Capítulo XXVIII
No pasó mucho hasta que volví a decir que cambiaran, aunque solo se lo dije a ellos cuatro para poder ver el cambio que habían hecho las muchachas a lo largo de la mañana. Si aquello funcionaba estarían preparados para arrasar con lo que se les pusiera por delante. Se colocaron uno frente a otro, pero eso no era lo que importaba, miré sus cuerpos, como estaban colocados, sus ojos, algo en la mirada de ellas había cambiado, sus ojos brillaban como los de un animal salvaje.
—Adelante —les animé.
Era impresionante ver con qué rapidez habían aprendido las dos muchachas, aunque más Gyda que Linna, ya que esta última llevaba más tiempo luchando junto al resto de nosotros. Gyda se limitaba a ir a todas partes con Olaf. Gala se quedó dormida encima de mi brazo, así que, la aparté un poco para que se recostara sobre mis piernas y durmiera tranquilamente, mientras yo vigilaba desde donde me encontraba. Parecían auténticas fieras, aunque no tan salvajes como la que tenía yo conmigo. Estaban todos esperando a que el de enfrente atacara, pero como ninguno dio el primer paso, fue Gull quien tomó la iniciativa.
La menuda muchacha se quedó quieta, parecía una niña a su lado ya que él era más alto y corpulento. Esquivó el golpe que iba a darle mi hermano pasando por debajo de su brazo, le dio un golpe con el agarre de la espada en las costillas haciendo que este se quejara del dolor. Cuando fue a atacarle de nuevo, esta lo esquivó y le golpeó en el otro costado y acabó colocando el filo de su espada pegado al pecho del hombre.
—Muévete y tú mismo acabarás con todo —dijo con crueldad, aunque acto seguido dejó ir una fuerte carcajada.
Mi bróðir sonrió satisfecho por cómo había avanzado Gyda, quien en algún momento se convertiría en la mujer de Carón. Tras eso, fue el turno de los otros dos, la joven nada más empezar llevó el control de la situación, dio dos pequeños golpes, se movió de un lado a otro, lo que hacía que Carón se cansara al intentar atacarla. Algo después, este intentó sacar fuerzas de donde no las tenía, parecía no encontrarlas. La muchacha le propinó un buen golpe en la espalda con el mango de la espada haciendo que cayera hacia delante, le dio otro y cayó al suelo. Esta se tiró encima de él y permaneció sentada sobre su cintura.
—Bien hecho.
Cuando me quise dar cuenta vi como alguien se acercaba por el bosque, lo que me tensó. Cogí aire, hice que Gala se levantara y se encaminara hacia la skáli.
—Llévatela.
—No… no, deja que sea otra…
—Gala —rugí— ¡vamos!
Gala salió corriendo con la niña en brazos, dejando a Espíritu allí. Al ver como se marchaba todos cogieron las armas. Se colocaron a mí alrededor, podíamos escuchar a la perfección como las ramas crujían bajo los pies de aquellos que se aproximaban. También se escuchaban las patas de los hestrs resonar entre las hojas. Me empezaron a sudar las manos, mi corazón latía con fuerza, no estábamos preparados para una emboscada.
—¡Escudos! —grité.
Todos se colocaron en posición, solo faltaba ver quiénes eran los que habían avanzado hasta donde nos encontrábamos. De entre los árboles pude ver como aparecía un hombre que me resultaba extrañamente familiar. Tras él aparecieron varios más, armados y preparados para atacar a cualquiera que se interpusiera en su camino, pero entonces le vi.
—Ragnarr —le llamé en voz baja.
Era él. El hombre al que había estado ayudando en el norte había venido hasta nuestra heimr. Me quedé aturdido, no entendía qué estaba haciendo él aquí, mucho menos un Earl que debía ocuparse de sus tierras.
—Tranquilos —les dije a todos—. Es el Earl Ragnarr.
Deshicimos la formación de escudos en la que estábamos. Junto a Ragnarr habían venido todos aquellos con los que había luchado durante mi estancia allí. No podía creerlo, sus tierras estaban en peligro y había decidido abandonarlas por venir a las mías.
—Earl Ragnarr —dije cuando se detuvo frente a mí.
—Jarl Egil Thorbransson.
—¿Qué te ha hecho venir hacia mis tierras? —pregunté.
—Necesitarás ayuda, sé que Thorbran ha muerto, y tienes pocos guerreros como para afrontarte a aquellos que quieren acabar contigo —contestó— ahora eres Jarl, tu deber es proteger a tu heimr, y hemos venido a prestarte nuestra ayuda, igual que tú lo hiciste con nosotros.
—Gracias, Ragnarr.
—Sé que los dioses están de nuestra parte, Egil —dijo poniéndome una mano sobre mi hombro.
—Lo sé.
Hice llamar a Gala para que volviera y pudiera conocer a Ragnarr. Debía tranquilizarla, estaría agobiada pensando en que podrían estar atacándonos.
—Bien —dije en voz alta— haced un grupo e id a cazar.
Algunos no querían, pero debíamos de atender a nuestros invitados, además de que las mujeres y los thraell necesitaban que cazáramos para poder alimentarnos, ya que las provisiones empezaron a ser escasas.
—Id con cuidado —les pedí.
Cerré los ojos dejando que el aire relajara mi cuerpo, se llevara el malestar que llevaba dentro, y mi corazón se aceleró. Estaba sintiendo como mi cabeza no dejaba de pensar en cientos de cosas. Debería de haber acabado con aquel hombre cuando tuve mi oportunidad, no debería haber olvidado mi honor. Me llevé las manos a la cabeza y solté un fuerte rugido, no podía dejar que murieran, no podía permitir que alguno tocara a mi mujer ni a mi pequeña.
—¿Qué te preocupa? —preguntó Jokull, con quien me encontré de frente.
—No es nada, desazón.
—Espero que desaparezca, no es bueno.
Todo iría bien. Sí, todo debía ir bien. No podía permitir que la vida de mi gente acabara aquí, en manos de aquellos malnacidos. No era su momento y tampoco lo sería el mío. Las Nornas ya habían tejido nuestro destino.
No quedaba nada para que llegara el momento. Tras varias lunas de preparación, todo estaba completamente organizado, debía salir bien. Nos habíamos reunido todos en la skáli, había hecho que todos fueran llamados incluyendo a los recién llegados. Íbamos a tener nuestra última Thing antes de marcharnos. Gull y Carón estaban vigilando con algunos de los huskalrs de Ragnarr para que nadie se acercara al poblado mientras estábamos reunidos. Gala se acercó poco a poco a mí, me abrazó con fuerza y vi que algo no iba bien en ella. No sabía que era lo que ocurría. Alzó la vista fijándola en la mía, estaba cristalina como el agua, algunas lágrimas se habían acumulado en sus ojos amenazantes con salir.
—Ya está… tranquila —le susurré al oído mientras la abrazaba cobijándola bajo mis brazos.
—Temo por ella…
Pude notar como alguna de las gotas humedecían mi kirtle. La besé en la cabeza, sabía que no quería separarse de mí, pero estaba seguro de que no se quedaría con las mujeres y la pequeña. Subiría a luchar junto a su gente, como la guerrera que era. Miré a nuestro alrededor, se estaban preparando para lo que estaba por venir. Se vestían con las pieles curtidas, algunas de ellas incluso reforzadas con brinjas[107] para que las flechas no pasaran.
—Gala —le dije para que me prestara atención—. No puedes venir conmigo, no puedes estar allí arriba, sé que quieres luchar a mi lado y junto a todos ellos. También sé que lo harás, pero algo en mí intenta hacerme creer que eso no ocurrirá, aún conservo la esperanza de que entres en razón y te quedes junto a Lyss.
Me dijo que no con un movimiento de cabeza una y otra vez, justo cuando fue a reprocharme algo, le coloqué uno de los dedos sobre sus labios no debía hablar, solo escuchar lo que tenía que decirle.
—Gala, por los dioses —le rogué—. Quédate con ella, no puedes dejarla sola —pero no entraba en razón seguía diciéndome que no. Me giré hacia donde estaba la pequeña quien dormía plácidamente en su cesta—. No puede quedarse sin padres —murmuré, pero no dijo nada, se limitó a clavar su aterrorizada mirada en la mía.
Sabía tan bien como yo que allí arriba podría ocurrir cualquier cosa, podríamos morir los dos, o tal vez ninguno, pero no podía permitir que aquello ocurriera. La niña debía tener a alguien que cuidara de ella. Cogí aire y lo dejé ir, me costaba hasta respirar. Solo de pensar en que Lyss podría quedarse sola y sin nadie que se ocupara de ella hacia que mi cuerpo empezara a temblar. Intenté calmar mi frenético corazón, el cual latía furioso por la rabia y por no saber cómo hacer que permaneciera allí.
—Debemos marcharnos —anunció Jokull tras mi espalda.
Dejé que Gala se separara de mí, ambos nos colocamos nuestros ropajes, ella se colgó su arco con las flechas a la espalda, se guardó un pequeño knifr en la bota y se colgó su espada al cinto. Imité lo que hizo ella, solo que yo no llevaba arco. Metí el knífr que ella misma había tallado en su funda, la cual quedaba colgando de mi cinto pegado a mi cintura. Colgué mis pequeñas hachas a cada uno de los lados y una más grande que llevaba en la mano.
—Bien —carraspeé un par de veces— hermanos… Sé que los dioses nos han bendecido con su presencia, estoy seguro de ello, Odín está a nuestro lado, por ello ganaremos esta batalla y acabaremos con esos malnacidos que osan atacarnos y que acabaron con la vida de padre.
Permanecieron en silencio escuchando las palabras de su Jarl, de aquel muchacho que luchaba en sus filas como si no fuese más que un guerrero y que le había tocado ocupar el lugar que le correspondía a su padre. Inspiré con fuerza, alcé los hombros y miré a mi gente.
—Que los dioses nos bendigan y nos dejen acabar con aquellos que pretenden herirnos —hablaron en voz baja intentando que los dioses les oyeran—. Nos acompañaran durante esta batalla, sé que padre estará con nosotros.
Algo dio varios golpes en el enorme portón haciendo que nos alertáramos, sentía los nervios recorriendo todo mi cuerpo, mi corazón latía desesperado por saber quién demonios había golpeado la madera. Gala preparó una de sus flechas igual que hicieron algunos más. Hice una señal para que Jokull abriera. El gaupa entró sin más, preparado para unirse a nosotros.
—Pasa, pequeño —dijo Gala a la vez que le acariciaba la cabeza.
El animal se acercó a mí, pero no tardó en empezar a observar a los demás que estaban dentro de la skáli, incluyendo a aquellos que habían llegado. Vio como estaban armados lo que hizo que se moviera de un lado a otro.
Cogí una heri que habían cazado durante el día anterior, la coloqué sobre un cuenco y le hice un corte sobre el vientre dejando que la sangre cayera en el recipiente. Aquello tan solo era un pequeño sacrificio para que los dioses nos ayudaran.
—Es hora de marcharse —alcé la voz a la vez que mojaba dos dedos en la sangre los colocaba en el nacimiento de mi cabello y los hacía llegar hasta mi pecho.
Fui el primero en salir de la skáli, pero poco después me di cuenta de que no había dicho nada a Lyss. Aparté a la gente que iba saliendo, y vi cómo junto a la niña estaban Elsa y Agnetha armadas y con escudos. Mientras que al final del gran salón estaba Hans. Permanecí observándola, su hermosa belleza nos cautivaba a todos. La saqué de la cesta, la cogí en brazos y la abracé con delicadeza. Por detrás de mí apareció Gala para hacer lo mismo. Quería despedirse del mayor presente que habíamos tenido jamás.
—Todo saldrá bien —susurró aún a sabiendas de que no todo podía salir bien.
Se abrazó a mí mientras abrazaba a la niña. La subí hasta que su pequeño rostro rozó mis labios.
—Volveré, te lo prometo —murmuré.
Gala la besó también y fue esta quien tras abrazarla la dejó de nuevo en la cesta.
—Cuidaremos de ella.
—Confío en vosotras.
Estas asintieron, abrazaron a mi húsfreyja y nos despedimos con un ligero movimiento de cabeza. Cuando nos giramos hacia la salida vi como Skogkatt esperaba a Gala, como un fiel guerrero espera a su líder, como si no tuviera nada que perder en aquella guerra, solo quería cuidar de ella tanto como yo. Subimos andando hacia la pradera, allí nos esperaban todos montados sobre sus caballos, a la espera de los líderes que guiarían sus pasos. Vi a Espíritu preparado para acompañarnos. Le tendí la mano a Gala para que subiera sobre mi hestr, le pasó las manos a Regn por la cabellera, le besó el morro y le susurró algo antes de venir hacia mí. Subió, me abrazó y chasqueé la lengua para que el animal empezara a caminar. Escuché como las pezuñas de los animales iban repicando contra el suelo, nos seguían.
Atravesamos el bosque con tranquilidad intentando no hace mucho ruido. Estaba seguro de que aquella mujer que me encontré, la de cabellos oscuros estaría esperándonos para así poder avisar al resto de los guerreros. Miré hacia atrás, solo un poco y vi como el gran gaupa corría tras nosotros. Sonreí, no iba a dejarla sola.
—Todo irá bien —repetía una y otra vez Gala intentando convencerse de ello.
Cogí aire, pude ver como la claridad empezaba a colarse entre las ramas de los árboles, lo que me decía que no quedaba mucho para llegar. Detuve al animal, desmonté como pude para que ella no cayera y la ayudé a bajar. El resto hicieron lo mismo, desmontaron de sus animales, los ataron a algunas ramas y árboles, esperando una nueva orden. Mientras agarraron sus escudos y armas.
—Es el momento —dije en voz alta, y entonces la vi.
La mujer de cabellos oscuros cayó de un árbol cercano, igual que hizo conmigo la primera vez. Gala quien siguió mi mirada la vio, cogió el arco y la flecha lanzándosela, con tanta suerte que acabó acertando en la misma pierna en la que la herí yo la primera vez.
Todos la miraban. Empezó a correr, intentaba alejarse todo lo posible sin apartar la mirada de donde nos encontrábamos. Gala le lanzó una segunda flecha que se le clavó en el lado derecho de su espalda. Avanzamos por el bosque sin hacer ruido, hasta que llegamos a la linde, levanté la mano y todos nos agachamos. Permanecimos agazapados contra unos troncos, observando lo que podía venir a atacarnos. Hice un sonido para que se acercaran nuestros mejores arqueros, entre ellos mi hermosa mujer, Gull, Jokull, Gyda y Olaf entre otros. Ellos serían los primeros en atacar. Levanté la cabeza y allí estaban, esperando a que saliéramos. Vi como la muchacha corría hacia ellos. Antes de que pudiera llegar, le hice una señal a Gala y lanzó una última flecha contra ella, la cual le atravesó la cabeza.
—¡Ahora! —Gruñí.
Se prepararon, apuntaron y dispararon. Me fijé en Gala, en su mirada pude ver la rabia, estaba furiosa, demasiado. El haber matado a la muchacha no la había calmado. Algunos de los guerreros enemigos salieron a por ella, lo que hizo que los nuestros acabaran con ellos. Hice un movimiento con la mano, todos nos pusimos en pie. Desenvainamos nuestras armas y empezamos a golpear nuestros escudos, sabían perfectamente por donde avanzaríamos. No podía dejar de mirar si Gala seguía a mi lado, corriendo detrás de mí, con el gaupa a sus pies, no muy lejos estaban Linna y Gull, junto a Hammer y Jokull.
Lo busqué por todas partes, pero no estaba, no podía encontrarle. No era más que un ragr, había dejado a su gente venir solos a pesar de que estábamos allí por él, porque había acabado con la vida de padre y madre. Tanto pensar no dejaba que prestara atención a lo que ocurría a mí alrededor.
—¡Escudos! —gritó Gala.
Mi mujer se había ido hacia uno de los lados, detrás de ella seguían dos más. De repente, el cielo se tornó gris, tan oscuro que parecía que había anochecido. Cientos de rayos y truenos estallaron en él cruzándolo. Gala alzó la vista, pude ver como sonreía, hasta que nos unimos todos en el centro.
—¡Lanzas! —grité mirándola.
Nos colocamos en posición, igual que hicieron ellos, no iban a pasar. Apreté la mandíbula, cogí aire llenando mi pecho, mientras sentía la ira de los dioses.
—¡Adelante! —gritamos Gala y yo a la misma vez.
—¡A por ellos! —dijeron otros.
Nuestros escudos chocaron contra los enemigos, algunos de ellos acabaron ensartados en las grandes lazas de los nuestros, otros simplemente luchaban por seguir avanzando, cosa que no harían. Frente a mi había un gran hombre, mucho más grande que yo, pero no iba a detenerme. Le golpeé una y otra vez sujetando con fuerza el hacha. Miré una última vez a Gala, así sabría que estaba bien, el gaupa la seguía con los dientes fuera, gruñendo, salvaje como era, igual que su dueña. Entonces… Todo empezó.
Antes de que pudiera atacarme, alcé mi pierna y le golpeé en el vientre, lo que hizo que diera un paso hacia atrás, le di un fuerte golpe con el filo del hacha en el brazo pero parecía no afectarle, hasta que le di en el cuello, y de la herida empezó a emanar sangre, tanta que acabó cayendo de espaldas.
—¡Aguantad! —Les pedí a los míos.
Otro vino a por mí, pero seguía golpeando a cualquiera que se cruzara en mi camino, intentando darle lo más fuerte posible. Vi como un hombre se acercó a mi mujer, entonces una flecha que venía de alguno de los nuestros acabó con él, aunque Gala no dejó de arremeter contra él gritando. Otro hombre intentó cogerme, pero no lo consiguió, le golpeé con el escudo con tanta fuerza como pude. Con el hacha le hice un profundo corte en el abdomen, saqué el knífr que había guardado, lo sujeté con fuerza y se lo clavé en la pierna. Este me golpeó con el escudo, lo que hizo que cayera al suelo. Se miró la herida, vi como mi hermosa valkyrja dejó ir un grito y se lanzó sobre un guerrero no muy robusto y lo tiró al suelo, sacó su knífr y le rasgó el cuello. Por detrás iba otro, pero el enorme kottr fue a por él, aunque no llegó a alcanzarlo. Iba a herir a Gala, pero un potente rayo cayó sobre él fulminándolo.
—Lyss —susurré.
De un salto me puse en pie, parecía que el tiempo se hubiera detenido, el hombre que tenía frente a mí se apretaba la herida, por lo que empecé a golpearle con el hacha hasta que su cabeza acabó cediendo. Su sangre empapó mi rostro y mis ropajes. Agarré el arma por el otro lado y golpeé a un hombre por el cuello, agarrándolo y haciendo que cayera al suelo. Le clavé el knífr en el hombro, este gruñó de dolor. Le hice un corte en el otro lado, se puso en pie, me coloqué tras su espalda y lo agarré por el cuello acabando por degollarle, haciéndole una profunda herida en su garganta y tirándolo en el suelo. Vi como acababa de ahogarse con su propia sangre.
Una joven mujer se tiró encima de mí, la cual parecía muy hábil, usaba los mismos movimientos que Linna. Sabía cómo iba a atacar, por lo que pasé una de mis piernas tras las suyas, y cayó de espaldas. Con el escudo le golpeé en el pecho, en la cabeza y en el cuello, lo que acabó con su vida. Clavé mi hacha en su pecho y seguí adelante. Busqué a la mujer de cabellos oscuros y la encontré a mitad de la pradera, yacía muerta, sin vida. Fui hacia ella y cuando estuve frente a ella le corté la cabeza.
Escuché un fuerte alarido, Linna había acabado con uno con la ayuda de Gull, pero algo no iba bien. Se sujetaba el vientre con fuerza y lloraba, le dolía. No sabía que estaba ocurriendo. Vi como mi mujer se acercó a ella, para abrazarla con todas sus fuerzas. La muchacha bajó una de sus manos hacia sus piernas y la sacó llena de sangre. Lloró desconsoladamente, como si le fuera la vida en ello. La sangre empezó a manchar el suelo, lo que hizo que me asustara cada vez más. Vi como temblaba, como apenas podía sostenerse en pie.
—¡Gala! —Le gritó Gull al ver como venía un hombre tras ella.
Mi bróðir se ocupó de protegerla, mientras ella cuidaba de Linna. Pero no podrían aguantar así mucho más, todos irían a por ellos. Me acerqué a donde estaban y escuché como mi mujer hablaba.
—Ayúdanos —le rogó al cielo—. Protégela —pidió— Skogkatt, quédate con ella.
Varios de nuestros hombres la llevaron a la linde para que nadie la atacara, Lyss la protegería, igual que lo haría el gaupa. El animal parecía entenderle, porque asintió y se puso junto a su hermana. Algo se creó alrededor de ellos, no parecía moverse, salvo que en algunos momentos se veían pequeños rayos.
—Tranquila, todo saldrá bien —le dijo Gala.
Fui hacia ella, no iba a dejar que nada le ocurriera. No quedaban muchos guerreros enemigos, de esos se encargarían los demás, por suerte contábamos con la ayuda de Ragnarr. Necesitaba encontrar al hombre que había matado a padre y acabar con su vida. Nos adentramos en el bosque, no pude evitar dejar atrás a mi mujer, hasta que llegó un momento en el que la perdí de vista. Seguí corriendo entre los árboles, y algo me desconcentró. Otro rayo, otro estruendo amenazaba con quebrar el cielo. Me agaché, creí haber visto algo e intenté no hacer ruido. Le vi, allí estaba, subido a un hestr, esperando.
—Ragr —gruñí entre dientes.
Me agaché, cogí una ramilla seca y cuando estuve lo suficientemente cerca, hice que se quebrara llamando su atención.
—Vaya, vuelve el cachorro, el abandonado —rio maliciosamente—. Tus dioses han querido que eso fuese así, te han dejado.
—¿Y a ti? —pregunté con rabia—. No te necesitan, ninguno de ellos te necesita —espeté—. No hay nadie protegiéndote, eres su líder y no les importa si mueres, por culpa de una alimaña como tú dieron su fe a quien no debían, dejaron que Loki y tú los manejarais a vuestro antojo.
No dijo nada, se limitó a sonreír, me aplaudió contento, lo que hizo que la rabia aumentara en mi interior, igual que las ganas de acabar con él. El hombre desmontó sin apartar su mirada de la mía.
—No voy a dejar que escapes.
Le golpeé con mi escudo y luego con el mango de una de mis hachas. Aquel hombre sufriría, mucho, no iba a dejar que se fuese de este reino sin lamentar todo el daño que había causado. Le golpeé en el cuello y le hice un corte en la pierna. Desenfundé el knífr de Gala y se lo clavé en la otra haciendo un largo corte, el cual empezó a sangrar. La sangre empezó a salir a borbotones, como si fuera el agua de un río, empapando el suelo. Intentó herirme con su espada, apenas podía moverse. No le sirvió de nada, volví a golpearle con el escudo haciendo que diera un paso hacia atrás, volvió a golpearme. Acometí contra él, le di con el mango del hacha en el cuello y con el borde en el brazo, lo que hizo que la herida empezara a sangrar. Cogió con fuerza su espada, me dio en el brazo, pero no llegó a cortarme, hasta que le di de nuevo con el escudo haciendo que cayera de espaldas, pero acabó poniéndose de nuevo en pie.
Tiré el escudo a un lado, y sin darme cuenta el hombre me hizo un corte en la mano con un knífr. Dejé ir un alarido lleno de dolor. Le di un puntapié haciendo que diera dos pasos hacia atrás, y se abalanzó sobre mí agarrándome por el cuello. Apenas podía respirar, las tornas habían cambiado y era él quien me golpeaba una y otra vez. Intenté apartar sus manos, pero no surgió efecto, hasta que cogí el knífr de Gala y se lo clavé en el brazo. Le tomé por el cuello, apreté con fuerza y le golpeé la cabeza contra el tronco que había tras él. Estaba medio aturdido, lo que aproveché para atarle las manos tras el árbol.
—Tú mataste a madre y también a padre, ¿lo recuerdas? —Le grité, dejándome llevar por la cólera. Le coloque el knífr en la mejilla y apreté con fuerza haciendo que la sangre descendiera por esta y acabara muriendo en el suelo.
Asintió pero no dijo nada. Recordé el día en que vi a Gala en el establo, con aquel malnacido. Recordaba ese momento en el que le tenía frente a mí, las ganas que tenía de matarle, de acabar con su vida, pero aquello no calmó mi furia y lo mismo me ocurriría entonces, el ansia de venganza no acabaría. Fui tras el árbol, aquello solo acababa de empezar. Aguanté uno de sus dedos, igual que había hecho con el otro hombre, pero este no dejaba de moverse, lo que hacía más difícil el acertar en uno solo. Sonreí, parecía no darse cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir.
—Quieto —le advertí— las puertas del Valhalla están cerradas para ti, los dioses no dejarán que entres, te enviarán junto a Hela, allí pasarás el resto de tu existencia.
No me hizo caso, así que, cogí una de las pequeñas hachas que colgaban de mi cinto y corté dos de sus dedos. El hombre gruñó a causa del dolor, intentando aguantar los gritos que querían salir de su interior, mis manos se empaparon del mal que le recorría.
—Vas a sufrir por todo lo que has hecho —le aseguré.
—Lo que hice no tiene forma de ser pagado, y gustoso volvería a hacerlo —dijo con malicia, lo que consiguió que me enfureciera más.
Le corté dos dedos más, aquella vez de la mano contraria, volví a colocarme frente a él, tenía la cabeza gacha. Le observé, su rostro no decía nada, estaba sereno, tranquilo, pero pude ver como en sus ojos estaba el dolor. Parte de su piel se había vuelto rojiza a causa de la sangre que aún iba saliendo del corte de su mejilla. Sonreí, era yo quien en aquel momento se había vuelto el peor de sus males. Pegué el knífr a la cuenca de uno de sus ojos, le guiñé uno de los míos y lo clavé. Su sangre me manchó el rostro, pero ya nada importaba.
Dejé el cuchillo en su regazo, no dejaba de gritar desesperado, rogando clemencia, pero no a mí sino a Loki, para que lo liberara de aquel mal. Quería acabar con él, hasta que llegó mi hermosa mujer, lo que hizo que me girara para mirarla. Vio como mi rostro estaba empapado por la sangre, y con un movimiento de cabeza le dije que no era mío, sino del hombre que cumplió el destino que las Nornas habían tejido para mis padres. Le coloqué el hacha en sobre el cuello, esperando a que mi valkyrja diera la señal que me permitiera acabar con él. Ladeó un poco la cabeza para mirarnos bien, tenía el rostro manchado, igual que sus ropajes. Sonrió, se colocó a mi espalda y la acarició. Entonces, con un solo movimiento de su hermosa cabeza me bastó para acabar con su vida.
—Lo has hecho muy bien —ronroneo contra mi oreja.
Dejamos allí su cuerpo. Cuando estábamos saliendo del skógr algo ocurrió, dos guerreros enemigos nos atacaron. Lancé una de mis hachas a uno de ellos, apenas me dio tiempo a reaccionar, todo ocurría demasiado rápido. No sabía qué hacer, un punzante dolor me atravesó todo el cuerpo, bajé la vista, vi como la daga de uno de ellos se calvaba en mi vientre. Apenas podía moverme, pero aun así saqué la daga y se la clavé en el pecho retorciéndosela, matándolo. Gala le acabó cortando la cabeza, dejándose llevar por la rabia.
Sentí como la vida se me escapaba entre las manos, mi cuerpo apenas podía sostenerse en pie, mi fuerza iba desvaneciéndose como si nunca hubiera estado ahí. Mis rodillas fallaron, el dolor era cada vez más fuerte y no pude hacer otra cosa que agarrarme a lo que encontré en el suelo. No podía ver nada, la vista se me había nublado y solo podía escuchar como alguien me gritaba desde la lejanía.
—Dijiste que no te irías de mi lado —gritó Gala desesperada—. Vuelve maldito, no te vayas —lloró desconsolada mientras golpeaba el suelo que había junto a mi cuerpo— no me dejes sola —me rogó una y otra vez—. No me dejes sola, Egil… Por los dioses no te marches, no te marches ahora —suplicó entre sollozos—. Se lo prometiste… Egil… Se lo prometiste a Lyss… —Estaba desconsolada, apenas podía hablar, sentía su dolor tanto o más que el mío propio—. Quédate, quédate, mi vikingo… Quédate conmigo… No te marches, no mueras ahora.
Lloró contra mi pecho, podía notar como su cuerpo temblaba, como se había quedado helado.
—¡Odín! —chilló—. Yo te maldigo Dios padre, llévatelo y acabaré contigo me cueste lo que me cueste.
Tomó mi rostro entre sus manos y me besó.
—No nos puedes dejar así, por mí… por Lyss, nuestra pequeña te necesita tanto o más que yo… Recuérdalo, mi vikingo, lucha por nuestro amor… Por Freyja te lo ruego, Egil…
Escuché como alguien se acercaba a mí, parpadeé pero no pude ver apenas que ocurría. Pude distinguir como Gull se arrodillaba a mi lado, gritando desesperado. Intentaron que la herida dejara de sangrar, pero de nada iba a servir, podía sentir su calor empapando mis ropajes, recorriendo mi piel, haciendo que ardiera por dentro y por fuera.
—No te vayas —gimoteó mi hermosa mujer— por Lyss…
Todo acabó volviéndose completamente oscuro, no escuchaba a nadie, no me dolía el cuerpo, este había dejado de pesar, parecía estar tumbado sobre una nube, era como estar dormido podía sentir esa calma. Me moví hacia un lado y hacia otro, pero no había nada, no lograba ponerme en pie. Los gritos y los llantos que antes me rodeaban habían desaparecido, no sabía dónde se encontraban ni Gala, ni mi pequeña Lyss.
Estaba enfurecido, quería gritar, chillar y gruñir, pero no podía. Abrí los ojos y una luz cegadora hizo que los cerrara de golpe, no podía ver. Poco a poco fui abriéndolos de nuevo hasta que dejó de molestarme. Estaba en un lugar muy claro, el suelo, las paredes, todo era de piedra lisa y reluciente. Miré hacia todos lados, y me encontré una enorme sala vacía. Me puse en pie, di una vuelta pero no sirvió, lo que ya veía desde el suelo seguía viéndolo. Solo al volver donde estaba vi una muchacha de cabello largo y oscuro. Se dio la vuelta y me miró. Llevaba un kirtle fino y delicado, con bonitos bordados dorados. Algo en ella llamó mi atención, sus ojos eran de plata. Fue dando largos pasos hacia mí con sus largas y delicadas piernas. Su piel era clara, como si hubiera sido esculpida en piedra.
—¿Dónde me encuentro? —pregunté confuso.
—Esto no existe muchacho, estás en Asgard —contestó con su delicada voz.
—¿Cómo?
Cuando llegó a mí, dio vueltas a mí alrededor observándome. Me posó una de sus finas manos sobre mis brazos y apretó.
—Vaya… —dijo sorprendida—. Parece que al final la pelirroja ha sabido elegir demasiado bien, si no lo hubiera hecho ahora serías mío —aquello último acabó susurrándomelo al oído haciendo que diera un respingo.
—No lo entiendo, ¿pelirroja? —pregunté sin comprender que era lo que decía.
—Mi nombre es Lyss, víkingr.
Ella era la valkyrja, aquella que había ayudado a Gala, aquella por la que nuestra hija llevaba su nombre, ella las salvó. No pude evitarlo me acerqué a ella y la abracé con fuerza siendo incapaz de decir nada.
—¿Qué hago aquí, Lyss? —pregunté, era extraño llamarla como a mi pequeña niña.
—Te he traído aquí porque necesitaba hablar contigo.
—¿Hablar conmigo?
A cada cosa que decía era aún peor, no entendía nada de lo que decía, me confundía y eso empezaba a ponerme nervioso.
—Mira, déjate de chorradas —me dijo, seria.
—¿Chorradas?
—Sí, hijo, tonterías, bobadas, sandeces, ¿me sigues?
—¿A dónde?
Posó las manos sobre su sien y empezó a masajearla. Cogió aire y dejó ir un profundo soplido. Su extraño lenguaje me confundía.
—Escúchame, faðir —asentí y permanecí callado, esperando a que me explicara qué hacía allí—. Esto, como ya te he dicho no existe, te he traído aquí en contra de los dioses, no pueden vernos. No ha llegado tu hora, las Nornas no tenían esto escrito —me explicó pacientemente—. No puedes morir, no ahora, tienes a la pequeña Lyss y a Gala, no puedes dejarlas solas.
—¿Faðir? ¿No es mi hora?
—Atiende. No, es tu hora, no —dijo a la vez que me colocaba una de sus manos sobre mi hombro—. Tienes que vivir, tienes que luchar por esa vida junto a las personas que más amas —hizo una mueca y cogió aire—. Los dioses han decidido que no es el mejor momento para que vayas al Valhalla, en tu heimr tienes mucho que hacer.
Pensé en lo que me decía tenía que ser fuertes por ellas. Chasqueó los dedos y de repente una gran ventana se abrió frente a nosotros. Desde ella podía ver mi hogar, a mi gente. Gala estaba sentada en uno de los asientos, consumida por el dolor y las lágrimas, a pesar de que ya no podía seguir llorando, lo había hecho demasiado y parecía estar completamente vacía por dentro. Era extraño saber lo que estaba sintiendo. Mi mente se tensó al ver como su cuerpo temblaba, helado como el hielo, muerto en vida. La niña no dejaba de llorar, pero ella parecía no escucharla, era como si no estuvieran en el mismo lugar, ella estaba en otro, lleno de dolor y desconsuelo, aquel que arrastraba. Hammer se acercó a la pequeña y la cogió en brazos intentando calmar su llanto, pero lo que ella necesitaba era a su móðir, aquella consumida y a su padre, a mí, que yacía sin apenas vida sobre el jergón. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, no quería seguir viendo aquello. Lyss se dio cuenta, así que, volvió a chasquear los dedos y todo desapareció.
—Eso es lo que está ocurriendo en estos momentos en el Midgard, ya me gustaría a mí que te quedaras aquí arriba, podríamos disfrutar mucho juntos —dijo paseando uno de sus largos dedos por encima de mi pecho—. Pero… como te he dicho, los dioses han decidido que no mueras, así que… —Posó su mano sobre donde tenía la herida y sentí como un fulgor crecía en mí— volverás a vivir.
Chasqueó de nuevo los dedos, volví a sentirme pesado, a estar cansado. Mis ojos no veían, mis oídos no escuchaban, todo se había vuelto oscuro y ahí donde había claridad ya no había más que oscuridad.
Alguien corrió a mi lado, escuchaba sus pasos con fuerza, noté como el gaupa me lamía la mano cariñosamente.
—¡Está despertando! —Anunció Hammer, alegre.
Me puse la mano libre sobre la herida, seguía doliéndome pero parecía que no había rastro de sangre. Abrí los ojos poco a poco, pero no veía. Alguien se arrodilló a mi lado, Gala, su olor era capaz de embriagarme. La miré como pude y sentí como sonreía.
—¿Cuánto tiempo he estado así?
—Algo más de una semana, has dormido todo este tiempo, perdiste mucha sangre —me explicó desanimada.
Una delicada gota cayó sobre mi piel, la cual estaba al descubierto. Estaba llorando, mi mujer lloraba al ver que seguía con vida.
—Lyss —susurré ahogando un profundo quejido que rasgaba mi garganta.
Gala se puso en pie rápidamente, tanto que parecía que fuese a caer, tropezándose con algunos de los asientos que había en medio de la gardr. Escuché que había alguien que carraspeó con una profunda voz. Hammer seguía allí como cuando les vi desde la ventana de la valkyrja, apoyando a su hija, cuidándola. Gala volvió a sentarse a mi lado, solo que aquella vez tenía a la pequeña en brazos. La dejó encima de mi pecho para que pudiera resguardarla.
—Mi hermosa niña…
Las lágrimas volvieron a emanar de los ojos de la muchacha, pero aquella vez eran de alegría y no de pesar, como lo eran antes. Acercó su boca a mi frente y me besó delicadamente.
—Pensé que te perdía —dijo con la voz temblorosa—. Tenía tanto miedo, tanto… Cuando te vi ahí, parecías sufrir, era como si se te escapara la vida entre las manos, como si hubieras dejado de luchar por vivir.
—Eso nunca —dije sacando fuerzas de donde las encontré—. Nunca dejaré de luchar por vosotras, sois mi vida.
Hammer se acercó a nosotros y me lanzó una mirada agradable, llena de algo que nunca antes había visto y me llenaba de orgullo saber que me había ganado su afecto.
—Me alegra ver que estás bien, muchacho.
—Gracias, señor.
—Padre, ¿puedes llevarte a Lyss?
Este asintió, la cogió en brazos y salió por la puerta con una enorme sonrisa, feliz de tener a su niña entre sus brazos.
—¿Cómo están los demás?
—Bien, perdimos algunos en la batalla, Ragnarr volvió a su heimr, pero el resto están bien, salvo Linna y Gull.
Abrí los ojos, la valkyrja no me había dicho nada.
—¿Qué les ha ocurrido?
Gala tragó saliva y suspiró.
—Linna perdió a la criatura que llevaba dentro durante la batalla y Gull… Gull está hundido por no haber sido capaz de protegerla como debía.
—No fue culpa de él, tampoco de ella.
Un fuerte dolor me atravesó el pecho al hacer el esfuerzo de hablar. Me moví hacia un lado y le dejé un trozo para que pudiera tumbarse a mi lado en el jergón. Se tumbó, dejó que su cabeza descansara sobre mi pecho y por alguna razón volvió a llorar.
—¿Qué ocurre?
—No sabes cuánto temía perderte, pensé que si morías yo moriría contigo, Egil —dijo en un susurro que acabó por quebrarse—. No quería dejar sola a Lyss, pero sentí que si no te tenía conmigo la vida se acabaría para mí.
Aquello último me recordó a lo que había visto, ella tan ausente y la niña asustada, llorando desconsoladamente.
—Por los dioses, Egil, no vuelvas a hacerme algo así, nunca, ¿me escuchas?
—Sí, mo kottr —besé su pecho—. Nunca sola.
No las volvería a dejar, no permitiría que nadie ni nada nos volvería a separar, junto a ellas estaba mi corazón y mi hogar.
Gománadr, siete meses más tarde.
Salimos de la gardr con la pequeña, no dejaba de moverse por todas partes, se arrastraba por la madera, la arena, la hierba… Pronto comenzaría a caminar, aunque aún era algo pequeña para ello, había cambiado muchísimo desde nuestra pequeña guerra. La miré, el cabello le había crecido a pesar de que Gala iba recortándolo cuando le parecía que lo tenía demasiado largo. No debería hacerlo, algún día se lo impediría, adoraba su cabello tanto como el de su madre. Se le había aclarado, y se había vuelto algo más dorado. Sus ojos eran como los míos, o por lo menos, eso decía Gala. Cuando fuese mayor conquistaría a cualquiera con una sola mirada. Estaba seguro de que sería igual que su madre, indomable y salvaje.
Nada había cambiado desde aquella batalla, ahora todos los poblados vecinos se unían a nosotros para zarpar y saquear nuevos territorios, abasteciéndonos entre nosotros. Algunos perecieron en la guerra, incluida la criatura que había en Linna, hermano del que iba creciendo en el vientre de Linna ahora mismo.
Dejé que Lyss anduviera por la madera, agarrándola de las manos para que no cayera. La cogí en brazos y Gala se pegó a nosotros, se pasó las manos por el vientre, no dejaba de crecerle, pronto los dioses nos bendecirían con otro pequeño. Senté a la niña en la madera para que observara como Skogkatt corría tras un animal hasta que acabó cazándolo.
—Oh, que bonita estampa —dijo una cantarina voz, la cual reconocí al momento.
—Lyss —dijimos los dos a la vez, la pequeña nos miró pensando que hablábamos de ella.
—Parece que ya has vuelto, veo que has seguido lo que te dije.
Gala se quedó boquiabierta sin entender nada. La miró, observó a la valkyrja, y sus ropajes, aquella vez llevaba un vestido rojizo parecido al de Gala.
—Sí, lo he hecho.
—¿Qué tenías que hacer? —preguntó confusa.
—Luchar por vosotras.
Clavé mis ojos en los suyos y vi cómo se le humedecían. Le pasé un dedo bajo estos, llevándome sus lágrimas. La valkyrja dejó ir un suspiro profundo, de aquellos que te vaciaban por dentro. Estaba frente a nosotros en la tierra, por donde corría el gaupa, así que, subió las escaleras y se colocó a nuestro lado.
—Muchachos, tenéis mucha suerte, demasiada, ojalá los dioses me dieran un amor como el que tenéis vosotros. No sabéis cuanto os envidio —dijo con pesar.
—Seguro que lo encontrarás.
—Eso espero, o acabaré como una amargada, viviendo en el Valhalla, aguantando a la despechada de Freyja.
La valkyrja sonrió, pero había algo en sus ojos, un ápice de dolor que no pasó desapercibido para Gala.
—¿Qué te ocurre, systir?
—Debo pediros algo más —murmuró mediante un hilo de voz—. Cuidad de Lyss, será muy importante para los dioses, ellos la protegerán cuando sea el momento, pero ahora sois vosotros quienes debéis hacerlo.
La miramos confusos por como hablaba, no entendíamos que era lo que estaba diciendo. Dejó ir una carcajada y empezó a desaparecer, la diosa la había escuchado y no se lo había tomado muy bien. Antes de irse, Lyss se acercó a la niña y la besó en la frente.
—Sed felices —dijo mientras nos dijo adiós con la mano.
Tal y como había venido se marchó, la valkyrja que hizo posible nuestro amor, la que nos dio fuerza para seguir adelante, luchando por esta familia.