Capítulo XIV

Nada más salir de la gardr miramos a ambos lados, no había nadie en el camino, fuimos hacia el establo y vimos que todos los hestrs estaban dentro. Resoplé, ¿qué demonios estaban haciendo, es que no íbamos a alimentarnos con nada? Alguien debería estar cazando.

Preparamos a nuestros hestrs para salir, dejé las puertas abiertas, montamos en ellos y salimos de ahí. Cuando llegamos al centro del poblado, frente a la heimr no había nadie, parecía que todos habían desaparecido, así que, nos acercamos a la gardr de Hanna a ver si necesitaba algo. Bajé de Regn, dejé que Linna cogiera las riendas y las aguantara mientras yo iba hacia la entrada, di varios golpes en la puerta. Como la última vez, Göran me recibió poniendo mala cara.

—¿Qué deseas? —preguntó entre dientes.

—¿Está Hanna?

—Sí —contestó escuetamente a la vez que dio media vuelta y se giró hacia ella— mujer, preguntan por ti.

El hombre se marchó desapareciendo en la oscuridad que había dentro y fue entonces cuando apareció ella con una dulce sonrisa en los labios.

—Estaba preparando todo para el gran banquete.

—Para eso mismo veníamos, ¿necesitas algo? —pregunté.

La mujer se quedó pensando durante unos instantes, se dio la vuelta para ver lo que le habían traído, fue hacia la mesa de madera y cuando se volvió me sonrió.

—Han sacrificado a los dioses una kýr, la han traído Carón y Gull, pero no sé si eso será suficiente, ¿podrías ir a ver si encontráis algo más?

—Claro, Hanna, te lo traeremos.

—Traed algunas flores para adornar las mesas.

Asentí, se acercó a mí y me abrazó, esta vez algo más leve que el anterior.

—Gracias, Gala, que los dioses te bendigan —murmuró con dulzura.

Dio media vuelta y se marchó por donde había venido. Cogí las riendas de Regn, me subí a ella y cuando fuimos a dar la vuelta para marcharnos hacia el bosque, nos encontramos con Karee, estaba intentando coger agua del pozo. Mi cabeza me pedía que fuera por detrás y la asustara, lo más seguro fuese que acabara dentro. Al pasar junto a ella, esta nos dedicó una radiante sonrisa.

Heill —dijo con una dulce voz.

Le hice un gesto con la cabeza junto a una mueca, era la sonrisa más mala que había dedicado a nadie.

—Ahí se caiga y se ahogue —susurré para que solo Linna pudiera escucharme.

La muchacha intentó aguantar la risa, pero no tardó mucho en romper el silencio con sus carcajadas, tan sonoras que lograron llamar la atención de la esclava. Seguimos adelante, subimos hasta la vangr, pero en vez de ir a la parte del bosque en la que solíamos cazar nos marchamos a la que había tras la gardr del Jarl. Allí nunca iba nadie, por lo que los animales solían estar más tranquilos y más visibles ante nuestra presencia.

—¿No sería mejor dejar aquí a las yeguas? —inquirió Linna cuando llegamos al lugar.

Asentí, tenía razón, lo mejor para avanzar por el interior del bosque sería ir a pie, ya que sino acabaríamos haciéndonos daño con algunas ramas. Desmontamos de los animales y los atamos para que mientras nosotras estábamos cazando ellas pastaran tranquilamente.

—Linna, será mejor que tú te ocupes de las flores —le dije a la vez que vi como hacía una mueca—. Tienes más delicadeza para ello, además tu madre te ha enseñado bien cuáles son las más bellas.

—Está bien…

Nos separamos, ella se fue hacia el este y yo hacia el oeste dejando atrás el poblado, alejándome de todo lo que había a nuestro alrededor. Me colgué bien el arco, ya que a cada paso que daba se iba cayendo. No veía nada, ningún animal apareció en mi camino, tampoco escuché ningún ruido salvo el de los pájaros piando.

Después de un buen rato, en la lejanía divisé una pequeña liebre que saltaba de un lado a otro tranquilamente, sin percatarse de que estaba allí. Saqué una de las flechas, la coloqué en el arco y dejé que corriera por el aire hasta que se clavó en su pecho. Esta cayó desplomada al suelo, me acerqué a donde estaba, le quité la flecha y la metí en una pequeña alforja que colgaba de mi hombro. Seguí andando de un lado a otro para encontrar algún animal más que llevarle a Hanna, y que así no faltase comida.

Avance entre los árboles, pero entonces el bosque empezó a cerrarse, lo que antes eran altos troncos con cientos de ramas, se había vuelto arbustos bajos de largas ramillas que iban enganchándose en mis ropajes y mi cabello. Fui quitándolas a medida que iba pasando, saqué mi espada e intenté cortar las que había frente a mí. Entre tanta rama y tanta hoja pude divisar un animal, el cual parecía un pequeño ciervo, y era para mí, totalmente mío. Repetí lo que había hecho con el otro, saqué una flecha, la coloqué en la posición correcta, apunté y acabó atravesándole el muslo al ciervo, por lo que no pudo avanzar. Intentó correr, pero no le sirvió de nada, le lancé una flecha más que se clavó en su lomo. Me acerqué a él, vi como el pobre agonizaba, y con la daga le hice un corte en el cuello.

—Gracias dioses por darnos esta vida.

Pensaba que era mío, que no había nadie más a nuestro alrededor, pero estaba equivocada. Escuché como un fuerte rugido resonaba en todo el bosque, haciendo que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo. Cogí aire y me giré despacio, intentando no hacer movimientos rápidos. Vi como detrás de mí se encontraba un enorme grábjörn, de pelaje oscuro como la noche. Pensé que estaría más lejos, pero una vez más me equivocaba. Estaba tan cerca que podía escuchar su agitada respiración, algo me decía que no iba a salir viva de allí. Estaba llevándome su comida. El animal se puso en pie, aguantándose con las patas traseras lo que hizo que pareciera aún más peligroso.

Empecé a gritar con todas mis fuerzas, intentando ahuyentarlo o que alguien me escuchara y viniera a ayudarme. Pero parecía que nadie estaba lo suficientemente cerca como para oírme. El animal fue acercándose a mí corriendo hacia donde me encontraba, no sabía que hacer por lo que eché a correr pensando que en algún momento se agotaría. Giré levemente la cabeza para ver donde se encontraba, al no mirar hacia el suelo acabé tropezando y caí. Estaba demasiado cerca, mucho, escuché un grito profundo, tanto que llamó la atención del oso.

Vi como Espíritu apareció entre la frondosidad de los arbustos, sus poderosas pezuñas hicieron agujeros en el suelo tras su salto. Me sorprendió verles así, aunque más que una sorpresa fue alegría, parecía que una vez más mi vikingo iba a salvarme. Egil desmontó del hestr sin que este siquiera se detuviera, se puso frente a mí, interponiéndose entre el oso y yo.

Me echó un vistazo para ver si estaba bien o no, tras eso flexionó las piernas y se preparó para un posible ataque contra el animal. El oso rugió con todas sus fuerzas y Egil lo hizo con él. Dio varios pasos hacia adelante con el hacha en la mano pero no logró asustarlo. Así que, decidió atacarle, le dio un golpe en una de las patas traseras sobre las que se aguantaba haciéndole un buen corte del que la sangre no dejaba de salir. Tras ese otro en el costado para que se marchara, pero tampoco sirvió de nada, ya que la piel era lo suficientemente dura como para que no le dañara demasiado. Como último recurso alzó los brazos, le gritó de nuevo tan fuerte y tan ferozmente que el animal acabó por darse por vencido, se dio media vuelta y se marchó.

Cuando este se giró, se quedó mirándome desde su posición. En sus ojos vi pena, dolor, pero también la amargura y la rabia que seguía viviendo en él. Me tendió la mano, la agarró y me ayudó a ponerme en pie, se subió a Espíritu y se marchó.

—Gracias —le dije antes de que fuese demasiado tarde.

No dijo nada, se limitó a marcharse por donde había venido y a desaparecer de nuevo tras las ramas que antes no me dejaban verle.

Me acerqué al ciervo que yacía en el suelo con algunas hojas enganchadas a su pelaje húmedo por la sangre. Me abrí paso poco a poco hasta que llegué a donde se encontraba Regn, que me esperaba tranquilamente junto a la yegua de Linna. Até al ciervo sobre el lomo de mi hestr y fui a buscar a Linna, quien estaba buscando las flores para Hanna.

Fui hacia donde se había dio ella al separarnos, pero no la veía por ningún sitio, seguí adentrándome en el bosque, en mi camino cada vez había más árboles, arbustos, troncos y piedras, pero ni rastro de la muchacha. Miré si había alguna huella, y sí que las había pero no eran claras, las observé y vi cómo se desviaban hacia un lado por lo que decidí seguirlas. En aquel lado del bosque los árboles eran más altos. Escuché caminar a alguien y el sonido del río, el cual pasaba a lo largo del skógr. Estaba demasiado lejos de donde se encontraban las yeguas. Empecé a correr temiéndome lo peor, y solo le rogaba a los dioses porque Linna estuviera bien. Necesitaba saber que aquel grábjörn se había marchado y que no se había encarado a ella.

—¡Linna! —grité con todas mis fuerzas.

Pero nadie respondió, lo que hizo que los nervios crecieran cada vez más en mi interior, y que mi corazón latiera con más fuerza. Necesitaba encontrarla.

—¡Contesta! —Le rogué— ¡por los dioses, Linna! —grité.

Seguía sin responder, así que, aceleré el paso, fui más deprisa hasta que llegué al río, lo veía desde lejos, las flores debían estar allí. Cuando llegué a la linde del bosque la encontré sentada con los pies en el agua.

—¿Qué demonios haces? —Le grité mientras me acercaba a ella.

Esta, sobresaltada, se puso en pie de un salto dentro del agua, cuando estaba saliendo cayó empapándose los ropajes. Me miró con los ojos muy abiertos, se sentó de nuevo sobre la tierra colocándose las botas como pudo.

—Lo siento —dijo arrepentida—. Estaba buscando flores y…

—Pues espero que las tengas, o te quedas hasta que las encuentres y hay un oso no muy lejos de aquí, seguro que te ayudaría a encontrarlas.

—¿Qué… qué? ¿Un grábjörn?

Cerré los ojos, cogí aire y lo dejé ir. Al abrirlos la miré, ahora sí que le interesaba lo que estaba diciéndole. Di media vuelta y caminé hacia donde estaban nuestros hestrs.

—Aguarda —me rogó—. No me dejes sola.

Vino corriendo detrás de mí asustada. Intentaba ir más deprisa, quería pasar por delante de mí, pero sus zapatos no se agarraban al suelo ya que de ellos no dejaba de salir agua. La muchacha empezó a correr.

—Por favor, Gala —gritó detrás de mí—. Tengo las flores, las tengo.

Seguí avanzando sin hacerle caso, ella corría a mi espalda, hasta que acabó por agarrarse de mi brazo para así poder ir a mi ritmo. La muchacha alzó las manos y en una de ellas llevaba un ramo de hermosas flores, todas distintas.

—Está bien —dije a la vez que me apresuraba a llegar a donde se encontraban las yeguas.

No quería estar dentro del bosque cuando ese animal volviera a entrarle el hambre. Ese oso podría habernos matado de un solo zarpazo, igual que podría haberlo hecho con Egil, pero a él no le importó solo había pensado en protegerme.

—¿Cómo sabes que hay un oso rondando por aquí?

—Me he topado con él.

—¿Qué? —exclamó.

—Egil apareció para salvarme…

—¿Cómo has dicho? ¿Egil?

—Aguarda.

No contesté, seguí caminando, tiró de mi mano pero no consiguió que me detuviera, así que, siguió tirando de ella hasta que llegué a Regn. Me subí a la yegua y la miré desde arriba.

—Como que me estuvo a punto de matar. Egil, sí. Él vino a ayudarme y me salvó del ataque de aquel animal, si no hubiera aparecido lo más seguro es que ahora mismo no estuviéramos hablando.

Se quedó boquiabierta, aturdida por lo que le contaba, su cuerpo tampoco reaccionaba, así que, con el pie le di un golpe en el brazo para sacarla del estado en el que se había quedado y que así se moviera. Dejó ir un suspiro, y dijo:

—Qué hombre —murmuró.

—Sube al hestr, nos tenemos que ir.

Hizo lo que le había dicho, desanudó ambos caballos y se subió a la suya, dio media vuelta y me miró.

—A ver quién es más veloz —me desafió.

—Yo —aseguré atando con fuerza el rauðdýri, y me pasé la cuerda por la cintura para que no cayera.

Chasqueé la lengua, con aquel simple sonido Regn ya sabía que era lo que debía hacer, pasó de ir tranquila, a ir tan veloz como el viento, parecía que nuestra presa iba a salir volando. Giré un poco la cabeza y vi como Linna se quedaba atrás, parecía no saber que mi yegua era la más rápida de todo el poblado, por no decir del territorio.

Cuando estaba llegando al camino que llevaba hasta el centro del poblado, hice que Regn se calmara, así no llamaríamos la atención de todo el mundo. Me fijé en el sol, apenas se veía tras las nubes y estaba a punto de esconderse detrás de las montañas, no quedaba nada para que tuviéramos que reunirnos con el resto en nuestro heimr. Iba a conseguir relucir más que las estrellas, haría que Egil se quedara aturdido. Dejé ir una carcajada llena de satisfacción. Había sido capaz de hacer que un hombre que ya no era el mío viniera a protegerme poniendo su vida en peligro por mí. Egil volvería a entregarme su corazón, al igual que yo le daría el mío, no pensaba dejar que se escapase.

Nos dirigimos hacia la gardr de Göran y Hanna, le llevaríamos lo que habíamos cazado y las flores que habíamos recogido para ella, así podría seguir cocinando la comida para el gran banquete. Desmonté de mi yegua, le di las riendas a Linna, y esta me tendió las flores que había cogido. Me acerqué a la entrada y la mujer me recibió gustosa. Se las di, y fui a por los animales.

—Oh, son maravillosas —susurró ella.

—Espera a ver lo que hemos traído.

Desaté al ciervo, lo cogí en brazos, era realmente pesado por lo que lo dejé en el suelo y tiré de sus patas arrastrándolo hasta el interior de la gardr. Fui a por la liebre y la dejé sobre la mesa que había junto al otro animal. Al darme la vuelta vi como la mujer me observaba.

—Estás mucho mejor, te veo distinta —dijo a la vez que pasó una de sus manos por mi cabello colocando un mechón tras mi oreja.

—Gracias… Sí, creo que tengo las fuerzas que antes no encontraba.

—Toma, muchacha —dijo yendo hacia una mesa que había al final de la estancia— esto te irá bien para el cabello.

Hanna, además de ser conocida por sus dones y su deliciosa comida, también lo era por tener un amplio conocimiento de plantas y flores, creaba ungüentos con hierbas sanadoras. Me tendió un cuenco repleto de una mezcla.

—Vaya —dije observándolo— gracias.

—Déjalo un poco en el cabello, te quedará precioso.

Asentí, sonreí y salí de su gradr. Linna me miró, observó el cuenco, con cuidado lo guardé en mi alforja y me subí a Regn.

—¿Qué es?

—Es un presente de Hanna.

La muchacha asintió, me dio las riendas y nos marchamos cada una a nuestras gradrs.

—Voy a por mis ropajes.

—Te espero allí.

Dejé que se marchase, fui hacia los establos, dejaría a mi yegua que descansara y comiera mientras nosotras nos preparábamos para ir al gran banquete. Cuando entré, me encontré a Egil cepillando a Espíritu. Desmonté de mi hestr, la dejé en su sitio atándola tan solo con una cuerda para que no se marchara y le di dos manzanas. Acerqué una de ellas a su hocico para que supiera que la tenía delante y le dio un mordisco. Agarré la alforja que le había quitado.

—Muy bien —dije a la vez que le pasaba la mano por el cuello.

Antes de salir, observé a Egil, llevaba el kirtle rasgado y se veía su fuerte espalda. Tenía algo en ella, pero no lograba verlo bien. Di varios pasos hacia él, sin poder evitarlo estiré el brazo hacia su suave piel y cuando estaba a escasos milímetros de rozarla, se dio la vuelta y me agarró por la muñeca, mirándome con rabia.

—¿Qué crees que haces?

—Yo…

Avergonzada me di la vuelta y salí corriendo de los establos. De un golpe abrí la puerta de mi gardr, cuando estuve dentro me eché sobre el jergón dejando que las pieles cubrieran mi rostro. No iba a llorar, dentro de mí no había tristeza sino ira. Entró Linna y me encontró. Se sentó a mi vera y empezó a acariciarme el cabello.

—¿Qué te ocurre?

—¿Que qué ocurre? —Repetí furiosa—. Que voy a hacer que los dioses se la lleven, ¡maldita! Y si no se la llevan los dioses, me la llevaré yo y no volverá.

Me miró boquiabierta por cómo estaba hablando, o gritando mejor dicho.

—Tranquila —pasó su mano por la espalda.

Se puso en pie, alzó un poco la cabeza y la miré, fue hacia el final de la gardr, cogió un cuenco de agua y lo dejó sobre la mesa. Se volvió a sentar junto a mí y me agarró por los hombros tirando de mí hacia arriba.

—Levanta —me ordenó.

A regañadientes hice lo que decía, me puse en pie, dejé que fuese ella quien me llevara hasta uno de los asientos. Metió mi cabello en el agua para mojarlo y después peinarlo. Cuando estaba bien empapado lo secó. Linna me echó la mezcla que me había dado Hanna, después recogió mi cabello y guardó un poco para ella. Mientras Linna se iba preparando, me acerqué al arcón donde guardaba mis ropajes. Lo abrí y vi como mi hermoso vestido rojizo sobresalía, esperando a que volviera a vestirlo después de tanto tiempo esperando. Lo saqué y lo dejé sobre el jergón junto con mis pieles de refr.

Volví a meter el cabello en el agua quitándome el ungüento. Cuando ya no quedaba nada, Linna lo secó pasando sus largos dedos por él, tras eso, lo colocó bien y lo peinó con un cepillo de oro que padre trajo en la última incursión.

—Vas a ir hermosa —murmuró.

Recogió mi cabello dejando que dos largos mechones cayeran a ambos lados de mi rostro, trenzó los mechones y los colocó alrededor del recogido. Un tirabuzón se escapó de las trenzas y cayó sobre mi oreja derecha. Me miró y se tapó la boca con la mano pero no dijo nada.

—¿Qué ocurre? —pregunté.

—Estás preciosa.

Sus ojos brillaban de emoción al mirarme, su rostro lo decía todo.

—Gracias.

La ayudé a hacer lo mismo mojando su cabello y limpiándolo. Lo sequé y lo peiné varias veces para que quedara más lacio. Desde los lados de su cabeza cogí tres mechones y los trencé, uniéndolos al final para sujetar el resto de su cabello. Cuando estuvo lista, se colocó un hermoso vestido que le había tejido Elsa. Le quedaba tan bien, Gull acabaría tirándose encima de ella para arrancarle los ropajes. Era tan delicada y dulce como el mejor de los hidromieles.

—Ahora tú —susurró mientras estiraba la tela.

—Sí —soplé.

Me deshice de mis ropajes dejándolos sobre el jergón, sin nada que me cubriera paseé por la gardr. Linna cogió el vestido, y me lo dio para que no cogiera frío. Cuando me lo puse sobre el largo kirtle, me di cuenta de que me quedaba grande. Parecía que estaba enferma, me pasé las manos por las mangas, eran algo cortas. Sobre el vestido me puse un chaleco de piel que hacía que no se notara lo que había perdido, quedaba totalmente ceñido a mi cuerpo.

—Perfecta —susurró Linna.

Antes de salir cogí mis pieles y me las puse por encima. Asomé la cabeza por la puerta, miré a ver si los demás ya habían empezado a salir de sus gardrs, entonces vi que sí, que iban entrando en el interior de nuestro heimr. Avisé a Linna quien estaba acabando de cubrirse con sus pieles.

Antes de que pudiéramos llegar a la entrada, nos encontramos a padre, junto con él iban Atel y Gull, quién se quedó callado al ver lo hermosa que iba Linna, no era capaz de apartar la mirada de ella.

Heill —dijo Atel con una amplia sonrisa—. Las dos estáis radiantes, los dioses estarán orgullosos de vosotras.

—Siempre son bellas, Atel —dijo padre.

Gull asintió una y otra vez, como si no supiera decir nada más, estaba completamente prendado de Linna, desde que esta dejó de prestarle atención no había parado de seguirla como si no fuera más que un hundr. Estaba segura que sería capaz de hacer que se arrodillara frente a ella con tan solo una mirada.

La di un golpecito a mi hermana en el costado y sonreí, esta me correspondió con otra sonrisa dejando ir una leve risilla nerviosa. La agarré del brazo para ir directamente al interior del gran salón. Tiré de ella ligeramente intentando que no tropezara con nadie y la guie. Nos despedimos de padre y los demás, cuando llegamos a las grandes puertas me quedé parada, ¿estaba preparada para ver a Egil con Karee? Sí, lo estaba, o eso creía, en el peor de los casos mi vestido acabaría hecho pedazos, al igual que el suyo.

—Vamos —dijimos los dos.

Nos miramos y asentimos a la misma vez. Las puertas estaban abiertas, andamos tranquilamente hasta que entramos, el heimr había sido decorado con las hermosas flores que Linna había cogido aquella tarde, la hoguera ardía con fuerza calentándonos. La gente que ya estaba dentro no dejaba de hablar, haciendo alguna que otra broma. Aaren e Ivar corrían por todo el salón, mientras Gyda les perseguía, intentando que no se marcharan. Jokull ya estaba sentado en su mesa junto al Thorbran, con quien hablaba.

Dimos una vuelta entre las mesas buscando a Hanna para saludarla, pero no logramos encontrarla. Mientras volvíamos al inicio del salón vi como Gull entraba, parecía que ya había dejado de mirarme mal, pero aun así se notaba el malestar entre nosotros. No me había perdonado lo que hice, aunque tampoco se lo había pedido.

—Buenas noches —nos dijo a ambas—. Estás más hermosa que Freyja, Linna —tomó una de sus manos—. Sería un placer que pasaras la noche conmigo, durante el banquete —se puso nervioso.

—Yo… Bueno… He venido acompañada de Gala, no me gustaría dejarla sola —intentó deshacerse del muchacho.

—Tranquila, cenaré sola o ya encontraré con quién hacerlo —aseguré a la vez que le di un leve empujón para que se marchase con él, no le haría ningún mal pasar un buen rato.

Al final conseguí que se marchara, siempre había sido muy testaruda, Linna se fue con Gull, pero no antes sin abrazarme.

—Gracias, systir —me susurró al oído para que solo yo la escuchara.

Besé su mejilla y le di otro empujoncito para que se marchara. Después de eso, me fui hacia la mesa que ocupábamos normalmente los hijos del Jarl y los hersir, el mismo lugar en el que me senté la última noche con Egil. Antes de que pudiera sentarme apareció él, deshaciéndose de mi seguridad y mi cordura. Era tan bello, tanto que hacía que perdiera el sentido, no pude evitar admirar todo su cuerpo.

Iba vestido con un kirtle blanco que le queda totalmente pegado al cuerpo, las mangas las había subido hasta la atura de los codos. Sobre el kirtle llevaba un chaleco de piel curtida oscuro como la tierra húmeda. Como abrigo iba cubierto de pieles que caían sobre sus hombros. Era lo suficientemente grande como para poder resguardar a varias personas bajo ella. Se había recogido el cabello rubio en una trenza que le nacía en la parte delantera de su cabeza hasta la nuca. Miré hacia un lado y fue cuando me di cuenta que iba solo, ¿dónde estaba la thraell? Vino hacia donde me encontraba a reclamar su sitio.

—¿Qué haces aquí?

—No solo te sientas tú aquí. ¿Acaso es solo tuya?

—Sí, y lo sabes.

—Por cierto, ¿te has dejado a la hundr en la gardr? —pregunté con una sonrisa.

—No hables así de Karee, es un millón de veces mejor que tú.

Se giró y volvió por donde había venido, salió del salón y yo tras él, no iba a dejar que aquello acabara así.

—¿Qué es un millón de veces mejor que yo? ¡Qué sabrás tú como soy!

—Sí.

—¡No es verdad! Solo intentas convencerte de ello para no desearme a mí.

Estábamos junto a la gardr de Göran, dejó de caminar y se giró en mi dirección, para venir hacia mí. Cuando quería moverme hacia atrás no pude, me quedé atrapada entre la pared y él. Pegó su cuerpo al mío, podía sentirle, seguía respondiendo a mí como lo hacía antes de marcharse. Su respiración se volvió agitada, tanto como la mía, podía escuchar como su corazón latía frenético gritando algo que él no quería oír. No sé cómo lo hizo, pero cuando quise darme cuenta ya tenía mis manos sujetas contra la pared.

—No me hables así —pegó su frente a la mía dejándome inmóvil.

No podía hacer nada, mi corazón me rogaba que nos uniera, que le besara de tal manera que viera cuanto le había anhelado en ese tiempo, así que lo hice, acabé uniéndonos en un apasionado beso, el cual me devolvió, pero tras este acabó dándome un bofetón.

—Qué sea la última vez que haces algo así —gruñó.

Tras eso, se dio media vuelta y se marchó sin decir nada más.

Símbolo vikingo