Capítulo XI

Las acometidas producidas por las furiosas gotas de agua sobre la madera de la gardr hicieron que me desvelara. Miré hacia arriba, vi como decenas de rayos iban iluminando el interior de la casa al igual que prendían el cielo. Sentí como este iba a partirse de un momento a otro, los dioses no estaban contentos y nos habían enviado a nuestro venerado Thor para que nos lo hiciera saber.

Un fuerte trueno retumbó entre las montañas provocando que me asustara, parecía que todo iba a quebrarse. Me hice un ovillo bajo las pieles agarrándome con fuerza a estas.

—¿Dónde estás? —pregunté con un hilo de voz.

Otro fuerte estruendo hizo crujir el firmamento, al final acabaría por caerse a pedazos encima de nosotros. Me encogí aún más, hasta que las pieles taparon mi nariz y solo mis ojos y parte de mi cabeza sobresalía bajo estas. Una desesperada lágrima se escapó de mis ojos recorriendo mi mejilla y cayendo finalmente sobre la tela que me cubría. Me puse en pie, estaba furiosa, llena de rabia.

—¡¿Por qué demonios tuviste que marcharte?! —chillé.

Fui hacia la mesa y le di un fuerte golpe haciendo que todo lo que había sobre ella cayera al suelo.

Salí de la gardr, corrí con desesperación hacia la vangr huyendo de mi misma, de los recuerdos que él dejó, dejando que las gotas de lluvia me empaparan, dejando que se llevaran parte de mi tristeza y mi dolor. Me coloqué en el centro de esta, estaba sola.

—No me arrepiento de nada —le grité al Dios—. ¿Me escuchas? ¡De nada!

Caí de rodillas abatida por la soledad, por el frío y la tortura que me suponía vivir sin él. No tenía fuerzas para seguir manteniéndome en pie, haciendo como si nada hubiera ocurrido, como si jamás hubiera estado aquí conmigo. Cientos de lágrimas luchaban por calmar el malestar que sentía por dentro, aquel que no me dejaba vivir.

—Te odio… No sabes cuánto te odio —murmuré llena de rabia.

Cubrí mi rostro con mis manos, no quería que los dioses me vieran así, no quería que pensaran que era débil, ellos habían decidido que aquello fuese de esa manera, las malditas Nornas habían creado esta tortura para mí.

—¡Yo te maldigo, Egil Thorbransson! —grité desesperada—. Odio el vacío que has dejado, ¡te odio!

Apoyé mis manos en el suelo, enterrándolas bajo la tierra y la hierba.

Odín, llévame —le rogué.

—¡Gala! —Escuché como padre me llamó detrás de mí.

Me giré y vi como corría hacia donde me encontraba resbalándose con el barro que se había ido formando. Cuando llegó a mí se arrodilló, me pasó su brazo por encima de los hombros cubriéndome con sus pieles y me abrazó con fuerza.

—Ya está, mi pequeña niña.

Lloré contra el pecho de mi padre, aquel que siempre me había resguardado del mal hasta entonces, cuando había sido yo misma la que se lo ganó. No podía evitar que las pequeñas gotas que salían de mis ojos empaparan su kirtle, haciendo que algún que otro hipido se escapara de mi boca, por el hecho de que no podía dejar de llorar. Apenas tenía fuerzas para ponerme en pie, por suerte él me ayudó intentando que me levantara, pero ni aquello fue suficiente, así que, acabó cogiéndome en brazos, para resguardarme junto a su calor.


Aún llovía cuando me desperté, ya había pasado toda la noche y se había hecho de día. No había nadie en la gardr. Podía escuchar como habían salido algunos carros, como la gente corría de un lado a otro por las calles.

Me puse en pie, sentía el frío en mi piel, mi kirtle aún estaba húmedo, así que, me desvestí y fui a cambiarme de ropajes. Lo dejé sobre la mesa y me coloqué frente al arcón. Cogí el kirtle más abrigado que tenía, sobre este me puse otro, unos pantalones y me enfundé las botas. Iba a salir, por lo que sería mejor que me abrigara para no mojarme. Saqué del mismo arcón una de mis capas, aquella que estaba cubierta por la piel del primer oso que mató Egil, aquella que me regaló. Antes de ponérmela me recogí el cabello en dos largas trenzas, también estaba mojado y no quería que fuese a más. Me la puse ajustándolo con un broche de oro que trajimos en la última incursión al norte.

Cuando estuve lista, abrí la puerta, saqué primero la cabeza y luego un brazo para ver cuánto llovía. Apenas caían cuatro gotas, pero lo suficientemente grandes como para poder dejarte completamente empapado en poco tiempo. Al salir corrí hacia los establos, iría a por Regn, mi adorada lluvia. Cuando no era más que una niña me encantaban estos días, correr bajo ella, por lo que decidí llamarla así. Lluvia, oscura como la noche, veloz como el viento y hermosa como ninguna.

Al entrar, una oleada de sentimientos y recuerdos chocaron contra mí, igual que todas las otras veces que había estado aquí. Nuestra discusión, el primer beso, el encuentro… Se me encogió el corazón solo de pensar en aquello, en todo lo que ya no estaba. Mi vikingo se marchó sin importarle nada y nada le importará cuando vuelva, igual que a mí. No quiso que le explicara lo ocurrido y aunque quisiera a su vuelta, tampoco se lo explicaría. Estaba nerviosa, demasiado, acordarme de él era lo que llegaba a sacar lo peor de mí.

Empecé a cepillar a Regn, adoraba hacerlo, ver como cientos de sus cabellos iban cayendo al suelo moviéndose por el viento que entraba entre las aberturas que el tiempo había ido haciendo en las lamas de madera. Cada vez le daba con más fuerza, por lo que el animal acabó quejándose.

—Ya acabo —le dije mientras le acariciaba el pecho.

Cogí su manta y las riendas y volví hacia ella. Cuando las vio se movió inquieta, no sé si lo hizo ansiosa por salir o asustada por los truenos que aún resonaban en el cielo. La preparé para salir, aquel día debíamos ocuparnos de la caza y por primera vez vendría con nosotros Gyda, la hija de Olaf. Me alegró saber que íbamos a tener a otra mujer con nosotros, así no estaría tan sola.

Desde que Egil se marchó, ni Carón ni Gull habían vuelto a hablarme, a no ser que fuera alguno de los hersir quienes se lo ordenaran.

Monté en la yegua, coloqué bien las pieles para que no se engancharan con nada, las estiré por el lomo de ella para que así no se mojara tanto. A la salida de los establos me encontré de frente con Gull, quien me miró con mala cara, podría dejar las hostilidades a un lado, ya que seguíamos viviendo en el mismo heimr. Lo saludé con un ligero movimiento de cabeza, pero no me hizo caso, simplemente se colocó a un lado para que así pudiera pasar, clavando la mirada al frente. Cuando llegué al centro del poblado, vi como Gyda montaba en su caballo, se despidió de su madre Paiva y avisó a su padre que iba a marcharse conmigo hacia la vangr.

—Buenos días —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

—Buenos días.

Parecía nerviosa, algo alterada. Supuse que era normal, era la primera vez que iba a venir con nosotros arriesgándose a que le pudiera pasar cualquier cosa, además debería demostrarle a su padre de lo que era capaz.

—¿Ocurre algo? —preguntó preocupada.

—No, tan solo he pasado una mala noche —murmuré sin querer dar explicaciones.

—Bueno… —dijo sin saber muy bien que contestarme—. Puedes hablar conmigo, si lo deseas, Gala.

La miré mientras pasaba junto a mí, era unos cuantos años menor que yo, cuando éramos niñas habíamos estado siempre juntas pero a medida que fuimos creciendo perdimos aquel contacto. Yo empecé a juntarme con los hombres, mi padre me enseñó a montar y cazar, así que, pronto me uní a ellos en los saqueos e incursiones como skjaldmö. Cuando fuimos a subir hacia la vangr, apareció Jokull quien iba andando. Estaba serio, demasiado, parecía preocupado, tal vez hubiera hablado con padre y este le habría contado lo ocurrido durante la noche. Hizo un movimiento de cabeza para que le siguiéramos junto a los demás. Olaf se colocó junto a su dóttir[83], quedando a mi lado Janson, con quien apenas tenía trato.

—Está bien, muchachos —dijo Jokull—. Tenemos que ir a por algo con lo que alimentarnos.

Todos asentimos, hasta que dio la señal.

—Traed lo justo y necesario.

Recordaba una de las últimas veces fuimos de caza, como Egil desmontó de su hestr y salió corriendo dejando a todo el mundo atrás, consiguió llegar el primero, cazar el oso y llevarse la recompensa. Desmonté de la yegua, la até al tronco de un árbol dejando las pieles sobre ella para que no se mojara. Agarré mi arco y mi espada, y salí corriendo. Las trenzas se me iban hacia la espalda, moviéndose al mismo son que el viento. Ladeé la cabeza y vi como el resto aún seguían a caballo, algunos de ellos pasaron por delante de mí pero cuando llegaron a la linde, tuvieron que desmontar. Para entonces yo ya les había adelantado y me había adentrado en el skógr.

No se escuchaba nada salvo las gotas de lluvia cayendo sobre las hojas de los árboles, y algún ave piando. Me detuve y le hice una señal al resto para que hicieran lo mismo que yo y así poder oír por donde podía haber algo, pero no me hicieron caso, siguieron avanzando alertando a los animales de que estábamos aquí, por lo que me separé de ellos.

Corrí hacia el norte de la montaña, apenas les escuchaba, de repente vi como un heri pastaba tranquilamente junto a dos más pequeños, los cuales probablemente fueran sus hijos. Los perseguí intentando no alertarles. Me subí sobre una roca para así poder ver mejor por dónde se movían. Saqué una de mis flechas, y la coloqué en posición. Al dejarla ir, vi como atravesó la cabeza del animal, pero entonces resbalé y caí golpeándome la espalda y la cabeza. Me pasé la mano por la sien, tenía algo de sangre, aunque solo rezaba a los dioses por que no fuera nada. Intenté levantarme, pero tenía un pie atrapado entre dos rocas y todo me daba vueltas.

—¡Ayudadme! —grité con todas mis fuerzas—. ¡Por los dioses! ¡Ayúdame!

Miré hacia el animal, estaba muerto, pero no solo por una de mis flechas sino que había otra más en él, sabía perfectamente quién era.

—Sé que estás ahí, ayúdame —le rogué.

Nadie respondía a mis gritos, solo se escuchaba a los animalillos inquietos, hasta que el crujido de una rama los alertó. Estaba en lo cierto.

—Ayúdame, por favor —pedí desesperada.

Me movía intentando sacar el pie del hueco en el que estaba metido, pero no servía de nada, solo hacía que me doliera. Tal vez no debería haberme alejado del resto.

Suspiré, y escuché como alguien se acercaba, hasta que vi como Gull apareció por encima de la roca desde la que me había caído. Me observó desde arriba sin decir nada, solo me miraba.

—Por favor… —susurré.

Se dio la vuelta y se marchó por donde había venido. Volví a moverme agobiada, golpeé la roca con el otro pie, intentando hacer el hueco más grande para poder sacarlo. Se movía pero no lo suficiente.

—¡Gull! —grité— ¡ayúdame, por Odín, sácame de aquí! —Le rogué—. Sácame de aquí o te juro que en cuanto pueda escapar te mataré —le amenacé perdiendo la calma, sentí como algunas lágrimas empezaron a salir de mis ojos. Los sequé, no quería que me viera así.

No me contestó, seguía callado, tal vez ya se hubiera marchado y no estuviera. Lo más seguro es que me hubiera dejado allí, a mi suerte. Miré hacia todos lados, buscando algo que pudiera ayudarme a salir, pero no encontraba nada. Coloqué el arco junto a mi pie y empecé a empujar, la roca se movía un poco más, si la desplazaba demasiado acabaría por caérseme encima. Estaba moviéndose cada vez más, había acerado. Gull apareció cuando estaba a punto de derrumbarse y este la agarró para que sacase el pie del hueco, y como pude, me puse en pie apoyándome con el arco.

—G… Gracias —mascullé entre dientes.

—No me las des, no lo he hecho por ti, sino por él —dijo sin mirarme.

¿Por él?

Me apoyé en el arco y poco a poco fui andado. Dejando que fuese él quién se encargara de llevar al animal. Avanzar así era duro, lo más seguro era que alguno de los huesos de mi pie se hubieran quebrado. Solo quería llegar a casa para olvidar este día. Mientras pasaba entre los árboles vi a Gyda quien iba subida a su caballo.

—¡Gala! —gritó asustada al ver como mi sien sangraba y mi pierna apenas podía moverse.

Bajé la vista, vi como mi bota estaba rasgada y manchada de sangre, pero no le di importancia, cuando llegase a mi gardr ya lo arreglaría.

—¿Qué ha pasado?

—Nada, caí al cazar un ciervo.

—Deja que te lleve.

—No es necesario —apreté para aguantar el dolor.

Pasé junto a ella quien no dejaba de insistir a pesar de que ya le había dicho que no varias veces. No quería deberle nada a nadie, además, el dolor era lo único que me hacía sentirme viva. Cuando Jokull me vio aparecer entre los árboles vino corriendo a cogerme. Me tomó en brazos y con una fuerza que no sabía que tenía me subió a su hestr. Me hizo algunas preguntas, a las cuales no respondí, solo le pedí que me llevara a mi gardr, quería curarme la herida y descansar.

—¿Qué haces aquí? —preguntó padre al verme aparecer.

Vio como Jokull apareció detrás de mí aguantándome para que no cayera al suelo. Bajó la vista, hasta que la fijó en mi pierna.

—¿Qué ha pasado?

—Estábamos de caza, y resbalé al lanzarle una flecha a un ciervo. —Les expliqué— lo tiene Gull —miré a Jokull.

—Por los dioses, Gala.

Me senté sobre el lecho, me quité la bota y subí el pantalón para dejar al aire la pierna. Había una herida, era un rasguño que parecía más aparatoso de lo que era. Padre se acercó a mí con un cuenco de agua, lo dejó a mi lado y volvió con un trozo de tela para limpiarla. Metió el trapo en el líquido y quitó la sangre que había alrededor de esta, y me hizo ver que era peor de lo que pensaba.

—Haz venir a Hanna.

—No es necesario —me negaba a que fuese ella quien viniera, no quería que se involucrara en aquello.

Volvió a limpiar la sangre que había salido y me envolvió el pie cubriendo la herida con un trozo de tela, para que así se curara antes. Me puso dos ramas para que no doblara el tobillo y las ató con fuerza.

—Ya está —mustió.

Jokull nos observaba dejando ver una mueca en su rostro. Para ponerme en pie, padre me agarró por debajo de los brazos y me colocó bien.

—Tendrás que llevar el arco para caminar —me avisó.

—Lo sé —asentí mientras me apartaba los mechones que se habían escapado de mis trenzas—. ¿Vamos?

—Sería mejor que te quedaras aquí —dijo Jokull.

Fui andando como pude, hasta que Jokull me cogió en brazos y me subió de nuevo a su hestr, lo agarró por las riendas y tiró de él hasta que llegamos al vangr. Allí varios guerreros estaban esperando sus órdenes. Frente a ellos había cuatro heris, entre los cuales estaba el que cacé yo. Nos observaban sin decir nada, hasta que el hersir se puso frente a ellos.

—Avisad al resto, hemos terminado.

Asintieron, volvieron a meterse en el bosque para ir a buscar al resto. Mientras, Jokull me subió a Regn para que pudiera ir a donde quisiera. Me había metido las botas en las alforjas, y las había colgado de la yegua.

—Voy a ver a Atel, a ver qué puede hacer con eso —murmuré mirando la alforja.

Me dirigí hacia la cabaña de Atel, él sabría qué era mejor. Era el mejor frilaz que hay en todo el territorio, junto a su mujer. Agnetha era quien se encargaba de tejer nuestros ropajes junto a algunas mujeres. Cuando estuve frente a ella, le di varios golpes en la puerta con el arco, subida sobre el hestr, ya que no podía desmontar. Agnetha salió a recibirme poco después.

Heill —dijo sin más.

Heill, me preguntaba si podrías hacer algo con mis botas, he caído y me he enganchado con algunas rocas —dije mirándolas—. Gracias a Gull sigo viva.

—Entiendo… —dijo cogiéndolas—. Tal vez sí pueda arreglarlas.

—Gracias, de veras. Si necesita cualquier cosa, hágamelo saber, y haré todo lo posible por conseguirlo.

La mujer jarpr[84] asintió, se dio la vuelta y cerró la puerta sin decir nada más. No tenía ganas de hacer nada, el tiempo me había cambiado y la ausencia de Egil aún me dañaba. Habían pasado unas semanas desde que se marchó y nadie era capaz de contarme nada, tampoco hacían el esfuerzo de comprenderme. Desde el momento en el que salió con Espíritu del establo supe que no volvería a verle y ese instante, mi corazón se partió y dejó de latir. No me importaba lo que dijo, como se comportó conmigo ni lo que al final hiciera con Bertel, pero aun así había algo en mí que moría cada vez que recordaba todos los momentos con él; sus besos, sus caricias… Cada día anhelaba más su calor. Me sentía furiosa, sin fuerza, débil. Aquel hombre era capaz de manejar mis sentimientos a su antojo aun estando lejos. Sentía como algo en mi volvía a quebrarse una vez más, de mis ojos empezaron a emanar cientos de lágrimas. Cada momento del día mi pensamiento era suyo. Pero aquello no bastaba para traerle de vuelta, para hacerme olvidar todo el dolor, para que simplemente le amara como lo hacía. Me pasé las manos por los ojos intentando calmarme, pero nada podría hacer que aquel dolor menguara, no hasta que él volviera, aunque su vuelta se convirtiera en una tortura.

Cogí aire e hice que Regn fuera hacia el establo. La dejé en el interior y me marché a nuestra gardr como pude. Suerte que llevaba mi arco, sino no habría podido andar. Tendría que haberle hecho caso a Jokull, debería haber descansado.

Al entrar no me encontré a nadie, así que, me tumbé sobre el jergón cerrando los ojos e intentando dormir. Pero de nada servía, todo lo relacionaba con él, no era capaz de controlar lo que sentía aun habiéndose marchado seguía conmigo. En aquel momento me resigné y dejé de luchar contra mí misma. Todo el dolor empezó a moverse en mi interior como un río desbocado, deseando conseguir la libertad que no tenía. Volví a llorar como una niña, igual que hice la noche anterior, me sentía como si él se hubiera llevado todo, la fuerza que me mantenía en pie, no podía estar así, no podía afrontarlo, solo existía el vacío, la agonía y la congoja. Me faltaba el aire y apenas podía respirar, sollozos agonizantes salían de mi interior rasgándome la garganta. Toqué la tela del jergón, estaba empapada por las lágrimas. Era complicado de entender, un día sabías lo que querías y necesitabas, poco después todo se había ido, la cordura que tenías la perdías, veías como tu corazón se iba despedazando a cada segundo que pasaba por culpa de una falta. Un mal paso hacía que tu vida cambiase, ¡malditas Nornas! Ellas habían sido las culpables de que yo estuviera así.

—¡Dioses y Nornas! Ojalá el Ragnarök llegara ya y Loki acabara con todos vosotros —dije mirando al cielo—. ¡Deberíais estar en el Helheim por todo lo que hacéis! Rogamos que estéis de nuestra parte y así nos lo agradecéis… —grité llena de rabia.

—¿Estoy? ¿Ya estoy? ¿Esto funciona?

Miré hacia todos lados, no había nadie hasta que delante de mí apareció una muchacha de cabellos largos y rojos como la sangre, oscuros como la noche. Parecía estar hablando con alguien, pero no lograba saber con quién, en la gardr solo estábamos ella y yo.

—¡Por los dioses, que asco de dones! —Refunfuñó.

Dio media vuelta y clavó sus ojos claros en los míos. Ladeó un poco la cabeza y lo único que pude hacer fue sacar mi knífr de debajo de las mantas. Lo alcé amenazándola, pero pareció darle igual.

—Vaya, vaya… Así que, tú eres la que no deja de hablar mal de los dioses —dijo a la vez que se acercaba dando pequeños saltos.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, desenvainé la espada, parecía que el knífr no servía de nada. La coloqué a un palmo de su rostro.

—¿Qué te crees que estás haciendo, niña? —Me preguntó divertida.

De una de sus manos empezaron a salir hilos de luz que acabaron por quitarme las armas tirándolas al suelo mientras solo podía observarla perpleja. ¿Qué era? Me miró haciendo una mueca, soltó un bufido y de repente se puso a reír como si algo en mí le hiciera gracia, lo que hizo que me enfureciera.

—Soy Lyss —dijo con su cantarina voz—. ¿Alguna vez tus padres te han hablado de los dioses?

—¡Claro que sé quiénes son los dioses!

—Bien, parece que vamos adelantando —sonrió y prosiguió hablando con palabras que no lograba entender—. Así por lo menos no empezamos de cero —se pasó las manos por el cabello y lo peinó, aunque no siguió ninguna forma—. Como no sabes ni qué, ni quién soy, bueno quién sí que lo sabes porque te lo he dicho, pero te lo voy a explicar bien. —No entendía nada de lo que estaba diciendo pero intentaba prestarle atención—. Mi nombre es Lyss, soy una valkyjria, una dísir[85], hija de la hermosa y cascarrabias Freyja, la diosa Vanir.

—Hm… —dije pensativa—. ¿Pretendes que crea esa historia?

—No seas estúpida, muchacha.

—¿Est…? ¿Estúpida?

—Sí, corta, insolente, ridícula, boba, tonta —explicó moviendo las manos— ¿sigo? —preguntó a la vez que alzaba sus oscuras cejas.

Le dije que no con la cabeza y seguí observando cada uno de sus gestos. Llevaba unos ropajes extraños, su cabello también era distinto a todo lo que había visto y su forma de hablar también era diferente, aunque era una mujer muy hermosa, si es que realmente era mujer.

No dije nada, solo miré cómo movía sus manos de un lado a otro, parecía que no pudiera estarse quieta en un mismo sitio.

—Muchacha, he visto todo lo que ha pasado —hizo una mueca—. No le eches la culpa a ese hombre, ¡y vaya hombre! —exclamó sin dejar de moverse— ¿cómo pudiste dejarle escapar? —Volvió a alzar las cejas— si hubiera sido tú, a más de una le habría sacado los ojos para que no le miraran. —Vi como dejó ir una carcajada, pero se puso seria, algo que no había hecho desde que apareció—. Mira, las Nornas no han tenido nada que ver, es verdad que ellas tejen las telas del destino bajo el Yggdrasil, pero a cada paso que das estas cambian, fuiste tú quien eligió mal. Aquí los dioses no pueden hacer nada, así que, no los culpes a ellos. —Me miró fijamente—. La única culpable eres tú y debes aceptarlo.

Lo que me estaba diciendo me dolía, pero lo peor era la rabia que iba creciendo en mí, porque sabía que estaba en lo cierto, tenía razón solo yo había sido la culpable de que Egil se hubiera marchado, todo eso hizo que cayera de cabeza a un abismo del que no sabía si iba a poder salir. Me acerqué a la mesa y la tiré al suelo de un puntapié, el cual me hizo daño en el pie, ya que seguía doliéndome.

—Mira que eres estúpida —dijo mirándome de arriba abajo, levantando un dedo—. No voy a volver a repetir que significa ser estúpida, si no te acuerdas, mala suerte.

Movió la cabeza a ambos lados, cogió aire y lo dejó ir a modo de suspiro. Se volvió a pasar las manos por el cabello y lo dejó caer al otro lado.

—Ya te he dicho lo que te tenía que decir, no sabes lo incómodo que es ver lo que ocurre y no poder gritaros en la cara lo que pienso. Sois un poco… Patéticos, pero bueno, espero haberte ayudado a abrir los ojos —afirmó mientras iba desapareciendo.

—¿Él está bien?

—Me vuelvo al Valhalla, niña, no hay más preguntas que responder. —Se encogió de hombros y lo último que dijo fue—: espabila muchacha, o me lo llevaré yo.

Me senté sobre el jergón, intentando entender lo que había ocurrido, ¿qué demonios había pasado? Acababa de ver a una valkyrja. Pero… ¿Ellas no solo se encargaban de llevarse las almas de los caídos en batalla? Suspiré, una valkyrja había venido a verme, Lyss. Tenía que darme prisa, no pensaba perderle así como así, no iba a permitir que nadie se lo llevara, ni ella. Encerré mi rostro entre las palmas de mis manos, cogí aire e intentando tranquilizarme, tenía que pensar en algo no podía seguir así. Tenía que encontrarle como fuese.

Me puse en pie, el dolor ya no me importaba, solo necesitaba salir de allí, dejar de pensar en todo aquello que atormentaba mi mente, despertar de la horrorosa realidad y cambiar lo que podría llegar a ser mi destino. No estaba dispuesta a perder el tiempo, ni a perder a Egil.

Fui al arcón, saqué las pieles de padre, las metí en una alforja, cogí mi capa hecha de la piel del oso de Egil, la dejé sobre la mesa y fui a por algo de comida. Rebusqué por la gardr y solo encontré un buen trozo de pan, huevos de las hœnas[86] y queso hecho con la leche de kýr. Me lo iba a llevar todo. Dentro de la misma alforja de las pieles guardé algo de heno y algunas ramas secas para poder encender un fuego.

Me puse la capa sobre los hombros y al asomarme por la puerta, me di cuenta que ya no llovía, todo había vuelto a la normalidad y el sol lucía extrañamente entre las nubes que aún perduraban en lo alto del cielo. Fui hacia el establo andando tan veloz como pude. No me importaba sentir el dolor que me atravesaba la pierna a cada paso que daba. Cuando llegué a Regn, me encontré un trozo de tela con algo escrito. Lo miré, era distinto a todo lo que había visto antes, apenas pude entender lo que había en él.

—De nada —dijo Lyss con su dulce voz.

Di un par de saltos y fue cuando me di cuenta que el dolor había desaparecido y el pie estaba completamente curado.

—¿Lyss?

Nadie respondió, pero algo me dijo que aquella valkyrja entrometida me había sanado.

—Gracias, valkyrja —susurré a la vez que sonreí.

Até bien a la yegua y las alforjas a cada uno de los lados de esta con fuerza para que nada se cayese. Cogí a Regn y tiré de ella hasta que llegamos a nuestra gardr, si durante la noche llovía íbamos a pasar frío, así que, la dejé en la entrada y fui a por algunas pieles más para que estuviéramos más resguardadas. Cuando estaba a punto de salir, la puerta se abrió y me topé con padre.

—¿Qué hace ahí Regn?

—Me marcho, faðir —anuncié seriamente.

—¿A dónde? ¿Es que has perdido la cordura? —preguntó— ¿Y tu pierna?

—Estoy bien, faðir. Pero, lo más seguro es que sí que la haya perdido, pero no me importa. Necesito alejarme de aquí.

No dijo nada, solo observó cómo le aparté, salí al camino y monté sobre la yegua. Doblé la capa como pude y la metí en una de las alforjas, la cual estaba a punto de romperse a causa de tantas cosas que llevaba.

—Ve con cuidado, vuelve sana y que Frejya esté contigo.

Asentí y le di un ligero golpe al animal en el lomo, hice un chasquido con la lengua y esta avanzó. No iba a tardar mucho en anochecer, así que, debía buscar un lugar en el que refugiarme por si aquella noche llovía.

Cuando llegué a la pradera, algo llamó mi atención, había una luz que se movía. Algo en mi me rogaba que fuese a ver qué era lo que movía aquella claridad, pero mi mente me pedía lo contrario, así que, hice acallar esa vocecilla que me decía que fuese y seguí mi camino. Me adentré en el bosque, no mucho, ya que en realidad iba rodeándolo para así poder llegar cuanto antes al río. No sabía cuánto tiempo iba a quedarme, pero necesitaría el agua.

Símbolo vikingo