Capítulo XIII

Herpa, año 887. Siete meses después.

 

Salí de la gardr alarmada por el gran alboroto que estaba teniendo lugar en el centro del poblado, no quería ser la última en enterarme de qué era lo que estaba ocurriendo. Entré de nuevo en el interior, me coloqué bien las botas y los ropajes, cogí el cinto del que siempre colgaba mi knífr y una de mis hachas. Me pasé el arco por encima del hombro, no sabía si vendrían a atacarnos o a hacernos una visita, pero aun así debía ir preparada. De un golpe cerré la puerta, corrí por la tierra hasta que llegué a donde se encontraban los demás, empujé a algunos de ellos que estaban en mi camino para poder avanzar velozmente, pero choqué con unos cuantos que me impedían el paso. En la lejanía vi como unos guerreros se acercaban, ¿Egil?

Intenté apartar a todos los que había delante de mí, pasé como pude bajo sus piernas y sus brazos. Llegué a la parte delantera, la ropa se me había enganchado en los cintos de los demás, lo que había ocasionado que algunas partes se rompieran, los pantalones se me habían rasgado y manchado, pero no importaba. Apoyé las manos sobre las rodillas, limpié la arena que había en ellos y descansé un poco mientras acababan de acercarse. Estaba exhausta, sentía como el corazón se me iba a salir del pecho, ya no solo por los nervios sino por el esfuerzo.

Todos hablaban, cuchicheaban, nadie se callaba, era extraño ver como todos tenían algo que decir, algunas de las cosas que oí no eran más que sandeces sin sentido. Padre apareció por uno de los lados poniéndose delante al verme en esa postura, estaba preocupado.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Sí —dije a la vez que me erguí—. ¿Qué está ocurriendo?

Alzó los hombros como respuesta, no sabía de quién se trataba ni qué era lo que querían hacer aquí, por lo que debíamos esperar.

—Parece que tenemos visita e importante, mira —señaló a Thorbran.

Este apareció por el lado contrario por el que había venido padre, se colocó bien los ropajes y se puso frente a todos.

—Hermanos —dijo alzando los brazos—. Tengo algo muy importante que explicaros —comentó con algo de pesar—, como veis, se están acercando unos hombres —dio media vuelta y señaló lo que veía a su espalda—. Allí está nuestro Egil, vuelve de los montes del norte, de haber estado con el Earl Ragnarr, allí ha librado una fatídica batalla, pero gracias a los dioses y a que fue Egil, consiguieron salir vencedores, por ello le tenemos de vuelta.

Durante un momento el corazón dejó de latirme, mi sangre se congeló como la nieve y mi cuerpo dejó de reaccionar. Mi mente me gritaba que saliera corriendo, que diera media vuelta y desapareciera por donde había venido, que huyera. Pero, ¿cuánto tiempo había estado esperando aquel momento? El día en el que le volviera a ver iba a arreglarlo. Había sido demasiado tiempo sufriendo como para marcharme así, sin ni siquiera ser capaz de mirarle a los ojos. Jamás pensé que cuando llegara ese momento, mi cabeza y mi cuerpo serían capaces de perder el sentido por él, por su presencia, si no lo amara como lo seguía amando habría dado media vuelta y me marcharía con la poca fuerza que aún conservaba. Pero aun así, preferí quedarme, sufrir, ver como mi corazón volvería a romperse en pedazos cuando le tuviera frente a mí.

Cada vez estaban más cerca, apenas quedaba nada para que llegara, desaparecerían tras las casas y quedarían totalmente escondidos lo que suponía que no tardarían en llegar frente a nosotros. Aparecerían con toda su gallardía, sus hazañas y las recompensas por todos los logros conseguidos. Podía escuchar como las pezuñas de los hestrs iban resonando, alertándonos de que estaban cerca, un fuerte viento se levantó ante su llegada, lo que hizo que mi cabello se moviera.

Alcé la vista y la clavé en el cielo buscando la fuerza que me ayudó a encontrar a Lyss, la valkyrja que estaba segura de que había permanecido a mi lado durante todo este tiempo. Cogí aire y lo solté varias veces intentando calmarme, hasta que apareció él…

Egil subido sobre Espíritu, parecía más hermoso que cuando se fue, flamante, valiente y musculado, igual que su dueño. Observé con detenimiento al que antes era mi hombre. Se había dejado algo de barba aunque no la llevaba muy larga. El cabello le pasaba los hombros, aunque lo llevaba recogido en una larga trenza la cual iba danzando de un lado a otro a cada paso que daba el animal. Iba cubierto con la piel de su oso, grande e imponente. Escuchamos el chillido de un águila que acabó descendiendo entre las nubes para colocarse sobre uno de sus hombros. Había algo extraño en él, distinto, algo que hacía que el vello se me erizara con tan solo mirarle.

Centró su mirada en la mía, clavó esos hermosos y penetrantes ojos en los míos. Por alguna razón estos se me llenaron de lágrimas ante el contacto con él, en ellos ya no había dulzura ni la delicadeza que antes me profesaban, ya no existía, había dejado paso al frío, a la dureza y al orgullo. Su cuerpo también había cambiado, parecía mucho más grande, sus brazos se habían fortalecido, igual que sus piernas, su mandíbula se marcaba más, lo que le hacía parecer feroz. De su cuello colgaba algo brillante. Cuando se acercó pude ver como un valknut de Odín brillaba.

Sonreí inconscientemente mirándole embobada, pero cuando vi bien como me observaba se esfumó todo, en su rostro se dibujó una mueca de asco. Mi sonrisa desapareció como si nunca hubiera existido. Los ojos me escocían y las lágrimas empezaban a acechar.

Con él venían tres guerreros más, o eso creía ya que al segundo de estos apenas podía verle, solo pude atisbar que tenía una larga cabellera de oro. Los otros dos eran muy parecidos a él, aunque uno de ellos era más mayor que el otro. Cuando llegaron al frente, Egil desmontó y entonces fue cuando vi a quien pertenecía aquella cabellera. Su piel era blanquecina como la nieve, parecía haber sido creada por los dioses, tenía unos labios sonrosados y carnosos, algo más de lo que debería ser normal. Egil se acercó a ella, agarró las riendas de su hestr y la ayudó a abajar cogiéndola en brazos.

Iba vestida con un largo kirtle adornado con decenas de cadenas que iban desde cada extremo de sus hombros. Era oscuro como la noche, lo que hacía que su piel pareciera aún más clara de lo que era, le llegaba hasta los pies. Sobre esta llevaba una larga capa hecha con pieles de melrakki[87]. La miré con rabia, le habría arrancado la cabeza allí mismo sin que nadie pudiera impedirlo, estaba ocupando el lugar que debería ser mío. Egil la tomó por la mano acercándola a él, pegó su frente a la de ella y le dio un casto beso, lo que hizo que todo mi cuerpo empezara a arder.

Volvió a besarla, pero aquella segunda vez lo hizo con los ojos fijos en mí, quería herirme, que viera como le daba su amor a otra. Cuando se separaron fui hacia él con paso decidido, le di un empujón a la muchacha y a él le golpeé en la mejilla, lo que hizo que su rostro se ladeara y ardiera. Fui a darle otra vez, pero ella me agarró por el brazo para que no llegara a repetirlo. Con un movimiento veloz me solté, haciendo que cayera al suelo. No sabía con quién se estaba enfrentando.

No pude evitar que una sonora carcajada se escapara de mi boca, pero tampoco hice nada por parar ni por disimularlo, me reí delante de ella. Hasta el momento en el que fue Egil quien me agarró por el brazo haciendo que diera media vuelta, dejándome frente a él y como si nada, me devolvió el golpe. Lo que hizo que esta vez fuese yo quien cayera al suelo. Miré hacia todos lados y vi como mis hermanos me observaban, incluso algunos se rieron, otros simplemente estaban asombrados ante lo que acababa de ocurrir. Él me miraba desde arriba con mala cara y superioridad.

Las lágrimas volvieron a aparecer en mis ojos, amenazando de nuevo con salir. Me las pasé por la cara y fue entonces cuando noté algo en mi nariz. Había empezado a sangrar. Padre apareció entre todos, se agachó a mi lado, me cogió por los brazos y tiró de mí hasta ponerme en pie. Apenas podía aguantarme sola, tras tanto tiempo llena de fuerza, mi cuerpo había dejado de responder a lo que pedía. Lo que más me dolió en aquel momento fue que hubiera osado golpearme. Estaba furiosa, la rabia seguía en mí, si hubiese podido tirarme encima de él, le hubiera golpeado hasta que consiguiera que entrara en razón y admitiera que aún seguía queriéndome.

Estaba a punto de marcharme, de irme lejos de allí, para no volver a verle nunca más pero no quería perderme lo que iba a ocurrir. Me fui junto a padre en la parte de atrás, dejando que el resto pasara hacia adelante.

—Hermanos —oí como dijo el vikingo cuando vio como Gull y Carón se acercaban a él—. Anhelaba este momento —los tres se unieron en un fuerte abrazo y al separarse se colocaron a su vera.

Thorbran se colocó junto a los recién llegados, y esperó a que fuese él quien diera un paso al frente y hablara con el pueblo.

—Hace mucho desde que marché —su voz había cambiado, era más ronca, pero seguía siendo igual de hermosa—. Como supongo que ya os habrá contado el Jarl, hace un tiempo me vi obligado a marcharme, no podía quedarme aquí —aseguró haciendo una mueca a la vez que me miró—. Pero él me ayudó a que fuera junto a Ragnarr y a grandes guerreros —miró a sus nuevos compañeros—. Estaban a punto de librar una gran guerra, necesitaban ayuda.

—Gracias a que viniste Egil, pudimos salir victoriosos —añadió el más joven de los tres.

—Fue gracias a los dioses, Ingo —le respondió restándole importancia.

Ingo parecía el más pequeño, tenía el cabello døkkhárr[88], lo llevaba más largo por la parte delantera y afeitado por la trasera dejando la nuca a la vista. El otro que venía con ellos desmontó de su hestr y uno de los nuestros se acercó rápidamente para aguantar las riendas, aunque acabó por atarlo al poste que había frente la gardr de Atel.

—Hubo algún que otro contratiempo, pero al final todo salió bien gracias a los dioses —afirmó orgulloso—. Como podéis ver, he traído conmigo a dos de mis hermanos, Ingo y Kirk —los señaló con la mano y luego se centró en la muchacha—, además de Karee —la cogió por la cintura y la pegó a él, esas ganas de darle un buen golpe volvieron a gritar en mí. La muchacha sonrió al escuchar su nombre en la boca de él—. Tras acabar la batalla salimos de expedición, saqueamos los territorios enemigos, entre los cuales estaba ella, aquellos que se resistieron fueron castigados, nos llevamos riquezas… —Hizo una pausa y prosiguió—, desde entonces Karee estuvo conmigo —la miró—. Nunca está mal un poco de compañía, ¿no? —Le guiñó un ojo a los hombres que había frente a él.

Me repugnaba escuchar como hablaba, en ningún momento pensé que Egil fuese capaz de tener ese comportamiento que estaba mostrando, es más, jamás habría pensado que podría estar con una mujer que no fuese yo, y más habiéndola apartado de su familia.

Sonr —dijo Thorbran—, me siento orgulloso de ti —se acercó a su hijo, se abrazaron y le dio varios golpes en la espalda.

Ella no era más que una esclava, una thraell que había traído solo para hacerme daño, estaba segura de que era por eso.

—Gracias, faðir.

—Vaya diosa has traído contigo —dijo deleitándose con la joven a la vez que la miraba de arriba abajo.

Esta se limitó a sonreír mientras que observaba cada uno de los habitantes de nuestro poblado, aquellos que habían venido a recibir al que era su dueño. Muchos de los hombres vitorearon a su Jarl.

Me di la vuelta, ya había visto suficiente de aquel humillante encuentro en el que el hombre que pensaba que iba a estar conmigo durante toda la vida y su padre habían babeado delante de esa muchacha. Fui pasando entre la gente y cuando estaba a punto de marcharme a mi gardr me encontré con Hanna, quién tenía mala cara.

—¿Qué te ocurre? —pregunté posando una de mis manos sobre sus hombros.

Desde que él marchó apenas habíamos vuelto a hablarnos, aunque es cierto que nunca tuvimos una gran amistad.

—Ese no es mi niño —dijo disgustada.

—Yo también me he dado cuenta, Hanna.

La boca de la mujer esbozó un gesto de tristeza, lo que hizo que sin pensarlo me abrazara a ella para menguar esa tristeza. Esta lo recibió gustosa, ya que me apretó contra ella dejando ir un suspiro.

—Sé que lo hiciste por algo, yo no te culpo —susurró en mi oído.

Tras eso empecé a llorar como una niña, como si hubiera sido lo que me faltaba para que me desbordara, no entendí ni porqué ni como, pero lo hice, todo lo que había estado aguantando desde que se marchó hasta aquel preciso instante, desapareció gracias a ella.

—Vamos —me cogió del brazo llevándome hacia su gardr.

Cuando entramos me sentó en uno de los asientos de madera que había junto a la mesa, mientras se acercó al fuego y colocó un cuenco de agua al que le echó unas cuantas hojas. Me tapé la cara con las manos, odiaba que alguien pudiera verme llorar, que pensaran que era débil.

—No hagas eso niña, deja que vea tu hermoso rostro —me pidió dulcemente.

Sonreí como una tonta, pero aun así hice lo que me pidió, me quité las manos de la cara y agarré un trozo de tela que había sobre la mesa para secarme las lágrimas.

—¡No, ese no! —exclamó la mujer cuando ya me había secado.

Cuando me quité el trapo de la cara Hanna empezó a reírse como si no pudiera dejar de hacerlo, por lo que le dio algo de tos.

—Por los dioses chiquilla, lo que has hecho —cogió un pequeño cuenco lleno de agua y vino con otro trapo—. Tienes la cara manchada; los ojos, la frente y los mofletes.

Una carcajada salió de mi interior, la primera desde que la rubia cayó de culo al suelo, ambas reímos sin recordar qué era lo que había fuera.

—Así me gusta —sonrió.

—Gracias.

Cogió un asiento, se colocó a mi lado y me miró.

—No voy a pedirte que me expliques porqué lo hiciste, no soy a quién debes contárselo ni ahora es el momento, pero si te voy a pedir algo —hizo una pausa para poder mirar el agua—. Sé fuerte y lucha por lo que quieres niña, no dejes que se te escape.

Agaché la cabeza pensando en lo que me estaba diciendo y era exactamente lo que me había pedido la valkyrja, que no me rindiera, que no dejara que se escapara y que luchara por él. Egil era lo que quería, y haría lo que hiciese falta para separar esa sucia esclava de él antes de que acabara ocupando mi lugar.

—No voy a rendirme —le prometí.

—No lo hagas —dijo mientras se ponía en pie e iba a por dos jarras que llenaría del agua que había preparado.

Cuando los trajo me dio uno de ellos y esperó a que le diera un trago. Estaba delicioso, sabía realmente bien no como lo que nos había servido Olak.

—Está delicioso —susurré mientras despegaba el vaso de mi boca.

—Me alegra que te guste.

Le di otro sorbo mientras observaba los gestos que iba haciendo. Desde que enfermó tiempo atrás, su cuerpo había envejecido a pasos agigantados, gracias a los dioses no había sido nada y aún seguía entre nosotros. Gracias a ella una pequeña llama de esperanza había vuelto en mi interior.

—Sabes… —Empezó a decir—, como habrás visto, no le gustas mucho a mi Göran, no es por nada, aprecia demasiado a ese muchacho que se fue siendo un dulce regalo de los dioses para volver hecho todo un hombre —la tos volvió a interrumpirla, así que, le dio un trago al líquido, para calmarla—. Egil ha sido como un hijo para nosotros, desde que su madre murió, Göran y yo hemos intentado protegerle de todo… Hasta que fuiste tú quien acabó por dañarle —su voz acabó por desvanecerse a medida que terminaba de hablar.

—Ya imagino… Göran debió pasarlo mal.

Me mordí el labio obligándome a serenarme.

—Sí, la verdad es que ambos lo hicimos, y es posible que ahora nada vuelva a ser como antes. Egil ha cambiado.

Asentí sin decir nada, ya que temía que mi voz acabara quebrándose antes de que terminara de hablar.

—Yo… Debería marcharme, no quiero molestar.

—No eres molestia, ven cuando quieras y no tengas en cuenta a Göran, no es más que un viejo gruñón.

Me hizo gracia como hablaba de Göran, como hablaba del hombre al que más amaba y del que nunca se separaría. Estaba segura que los dioses sabrían guardarles un buen lugar para ambos en el Valhalla.

Cuando me dispuse abrir la puerta y marcharme, alguien dio dos golpes en ella. Al abrirla me encontré frente a frente con Egil quién me miró perplejo. Con él no venía nadie, era solo él, el muchacho, el hombre que había vuelto, sin guerreros.

Heill, Egil —susurré algo molesta, me pasé las manos por el pelo dejando algún mechón tras mi oreja.

A Egil poco le importó lo que había dicho, el saludo, era alguien completamente distinto al hombre que fue, ya no tenía esa alegría en la mirada, ni la perspicacia de la que antes alardeaba.

—¿Está Hanna? —preguntó directamente mirándome con desconfianza.

—Sí, está dentro —murmuré—. Yo me marcho ya…

—Muy bien —dijo haciéndose hacia un lado para que pudiera salir.

Aquello que se había ido curando en mi interior volvía a resquebrajarse, pero no acabó por romperse del todo, solo había un pequeño trozo que lo sostenía.

Pasé junto a él y pude llevarme con él todo su olor.

—Escúchame —le pedí.

—¿Qué?

—Me gustaría hablar contigo.

—Yo no tengo nada que hablar contigo, aparta de mi vista y procura no cruzarte en mi camino.

Me quedé perpleja mirando como de un buen golpe cerró la puerta. Estaba tan confusa que ya no sabía ni qué hacer, solo viendo como se acababa de comportar había hecho que me quedara aturdida, no quería ni imaginar cómo sería lo que estuviera por llegar.

Crucé el pueblo cuando escuché como Thorbran y padre hablaban con el resto de las gentes que habían ido a ver a su héroe perdido.

—Esta noche habrá una gran cena, así que, esperamos veros a todos —dijo padre.

Aquella iba a ser mi noche, no iba a dejar que esa hundr acabara llevándose a mi hombre, si pude sorprenderle una vez, podría volver a hacerlo con los ojos cerrados. Seguí mi camino y en ese momento apareció Linna de la nada, choqué contra ella, suponiendo que era lo que quería, ya que no se apartó.

—¿Dónde estabas? —preguntó preocupada—, he estado buscándote.

—Eso ya me lo suponía, sino no estarías preguntándome —contesté con sorna a la vez que me pasaba las manos por el pelo—. He estado en la gardr de Göran, con Hanna y luego me he topado con Egil…

Miró al cielo y dejó ir un suspiro.

—Oh, Egil, ¡qué hombre!

—Céntrate en Gull y deja a Egil tranquilo —gruñí.

Hizo una mueca imitando mi gesto y luego rio, lo que hizo que me molestara más de lo que ya lo estaba.

—¿Es que no has visto que planta tiene? Ha cambiado mucho, a mejor —gritó emocionada como si fuera una niña—. Y mira que antes ya…

—¿Quieres cerrar el pico? —grité enfadada interrumpiéndola.

Comencé a andar rápidamente, no quería escucharla más, ya había visto como estaba Egil, como era antes de marcharse y sabía que ahora no era el mismo, pero seguía provocando lo mismo que antes en mí. Miré a Linna de reojo, tenía la cabeza gacha y vino detrás.

—Perdóname —me pidió corriendo detrás de mí—. Por favor, Gala —murmuró.

—Ven conmigo.

Asintió alegremente y fue dando saltitos llenos de energía a mí alrededor como una niña. Durante todo este tiempo ella había sido la única que estuvo conmigo, a parte de Gyda quien al final decidió hacerse a un lado y dejarse llevar por todo aquello que decían de mí. Linna había estado a mi lado aguantando mis enfados, mis llantos y mis ratos de alegría, los cuales eran bastante escasos.

Fuimos hacia mi gardr, cuando entramos se sentó sorbe el jergón y yo a su lado, antes eché agua en dos jarras, después del paseo debía estar sedienta. Dejé que mi cuerpo quedara estirado sobre las pieles, miré hacia arriba intentando que mi mente descansara por un momento y solté ir un suspiro.

Linna imitó mi gesto, se tumbó a mi lado, posó una de sus largas manos sobre las mías, cogió aire y lo soltó.

—Escucha, Linna… —susurré.

—Te escucho.

—Creo que desde que nos conocemos nunca te he agradecido todo lo que has hecho por mí.

—No debes agradecerme nada, Gala.

Cerré los ojos e intenté no pensar en nada, pero cuando creí que lo había conseguido me di cuenta de que seguía haciéndolo, pero por suerte, ya no era Egil quien ocupaba mi mente.

—¿Has escuchado que esta noche habrá un gran banquete en honor a Egil? —preguntó curiosa.

Asentí sin abrir los ojos esperando a que siguiera hablando, había veces que solo me gustaba escuchar su voz, era relajante notar algo tan suave como lo era ella, capaz de hacerme descansar a pesar de todo lo que tenía alrededor.

—¿Irás?

—Claro —murmuré.

—¿Irás así? —preguntó mirándome de arriba abajo.

Le dije que no con un movimiento de cabeza, a lo que ella respondió dándome un golpe en el brazo al no hablar.

—Vestiré el vestido que me hizo madre hace tiempo —dijo entusiasmada—. ¿Qué te parece?

—Es una gran idea.

—Lo sé —noté como me miraba—. Ehm… ¿Podría venir aquí? —preguntó—, me gustaría que me peinaras.

—Claro, ven.

—Si quieres luego puedo peinarte, sabes que lo hago bien, no tanto como podría hacerlo Hanna o min modir[89]… —aseguró sonriente—. Además, tenemos que ponerte mucho más guapa que a esa hundr, aunque tú siempre serás la más hermosa, no sé qué hace Egil con una thraell como esa.

La miré perpleja por lo que acababa de decir sobre aquella thraell que había traído el vikingo a nuestro poblado.

—Creo que se llama Karee —murmuré.

—No me importa cuál sea su nombre, aquí la más bella eres tú, Gala Hammerdottir, no Karee.

No pude evitar que una amplia sonrisa tomara mis labios, me sentía bien, gracias a ella podía estar en calma.

Había veces que recordaba a Lyss, mi valkyrja, aquella de cabellos oscuros y de ojos claros, tanto como la plata. Me preguntaba si seguiría viendo lo que aquí ocurría. Si aquello seguía así iba a estar contenta de lo que estaba consiguiendo. Haría que desde el Asgard sonriera por mí.

Reí yo sola a causa de lo que estaba pensando, estaba segura de que aquella valkyrja sería capaz de acabar con Karee con alguno de sus rayos. Linna me miró con mala cara pero después rio conmigo.

—¿Cuánto falta para que Sól marche? —Le pregunté.

—Tal vez deberíamos ir de caza con el resto.

Asentí, me puse en pie y estiré mis ropajes, le hice un gesto para que ella hiciera lo mismo. Me puse mis pelajes y salimos de la gardr.

Símbolo vikingo