Capítulo XXIV

La noche había caído, tras una tarde y una cena demasiado tensa solo podía esperar. Thorbran había insistido en que padre se marchara a nuestra gardr, en vez de quedarse con nosotros en la del Jarl. En cierto modo me preocupaba, no le perdonaría jamás que le ocurriera algo. Iría tras él hasta acabar con su insignificante vida.

—Será mejor que descanses muchacha, la noche puede llegar a ser muy larga y estando en cinta no es bueno que la pases en vela.

Thorbran, quien estaba sentado frente a la hoguera se puso en pie, fue hacia el arcón de madera y sacó una pequeña caja con dibujos tallados. Cogió un cuenco lleno de agua y lo colocó junto al fuego.

—¿Qué es eso? —pregunté curiosa.

—Si te lo tomas dormirás perfectamente.

El hombre cogió una jarra echó unas cuantas hojas, esperó a que se calentara en el cuenco y cuando ya estuvo caliente lo echó en la jarra. Cepillé el pelaje del gaupa, intentando calmar el desazón que sentía por dentro. Este me miró, y apoyó su cabeza en mis piernas, dándome permiso para que le peinara.

—Toma —dijo tendiéndome la jarra.

—Gracias —murmuré.

Lo bebí en un par de tragos, apenas había nada.

Inmediatamente sentí los efectos que tenía la planta, el cuerpo empezó a pesarme, me costaba moverme y el sueño fue apoderándose de mí. Me moví poco a poco, como podía. Thorbran me ayudó a cubrirme con las pieles del jergón, los ojos se me cerraban pero aún podía escuchar cómo me arropaba.

—Buenas noches, niña —dijo a la vez que me besó la frente, como si fuera padre.

Me habría gustado poder corresponderle, pero apenas podía moverme. Quería dejar de vivir aquel momento, necesitaba que volviera a mí cordura, que volviera él. Mi vikingo.


Algo empezó a iluminar la gradr, pensé que ya había amanecido pero no era así. Alguien golpeó la puerta con insistencia y no dejaba de gritar. Thorbran se puso en pie, se enfundó las botas y un kirtle. Se acercó a la puerta y abrió tan veloz como pudo.

Me senté sobre el jergón sobresaltada, quería saber que era lo que ocurría, entonces vi como padre apareció por la puerta. Mi cuerpo se tensó al momento, estaba alterado por lo que estaba ocurriendo.

—La vangr está ardiendo, el fuego está llegando a la linde con el bosque, no muy lejos de aquí, tenemos que apagarlo o arrasará con todo —dijo extasiado, parecía haber venido corriendo desde allí—. Gracias a que Olaf estaba aquí hemos podido avisar al resto.

Desde que había aparecido aquel hombre dos días atrás, se habían organizado guardias por parte de los húskarls del Jarl alrededor del poblado, vigilando que nadie se acercara a ninguno de nosotros ni a nuestras gardrs. Éramos pocos en el poblado, ya que algunos de los hombres habían tenido que marcharse junto a Egil. Pero estaba segura que los que habían permanecido aquí eran capaces de hacerlo tan bien como si fueran cientos de guerreros.

—Quédate aquí, niña —me pidió padre.

—Pero…

—¡Ni peros ni nada, Gala! Te quedas aquí —gritó.

Le miré con rabia, no me gustaba no poder salir de aquí como sin poder hacer nada, seguía siendo una guerrera, podría acabar con cualquiera que se pusiera en mi camino, y lo peor de todo es que ellos lo sabían igual que yo.

—Dejadme acompañaros, por favor —le pedí a Thorbran.

Se miraron entre ellos y este soltó una carcajada.

—No, Gala —dijo seriamente—. ¿Es que no has escuchado lo que ha dicho el hersir?

—Sí… pero… Necesito ir.

—Y nosotros saber que estás a salvo —clavó sus ojos en los míos— quédate aquí, por nosotros —negué con la cabeza, sabía que no iba a convencerme, hasta que dijo algo que me hizo recapacitar— por Egil. No se lo perdonaría si te ocurriera algo, ninguno lo haríamos.

Desistí, dejé de ser tan testaruda como lo era padre, y pensé en lo mejor para la criatura que llevaba dentro.

—Id con cuidado —les rogué.

Ambos asintieron, cogieron varios recipientes grandes para poder llevar el agua que apagara el fuego, aunque antes de eso tendrían que dar muchos viajes hasta allí para que pudieran terminar con él. Salieron de la gardr dejando la puerta abierta, y me asomé saliendo a las escaleras. El cielo estaba iluminado por las amenazantes llamas que querían acabar con todo nuestro poblado. Me senté en mi asiento a contemplar la luz que salía tras las casas, escuchaba como algunos gritaban, llamando a los que estaban aplacando las llamas, corrían de un lado a otro, los hestrs estaban inquietos, tanto que no dejaban de moverse en el establo, a pesar de que el fuego estaba más lejos y no corrían ningún peligro.

Skogkatt salió de la casa, rugió feroz y salvaje. Se colocó junto a mí y me observo con detenimiento. Era tan bello, fuerte y poderoso, capaz de todo, pero también era dulce con aquellos que lo merecían. Volvimos al interior de la gardr, me siguió como hacía siempre, cerré la puerta y volví al jergón.

Pasó un rato y el fuego no había desaparecido. Escuché como alguien subía las escaleras deprisa, se acercó a la puerta y la abrió sin más. Supuse que era Thorbran, tenía los ojos cerrados pero me di cuenta que sus pasos sonaban ligeros, hasta que Skogkatt empezó a gruñir. Se puso frente a mí, algo estaba ocurriendo. Me incorporé lentamente y entonces la vi.

—Hola, Gala —me dijo Karee desde la entrada.

—Fuera de aquí —dije en voz baja—. ¡Fuera! —grité.

Parecía no haber visto nunca una grábjörn con sus crías, se volvían las más poderosas, eran capaces de matar a cualquiera y aquello mismo estaba a punto de ocurrir. No iba a dejar que nadie se acercara a mi pequeño. Me puse en pie a duras penas, como pude cogí el arco para ayudarme a no caer. No iba a poder defenderme a pesar de que amaba a mi criatura como nunca había amado a nadie, no era más que un lastre en ese momento.

—Los dioses te hicieron un presente, plantaron en ti la semilla del hombre que debía ser mío —dijo de mala manera—, por eso yo te lo arrebataré. —Gruñó— te quitaré lo que es mío, si yo no pude tenerlo, tú tampoco.

Lo que dijo hizo que me encendiera, tanto o más que el fuego que ella misma habría provocado. No dejaría que le hiciera nada, antes debería acabar con mi vida, y eso no ocurriría. Empecé a temblar, no por miedo, sino por rabia. Si no hubiera llevado al pequeño conmigo y el enorme vientre, no saldría por la puerta.

—Este presente es mío y solo mío, igual que Egil, jamás fue tuyo, thraell —afirmé entre dientes con rabia—. Este es el mejor presente que podría haber tenido.

—¿Un presente? ¿Eso? —Me miró de arriba abajo—. No pareces más que una kýr en cinta.

Karee rio como nunca lo había hecho y eso hizo que mis ansias de agarrarla por el cuello y acabar con su vida fueran cada vez a más. No soportaba verla, recordar como besaba a mi Egil, como me había despreciado. Aquel iba a ser mi momento, acabaría con ella.

—Será mejor que calles Karee, tu sitio está en el bosque no en un pueblo, por eso estás sola, nadie es capaz de soportar tu maldad. Los dioses te darán tu merecido.

Dio dos pasos hacia mí, pero no pudo avanzar más ya que el gaupa se colocó frente a ella sin dejar de gruñir, lleno de ansia y furia. Abrió la boca amenazante, no pude evitar dar un respingo, nunca antes le había visto así. Si fuera ella saldría corriendo, no debería de haber enfadado a mi Skogkatt. Fue entonces cuando vi su verdadera belleza, como un animal salvaje me defendía… Era realmente hermoso ver su lealtad, su fuerza… Me puse tras él, con un solo movimiento del arco hice que impactara en su cara con toda la fuerza que pude, haciendo que cayera al suelo. Durante unos instantes no se movió, aunque sabía que aquello no había acabado algo en mí deseaba que así fuese, pero se puso en pie.

Su rostro se había manchado de la sangre que había empezado a emanar de su nariz y que le llegaba hasta la barbilla. Se pasó la mano intentando detener el líquido que iba saliendo de ella, pero no sirvió de nada, ya que seguía empapando sus ropajes e incluso llegaban a caer al suelo.

—¿Qué te crees que haces? —preguntó de mala manera.

—Lo que quiero, es que te marches, detrás de ti está la puerta, no es la primera vez que tienes que irte huyendo del poblado, ¿no es cierto? Ni Egil, ni Kirk, ni Ingo fueron capaces de tener compasión contigo, ¿quién la iba a tener con una repugnante thraell como tú? —Le pregunté—. Me das asco.

—Creo que no me has entendido —dijo a la vez que se pasaba las manos por el cabello humedeciéndolo de sangre.

La miré, observando cada uno de sus movimientos. Se pasó la lengua por los labios, los cuales también manchados, clavó sus ojos claros en los míos, estaban llenos de rabia y maldad. Aquella mujer nunca había sido buena.

—Quiero venganza, ¿lo comprendes? Es simple, pero alguien como tú parece no poder entenderlo.

Ragr —dije entre dientes—. La única que no parece comprender qué es lo que está sucediendo eres tú, nunca lo has hecho desde que llegaste con mi hombre —dije haciendo hincapié en que era mío.

—Delicioso hombre —dijo a la vez que se pasaba un dedo por el labio y acababa por sonreír.

La iba a matar, acabaría con ella, no iba a dejar que hablara así de Egil, no era de nadie más salvo mío. La rabia me pudo, volví a levantar el arcó, aquella segunda vez le di con tanta fuerza como tuve, apreté las manos contra la madera y la golpeé, haciendo que cayera al suelo. La golpeé una y otra vez, hasta que me sentí exhausta.

La mujer se quedó tumbada en el suelo, no se podía mover pero no parecía haber muerto, seguía consciente. Me senté en uno de los asientos, necesitaba luchar por mi pequeño, no podía dejar que estuviera en peligro. Me pasé la mano por el vientre y lo miré. Skogkatt estaba delante de mí por si se ponía en pie, antes de que pudiera darme cuenta. Y eso es lo que hizo, de un salto se levantó, aguantó el dolor que tenía y se abalanzó sobre mí. Ambas caímos al suelo, mi cabeza se golpeó contra este y apenas podía moverme. Escuché como alguien se aproximaba a la gardr.

—¡Gala! —Padre gritaba, o eso creí—. ¡Gala! —Volvió a gritar, y fue entonces cuando me di cuenta de que era Thorbran quien me llamaba.

—¡Ayúdame! —Le rogué.

No dijo nada más, escuché otros pasos, pero no eran suyos y tras eso un fuerte golpe, algo cayó al suelo haciendo un fuerte estruendo.

—¡Thorbran! —grité desgarrándome la garganta.

Intenté moverme como pude, pero no podía. Un punzante dolor me atravesaba el vientre como en aquel sueño. Una lágrima recorrió mi mejilla y tras ella fueron cientos más. Agarré a Karee por el cuello, y apreté cuanto pude. Antes de que pudiera detenerla fue ella quien me sujetó.

—Egil… —susurré.

—Él no está, no vendrá, jamás te tendrá a ti —dijo con malicia.

Me costaba respirar, el aire apenas podía llenar mi pecho. Estaba apresando a mi pequeña criatura, no podía dejar que eso ocurriera, no podía morir… Todo lo que amaba se estaba resquebrajando por su culpa. Empecé a llorar de impotencia, la rabia iba haciéndose con mi cuerpo, la desesperación me apresó. Cerré los ojos, escuché como un fuerte trueno resquebrajaba el cielo y al abrirlos vi como un rayo fulminaba a Karee. Esta cayó hacia un lado, sin moverse. Miré en todas direcciones, hasta que la vi, mi salvación.

—Parece que siempre tengo que sacarte de los apuros, muchacha —dijo Lyss con una radiante sonrisa.

—Lyss… —susurré agradecida.

—¿Cómo estás, niña? —preguntó—. ¡Vaya tripa! —Miró mi vientre.

—Todo esto tú ya lo sabías —dije sin fuerzas—. Podrías haber aparecido antes.

—Los dioses no me lo han permitido… —murmuró.

Karee se puso en pie y miró a la valkyrja furiosa, con los ojos inundados en lágrimas de manera intimidatoria. Parecía no terminar nunca. Cuando fue a atacarla, Lyss la tomó por el cuello y con un solo movimiento la pegó contra la pared. Apenas pude ver bien lo que hacía, me arrastré por el suelo hasta que pude llegar al jergón. Karee movía las piernas e intentaba coger las manos de la muchacha de cabellos oscuros. Pero delicados hilos de luz salían de la valkyrja.

—A las personas a las que quiero no se les hace daño —rugió la Lyss, enfadada—. No voy a dejar que le toques ni un solo pelo, ni a ella ni a su bebé.

La miré sorprendida por sus palabras, había dicho que a la gente que ella quería no se le hacía daño… Adoraba a aquella mujer, si es que realmente lo era. Vi como Karee le escupía, esta se limpió y apretó con más fuerza.

—No vuelvas a hacer eso —le advirtió.

No hizo caso a lo que le había dicho, y volvió a repetirlo. Llena de ira, Lyss respondió con un fuerte rayo que acabó con la vida de Karee, acompañado con cientos de ellos brillando en el cielo. Miré como todo ocurría, boquiabierta, hasta que el dolor volvió a asaltarme.

—Lyss… Lyss, ve a por Thorbran —le pedí, sentí que algo malo había ocurrido, pero no sabía que era—. Necesito que vayas, por favor…

Sin poder evitarlo solté un fuerte quejido, el dolor se iba volviendo cada vez más insoportable. Me pasé las manos por el vientre y luego por las piernas, hasta que me di cuenta de que estaban húmedas.

—Por los dioses… no… —murmuré—. Aún no… —Le pedí a la criatura.

—¿Qué pasa?

—Saca esto de aquí —dije entrecortadamente, a la vez que señalé el cuerpo de la thraell.

Me estiré como pude sobre el jergón, mientras ella hacía lo que le había pedido y la tiró escaleras abajo. Se quedó quieta, inmóvil, había visto algo.

—¿Lyss? —Le pregunté preocupada.

—Ga… Gala… —murmuró con pesar.

—¿Qué? —Me asusté, mi corazón se desbocó, parecía que iba a salirse de mi pecho.

—Thorbran… Thorbran ha muerto, Gala —dijo poco a poco.

Thorbran había muerto… No podía ser. Las lágrimas empezaron a recorrer mi rostro, había sido él, estaba segura de que había sido el hombre sin cabello. Había acabado con su vida, ese malnacido lo había matado. ¡Maldito sea! Lo mataría, no dejaría que la vida del Jarl se fuese en vano, yo misma acabaría con él. Le arrancaría el corazón del pecho. El dolor y el pesar se unieron, haciendo que las gotas fueran cada vez mayores. La muchacha estaba quieta, no decía nada, tan solo me miraba.

—Tráelo —le ordené— ¡Lyss, tráelo! —grité angustiada.

El dolor que sentía en aquel momento era el que sentiría Egil al saberlo. El hombre que había acabado con la vida de su madre, le arrebató también a su padre. Todos los que amaba le habían dejado por culpa de ese maldito hombre, lleno de malicia y rencor. Como un fulgor intenso y arrollador, su pérdida me torturaba. Tal vez hubiera podido hacer algo por él, algo que no hice. Si hubiera detenido a Lyss, si hubiera dejado a Karee… Lo habría salvado, ¡ella podría haber hecho algo!

—¡Es tu culpa! ¡Tú eres la culpable, Lyss! —grité agonizante—. Podrías haberlo evitado —aseguré entre sollozos—. Podrías haberle salvado —mustié rota por dentro.

—No, no te equivoques —dijo molesta, manteniendo la poca calma que tenía—. Las Nornas han sido las que han tejido así su destino, yo no tengo la culpa de nada. ¿Crees que no he querido bajar antes? ¡Los dioses no me lo han permitido!

Grité de dolor, era como si me estuviera clavando un knífr en el vientre, cada vez con más fuerza hasta rasgarme la piel. Lyss se arrodilló a mi lado, mientras lloraba en silencio me abrazó con fuerza, era capaz de ayudarme a mantenerme consciente, aquel suplicio iba a hacer que muriera. Mi cuerpo me pedía que hiciera fuerza, que empujara, cuando la valkyrja vio lo que hacía, se puso en pie nerviosa, no sabía qué hacer.

—¡Calienta agua, por los dioses! ¡Lyss, haz algo! —Le rogué.

Fue de un lado a otro, hasta que encontró un cuenco lo suficientemente profundo como para poder llenarlo de agua. Se arrodilló de nuevo a mi lado y con solo posar sus manos en él, esta se calentó.

—Trae tela —le pedí.

Se levantó, buscó por todos lados, como no encontraba lo que le había pedido, cogió un kirtle de Thorbran y lo rasgó en varios trozos. Se arrodilló a mi lado y las metió dentro del agua.

—Bien —murmuré, había visto como Paiva había tenido a Gyda, solo debía recordar lo que había hecho.

—¿Qué hago?

—Aguántame…

Freyja… Ayúdanos —le rogó.

Me miró sin saber a que me refería, me tomó de la mano y dejó que hiciera fuerza. Todo mi cuerpo empezó a sudar, las gotas caían por mi frente mientras ella intentaba secarlas poco a poco.

—¿Por qué demonios tienes que nacer ahora? —preguntó Lyss.

Dejé ir un profundo alarido que retumbó por toda la gardr.

No sabía cuánto tiempo llevaba dando a luz a aquella criatura, el dolor y el miedo que tenía se habían marchado, apenas me quedaban fuerzas para seguir luchando por aquella vida. Mi cuerpo estaba exhausto, al igual que mi mente. No podía más. Gracias a los dioses, tenía a Lyss conmigo. Mi pequeño salió, no podía verle, no lloraba, no se movía, no hacía nada. Mis manos empezaron a temblar, no podía morir… él no… Necesitaba que ese niño viviera. Quería tener a mi pequeño en brazos.

—Lo tengo, lo tengo —dijo Lyss—. Tranquila —murmuró con una sonrisa—. Es una preciosa y pequeña niña —susurró entre lágrimas. No pudo evitar romper a llorar junto a ella, estaba viva.

—Ve a por un kirtle, y las pieles que hay sobre el jergón de Thorbran —dije sin apenas fuerza. La valkyrja me tendió a la niña, tenía los ojos cerrados y más cabello del que jamás le había visto a un recién nacido.

La enviada por los dioses se puso en pie, pasó junto a la mesa y fue a por lo que le había pedido. Sin su ayuda no podría haberlo conseguido.

—Lyss —susurré dejando que las lágrimas volvieran a recorrer mi rostro.

—¿Qué? —preguntó.

—No… Tú no, valkyrja… Ella, mi pequeña Lyss —miré a la criatura.

La joven se sorprendió, cogió las pieles y corrió hacia mí.

—Vas a llamarla Lyss… —murmuró asombrada.

—Sí, amiga mía. Si no hubiera sido por ti ella no estaría aquí —la miré—. Espero que tenga la valentía que tienes tú —no podía evitar sonreír, enamorada de mi pequeña.

Lyss no pudo aguantar más, lloró como una niña pequeña, y se deshizo sobre mi hombro emocionada. Volvió a abrazarme y sonrió.

—Gracias…

—Ayúdame —le dije—. No pensé que te pusieras así.

Me dio un golpe en el brazo y empezó a reír como nunca antes la había visto hacerlo. Sentí la necesidad de mantenernos con fuerza a las dos, no podíamos derrumbarnos ante la falta de Thorbran y Egil.

La valkyrja mojó las telas en el agua caliente, entre las dos limpiamos la sangre que había por todo el cuerpo del bebé poco a poco, con mimo. La pequeña abrió los ojos y nos observó curiosa, mirando hacia todos lados, algo extraño. Hasta que se agarró a uno de los dedos de Lyss, aquella niña era una enviada de los dioses.

—Es hermosa —dijo mirando a la niña.

—Sí, lo es —la envolví en el kirtle y la piel que había traído.

Dejé que Lyss se encargara de ella mientras me limpiaba, aún sin fuerzas, vi como un cordón colgaba del vientre de mi bebé. Lo corté con la pequeña daga que había hecho y que guardaba bajo el jergón. Cuando estuve limpia, la valkyrja me tendió a Lyss, vació el agua y fue a por unas cuantas brasas para colocarlas junto a nosotras para que no pasáramos frío. Pasó sus manos por encima de las brasas y dejó que algunos rayos bailaran en el interior de este. Los observé, aquel maravilloso don que tenía era único. Lo mismo que ocurría en las tormentas, los rayos y truenos que retumbaban en el cielo estaban frente a mí, conmigo, dándome el calor que me faltaba. Skogkatt se tumbó a mi lado, al contrario que ella, en el jergón y me lamió las piernas.

—¿Has visto que hermosa es? —Le pregunté.

Este parecía haberme entendido y dejó ir un suave maullido para no asustarla. Posó su gran cabeza sobre mi pierna y se quedó dormido. Escuché como alguien se acercaba, aunque Lyss se percató de ello antes, por lo que se puso en pie frente a la puerta en guardia, preparada para atacar cuando fuese necesario.

—¡Gala! —gritó mi padre.

Subió rápidamente las escaleras, se detuvo en la puerta y le dio un golpe, nada más hacerlo se encontró con la muchacha de cabellos oscuros y ojos claros. Desenfundó su espada, la dejó sobre su cuello, pero ella no se movió. Conocía a padre, lo había visto, igual que nos veía a nosotros.

—Es mi hermana, padre —le explique.

—¿De dónde demonios ha salido? ¿Qué le ha ocurrido a Thorbran? —preguntó nada más verle, agachándose junto a él.

—Padre, ella es Lyss… Nos ha salvado —dije mirando a la niña—. Pero no ha podido hacer nada por el Jarl.

Le expliqué lo ocurrido cuando Egil se marchó, como ella fue capaz de darme la fuerza que no encontraba para poder seguir luchando por él, como había acabado con la vida de Karee, y como me había ayudado a tener a Lyss. La miró de arriba abajo, una y otra vez, extrañado de no haberla visto.

—¿De dónde vienes?

—De Asgard, Señor —dijo ella.

Alzó las cejas sin entender muy bien qué le decía, estaba extrañado y fascinado. Nunca antes habíamos hablado así de los reinos, pero sería capaz de entenderlo todo.

—Soy una valkyrja, señor, los dioses dejaron que viniera a ayudar a Gala, no suele ocurrir esto, en realidad no está permitido, pero sentí que debía hacerlo.

—Entiendo… —dijo pensativo, entonces me miró y se arrodilló dándose cuenta de que tenía a la pequeña en mis brazos—. ¡Por los dioses, Gala! —Observó a la niña, esta también le miró.

Dejó que la cogiera y la sostuviera entre sus fuertes brazos, lo que hizo que me emocionara verle así. Me sequé las lágrimas, y me tapé con las pieles. Lyss que vio que pasaba frío, se acercó a esta y la cerró.

—Mi pequeña… —murmuró sin saber cómo llamarla, así que, me miró para que le dijera el nombre que había elegido.

—Lyss… Se llama Lyss.

—Mi pequeña Lyss —susurró pasándole un dedo por la mejilla a la vez que se deshacía en lágrimas.

—Padre —llamé su atención—. ¿Podría ocuparse del cuerpo de Thorbran?

—¿Qué le ha ocurrido? —preguntó angustiado—. He visto que el de Karee está fuera.

—Vino a atacarme —hice una mueca—. Gracias a que apareció Lyss sigo viva, todo es gracias a ella… Por desgracia a Thorbran lo asaltaron en la entrada —dije con pesar, calvando la mirada en el suelo—. Estoy segura de quien ha acabado con su vida, padre.

—¿Quién?

—El mismo que mató a Astrid.

Sus ojos se llenaron de ira, igual que todo su cuerpo el cual se tensó, al mío lo recorrió, haciendo que temblara, podía sentir el rencor, el ansia de venganza que nació en padre.

—Acabaré con él —prometió.

—Lo haremos entre todos, no dejaré que ese malnacido recorra nuestras tierras como si fueran suyas y menos después de haberse llevado dos grandes vidas consigo.

Se puso en pie, dio la vuelta y se abrazó a la muchacha, lo que me sorprendió pero a la vez hizo que sonriera.

Þakka.

—No las merezco, drottin, yo solo he ayudado a una amiga —le contestó ella con una amplia sonrisa.

—Haré que Gull vaya a por Egil y los demás, debe de enterarse de todo lo acontecido, además será mejor que vuelvan nuestros guerreros, así nos prepararemos para una nueva emboscada.

Asentí y no dije nada más, solo pensé. Sujeté a mi niña entre mis brazos y me di cuenta del dolor que sentiría mi hombre al volver, al darse cuenta de lo que había ocurrido. Se sentiría culpable por no haber estado aquí, pero no dejaría que se derrumbara, no después de todo lo que había vivido.

Cuando padre se marchó, la muchacha se acercó a mí, me ayudó a recogerlo todo y cogió una cesta lo suficientemente grande como para que pudiera caber la niña. La llenó de pieles y dejó a Lyss en ella tapándola.

Tras eso, se estiró a mi lado con Skogkatt. Me besó la frente y eso, por alguna razón, hizo que un extraño y repentino cansancio se apoderara de todo mi cuerpo.

—Adiós, systr —me susurró al oído.

—Lyss… —murmuré.

—No estás sola, niña —me dijo—, nunca sola —me prometió.

Símbolo vikingo