo que colgaba, cogí algo de agua e hice que se acercara a mí para limpiarle. Dejé que la sangre fuese desapareciendo, dando paso a la claridad de su pelaje.
—Ahora sí —le pasé la mano por la cabeza.
Me limpié las manos con agua y dejé que el cubo cayera al final del pozo. Me sequé en el vestido, por suerte solo era agua.
—Vamos —Egil tomó mi mano, y entramos en al skáli[104] de nuevo.
Jokull había vuelto junto a un par de hombres más, vi como este se tapó los ojos con una tela y retó a cada uno de los que le acompañaban a que lucharan junto a él, hasta que uno de ellos se rindiera o estuviera a punto de perder la vida.
Ya habían pasado varios días desde nuestro Festarmál, algo más de siete lunas, nada había cambiado, pensé que estar unidos de aquella manera, siendo su húsfreyja cambiaría en nosotros, pero no lo hizo, todo seguía igual.
Me senté sobre el jergón, Egil se había marchado a cazar junto a los demás, necesitábamos algo de comer, y a mí no me dejaban asistir a las cacerías, así que, iría a ver a Hanna, quien había empeorado considerablemente, pensábamos que iba a mejorar pero tras nuestra unión la tos volvió y junto a ella sus dolores.
No sabía si era bueno que estuviera a su lado, tal vez pudiera enfermar yo misma, como lo había hecho ella. Solo le rogaba a los dioses que aquello no ocurriera nunca, o por lo menos no hasta que mi criatura hubiera nacido.
—Hace mucho que no te digo nada, Lyss, espero que estés escuchándome. Al final he luchado por lo que quería, como me dijiste, gracias a ti y a esa fuerza que me diste, entonces pude abrir los ojos y todo cambió —me pasé la mano por el vientre—. Como sabrás estamos esperando una criatura, me gustaría que pudieras conocerlo. Desde que saben que llevo un niño dentro no me han dejado hacer nada, sigo siendo la misma, no he cambiado… Me molesta que lo hagan… Espero volver a ir junto a ellos.
Me puse en pie, estiré los ropajes y me di cuenta que mi vientre había crecido desde nuestro Festarmál. Salí de la gardr y vi como desde la lejanía apareció Skogkatt, quien se había marchado con Egil para ayudarlos en la caza, pero lo más seguro es que le hubieran dejado sin presa y se hubiera cansado.
—Vamos, Skogkatt —le animé.
El animal vino corriendo hacia mí mientras avanzaba por el camino de arena. Fuimos hasta la gardr de Göran y Hanna, parecía que hoy habían convencido al hombre de que les acompañara de caza, le iría bien alejarse de todo aquel mal.
Me acerqué a la gardr, di varios golpecillos en la puerta, aquella vez fue Helga quien nos atendió, quien se estaba ocupando totalmente del cuidado de Hanna. Mientras estaba yo aprovecharía para hacer algunos recados y buscar alguna que otra planta que necesitaba. El gaupa y yo entramos, este pasó frente a mí y se tumbó a los pies de la mujer mientras yo me quedaba junto a ella.
—¿Cómo te encuentras?
—Mal, muchacha —murmuró a duras penas—. La vida se me escapa entre las manos, ¿ves? —alzó las manos, pero no veía nada—. Sé que las valkyrjas no vendrán a por mí…
La observé pero no dije nada. La mujer sufría, si hubiera algo que pudiera hacer por salvarla, o para aliviar ese dolor que llevaba dentro haría lo que estuviera en mi mano, tal vez hubiera algo que le hiciera descansar.
—Sí, lo hay —añadió Helga desde la entrada.
—Pero… —dije confusa.
No entendía como había sabido que era lo que estaba pensando, estaba desconcertada, no sabía que ocurría en aquel momento, solo sabía que aquella mujer era capaz de saber mis pensamientos.
—Hay una planta que puede hacerlo.
Callé, no dije nada más, esperaba a que ella misma me diera la respuesta que tanto ansiaba.
—Le he estado dando un ungüento que hace que su corazón se detenga, que vaya cada vez más lento, a la vez que alivia el mal que tanto la atormenta.
—¿Quién crees que eres como para decidir si ella debe vivir o no? —Gruñí enfurecida—. No eres una völva, no eres más que una maldita hija de Loki.
—Por eso mismo, niña, porque soy una völva, los dioses así lo quieren.
Con un ligero movimiento de cabeza hice que el gaupa se colocara frente a ella amenazante con la boca entreabierta mostrándole su fuerte mandíbula, acorralándola contra una de las paredes hasta que consiguió que saliera de la gardr. El animal me miró y permaneció en la entrada, vigilando que nadie entrara.
—Hanna, Hanna —la llamé con desesperación.
—¿Qué ocurre, Gala? —preguntó sin fuerzas.
Tenía que hacer que aquellos efectos desaparecieran, que no quedara nada en su cuerpo, o sería su vida la que acabaría por desaparecer antes de que pudiéramos hacer nada por evitarlo.
—Escúchame —le pedí.
La mujer asintió levemente, estaba preparada para lo que iba a decirle.
—Necesito que me digas si hay alguna planta que limpie el interior de nuestro cuerpo, la sangre.
—Algo habrá.
—Hanna, dime donde está, por los dioses, dímelo —me desesperé con los ojos llenos de lágrimas.
—Mira en el arcón —lo señaló como pudo.
Me puse en pie de un salto y fui hacia ella.
—¿Qué busco?
—La ortiga.
Abrí el cajón, demasiadas plantas para tan poco sitio, había algunas hojas, otras machacadas y otras que parecían polvo. Diente de león, salvia… Había demasiados. Pero lo encontré.
Cogí un cuenco de agua, le eché unas cuantas hojas y lo coloqué en el fuego. En una jarra eché más agua, le puse el polvo y lo removí. No se sabía si aquello iba a funcionar, lo único que tenía claro era que no habría suficiente como para que terminara de curarse. Eché unas cuantas hojas más, hasta que terminó de calentarse.
Me acerqué a la mujer a toda prisa, no podía dejar que muriera, si Egil lo supiera su corazón se partiría en dos y yo ya no podía hacer nada más. Hice que se tomara el líquido, bebiéndoselo de un solo trago.
Cuando el agua estuvo bien caliente, machaqué las hojas, como hice con Egil, estaba ardiendo, me estaba hiriendo las manos, pero no me importaba, tenía que curarla como fuese. Humedecí trozos de tela, dejando que algunas hojas se entrelazaran con estos. El calor haría que entrara mejor en ella.
Di varias vueltas. Había pasado un buen rato dándole las mezclas y la mujer no mejoraba. Me senté de nuevo a su lado, y me agaché para hablar con ella.
—¿Hanna?
No respondía, seguía respirando, aún no había dejado ir su último halo de vida. Dejé que descansara pero no por mucho tiempo más. El corazón se me encogió al ver que no reaccionaba, pero tal vez tan solo estuviera dormida.
Poco después no pude aguantar la angustia, necesitaba que me dijera que iba bien, aunque susurrase mi nombre. La zarandee levemente para que despertara, no podía dejarla así. Sentí un terrible vacío en mi interior al ver cómo había dejado de respirar, su corazón ya no se movía, ya de nada servía intentar despertarla.
Las lágrimas empezaron a recorrer mis mejillas, su piel estaba fría como el hielo, la calidez que emanaba de sus ojos se había marchado y ya no había más que un terrible vacío que había destrozado mi alma. Se había ido, murió conmigo y no pude hacer lo suficiente como para mantenerla con vida. Los dioses se la llevaron aun sabiendo que luchó contra ello. Escuché como un buen golpe resonaba en toda la estancia, algo había caído. Giré un poco la cabeza y me encontré a mi hombre arrodillado en el suelo, junto al gaupa, deshaciéndose en lágrimas llenas de dolor y angustia.
No podía respirar, no podía verle así. Estaba destrozado, la mujer a la que más quería se había marchado y no había podido decirle cuanto iba a añorarla. Fui hacia donde se encontraba, y le abracé con fuerza. Cientos de pequeñas gotas recorrieron nuestros rostros empapando nuestros ropajes, muriendo, desapareciendo, como lo había hecho Hanna.
—Lo siento… Lo siento —murmuré con desesperación—. Perdóname, mo víkingr, perdóname.
No dijo nada, se limitó a abrazarme, a no dejar que cayera, ni que me fuese a ninguna parte. La congoja se había apoderado de nuestros corazones y de nuestras mentes. Alcé la vista y vi a Göran, quien nos observaba tembloroso.
—Göran… Yo… —dije sin saber cómo explicarle lo ocurrido.
Me puse en pie, Egil imitó mi gesto, se pegó a mi espalda y rompió a llorar, pegando su rostro a mi hombro. Nunca antes había visto tanto dolor en sus ojos, en esos que habían perdido su brillo, ese que Hanna se había llevado consigo.
—Helga estaba dándole ungüentos para que dejara de vivir —le expliqué—. He… he intentado salvarla, pero de nada ha servido.
—¡Maldita! —Rugió enfadado como nunca.
—He hecho todo lo posible, Göran… Lo siento, de veras que lo siento… —Le dije angustiada—. Los dioses se la han llevado, pero sé que te estará esperando con una hermosa sonrisa allí arriba, junto a Thor.
—Se ha ido… se ha ido y no he hecho nada…
El hombre hizo una mueca, salió rápidamente de la gardr y nosotros tras él, se colocó junto al pozo y se pasó las manos por la cabeza.
—Tarde o temprano os llevaréis mi alma, tal vez moriré de pena, ¿por qué no marcharme ahora con mi amada?
Sacó un knífr de su cinto y justo cuando iba a llevárselo al cuello, Egil lo atrapó junto a Jokull, para que no lo hiciera.
—No voy a permitir que me dejes tú también —le prometió— ¿me oyes?
El hombre dejó de hacer fuerza, de resistirse a mi vikingo, este le quitó el knífr, lo tiró al suelo, le dio la vuelta y le abrazó.
—No te vayas… —Le suplicó como si fuera un niño.
—Chiquillo, déjame marchar, no me hagas vivir con este dolor —le rogó Göran.
Mi hombre lo soltó y cuando se dio cuenta, le quitó una de sus hachas.
—Adiós, hermano, cuida de ella —susurró Egil justo antes de sacar su knífr y acabar con su vida.
Le había cortado el cuello, la sangre había manchado su rostro y era el vivo reflejo del dolor más puro. Se dio media vuelta y desapareció entre las gardrs, sin decir nada más.
Habían pasado varios días desde la muerte de Göran y Hanna. Por orden del Jarl se había construido un hermoso drakkar el cual ardería en el lago junto a los cuerpos de nuestros amados hermanos, quienes irían directamente al palacio de Thor, a Bliskirnir[105], allí podrían descansar en paz.
Las mujeres del poblado habían tejido los bellos ropajes que les vestirían, junto a sus herramientas, plantas, armas y algunas ofrendas que todos los que habíamos querido a aquella familia decidimos llevar. Vi como Boril aparecía por detrás de nosotros, vestido con un largo kirtle limpio y con el cabello recogido, había decidido marcharse con ellos, con los que le habían tratado como si fuera uno más de la familia. Se marcharía a su lado, para servirles en el seno de los dioses.
Me acerqué a mi hombre, y le abracé por la espalda. Este se tensó, odiaba aquello, no era la primera vez que tenía que decir adiós a un ser tan querido. Cuando no era más que un niño tuvo que despedirse de su madre, y ahora de Hanna.
—Ahora estarán juntos, felices, sin dolor —le susurré al oído.
Asintió, cogió una de mis manos y la apretó. Thorbran apareció con una gran antorcha, vestido con sus mejores pieles. Todos se callaron al verle, esperando a que el Jarl pronunciara sus palabras, aquellas que despedirían a unos de los seres más queridos de todo el poblado.
—Dos de nuestros más queridos hermanos se han ido —anunció— Hanna y Göran han sido reclamados por los dioses, han dejado este reino para marcharse al Asgard.
Dejó ir un profundo suspiro y nos miró.
—No sé bien qué decir, en estos momentos hay algo en mí que no quiere aceptar que se hayan marchado, estoy contento de que los dioses los estén aguardando, he perdido a mucha gente, pero ellos eran mi familia, es complicado dejarlos marchar así —cogió aire y lo dejó ir—. Antes de despedirnos de ellos, Boril ha decidido seguir sirviéndoles junto a los dioses en vez de quedarse aquí siendo libre. —Lo miró y el thraell asintió— Helga, proceda.
Esta apareció vestida con ropajes oscuros, en su mano llevaba una daga hecha de plata, en la otra un ramillete de salvia ardiendo, que dejaba escapar humo purificador. Se acercó a él, dos hombres se colocaron detrás, pronunció unas palabras y degolló a Boril, quien fue recogido por ellos y colocado junto a sus dueños en el drakkar.
—Hermanos, que los dioses os bendigan con su presencia y os guarden en su gloria —pronunció Thorbran en voz alta.
Todos lanzamos un grito al aire esperando que nos escucharan. Tras eso, este se acercó al barco, y encendió unas ramas que había en la parte delantera y trasera. Hizo que los dos hombres lo empujaran alejándolo de la orilla, y terminó lanzando la antorcha para que acabara de prenderse.
Miré a Egil, estaba extraño, algo más serio de lo normal, lo que hizo que me preocupara al mirarle a los ojos.
—¿Qué ocurre? —Le pregunté.
—Gala… Hay algo que debo contarte.
—Explícame, ¿de qué se trata?
—Debo marchar junto al Earl Ragnarr, hay un fuerte enfrentamiento, no podemos dejar que se acerquen, no puedo permitir que te hagan daño.
Mi corazón empezó a moverse con más fuerza, no podía marcharse, no entonces.
—¿Pero…? ¿Cómo te vas a ir? ¡Egil! —pregunté nerviosa—. No puedes dejarme sola, por los dioses… ¡No te marches! —Le rogué.
—No estarás sola, he decidido que irás a vivir con padre mientras yo no esté —anunció— prometo volver pronto, valkyrja.
Una enorme tormenta se creó en mi estómago, rompí a llorar desconsoladamente sin poder controlarme. Creía en mi misma, en poder estar sola y saber cuidarme, pero que se marchase y no saber cuándo volvería ni cómo lo haría, hizo que mi interior se quedase desolado.
—No… No te vayas, por favor —le supliqué, casi arrodillándome frente a él.
—Gala, será un tiempo… —Intentó hacerme entrar en razón, pero nada lo conseguiría—. Volveré.
Me levanté, se pegó a mí y me besó en la frente.
—Hay algo que se ha partido en mí, Egil —susurré sin fuerza—. Que te marches me mata.
—¿Crees que yo no siento ese vacío? —Me preguntó con los ojos llenos de lágrimas—. No poder verte cada día, estar contigo, abrazarte, besarte cada vez que quiera, no veré crecer tu vientre, eso hace que mi corazón muera poco a poco, aunque realmente no puede hacerlo, porque es tuyo y solo tú lo posees.
Le abracé con tanta fuerza como pude, necesitaba sentirle. No quería que se marchara, pero debía hacerlo, por mí, por el pueblo y por nuestro pequeño.
—Sé que mi padre y Skogkatt sabrán cuidarte, y que el pequeño intentará estar calmado.
Sonreí, no sabía cómo iba a aguantar tanto tiempo sin él.
—Egil, hijo de Thorbran, futuro Jarl, como no vuelvas en breve prometo ir a buscarte, y sabrás quien soy yo.
—¿Sí? Vaya —dijo pensativo—. ¿Y qué me harás, mujer?
—¿Quieres saberlo? —Le dije al oído.
Este asintió, bajé mi mano, la metí dentro de su pantalón y le agarré el miembro.
—Iré a aplastártelo —le amenacé y tras eso gruñí.
—Entendido.
Janson y Carón, junto al resto de guerreros se encargaron de ir a por todas las armas, escudos y hestrs. No tardaron en llegar, Birgin apareció por el camino junto a los demás, habían traído con ellos a Espíritu.
Egil se subió sobre su hestr, este se había dado cuenta de que algo estaba ocurriendo y no pudo evitar relinchar asustado. Mi hombre anudó bien las alforjas para que no cayeran. Me miró desde arriba entristecido, hasta que en un arrebato, desmontó y vino hacia mí para besarme apasionadamente.
—Volveré —me prometió—, mi hogar es donde estés tú.