Capítulo III

El viento soplaba con fuerza, haciendo que la crin del animal se moviera de un lado a otro entre las rachas de viento. Observaba como las nubes avanzaban por todo el cielo tiñéndolo de gris, tanto como lo harían las cenizas de una hoguera. La niebla descendía por las montañas cubriéndolo todo. Había nubes oscuras, lo que nos advertía de que una fuerte tormenta pronto haría temblar el Midgard con escalofriantes truenos y rayos lanzados por el mismísimo Thor.

De repente, Espíritu se apoyó sobre las patas traseras, se movía nervioso, asustado por algo. Le di un par de golpecillos en el lomo intentando calmarle, hasta que volvió a apoyarse sobre las cuatro patas. Comenzó a andar dando vueltas por la pradera como si no supiera a donde ir. Agarré las riendas, y lo encaminé hacia la aldea avanzando por el camino que nos llevaría hasta ella.

Pasamos entre hombres, mujeres, niños y thraells, haciéndonos paso hasta que llegamos frente al pozo. Desmonté del animal, entonces me di cuenta de algo de lo que no me había percatado nunca antes. Pensaba que todos sus lados eran iguales, pero me equivocaba, en uno de ellos había una inscripción rúnica tallada en la piedra: “Kroos, konungr, señor de las tierras, hermano del pueblo, elegido por los dioses, al igual que ella, la valkyrja”. ¿Quién fue Kroos? Me agaché frente a la frase repasando con los dedos cada una de las runas marcadas, ¿y ella? ¿Una valkyrja? Cientos de preguntas se agolparon en mi mente, lo que hizo que mi curiosidad creciera a pasos agigantados. Miré de nuevo al cielo, una gota cayó sobre mi frente resbalando por mi nariz y muriendo sobre la arena del suelo dejando una marca en él. La gente corría hacia sus casas, se marchaban en busca del calor del hogar mientras los esclavos y los hombres acababan sus quehaceres. Cogí las riendas de Espíritu, tiré de él para llevarlo a los establos, por lo menos ahí podría estar resguardado de la tormenta. Al entrar me di cuenta de que no estaba la yegua de Gala. Ya hacía varios días desde que la vi por última vez, aquello de haberle golpeado no fue lo más adecuado. No dejaba de preguntarme donde se encontraría, era extraño que no hubiera aparecido en ningún momento. Habría salido del pueblo, pero… ¿Con qué propósito? Hice que mi hestr pasara a su zona, sujeté sus riendas a la madera en la que lo ataría y le quité la montura. Dejé las cosas en su sitio, y cambié las riendas por una cuerda mucho más larga para que pudiera moverse.

—Buen chico —le acaricié el morro. Dejó ir un leve sonido, y me dio en el hombro para que volviera a hacerlo—. Volveré a por ti.


La lluvia cada vez era más fuerte, pero eso no impedía que nuestras prácticas se disolvieran. Subí a la vangr donde me esperaban todos los demás. Clavé la vista en el frondoso bosque y en la lejanía vi como algo grande empezó a moverse. Un oso, era un oso lo que se movía, estaba seguro de ello. Quería salir corriendo tras él, acabar con ese animal, y volver a sentir esa sensación que tuve la otra vez. Le di un golpe con el codo a Olaf en el brazo, y le señalé el punto en el que se encontraba el animal para que lo viera al igual que yo. Eso hizo que Hammer centrara su atención en nosotros. Olaf sonrió como un niño, entonces el hersir dejó de hablar para todos y frunció el ceño.

—¿Se puede saber qué es lo que ocurre?

—Señor, Egil ha divisado algo dentro del bosque, a mi parecer deberíamos ir a por él —dijo con una sonrisa—. Para que no ataque al resto.

Hammer recorrió su rostro con la mano dejando ir un soplido. Asintió, pero no por ello acababa de aceptar lo que Olaf le estaba diciendo.

—Lo primero es que me importa bien poco lo que cualquiera de vosotros penséis, y lo segundo… —Hizo una pausa para pasarse las manos por la barba y proseguir—. Quien consiga traerme a la bestia, aparte de tener la bendición de los dioses y la gratitud del pueblo, será quien ordene lo que haréis durante las lunas que aún permanezcamos aquí.

Todos los guerreros alzamos las armas al igual que nuestras voces, dispuestos a ello. Entorné los ojos, iba a hacerme con el cuerpo de ese animal costase lo que costase, sería mío.

—¿Estáis preparados? —Nos incitó.

Pasé las manos por la parte trasera de mi cinto buscando el knífr y las pequeñas hachas que colgaban de él. Sujeté el hacha grande con fuerza, y asentí.

—¡A por él!

Salí corriendo dejando atrás a gran parte de mis compañeros. Siempre había sido el más veloz de todos, por lo que nunca tenía a nadie a mi alrededor, salvo a Carón. Ese hombre no dejaba de correr, acercándose cada vez más a mí. El resto aún estaban montando en sus caballos. Seguía corriendo, saltando un gran tronco que había en medio del camino, intentando no tropezar con nada. Pasé entre varios arces que se encontraban algo más allá de la linde del bosque. No dejaba de pisar sus hojas, las ramas y cortezas que había en el suelo. No lograba distinguir al animal, estaba seguro de que era un oso, tenía que serlo. Los árboles cada vez iban siendo más bajos, o por lo menos lo eran sus ramas, ya que no dejaba de toparme con cada una de ellas mientras intentaba avanzar y algunas de estas se enganchaban en mi pelo, tirando de mí.

Entonces le vi, su pelaje era marrón oscuro, apenas se podía distinguir ya que se confundía muy bien con las ramas y la arena. No conseguí saber qué era lo que se escondía más allá, solo podía ver su gran tamaño y las enormes patas que le aguantaban. Me moví más deprisa, ladeé la cabeza y fue cuando vi que el resto estaban bastante cerca de donde me encontraba. No lo habían visto aún, estaban buscándolo, por lo que salí corriendo en dirección contraria a la que debía ir haciendo que todos me siguieran. Desde la lejanía divisé una gran roca, y tras rodearla me escondí junto a ella despistándoles. Mi respiración se había vuelto más profunda, casi tanto que apenas podía coger el aire que necesitaba. Me agaché, estaban llegando podía escucharles. Esperé a que pasaran por encima. Cuando lo hicieron todos, salí corriendo hacia donde estaba el animal. Este andaba tranquilamente, ajeno a lo que estaba a punto de ocurrir. Era un enorme grábjörn, el más grande que había visto en toda mi vida.

Me acerqué tras su espalda intentando no hacer ningún sonido que le alertara. Una rama se quebró bajo mis pies haciendo que el animal se diera la vuelta para observarme. Se apoyó en las patas traseras y rugió feroz intentando ahuyentarme. Se aproximó a mí, no había muchos pasos entre nosotros, si quisiera podría llevarse de un bocado uno de mis brazos. Me quedé quieto, expectante a lo que pudiera ocurrir. Acercó su hocico a mis piernas oliéndome. Di dos pasos hacia atrás, cuando pensaba que ya iba a darse la vuelta y marcharse, se volvió y de un zarpazo me rasgó las pieles, con ellas todo el ropaje y parte del pecho. Dejé ir un profundo alarido que desgarró mi garganta. La herida empezó a sangrar humedeciendo la tela del maltrecho kirtle, goteando y cayendo sobre mi pantalón. Se movía de un lado a otro nervioso y asustado. Apreté la herida con la mano intentando calmar el dolor. Me agaché, cogí aire, pero apenas podía respirar a causa del mal que cruzaba mi pecho.

—Por los dioses… —murmuré mientras veía como el animal volvía a ponerse en pie.

Decidí no esperar más. Sujeté con fuerza mi hacha, de un salto me puse en pie y le hice un corte en la parte baja del vientre. El grábjörn se quejó enfurecido, pero no pudo hacer nada contra el siguiente movimiento que le hizo un corte en el pecho y otro sobre el corazón dándole cada vez con más fuerza. Movía las zarpas intentando darme, pero aún podía moverme veloz como requería el momento, aguantando el dolor que acabaría quebrándome por dentro. Cogí con fuerza el hacha y le di otro golpe en el pecho, lo que hizo la herida más profunda y que la sangre empezara a brotar de esta, manchándome el rostro de ella. El animal se tambaleo dando dos pasos hacia atrás desorientado, y aproveché para sacar mi knífr y clavárselo en el corazón. La bestia soltó un fuerte y profundo gruñido que resonó en el bosque. Cayó hacia atrás moviéndose un poco, agonizando, hasta que los dioses se llevaron su alma.

Mis piernas apenas eran capaces de aguantarme, el hacha cayó al suelo, no tenía fuerza ni para sujetarla. Caí de rodillas, casi no podía ver, apreté la herida intentando hacer fuerza, pero de nada servía. Había perdido demasiada sangre. ¿Iba a ser ese mi final? ¿Iban los dioses a llevarme consigo?


Levanta —escuché como me decía una voz.

Abrí los ojos, poco a poco, desorientado. La vista se me nubló, no conseguía distinguir nada. Intenté levantarme pero un terrible dolor me cruzó el pecho. Los rayos del sol se colaban entre las ramas de los árboles, y se centraban en algo, o en alguien. Una mujer, con la voz de una norna, hermosa y resplandeciente. No podía distinguir bien sus formas, sus ojos ni siquiera sus labios. Solo pude ver su cabello largo y rojizo como la sangre.

Egil, levanta —escuché como volvió a decir dulcemente.

—Quién… ¿Quién eres? —pregunté sin aliento.

Los dioses quieren que vuelvas, Egil —contestó—. Vamos.

—Pero…

Egil Thorbransson, futuro Jarl de Rygjafylki, ponte en pie, levántate por tu pueblo. Hónrales como debes. —Me exigió— tienes que estar preparado para su llegada, para la partida, y para recibirnos.

Cerré los ojos de nuevo, no entendía nada de lo que me estaba diciendo, ¿quién era esa mujer? Al abrirlos no vi a la otra muchacha, sino a Gala. Podía reconocer su cabello, ese hermoso rostro, su cuerpo. Me miraba y sonreía, pero no hacía nada, tan solo me observaba.

—Gala… —susurré.

Mi cuerpo no pudo aguantar más, acabó cediendo, y quedándose dormido.


Sentí como estaba moviéndome, pero no podía ver nada de lo que ocurría a mi alrededor. Alguien me sujetaba, para que no cayera al suelo. Parpadeé y vi cómo nos movíamos, ladeé un poco la cabeza, lo suficiente como para poder ver que a uno de los lados estaba Carón y al otro Olaf.

—Ya está consciente —se alegró Carón.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Bajé la vista hacia la herida, la habían tapado con tela y me habían quitado las armas para que no pudiera lastimarme. Al girar la cabeza, vi a Jokull, Gull, Björn y Birgin llevando al animal, el cual arrastraban por el bosque a causa de su gran tamaño.

—Hay que curarte eso —dijo Jokull a mi espalda.

Había algo en su voz que hacía que mantuviera la esperanza. Apenas podía caminar, pero algo hizo que sintiera admiración en sus palabras, sonreí agradecido por lo que hicieron, gracias a ellos tenía algo más de fuerza. Salimos del bosque, vi como Hammer estaba más allá, aguardando nuestra llegada, hasta que vio mi herida y empezó a rebuscar en las alforjas de su hestr y sacando una bolsa de piel llena de agua y un kirtle, vino hacia nosotros corriendo.

—Dejadlo en el suelo —les ordenó.

Me tumbaron hasta que llegó y se arrodilló a mi lado. Acabó de rasgar mi kirtle, y quitó lo que me cubría. Echó un poco de agua, apartando la sangre que aún brotaba de ella. Cortó un trozo de tela, la colocó sobre la herida y empezó a apretarla intentando que la sangre cesara.

—Gracias —susurré entre dientes.

No dijo nada permaneció callado con la vista fija en la herida. Cuando terminó de vendarla, se puso en pie y me dio la mano para que pudiera levantarme. Comencé a andar pausadamente, me costaba hacerlo, pero lo conseguiría costase lo que costase. Jokull se acercó a mí y me dio una rama fuerte, que me ayudaría a mantener el equilibrio.

—Vas a caerte —me advirtió una vocecilla distinta a las que me rodeaban.

Miré hacia un lado, pero no me dio tiempo a verla. Gala pasó uno de mis brazos por encima de sus hombros y me cogió con el otro por la cintura. La observé extrañado, ni siquiera sabía por dónde había venido. Vi algo distinto en ella, una sonrisa, una bondad sorprendente que se dibujaba en sus rosados labios. Hice una mueca y me aparté, no necesitaba que nadie me ayudara.

—¿Qué haces? —inquirió molesta.

—Puedo yo solo —respondí entre dientes.

Di dos pasos hacia adelante y cuando quise darme cuenta ya empezaba a tambalearme de nuevo. Una incontrolable tos se apoderó de mí, impidiendo que el aire llenara bien mi pecho. Me doblé sobre las rodillas dolorido, la sangre volvió a empapar las telas, haciendo que un terrible punzón me recorriera por completo.

—¿No te das cuenta que no puedes? —preguntó enfadada.

—Sí puedo.

Poco a poco avancé, con dificultad. Al pasar junto a ella hice un gran esfuerzo irguiendo mi espalda, y un desgarrador gruñido murió en mi boca.

—Deja que te ayude —me pidió con una ternura extraña en ella.

—Te he dicho que no —espeté de malas maneras.

—Como quieras, pero no vuelvas a buscarme —me dio un golpe en el brazo para desequilibrarme.


Fui hacia la cabaña de Göran. La única que podría curar está herida era Hanna, quien se había vuelto una experta en dotes curativos gracias a la ayuda de Helga. Di varios golpes en la puerta alertándolos de que estaba fuera. La mujer fue quien me recibió.

—¡Por Freyja! —exclamó asustada—. ¿Qué te ha pasado, muchacho? —Posó una de sus manos sobre su frente, y apartó algunos de los mechones que caían sobre su rostro—. Pasa, hijo —dijo invitándome a entrar en la casa, a la vez que me sujetaba por el brazo— Göran, ayúdame —le pidió alzando la voz—. ¡Por los dioses, ven aquí ahora mismo!

Pude ver la congoja en sus ojos, estaba aterrada. Pero también vi el cariño que estos desprendían, un amor propio de una madre. Hanna siempre había sido como una amma[64] para mí.

—¡Egil! ¿Qué ha pasado? —preguntó Göran desde el otro lado de la estancia asustado.

Se acercó a nosotros rápidamente, pasó uno de sus brazos por debajo de mi cintura para que no cayera al suelo y me llevó hacia uno de los jergones. Al acostarme no pude evitar soltar un quejido, la herida había dejado de sangrar pero el dolor permanecía.

—Ve a preparar algo con lo que alimentarle, yo me encargaré de que este hombretón se recupere en breve —dijo con cariño. Su envejecido aunque bello rostro esbozó una mueca, la cuál desprendió tanto amor como el que tenía por parte de padre cuando no era más que un niño.

Göran se apresuró a hacer lo que Hanna le había pedido. Puso agua en un cuenco sobre la lumbre y dejó que se calentara mientras vino hacia donde nos encontrábamos y se arrodilló a mi lado para poder ayudar a su húsfreyja. Esta preparaba un ungüento con agua y hierbas, en el cual iba empapando en un paño y pasándolo por encima de la herida, lo que provocó que soltara un gemido lleno de agonía. El simple roce de la tela hacía que todo mi cuerpo temblara.

—Tranquilo, te pondrás bien —me aseguró con mimo.

En el momento en el que se veía limpia, cogió otro trozo de tela y empezó a secar la piel. Se puso en pie, vació el agua en la parte delantera de la casa y vi como Boril apareció con otro cuenco lleno de hojas mezcladas con algo más.

—Bien, ahora te echaré un poco de esto —dijo enseñándome lo que había traído Boril—. Ayudará a que las heridas se curen —cogió un poco del ungüento y lo extendió sobre la piel—. Veamos.

Hizo una mueca por el olor que desprendía, pero no tardó en sonreír de nuevo.

—Egil, descansa un poco.

Cerré los ojos intentando dormir, pero a mi mente solo venía el indómito rostro y ese hermoso cabello, hasta que finalmente, el cansancio me venció.


Podía escuchar la lluvia caer haciendo que me despertase. Abrí los ojos lentamente, intenté incorporarme pero un insoportable dolor hizo que cayera tendido sobre las pieles de nuevo.

—Es verdad… —susurré a la vez que me pasé la mano sobre la herida.

Hanna no tardó en darse cuenta de que ya había despertado. Se acercó al jergón con un asiento de madera en la mano y lo dejó a mi lado.

—Buenos días —dijo a la vez que me pasaba la mano por el pelo—. Estaría bien que te dieras con un poco de agua, no puedes ir a ninguna parte así.

—¿Has dicho buenos días? —pregunté desorientado.

La mujer asintió sonriente y volvió a acariciar mi pelo, dejando que pasase entre sus dedos.

—Has estado durmiendo todo el día.

—Vaya…

Se levantó del asiento y fue al cajón de madera, lo abrió y rebuscó algo que había en él. Cuando se dio la vuelta, vi como llevaba ropa limpia, y más tela con la que tapar la herida.

—Será mejor que te la cubra bien y te pongas algo limpio.

Dejó sobre la mesa los ropajes, pasó una de sus manos por detrás de mi espalda para ayudarme a incorporarme. Miré hacia abajo para poder verla mejor, había una gran abertura, el corte era más profundo de lo que creía, pero por suerte ya había dejado de sangrar. Hanna me ayudó a avanzar por la gardr hasta que llegamos frente a un cuenco lleno de agua, Boril acababa de llenarlo. Mojó un trozo de tela y lo pasó sobre la piel limpiándola, tras eso lo secó y le echó la mezcla del día anterior.

—Aguanta aquí —me dijo cuando empezaba a pasar el trapo por encima de la abertura.

Fue envolviéndome, hasta que quedó totalmente cubierto y sellado con cuidado.

—Tendremos que hacer una cura todos los días, así que, tendrás que quedarte aquí —dijo en tono autoritario.

Asentí a la vez que la miraba a sus ojos marrones, aunque dependiendo de cómo le diera la luz, un destello como los rayos del sol brillaba en ellos, dejando ver lo que se escondía en su interior. Me abrazó, a la misma vez que restregaba sus manos contra mi espalda.

—Ahora te limpiaré el pelo, lo tienes… —comentó a la vez que cogía una jarra y la metía en el agua—. Pon la cabeza hacia adelante —hice lo que me decía, con cierta dificultad. Cuando ya estaba bien puesto, dejé que el agua cayera por toda mi cabeza.

Pasó las manos por el pelo, deshaciendo los nudos que había en él.

—Quítate esos pantalones y las botas.

—Bueno…

Me deshice de mis ropajes menos de los calzones. Los tiré al suelo mientras la mujer me miraba expectante aunque algo cohibida, intentando mantener la compostura. Pude ver como sus mejillas se enrojecían y una vergonzosa sonrisa asomaba en sus labios. Dejé ir una carcajada, lo que hizo que el dolor volviera a aparecer, perdurando durante un buen rato. Me puse las manos sobre el pecho para calmarlo, pero de nada sirvió.

—Ay, hijo… Deberías ir con más cuidado.

—No puedo remediarlo.

Pasó el paño mojado por la cara, los hombros, los brazos y al final acabó por tendérmelo para que me limpiase el resto de zonas, mientras ella iba peinándome. Noté como lo desenredaba con un peine hecho de oro, procedente de alguno de los últimos saqueos en los que estuvimos. Me trenzó el pelo desde arriba del todo, dejándolo completamente pegado a mi cabeza.

Acabé de ponerme los ropajes que me había dado, un kirtle corto del color de la tierra con refuerzos en los codos y hombros hechos de piel curtida, también había uno más grande sobre el pecho. El kirtle llevaba un amplio cinto de cuero que hizo que quedara apretado al pecho y la cintura.

—¿Ya estás? —preguntó Hanna con su dulce voz.

—Sí —dije dándome la vuelta.

Cuando me giré, vi a Göran sentado en la mesa. Hanna estaba de pie, esperándome. Habían puesto la comida en los cuencos y me aguardaban. Por suerte, tuve un reconfortante caldo que no pude tomarme la noche anterior.

—No sabía que supieras hacer algo tan bueno —murmuré a la vez que me llevaba a la boca otra cucharada.

No dijo nada, se limitó a comer lo que había preparado dejando que algunas gotas del caldo se quedaran en su bigote.

—Está deliciosa —dijo Hanna alagándole con una enorme sonrisa—. Mi hombre ha aprendido demasiado bien, algún día ocupará mi lugar, ¿no crees, Egil?

—Nadie podrá ocupar nunca tu lugar, tu comida es irreemplazable, aunque debo darte la razón, está delicioso —dejé que una sonrisa se dibujara en mis labios mientras veía como Göran se limitaba a asentir.

De repente su gesto se volvió serio, frunció el ceño molesto lo que hizo que algo en mí se preocupara de que era lo que le rondaba por la cabeza.

—¿Qué ocurre, amigo?

—No puedes ir por libre —contestó—. Ese animal podría haberte matado, no es la primera vez que te lo digo.

—No soy un niño, Göran.

Permaneció callado, mientras tensaba su boca mostrando un claro desacuerdo con lo que estaba diciendo. Miró con pesar a su mujer, quien encogió los hombros y siguió comiendo.

—Hasta que no estés totalmente recuperado, te prohíbo volver al vangr, te quedarás con nosotros. Hanna y Boril se ocuparán de hacerte las curas, y si no pueden ninguno de los dos, lo haré yo —dijo por fin enfadado—. ¿Entendido?

Asentí pausadamente. Göran se limitó a poner mala cara sin decir absolutamente nada. Hasta que sin que nos lo esperáramos, la puerta se abrió y tras ella apareció padre junto a Hammer y Jokull, sus dos lobos guardianes. Sin decir ni una palabra, se adentraron en la gardr, y permanecieron observándonos hasta que cada uno de ellos tomaron asiento.

—Hammer me ha explicado lo que pasó en el vangr ayer —dijo seriamente—. ¿Por qué no viniste a mí?

—Por qué tú no puedes cuidarme —dije de mala manera—. Ella sí —miré a Hanna—. Siempre lo ha hecho, desde que madre no está ha sido ella quien se ha ocupado de velar por mí.

Tragó saliva mirándome con desdén, igual que lo hicieron sus hermanos, pero ninguno de ellos osó decir nada cuando es el Jarl quien debía de hacerlo.

—No volverás al vangr durante las próximas lunas —tomó una de las jarras llenas de agua, y se la llevó a la boca—. Creo que ya sabes cuales eran las condiciones de cazar el animal.

—Sí, lo sé —contesté.

Era cierto que sabía cuáles eran las condiciones de haber cazado al grábjörn, ocupar el lugar del hersir, dirigir a los hombres… Pero, había algo más que necesitaba que hicieran para complacerme.

—Quiero algo más —dije mirando el cuenco—. Quiero que Hammer ocupe mi lugar en la tierra, un intercambio.

—Eso es algo que deberá decidir él, si lo acepta o no, a mí me parece una grandísima idea, tal vez no le vaya mal volver al que era su lugar hace unos años.

—Pero… Señor… —contestó y acabó doblegándose ante su Jarl.

—Ahora te toca cumplir con tu parte del acuerdo —dijo zanjando el asunto.

Vi como el semblante del hersir fue cambiando de la tranquilidad al enfado, y del enfado a la furia. Sus ojos brillaban ansiando venganza, por lo que me limité a sonreír, lo que aumentó su malestar y provocó mi risa. El dolor, una vez más, volvió a atravesarme el pecho, doblegándome sobre la mesa.

—Hijo, ¿estás bien? —preguntó preocupado.

—Sí, lo estoy.

Tras eso se puso en pie y se marcharon por donde habían venido, pero no sin antes Hammer poner el punto y final a la conversación.

—Mañana te quiero en la arena a la salida de Sól.

Asentí y le saludé con la mano se marchó sin decir nada más cerrando la puerta tras su enorme espalda.

—No deberías comportarte así, hijo, algún día tendrás problemas.

—No me importa.

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